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Invasión española de Portugal de 1762



Decisiva victoria anglo-portuguesa:[1][2][3][4][5][6][7][8][9][10][11][12][13]

La Invasión española de Portugal entre el 5 de mayo y el 24 de noviembre de 1762 fue un episodio militar de la Guerra de los Siete Años, en el cual España y Francia invadieron Portugal en tres ocasiones y en todas fueron derrotados por la Alianza anglo-portuguesa. Inicialmente en los combates solo participaron fuerzas de España y Portugal, antes de que los franceses y los británicos intervinieran en el conflicto para favorecer a sus respectivos aliados. Esta campaña estuvo fuertemente marcada por una guerra de guerrillas de corte nacionalista en las comarcas montañosas de Portugal, que cortaba los suministros de los ejércitos españoles, y un campesinado hostil que practicó una política de tierra quemada a medida que se acercaban los ejércitos invasores, dejando a estos faltos de suministros.

Durante la primera invasión, 22 000 españoles comandados por Nicolás de Carvajal, marqués de Sarria, entraron a la provincia de Trás-os-Montes (noreste de Portugal) con el objetivo final de conquistar Oporto. Tras ocupar con éxito algunas fortalezas, se vieron enfrentados a un levantamiento nacional. Aprovechando el terreno montañoso, las guerrillas infligieron grandes pérdidas a los invasores y prácticamente cortaron las líneas de comunicación con España, causando escasez de suministros esenciales. Al borde de la inanición, los españoles trataron de conquistar Oporto rápidamente, pero fueron derrotados en la batalla del Duero y en Montalegre antes de retirarse a España. Después de este fracaso, el comandante español fue sustituido por Pedro Pablo Abarca de Bolea, conde de Aranda.

Mientras tanto, una tropa de 7104 británicos se estableció en Lisboa, lo que condujo a una reorganización masiva del ejército portugués bajo el mando del jefe supremo de la alianza, el conde de Schaumburg-Lippe.

Durante la segunda invasión de Portugal, 42 000 hispano-franceses bajo las órdenes de Aranda tomaron Almeida y varias otras plazas fuertes, mientras que el ejército anglo-portugués detuvo otra invasión española en la provincia de Alentejo, y contraatacó hacia el territorio español de Valencia de Alcántara, donde un tercer cuerpo español se estaba reuniendo para la invasión.

Los aliados luso-británicos lograron detener al ejército invasor en las montañas al este de Abrantes, donde la pendiente del terreno era elevada para el ejército franco-español, pero muy suave para los anglo-portugueses, lo que facilitó el suministro y los movimientos de los últimos. Los anglo-portugueses también impidieron a los invasores cruzar el río Tajo y los derrotaron en Vila Velha.

El ejército hispano-francés (cuyas líneas de suministro con España habían sido cortadas por la guerrilla) fue prácticamente destruido por una estrategia de tierra quemada: los campesinos abandonaron todos los pueblos de los alrededores, llevándose con ellos o destruyendo todo cultivo, la comida y todo lo que pudiese ser utilizado por los invasores, incluyendo las carreteras y las casas. El gobierno portugués también alentó a la deserción entre los invasores ofreciendo grandes sumas de dinero a todos los que desertasen, se uniesen al bando opuesto o no. El resultado final fue la desintegración del ejército franco-español, que fue obligado a retirarse a Castelo Branco (más cerca de la frontera) cuando una fuerza portuguesa bajo las órdenes de Townshend realizó un movimiento envolvente hacia su retaguardia. Según un observador británico, los invasores sufrieron pérdidas de unas 30 000 tropas (casi tres cuartas partes del ejército original), causadas principalmente por el hambre, la deserción y la captura durante la persecución de los remanentes franco-españoles por el ejército anglo-portugués y el campesinado.

Por último, el ejército anglo-portugués tomó los cuarteles españoles en Castelo Branco, capturando a un gran número de españoles, heridos y enfermos que Aranda había dejado atrás cuando se tuvo que retirar a España, después de un segundo movimiento envolvente aliado.

Durante la tercera invasión de Portugal, los españoles atacaron Marvão y Ouguela, pero fueron rechazados con serias bajas. El ejército anglo-portugués dejó sus cuarteles de invierno y persiguió a los españoles en retirada, capturando algunos prisioneros; y un cuerpo portugués entró en España y tomó más prisioneros en La Codosera. El 24 de noviembre, Aranda pidió un alto el fuego que fue aceptado y fue firmado por el conde de Schaumburg-Lippe el 1 de diciembre de 1762.

Un breve resumen de la triple invasión de Portugal:

Durante la Guerra de los siete años, la flota británica bajo las órdenes del admirante Boscawen atacaron en 1758 a la flota francesa en aguas portuguesas frente a Lagos, Algarve. Tres naves francesas fueron capturadas y dos fueron quemadas. Portugal, aunque un viejo aliado de Gran Bretaña, había declarado su neutralidad y entonces el primer ministro portugués, Sebastião José de Carvalho e Melo, marqués de Pombal, había pedido a Gran Bretaña una satisfacción por tales hechos perpetrados. El gobierno británico pidió disculpas a rey de Portugal, José I, enviando una delegación especial a Lisboa,[31]​ aunque los navíos no fueron devueltos, como demandaba Francia (Pombal había previamente informado a William Pitt, Earl de Chatham que no esperaba que ello ocurriese).[32]​ El gobierno portugués asistió materialmente a las guarniciones francesas que se habían refugiado en Lagos después de la batalla. El rey de Francia, Luis XV, agradeció a José I por la asistencia dada a los marineros franceses, pero solicitó el retorno de las naves. El caso parecía arreglado, pero España y Francia utilizarían esto cuatro años después como excusa para invadir Portugal.

