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Huancavilcas



Los huancavilcas o guancavilcas (600 d. C. 1530 D.C.) son un grupo nativo americano de la época precolombina, que según la antropología perduran en los denominados comuneros peninsulares, que se asentaban en la región litoral del Ecuador y que se extendía desde la Isla Puná cerca de Guayaquil, por parte de la provincia del Guayas, y toda la actual provincia de Santa Elena y sur de la provincia de Manabí.

Algunos investigadores la llaman manteño-huancavilca pese a que arqueológicamente, "Los Huancavilcas son más antiguos que los manteños, lo cual fue manifestado por Carlos Zevallos (1995: 252) y esto se puede comprobar cuando analizamos las evidencias culturales que existe en la provincia de Santa Elena, donde tenemos una secuencia que va de la cultura Guangala (500 a. C. – 500 d. C.) a la cultura Huancavilca (500 d. C. – 1530), lo que no sucede en la provincia de Manabí, cuando tenemos evidencia de la cultura Bahía (500 A. C – 500 d. C.), pero no tenemos prueba de una transición a la cultura llamada Manteña, lo que nos lleva a pensar que fueron los Huancavilcas quienes se dirigieron al norte de la actual provincia de Santa Elena"(Javier Véliz). La cultura llamada Huancavilca, es la única en Ecuador cuyo nombre obedece al grupo étnico que encontraron los españoles, según lo mencionan los cronistas de la época.

El viajero italiano Girolamo Benzoni (1547 – 1550), es quien indica de manera categórica a los habitantes de esta zona, y menciona: “Pasados los límites de Puerto Viejo se entra al país de los Huancavilcas, provincia inferior del Reino del Tahuantinsuyo y el primer pueblo que se encuentra en la costa se llama Colonchi y está situado cerca de la punta de Santa Elena.”(1985: 112).

Ocuparon el mismo territorio que en milenios pasados fueron habitados por indígenas de las culturas Valdivia, Chorrera, Guangala, siendo los Guancavilcas sus descendientes directos. Es decir, que se trata de sociedades nativas adaptadas a la realidad geográfica y ecológica del espacio costero, que como sabemos se destaca por la diversidad de zonas de vida, relieve, clima y características naturales. Desde este punto de vista y siendo la cultura un fenómeno permanentemente acumulativo, es de entender que los Guancavilcas, asimilaron costumbres anteriores, expresadas en las formas de supervivencia, en la tecnología y por cierto en las tradiciones rituales y ceremoniales.[1]

Fray Reginaldo de Lizárraga (1605) describe a los Huancavilcas así: “Viven en esta ciudad (Guayaquil)y su distrito dos naciones de indígenas, unos llamados guamcavillcas, gente bien dispuesta y blanca, limpios en sus vestidos y de buen parecer; los otros se llaman chonos, morenos, no tan políticos como los guamcavillcas; los unos y los otros es gente guerrera; sus armas, arco y flecha.” (Ibid: 30)

Según la antropóloga argentina Silvia Álvarez Litben, los descendientes de los Guancavilcas serían los actuales comuneros de la provincia de Santa Elena: "Es evidente, a lo largo de los últimos 500 años hasta llegar a la conformación del actual estado nación, que los indígenas Huancavilcas mantuvieron la posesión de un territorio colectivo que recién se fragmenta cuando se formaliza la Ley de Comunas de 1937. Hasta ese momento, todos los pueblos y recintos eran asentamientos formados por la dispersión de las familias indígenas recluidas en las Reducciones o Pueblos de Indios de la costa (Álvarez, 1999)”.

El Imperio de los Incas invadió la parte sur de lo que hoy es el actual Ecuador conquistando a los Cañaris. Luego de esa victoria, los Incas conquistaron sin muchas dificultades la parte central de la sierra hasta llegar a la zona de Quito.

Instalado en Quito, Túpac Yupanqui recibió una embajada que le enviaron los Huancavilcas y los Chonos, quienes con el propósito de aprovechar de sus conocimientos le pidieron que les enviara una delegación para que les instruyeran en las doctrinas Incaicas.

Ambicionando la península de Santa Elena y su territorio, envió a lo más grandioso de su ejército a proponer una alianza a los pueblos que la habitaban, para trabajar unidos por la paz y el progreso del Tahuantinsuyo.

Cuando los emisarios Incas llegaron fueron recibidos con aparentes muestras de gran júbilo, pero poco antes de su partida fueron sorprendidos por los Huancavilcas que les dieron muerte a todos. Los infelices delegados perecieron martirizados a manos de los indómitos habitantes del actual trópico ecuatoriano.

Huancavilcas, Chonos y Punáes, en connivencia, acabaron con los crédulos delegados del Inca, ahogándolos en las profundidades del Golfo de Guayaquil, y celebrando luego un grandioso festín donde devoraron a los pocos que aún quedaban con vida. Los pueblos Huancavilcas engañaron astutamente a Tupac-Yupanqui y mataron a todos sus emisarios.

