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Inundación de la Ciudad de México en 1629



La inundación de la Ciudad de México en 1629 fue un evento ocurrido a partir del 21 de septiembre de ese año,[1][2]​ causada por una fuerte lluvia que duró aproximadamente 40 horas y resultó en la inundación total de la ciudad. El nivel del agua alcanzó un poco más de dos metros y la ciudad permaneció inundada durante cinco años, desde septiembre de 1629 hasta 1634. De las 20,000 familias de españoles que había en esos momentos en la ciudad, solo permanecieron 400.[3]​ El virrey Rodrigo Pacheco y Osorio, III Marqués de Cerralbo, implementó varias medidas no solo para aliviar la situación sino para evitar que más personas dejaran la ciudad.[4]

Tenochtitlan fue fundada en la parte más baja de la cuenca de México por lo que su ubicación geográfica ha sido siempre la principal causa de su vulnerabilidad. Al verse enfrentados a recurrentes inundaciones, los mexicas desarrollaron sistemas para controlar la subida de las aguas como muros de contención y acueductos. Con los sistemas implementados fueron capaces no solo de abastecerse de agua limpia para su consumo sino que también pudieron evitar las inundaciones.

Los españoles, a pesar de conocer los problemas de hundimiento de suelo existentes en Tenochtitlan, decidieron establecer ahí la capital de la Nueva España por razones políticas. Sumado a la ubicación geográfica, hubo otros cambios que resultaron en la subida del nivel de las aguas: cambios medioambientales, deforestación y la expansión de cultivos que resultó en la erosión de la tierra. Todo esto contribuyó a que la ciudad se inundara en varias ocasiones.

Después de estos sucesos, se aprobó la construcción del Tajo de Nochistongo para sacar el agua de la ciudad. El túnel tendría una longitud de 6,600 metros, ancho de 3.50 y altura de 4.50 metros.[4]

Cuando la lluvia empezó, Enrico Martínez le aconsejó al virrey Rodrigo Pacheco y Osorio cerrar la salida del desagüe de Huehuetoca, que estaba en construcción, para evitar que se destruyera. Cuando el virrey se dio cuenta de que esto solo estaba evitando que el agua saliera, ordenó destapar el desagüe, pero era demasiado tarde.[4]​ La ciudad quedó bajo el agua, muchas casas se derrumbaron, otras estaban inundadas y sus habitantes solo podían estar en el segundo piso.

Las condiciones insalubres, la carestía y enfermedad que siguieron a la inundación causaron la muerte de aproximadamente 30 000 personas en los siguientes años.[2]​ La inundación también provocó que muchas personas emigraran de la ciudad y, en su mayoría, se asentaran en la ciudad de Puebla. El virrey quiso evitar que más personas se fueran y tomó varias medidas para brindar a las personas confianza y tranquilidad en que la situación mejoraría.

El virrey convocó una junta para decidir qué medidas se tomarían. Se decidió pedir un préstamo de 6,000 pesos que se destinarían a comprar y distribuir comida diariamente en los barrios más afectados. También se vendería comida a las personas que podían pagarla pero no tenían como transportarse.[3]

Se construyeron una especie de puentes de madera para que fuera posible cruzar de un edificio a otro. También se usaron canoas para transportarse dentro de la ciudad. Para evitar que más casas se derrumbaran, se ordenó que cada propietario de una casa construyera una especie de barda, pegada a su pared para evitar que los cimientos se debilitaran.[4]​ Las medidas tomadas para aliviar la situación no eran suficientes, también era necesario sacar el agua de la ciudad. Para ello, el virrey ordenó que continuara la construcción del desagüe de Huehuetoca, el cual después de ser abierto quedó dañado por el agua.[4]

Existía la creencia de que las fuertes lluvias fueron un castigo a los pecados de la ciudad. Se aceptó que las misas se dieran en azoteas o balcones para que las personas pudieran escucharlas desde sus casas.[3]​ En un hecho inédito, el 24 de septiembre, el arzobispo don Francisco Manso y Zuñiga permitió llevar en canoa la imagen de la Virgen de Guadalupe desde su Basílica hasta el centro de la ciudad.[1]

Ante la situación que se vivía y la falta de una solución a corto plazo, el virrey planteó al ayuntamiento la opción de cambiar la sede de la capital a otra ciudad.[4]​ Pero el ayuntamiento respondió que costaría más dinero cambiar la capital que lo que costaría reconstruirla. Se decidió que la única solución viable sería encontrar una forma de desagüe efectiva. en 1634 el fraile carmelita, arquitecto Andrés de San Miguel por encargo del virrey corrigió el tajo del desagüe de la Ciudad de México, que había construido Enrico Martínez, lo que permitió la salida del agua de la urbe y llevar a cabo su reconstrucción.



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