Portugal tenía cada vez mayores dificultades para mantener su neutralidad en la Guerra de los Siete Años, debido a incidentes menores entre los residentes británicos y los franceses: en una ocasión, el cónsul británico en Faro advirtió en secreto a las fragatas británicas que entrasen en el puerto y la ciudad para impedir la descarga de un buque francés; y en Viana do Castelo, mercaderes británicos equiparon un barco con armas y retomaron de un corsario francés un barco inglés que había sido capturado. Sin embargo, el rey y el gobierno de Portugal se comprometieron firmemente a mantener al país fuera de la guerra.

Los franceses estaban presionando cada vez más a una España reacia a entrar en la guerra de su lado (mientras que inició negociaciones secretas con Gran Bretaña para acabar con ella).[33]​ Ambos países eventualmente firmaron el famoso III Pacto de Familia el 15 de agosto de 1761, un "sistema continental" planificado principalmente para aislar a Gran Bretaña de Europa.[34]​ No obstante, unas naves británicas interceptaron la correspondencia oficial de España hacia Francia y así una cláusula secreta fue descubierta. Según ella, España declararía la guerra a Gran Bretaña el 1 de mayo de 1762.[35][36]​ Gran Bretaña se anticipó a España, y declaró la guerra antes, el 2 de enero de 1762.

Ambos poderes Borbones decidieron obligar a Portugal a unirse a su familia compacta (el rey portugués estaba casado con una Borbón, hermana del rey español). España y Francia enviaron un ultimátum a Lisboa (1 de abril de 1762) indicando que Portugal debía:[38]

A Portugal se le dieron cuatro días de plazo para contestar, después de lo cual el país podría enfrentar una invasión de las fuerzas de Francia y España. Ambas potencias borbónicas esperaban beneficiarse mediante la desviación de las tropas británicas de Alemania a Portugal, mientras que España espera aprovechar Portugal y su imperio.[39]

La situación de Portugal era desesperada. El gran terremoto, tsunami e incendio de Lisboa de 1755 había destruido por completo la capital portuguesa, matando a decenas de miles de personas y había producido destrozos y daños en la mayor parte de las fortalezas portuguesas. La reconstrucción de una nueva Lisboa dejó sin dinero para sostener un ejército o la marina; e incluso los cuadros militares que habían muerto en el terremoto no habían sido reemplazados hacia 1762. A partir de 1750 los suministros de oro de Brasil (que habían convertido a Portugal, por mucho, en el poseedor de oro más grande durante el siglo XVIII) iniciaron su declive irreversible, y el precio de azúcar de Brasil también se redujo ya que la demanda británica y holandesa se redujo.[40]

La Marina portuguesa, que había sido la más poderosa del mundo durante el siglo XV, se vio reducida a sólo tres navíos de línea y algunas fragatas. El cuadro general de los "ejércitos" portugueses era calamitoso: los regimientos estaban incompletos, los almacenes militares estaban vacíos, y no había hospitales militares. En noviembre de 1761, las tropas llevaban un año y medio sin recibir la paga (recibieron la de 6 meses en la víspera de la guerra), y muchos soldados vivían del robo, o habían adquirido el "asesinar por un medio de vida".[43]​ La disciplina militar solo guardaba un lejano parecido con lo que antes habían sido unas grandes tropas y la mayor parte de las tropas estaban "sin uniformes y desarmadas".[44]​Cuando el embajador francés O'Dunne entregó el ultimátum el 1 de abril de 1762, un grupo de sargentos con un capitán llamaron a su puerta, pidiendo limosna.[45]​ El reclutamiento a menudo incluyó la captura de vagos y trashumantes durante las reuniones populares. El conde de Saint-Priest, embajador francés en Portugal, informó: "Fue imposible encontrar un ejército en un mayor desorden que en Portugal. Cuando llegó el Conde de Lippe [el comandante supremo aliado, enviado por Inglaterra], el ejército tenía como mariscal de campo, al marqués de Alvito, quien nunca había aprendido a disparar un rifle o mandar un regimiento, incluso en tiempos de paz. Los coroneles, en su mayoría grandes señores, colocaron como oficiales en sus regimientos a sus ayudantes de cámara. Era muy común ver a los soldados [incluso los centinelas del palacio real], en su mayoría harapienta, pidiendo limosna. Este estado de desorden había terminado poco antes de que yo llegara. Hemos de ser justos. El Conde de Lippe estableció la disciplina, obligó a los funcionarios a elegir entre la posición en el regimiento o su condición anterior como ayudantes de cámara. [...] Con la ayuda de algunos oficiales extranjeros, los cuerpos militares fueron disciplinados y cuando llegué, ya estaban capacitados."[46]

Para reforzar su ultimátum y presionar al gobierno portugués, las tropas españolas y francesas comenzaron a reunirse en las fronteras del norte de Portugal desde el 16 de marzo de 1762, alegando que era simplemente un "ejército preventivo". El gobierno portugués declaró su intención de defenderse costara lo que costase. Tan pronto como la noticia de la entrada de las tropas españolas en el norte del reino llegó a la Corte, Portugal declaró la guerra a España y a Francia (18 de mayo de 1762), pidiendo ayuda financiera y militar a Gran Bretaña. España y Francia declararon la guerra, el 15 y 20 de junio, respectivamente.