Tupac-Yupanqui no pudo vengar la afrenta, debido a que exigencias relacionadas con el manejo del imperio lo obligaron a regresar al Cuzco. Parece que fue tan grande la ira que esto ocasionó al monarca Cuzqueño que enfermó gravemente y de dolor murió, no sin antes recomendar a su hijo y sucesor Huayna - Cápac, que tomase venganza o muriese en la contienda.[2]

Terrible fue la ira del nuevo monarca Huayna Cápac, alistó un poderoso ejército de orejones y abandonando las regiones del septentrión ecuatoriano, bajó a las costas en son de guerra. Sabedores de estos sucesos los Guancavilcas y viendo que no podían ofrecer resistencia al conquistador, pensaron implorar clemencia y en estas duras cavilaciones estaban cuando algo inusitado iluminó el cerebro del más anciano de los Caciques de la Confederación.

El más viejo cacique, ducho en el arte de la diplomacia y la política, ofreció a su nieta para embajadora. Bien lo sabía él, hombre de mar, curtido en muchas pescas, que el hombre más valiente tiembla ante un bello rostro y que no hay mejor componedor que una mujer hermosa.

Y así sucedió en efecto, lo cuentan Cronistas que, a la altura de Yaguachi, Huayna — Cápac vio venir un singular concurso de gentes Guancavilcas, presididos por los Caciques y Curacas y numerosas vírgenes, que en completa formación presentaban a los ávidos ojos del enemigo la hermosa piel canela de la mujer tropical, bronceada por las irreverentes caricias que del sol reciben.

Espectáculo tan hermoso sedujo al joven monarca. Las doncellas avanzaban por en medio de su tropa llegándose hasta el Inca y allí se postraron, tocando el suelo con sus frentes en señal de respeto y sumisión. El aire estaba lleno de dulces melodías salidas de los instrumentos de viento que soplaban sin cesar y el olor a finas esencias rompía el horizonte, haciendo más embriagadora la escena.

Una de las vestales se levantó resueltamente y en lengua guancavilca, habló: ¡Oh, gran señor, depón tu cólera y óyeme! Soy la elegida de mi pueblo para implorar tu perdón; cuando joven, el mar me regaló una promesa y las ondas me dieron sus secretos. Soy de Colonche, del linaje de los Cayche; sal significa mi apellido, pero dulce es mi ser como mi pueblo, mi rostro oval refleja la poesía de mi nombre y en mi carne cimbreante están las virtudes de mi raza, la brisa fresca y marina me acompaña y yo os imploro el perdón de la raza Guancavilca!.

El joven Huayna Cápac, que la había escuchado, dijo: ¡Oh hija de Caciques, eres generosa con los tuyos y yo no puedo dudar de tus sentimientos. Levántate, salvadora de tu pueblo, que te bendecirá eternamente en sus cantares; seré benigno con los culpables del crimen que había venido a castigar!. Y en efecto, lo fue, dice Gabriel Pino y Roca en sus Tradiciones, "ya que el Inca, fiel a su promesa, perdonó la vida a todos y sólo decidió reunir a los culpables y apostrofándoles sus crímenes les hizo tirar suerte, mandando ejecutar al 10 por ciento de ellos para que nadie diga jamás que había tenido preferencias. Igualmente decidió que los nobles y sus descendientes se arrancasen los dos dientes delanteros superiores en señal de expiación y arrepentimiento por la infamia cometida, costumbre que perduró hasta la llegada de los conquistadores.

Así una vez más la astucia de los Guancavilcas los salvó de la muerte y pese a aceptar las imposiciones Incas, nunca asumieron enteramente su control, ya que hubo continuas revueltas y asesinatos constantes de los emisarios, gobernadores y enviados del monarca Inca luego de su partida, muchas leyendas afirman que los que se arrancaban los dos dientes delanteros en señal de arrepentimiento no eran efectivamente verdaderos nobles guancavilcas.[3]

Muchos años después Huayna - Capac ya viejo y por completo cansado de los Guancavilcas, estuvo dispuesto a solucionar para siempre dicho conflicto. Los Guancavilcas tuvieron así un tercer enfrentamiento con los Incas y en esta nueva ocasión fue con Atahualpa con solo 16 años, cuando su padre Huayna Cápac le encargó el mando de una campaña militar para someter a los Punáes (del Golfo de Guayaquil) quienes se negaban a pagar sus tributos, esta guerra duró más de diez años y terminó insoluta ante el apresamiento de Atahualpa por parte de los españoles.[4][5]

Las evidencias arqueológicas determinan que los Guancavilcas fueron grandes navegantes que surcaron el océano, en sus grandes balsas, hasta Mesoamérica, Perú y Chile. Sus principales mercancías de exportación y comercio eran la concha spondylus, tejidos de algodón, objetos de oro, plata, cobre y espejos de obsidiana.