El 30 de abril de 1762 las fuerzas españolas ingresaron a Portugal a través de la provincia de Trás-os-Montes y enviaron una proclamación titulada "razones para entrar en Portugal", en la cual los españoles declararon que no llegaban como enemigos, sino como amigos y liberadores que venían a liberar al pueblo portugués de las "pesadas cadenas de Inglaterra",[48]​ el "tirano de los mares". El 5 de mayo el Marqués de Sarria, al mando de un ejército de 22 000 hombres, comenzó la verdadera invasión.[49]​ Portugal declaró la guerra a España y Francia el 18 de mayo de 1762.

Miranda do Douro, la única fortaleza fortificada y aprovisionada de la provincia, fue sitiada el 6 de mayo de 1762, pero la explosión accidental de una enorme cantidad (20 toneladas) de pólvora mató a cuatrocientas personas y abrió dos brechas en las murallas, forzando la rendición el 9 de mayo de 1762. Todas las ciudades al estar desguarnecidas abrieron sus puertas, y fueron ocupadas sin disparar un solo tiro: Braganza el 12 de mayo, Chaves el 21 de mayo, y Torre de Moncorvo el 23 de mayo. No había ni fortalezas con paredes intactas ni tropas regulares dentro de toda la provincia de Trás-os-Montes (sin provisiones ni pólvora).[50]​ El general español bromeó acerca de la ausencia total de soldados portugueses en toda la provincia: "No puedo descubrir donde están estos insectos."[51]​ Al principio, la relación de los invasores con la población civil fue aparentemente excelente. Los españoles pagaron el doble por las disposiciones que habían adquirido, y no hubo un solo disparo de arma de fuego.[52]​ Pero Madrid había cometido un doble error. Dado que los españoles creyeron que mostrar poder simplemente induciría a Portugal a la sumisión, encontraron un país casi sin provisiones, lo que terminaría por socavar toda la campaña.[49]​ También asumieron que el país les podría proporcionar toda la comida necesaria. Cuando esto resultó una ilusión, el ejército español impuso contribuciones forzadas al campo. Esto fue el detonante de una revuelta popular, con una guerra por alimentos para alimentar la guerra.[53]

La victoria parecía cuestión de tiempo y en Madrid se esperaba con confianza que la caída de Oporto fuera inminente, pero de repente los invasores se enfrentaron a una rebelión nacional, que se extendió alrededor de las provincias de Trás-os-Montes y Minho. Francisco Sarmento, el gobernador de Trás-os-Montes, publicó una declaración pidiendo al pueblo que resistiera a los españoles o que serían considerados rebeldes. Los españoles se encontraron con pueblos abandonados sin comida ni campesinos para construir carreteras para el ejército. Junto con algunas milicias y Ordenanzas (respectivamente una especie de institución militar portuguesa de 2ª y 3ª línea), pandillas de civiles armados con hoces y armas de fuego atacaron a las tropas españolas, aprovechando el terreno montañoso.[54]

Según fuentes francesas contemporáneas, más de 40 000 españoles murieron en el hospital de Braganza,[56]​ tanto para las bajas como para el número de heridos. Muchos más fueron muertos por las guerrillas, tomados prisioneros o muertos de hambre. El nacionalismo portugués y las atrocidades cometidas por los ejércitos españoles contra los poblados -en especial durante las expediciones- fueron el caldo de cultivo para la revuelta. Incluso el rey de España Carlos III, en su declaración de guerra a Portugal del 15 de junio de 1762 –un mes después de la invasión y casi un mes después de la propia declaración de guerra de Portugal a España– protestó contra muchas poblaciones portuguesas, conducidas por oficiales de incógnito, mediante engaños asesinaron a varios destacamentos españoles.[57]​ En otro ejemplo, el corregidor portugués de Miranda reportó en agosto de 1762 que las fuerzas invasoras habían

Los invasores se vieron obligados a dispersar sus fuerzas para proteger las fortalezas conquistadas, encontrar alimentos y preservar los convoyes con las provisiones. La alimentación para los ejércitos provenía de la misma España, lo que la hacía vulnerable a los ataques. A no ser que las fuerzas de España pudieran conquistar Oporto rápidamente, el hambre haría que la situación se volviera insostenible para los españoles.

Una fuerza española de 3000 a 6000 hombres mandada por O'Reilly salió de Chaves y avanzó hacia Oporto. Esto suscitó una gran alarma entre los británicos en la ciudad, donde sus comunidades tenían numerosos negocios y provisiones y 15 000 toneladas de vino esperando ser embarcadas. Las medidas de evacuación fueron iniciadas por el almirantazgo británico, mientras se le ordenó al gobernador portugués de Oporto que abandonara la ciudad, aunque no lo hizo.[59]​ Pero cuando los españoles intentaron cruzar el Duero entre Torre de Moncorvo y Vila Nova de Foz Côa, se toparon con O’Hara y sus cientos de fuerzas portuguesas y paisanos con armas y algunas ordenanzas, ayudados por mujeres y niños en los montes del margen sur (25 de mayo). En la batalla subsiguiente, todas las acometidas de los españoles fueron rechazadas con numerosas bajas.[59][60][61]​ El pánico asaltó a los invasores, quienes se retiraron y fueron perseguidos hasta Chaves, que había sido el punto de partida de la expedición. Un francés contemporáneo, el general Dumouriez, que fue a Portugal en 1766 para estudiar la campaña de 1762 in loco,[62]​ escribió un conocido informe que fue enviado al rey de España y al ministro de relaciones internacionales francés, Choiseul:

El 26 de mayo otra parte del ejército español, que había marchado desde Chaves hacia la provincia de Minho, entabló batalla con ordenanzas portugueses en las montañas de Montealegre y el resultado fue similar: los españoles debieron batirse en retirada con pérdidas.

Un ejército de 8000 españoles fue enviado hacia Almeida (en Beira) y también fue derrotado: se los obligó a retirarse, con 200 heridos producidos por las milicias,[65]​ y 600 caídos en un intento de asalto fallido a la fortaleza de Almeida (según fuentes británicas contemporáneas).[66]

Finalmente, se enviaron a Oporto y a la provincia de Trás-os-Montes refuerzos que ocuparon los pasos y desfiladeros, haciendo así peligrar la retirada española, y también tornándola inevitable.[67]​ La prensa británica añadió unos días después lo siguiente:

El resultado de la batalla del Duero resultó crucial para el fracaso de la invasión española,[69]​ debido a que, según palabras de Dumouriez: «Portugal se encontraba al mismo tiempo sin tropas y en situación de terror; si el ejército español hubiese avanzado con rapidez hasta Oporto lo habría tomado sin disparar un arma. Allí habrían encontrado grandes recursos en dinero, provisiones y negocios, y con un buen clima; las tropas españolas no habrían perecido, tal como les ocurrió, con hambre y sin alojamiento; el aspecto de los hechos hubiera cambiado por completo.»[70]


Además de estos inconvenientes, los españoles estaban soportando una matanza. Un documento contemporáneo detalla que era imposible caminar en las montañas de la provincia de Trás-os-Montes por el olor nauseabundo de los cadáveres de los españoles, que los paseantes se negaban a dar sepultura, motivados por el odio.[71]​ Incluso dentro de las ciudadas ocupadas por los invasores, no estaban seguros: de alrededor de la mitad de cien migueletes que ingresaron a Chaves el 21 de mayo de 1762, sólo dieciocho permanecían con vida hacia el final de junio.[72]​ Según el historiador militar José Luis Terrón Ponce, las bajas españolas ocurridas en la primera invasión de Portugal (por guerrillas, bajas en combate o deserción) fueron mayores a 8000 hombres.[73]​ En 1766, Charles François Dumouriez estimó que el número había rondado las 10 000 bajas, y recomendó a los españoles evitar la provincia de Trás os Montes en futuras invasiones.[74]

Habiendo fallado el principal objetivo militar de la campaña (Oporto, la segunda cidad del reino), y habiendo sufrido unas terribles bajas por hambrunas y guerra de guerrillas (que cortaron el suministro de alimentos), y eventuamente amenazados por el avance de la tropa regular portuguesa en Lamego -que pudo dividir las dos alas del ejército español (la fuerza que intentaba alcanzar el flanco sur del Duero y el que intentaba llegar a Oporto a través de las montañas)[75][76]​ el ejército español, disminuido y desmoralizado, fue forzado a retirarse a España a fines de junio de 1762, abandonando todas sus conquistas con la única excecpción de Chaves, en la frontera.[77][78]​ Tal como un militar francés lo escribió:

Durante la primera invsión fueron derrotados por los paisanos, casi sin ayuda de las tropas regulares de Portugal o por tropas británicas,[80]​ y muy pronto el Marqués de Sarria, el comandante español a cargo, fue reemplazado por Pedro Pablo Abarca de Bolea, décimo Conde of Aranda.[81]​ Para salvarse y para preservar la reputación de Carlos III, Sarria solicitó ser removido por motivos de salud inmediatamente después de la conquista de Almeida y después de recibir la Orden del Toisón de Oro: “El antiguo Marqués de Sarria fue premiado por su derrota con la Orden del Toisón de Oro, y su renuncia voluntaria fue aceptada."[82]​ España había desperdiciado la oportunidad de derrotar a Portugal antes de que las tropas británicas y sus ensamblaje con las tropas regulares portuguesas.