Hicieron del comercio una de sus principales actividades económicas, gracias al dominio del mar y el uso de las balsas para el mar, cuyo presencia quedó evidenciada en las crónicas de la época, embarcaciones que les permitían realizar extensos recorridos, teniendo como actividad sobresaliente el comercio y el intercambio de productos de la costa pacífica, como textiles, orfebrería y principalmente la concha Spondylus para fines rituales.[6]

La explotación de la concha tiene antecedentes muy antiguos, puesto que en Salango esta actividad aparece desde la época de Valdivia, pasando por Machalilla, Chorrera, Guangala, hasta la época Guancavilca (Norton, 1984: 10, ss). Los Guancavilcas han dejado sus testimonios en la franja costera de las provincias de Manabí, Santa Elena, Guayas y El Oro.

Los asentamientos guancavilcas más notables fueron los de Colonche, Puná y en el Golfo de Guayaquil. Tuvieron una subsistencia basada en la agricultura, adaptada a las condiciones climáticas de la zona, que se caracteriza más bien por seca, salvo en las partes altas donde el nivel de humedad es mayor.[6]

Gracias a las crónicas de Pedro Cieza de León, Gonzalo Fernández de Oviedo, Garcilaso de la Vega, Agustín de Zárate y Girolamo Benzoni, se conoce que la homosexualidad era practicada de forma mucho más abierta entre los huancavilcas en comparación con el resto de pueblos indígenas que encontraron los invasores españoles al momento de la colonización.[7]​ Algo común en estos registros es el contraste entre la aceptación de la que gozaban estas relaciones en la población huancavilca y el rechazo que expresaron los cronistas para referirse a ellas.[8]​ Un ejemplo de esto son las crónicas de Garcilaso de la Vega, quien se refirió a las prácticas homosexuales de los huancavilcas como un «vicio», o las de Girolamo Benzoni, quien se refirió a ellos como «sucios sodomitas».[7]

Un papel central en estos registros lo tenían los hombres identificados como «enchaquirados», que recibieron este nombre por el uso de chaquiras y formaban especies de harenes de hombres homosexuales que participaban en ceremonias religiosas y adoptaban vestimenta femenina desde la infancia.[8]​ Cieza de León describe a los enchaquirados como hombres (uno o más por cada templo) que cumplían el rol de sacerdotes o guardianes de las deidades adoradas por los huancavilcas y que tenían relaciones homosexuales con los caciques de sus tribus durante sus festividades religiosas. De acuerdo al antropólogo Hugo Benavides, el uso de objetos considerados como invaluables por parte de los huancavilcas, como lo eran el oro y las chaquiras de conchas spondylus, indica el estatus elevado que los enchaquirados tenían dentro de la jerarquía social de las tribus.[7]

Según Cieza de León, los huancavilcas fueron duramente castigados por los capitanes Francisco Pacheco y Juan de Olmos por practicar la homosexualidad.[7]

La lengua actual de los huancavilcas es la castellana; su lengua precolombina no es conocida o documentada y se considera una lengua no clasificada. Jijón y Caamaño (1941: 385–97) y Pazmiño (1961) tratan a los Huancavilcas y varias grupos vecinos como miembros de una hipotética familia lingüística a tallán. Jijón y Camaño también considera a la lengua de los Mantas, en la provincia de Manabí como parte de esta familia: considera que el Manabí–Huancavilca–Puná representa una misma lengua con diferentes variantes, y las relaciona con el mochica, el cañari y el puruhá de las tierras altas de más al este. Aunque otras clasificaciones de las lenguas de Sudamérica aceptan en parte estos puntos de vista (Loukotka, 1968) no parece haber una evidencia documental ni empírica suficiente para aceptar dichas propuestas.

El Instituto Nacional de Patrimonio Cultural (INPC), en su libro “San Biritute: lluvia, amor y fertilidad”, confirma que el nombre es con “G”:

“De acuerdo con la tesis planteada por Silvia Álvarez (2001), el gran grupo étnico que habitó la actual península de Santa Elena y que tuvo contacto con los españoles fue el Huancavilca. En este sentido, para referirnos al pueblo se utilizará la denominación Huancavilca, mas no Manteño-Huancavilca, que incluye otros territorios y especificidades. La escritura de la palabra Huancavilca con la grafía “G”, responde a la REVITALIZACIÓN del término original, con el cual se denominó al grupo étnico de la costa sur del actual Ecuador. El término tiene LEGITIMIDAD al ser usado por los cronistas tempranos e historiadores coloniales y retomado por los cientistas sociales de esta época.” (Pag. 17)



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