Numerosos civiles murieron o fueron trasladados a España, junto con los caballos y la plata de las iglesias. Un informe publicado durante la invasión por la prensa británica afirmaba:

Mientras tanto, en mayo arribaron fuerzas expedicionarias británicas, los regimientos de infantería 83° y 91°, junto con la mayor parte de los 16° dragones ligeros, todos liderados por el general George Townshend. Otras fuerzas (los regimientos de infantería 3°, 67°, 75° y 85° y dos compañías de la Royal Artillery) en julio de 1762. El número total de fuerzas se conoce al detalle por documentos oficiales: 7104 oficiales y hombres de todas las armas.[24]​ Gran Bretaña proveyó también de provisiones, munición y un préstamo de £200 000 a su aliado, Portugal.

Hubo cierta fricción entre los dos aliados, causados por problemas de idioma, de religión y por rivalidad o envidia; los oficiales portugueses se sintieron incómodos al estar mandados por extraños, y especialmente con los sueldos de sus pares británicos, que era el doble del de ellos (de modo que los oficiales británicos podían mantener el sueldo que tenían en el ejército británico). Además de la dificultad de alimentar a las tropas británicas en Portugal, Lippe enfrentó con éxito otro gran problema: la recreación del ejército portugués y su integración con la británica. Lippe seleccionó sólo 7000 a 8000 hombres de los 40 000 soldados portugueses que fueron sometidos a él, y despidió a todos los demás como inútiles o no aptos para el servicio militar.[89]​ Por lo tanto, este ejército completo en la campaña fue de unos 15 000 soldados regulares (la mitad portuguesa y la mitad británica). Las milicias y ordenanzas (respectivamente, una especie de institución militar portuguesa de 2ª y 3ª línea, alrededor de 25 000 hombres en total) fueron utilizados solamente para guarnecer las fortalezas, mientras que algunas tropas regulares (1ª línea) permanecieron en el norte de Portugal para hacer frente a las tropas españolas de Galicia. Estos 15 000 hombres tuvieron que hacer frente a un ejército combinado de 42 000 invasores (30 000 de los cuales eran españoles dirigidos por el Conde de Aranda, y 10 000 a 12 000 franceses comandados por Charles Juste de Beauvau).

Lippe finalmente logró tanto la integración de las dos fuerzas armadas como su actuamiento conjunto. Como afirmó el historiador Martin Philippson:[90]​ “El nuevo líder fue capaz en poco tiempo de reorganizar al ejército portugués y de reforzarlo con tropas inglesas; condujo a los españoles a cruzar la frontera, a pesar de su superioridad numérica.”[91]

El ejército franco-español había sido fragmentado en tres divisiones:[92]​ la división noreste, en Galicia, invadió las provincias de Trás-os-Montes y Minho, en el nordeste portugués, y con Oporto como su objetivo final (primera invasión de Portugal, mayo-junio de 1762); la división central (reforzada por tropas francesas y los restos de la división noreste) -la cual después invadió la provincia portuguesa de Beira hacia Lisboa (segunda invasión de Portugal, julio a noviembre de 1762); y, finalmente, el cuerpo de ejército del sur (cerca de Valencia de Alcántara), diseñado para invadir la provincia de Alentejo, en el sur de Portugal.

Los éxitos del ejército hispano-francés en el inicio de la segunda invasión de Portugal (Beira) causaron tal alarma que D. José I presionó a su comandante, el Conde de Lippe, para realizar una campaña ofensiva. Dado que el enemigo estaba reuniendo tropas y municiones en la región de Valencia de Alcántara Lippe optó por tomar una acción preventiva de atacar al invasor en su propio terreno, en Extremadura. Las tropas alrededor de Valencia de Alcántara fueron las líneas avanzadas del tercer cuerpo español (división sur), y esta ciudad fue un depósito principal de suministro, que contenía cartuchos y un parque de artillería. Los aliados luso-británicos tenían el factor sorpresa de su lado. Como la disparidad de números y recursos era tan grande que los españoles no esperaban una operación tan arriesgada, pues no tenían ni barricadas ni piquetes avanzados, o incluso guardias, excepto en la gran plaza de la Ciudad.

En la mañana del 27 de agosto de 1762, una fuerza anglo-portuguesa de 2800 hombres al mando de Burgoyne atacaró y tomó Valencia de Alcántara, derrotó a uno de los mejores regimientos españoles (el de Sevilla), mató a todos los soldados que resistieron, capturó tres banderas y varios soldados y oficiales, incluyendo el mayor general don Miguel de Irunibeni, responsables de la invasión de Alentejo, y que había llegado a la ciudad el día anterior. Muchas armas y municiones fueron capturados o destruidos.

La batalla de Valencia de Alcántara no sólo galvanizó el ejército portugués en una fase crítica de la guerra (en el comienzo de la segunda invasión), sino que también impidió una tercera invasión de Portugal por el Alentejo,[93]​ una provincia llana y abierta, a través de la cual la poderosa caballería española podría marchar hacia las proximidades de Lisboa, sin oposición.

Burgoyne fue recompensado por el rey de Portugal, José I, con un gran anillo de diamantes, junto con las banderas capturadas, mientras que su reputación internacional se incrementó.

Después de la derrota en Trás-os-Montes, el vapuleado ejército de Sarria retornó a España por Ciudad Rodrigo y se concentraron en el ejército central. Allí, dos cuerpos españoles se unieron a 12 000 soldados franceses, liderados por el Príncipe de Beauvau, reuniendo un total una tropa de 42 000 hombres. No obstante, el plan de tomar Oporto a través de Trás-os Montes fue reemplazado por el nuevo plan: Portugal sería invadida por la provincia de Beira Baixa, en el centro este del país, y el objetivo final sería Lisboa.[96]​ Sarria fue reemplazado por el conde de Aranda, mientras que el ministro español Esquilache fue a Portugal para preparar y orgnanizar la logística para que el ejército español tuviese alimentos por seis meses.[97]​ Considerando la falta de preparación del ejército portugués, y la enorme disparidad en la proporción de fuerzas (30 000 españoles con el aporte de otros 12 000 franceses contra unos 7000 u 8000 portugueses con el aporte de 7104 británicos),[23][98]​ el marqués de Pombal reunió y preparó 12 naves en el estuario del Tajo para transportar al rey portugués y su corte hacia Brasil, si fuera necesario.

En los comienzos de la segunda invasión, un observador británico -después de describir a las tropas portuguesas como las más “desastrosas” que hubiera jamás visto, que estaban “a menudo sin pan por cinco días, y los caballos sin forraje”- escribió que estaba nervioso de que Lippe, abrumado por las dificulades, terminara por darse por vencido.[99]​ Aunque al principio la alianza franco-española ocupara varias fortalezas que estaban con muros arruinados y sin tropa regular:[100]Alfaiates, Castelo Rodrigo, Penamacor, Monsanto, Salvaterra do Extremo, Segura (17 de septiembre), Castelo Branco (18 de septiembre), y Vila Velha (2 de octubre); estaban prácticamente rodeados y sin poder de fuego, como lamentó Lippe. Después de la guerra, varios gobernadores de fortalezas fueron juzgados y condenados por traición y cobardía.

Almeida, la principal fortaleza de la provincia, estaba en tal estado que Charles O'Hara,[101]​ el oficial británico que lideró las milicias y a los guerrilleros en la Batalla del Duero, aconsejó al comandante de la fortaleza que sacara su guarnición de la fortaleza y la colocara en los alrededores, desde donde podría presentar mejor defensa[102]​ (El comandante respondió que no podía hacer tal cosa sin que fueran órdenes de su superior). Su guarnición, de sólo dos regimientos regulares y tres regimientos de paramilitares (que en total sumaban 3000 a 3500 hombres), sufrieron una drástica reducción de tropas por deserción mientras el enemigo se aproximaba y comenzaba el sitio.[103][104]​ Frente a una abrumadora combinación de 24 000 españoles y 8000 franceses,[105]​ y comandados pobremente por un incompetente, el octogenario Palhares (cuyo sustituto enviado por el gobierno aún no había llegado), los restantes 1500 hombres se rindieron sin honores de guerra,[106]​ el 25 de agosto, después de una simbólica resistencia de nueve días. La guarnición había tirado sólo 5 o 6 disparos de artillería –desobedeciendo la prohibición de Palhares de disparar al enemigo– y sólo sufrió dos bajas. Se les concedió la libertad, cargar con sus armas y equipaje, y unirse a la guarnición portuguesa de Viseu: Los aliados borbónicos estaban tan sorprendidos con tal rápida propuesta de rendición (Palhares moriría en una prisión portuguesa), que concedieron todo lo solicitado. La captura de la Plaza Fuerte de Almeida (con 83 cañones y 9 morteros) fue celebrado públicamente en Madrid como una gran victoria y representó el máximo de la predominancia inicial de los atacantes. La ocupación de estas fortalezas, más que un avance resultó ser inútil y perjudicial para los invasores, como fue destacado por el historiador George P. James:

Además, una nueva revuelta popular empeoró exponencialmente la situación de los invasores.

Tal como ocurrió a Napoleón durante la Guerra de la Independencia Española, los soldados invasores mandados por el Conde de Aranda descubrieron que una rápida ocupación de numerosos territorios, aunque haya sido algo alabado por la historiografía española, resultó inocuo frente a la guerra de guerrillas.

El éxito inicial de los invasores en Beira se vio beneficado por una fuerte oposición popular al régimen del Marqués de Pombal,[108]​ el implacable primer ministro portugués; pero las masacres y los saqueos realizados por los invasores -en especial por los franceses- pronto despertaron el odio de los campesinos. Habiendo penetrado tanto en el interior montañoso de Portugal, las filas de los invasores fueron hostigadas y diezmadas por guerrilleros en emboscadas, quedando sus líneas de comunicación y aprovisionamiento cortadas. En palabras del general napoleónico Maximilien Sébastien Foy:

Varios participantes franceses en la campaña dijeron que los más valerosos luchadores fueron los guerrilleros de Trás-os-Montes y de Beira.[110]​ Los habitantes de la provincia de Beira escribieron a su primer ministro informándole que no precisaban tropas regulares, y que pelearían sin apoyo.[111]​ Así los explicó el primer ministro español Godoy:

En ocasiones los guerrilleros torturaron a sus prisioneros, lo que a su vez generó represalias de sus contrincantes sobre los civiles, en una espiral de violencia.[113]​ Las bajas de los campesinos pudieron ser absorbidas por su inagotable número de miembros, mas no fue así para los invasores. Incluso en las ciudades y los poblados ocupados, los habitantes desafiaron y se rebelaron contra los franceses y los españoles, y por medio de De Aranda enviaron una carta a Lippe, pidiéndole que pusiera fin al asunto.[114]​ Muchos de ellos fueron ejecutados.

En lugar de tratar de defender la extensa frontera portuguesa, Lippe se retiró a las montañas del interior para defender la línea del Tajo, lo que equivalía a una defensa avanzada de Lisboa. Las principales metas de Schaumburg-Lippe habían consistido en evitar a toda costa una batalla contra un enemigo tan superior (disputando, en cambio, las gargantas y los pasos de montaña, mientras que atacaba los flancos del enemigo con unidades pequeñas),[119]​ y también la prevención de los franco-españoles de cruzar la barrera formidable representada por el río Tajo. Si los ejércitos borbónicos hubieran podido cruzar este río, habrían llegado a la fértil provincia de Alentejo, cuyas llanuras habrían permitido a su numerosa caballería llegar fácilmente a la región de Lisboa. De hecho, inmediatamente después de la captura de Almeida, Aranda marchó con la intención de cruzar el Tajo en el Alentejo en el punto más propicio: Vila Velha de Ródão, donde el ejército español de Felipe V de España había cruzado el río, durante la guerra de la sucesión española algunos años antes. Sin embargo, Lippe anticipó este movimiento y se movió más rápido. Llegó a Abrantes y estableció un destacamento bajo Burgoynne en Niza y otro bajo el conde de Santiago, cerca de Alvito, para obstruir el paso del río Tajo a Vila Velha; de modo que cuando el ejército invasor se acercó, se consideró que todas estas posiciones estratégicas estaban ocupadas, y todos los barcos habían sido tomados o destruidos por los portugueses. Por lo tanto, y como Lippe había predicho, los invasores tenían sólo dos opciones: regresar a España, y para ello cruzar el Tajo en Alcántara (alternativa deshonrosa, ya que hubiera implicado retirarse ante fuerzas inferiores), o ir directamente a Lisboa a través de las montañas en el norte de la capital, en el "cuello" de la "península" que contiene esta ciudad (que se define por el río Tajo y el Atlántico).[120]​ Con el fin de atraer al enemigo para elegir la segunda ruta, Lippe colocó algunas fuerzas en estas montañas, pero dejó algunos pasajes abiertos.[120]​Dado que Lisboa era el objetivo principal, Aranda avanzó mientras que las fuerzas aliadas fortificaron sus excelentes posiciones en las alturas que cubren Abrantes, a medio camino entre Lisboa y la frontera (la región entre los ríos Tajo, Zêzere y Codes). Estas montañas presentan fuertes pendientes en el lado de los invasores (que actúan como una barrera para ellos), pero son muy suaves en el lado de los aliados luso-británicos - lo que les permitió una gran libertad de movimiento y facilitó las tareas de los refuerzos.[121]​ Por último, el ejército anglo-portugués logró detener el avance de los ejércitos borbónicos hacia Lisboa.[122]​ Esto fue el punto de giro para la guerra.

Con el fin de romper este punto muerto, los españoles pasaron a la ofensiva hacia Abrantes, el cuartel aliado. El 3 de octubre de 1762 tomaron el pequeño castillo de Vila Velha, en la orilla norte del Tajo, y atacaron los desfiladeros de San Simón, cerca del río Alvito, con el despacho de una gran fuerza en búsqueda del destacamento del Conde de Santiago a través de las montañas. Este destacamento estuvo a punto de ser completamente cortado, con dos cuerpos españoles marchando sobre su parte delantera y trasera. Pero el Conde de Schaumburg-Lippe envió refuerzos de inmediato al Conde de Santiago, y las fuerzas bajo el comando de John Campbell, 4° Earl de Loudoun, derrotaron a las tropas españolas en el río Alvito el 3 de octubre y escaparon hacia Sobreira Formosa.[123]​ Pero al perseguir los españoles al Conde de Santiago a través de las montañas, se debilitó su fuerza en Vila Velha. El 5 de octubre de 1762, el ejército anglo-portugués comandado por Lee atacó y derrotó por completo a los españoles en Vila Velha.[124]​ Varios españoles fueron asesinados (incluyendo un general, que murió tratando de reunir a sus tropas), y entre los prisioneros hubo 6 oficiales. 60 mulas de artillería fueron capturadas; la artillería y los polvorines destruidos. El mismo día, 5 de octubre, los portugueses de Townshend derrotaron a una fuerza francesa que hacía de escolta de un convoy en Sabugal, y capturaron de una gran cantidad de suministros preciosos.

Los invasores no pasaron y la ofensiva fue un fracaso. La marea de la guerra se había invertido y Abrantes mostró ser "la llave de Portugal» en el río Tajo,[125]​ por su posición estratégica.

Ambos ejércitos habían quedado inmovilizados en Abrantes, cara a cara. Mientras el bando anglo-portugués fue continuamente reforzando sus posiciones y recibía provisiones,[126]​ las tropas borbónicas tenían su línea de comunicación y de abastecimiento virtualmente cortada por los campesinos armados, las milicias y las ordenanzas ubicadas en su retaguardia. esta situación desastrosa se vería aún más agravada por la táctica de la tierra quemada. Esta táctica sería utilizada nuevamente en 1810-1811 contra los franceses de Masséna, quienes, de manera similar a lo que les había sucedido a los invasores de 1762, fueron detenidos en su marcha hacia Lisboa por el hambre y por los ataques de guerrillas. Tal como lo describió el historiador militar británico Charles Oman:

Además, los soldados portugueses y los campesinos convirtieron a la provincia de Beira en un desierto: la población abandonó las villas, llevándose todo lo que fuese comestible. Los cereales y todo lo que pudiese resultar útil al enemigo fue trasladado o quemado. Incluso los caminos y algunas casas fueron destruidos.[128][129]​ De este modo el exhausto ejército hispano-francés fue obligado a elegir entre quedarse frente a Abrantes y morir de hambre, o retirarse hacia la frontera mientras fuera posible.[130]

Dicha táctica demostró ser casi perfecta, ya que se basaba en dos hechos incontrovertibles. Primero, el de que para conquistar Portugal los franceses y españoles debían tomar Lisboa. Segundo, el de que Lisboa sólo podía ser atacada por el norte, muy montañoso, (posibilidad que el sistema defensivo aliado de Abrantes volvía inviable), ya que la ciudad se encuentra protegida por el Océano Atlántico al oeste y por el río Tajo hacia el sur y el este, quedando así como dentro de una especie de península.[131][132][133]​ Este plan exploraba tanto la situación geográfica de Lisboa (que le permitía un acceso a provisiones por mar), como el desgaste del ejército franco-español debido al hambre causada por la estrategia de tierra quemada y el colapso de sus líneas logísticas[134]​ (atacadas por la guerrilla y por otras fuerzas irregulares).

El ejército invasor estaba sufriendo pérdidas terribles y su situación se hacía cada vez más insostenible. Tarde o temprano, los franceses y españoles deberían retirarse destrozados:

Entonces Schaumburg-Lippe, viendo la desesperada situación del enemigo, hizo una jugada audaz que decidió la campaña:[139]​ la fuerza portuguesas del general Townshend -habiendo hecho correr el rumor de que era solo una parte de una nueva fuerza británica de 20 000 hombres recién desembarcados- realizó una maniobra circular hacia la retaguardia del ejército invasor. Este, para no quedar cercado, comenzó a retirarse hacia Castelo Branco (desde el 15 de octubre), que era un punto más cercano a la frontera y en donde se estableció el nuevo cuartel general de los españoles.[140][141]

Fue en esa situación que el ejército luso-británico abandonó sus posiciones defensivas y se abocó al (ahora reducido)[142]​ ejército español,[143][144]​ atacando su retaguardia, tomando muchos prisioneros,[145]​ y recuperando casi todas las ciudades y fortalezas que habían sido tomadas por los españoles -y lo que había dado muchas esperanzas a Carlos III.[18]​ El 3 de noviembre de 1762, durante la reconquista de Penamacor y Monsanto, los portugueses bajo el mando de Hamilton condujeron a una fuerza de caballería española de la retaguardia hacia Escalos de Cima, mientras que los británicos bajo el mando de Fenton barrieron a otras fuerzas españolas en retirada desde Salvaterra.[146]​ Los españoles, que habían entrado en Portugal como conquistadores, tomando provisiones por la fuerza y quemando las poblaciones que se resistieron a entregárselas,[147]​ se vieron implacablemente acosados en un territorio enemigo devastado. La naturaleza de la guerra invirtió los hechos anteriores: el cazador se convirtió en la presa.

Durante su retirada, la armada franco-española –debilitada por el hambre,[148]​ las enfermedades, y las lluvias torrenciales– colapsó. Miles desertaron (el gobierno portugués estaba ofreciendo 1600 reales para cada soldado español que desertase y 3000 reales para aquellos que se alistasen en la armada portuguesa),[149]​ mientras sus rezagados y sus heridos fueron masacrados por los campesinos:

El coronel escocés John Hamilton escribió el 24 de octubre de 1762 que la armada de Carlos III estaba «en una condición de máxima destrucción»,[153]​ mientras que Lippe agregaría en su Mémoir (1770) que la armada borbónica estaba «diezmada por el hambre, las deserciones y la enfermedad»,[154]​ su caballería sufriendo una “debacle".[155]​ El total de bajas del ejército franco-español durante las dos primeras invasiones -según el informe remitido por el embajador británico en Portugal, Edward Hay, a Charles Wyndham (8 de noviembre de 1762)-, eran de cerca de 30 000 hombres (la mitad de ellas por deserción), lo que representaba casi tres cuartos de las fuerzas invasoras iniciales.[156]

Isabelle Henry escribió más recientemente que «los españoles, desilusionados, habiendo hecho frente a una resistencia atroz y habiéndolo perdido todo en el campo de batalla, abandonaron la lucha y dejaron atrás veinticinco mil hombres...»[157]

Edmund O'Callaghan estimó que la armada española había perdido ya la mitad de sus efectivos antes de retirarse.[158]​ El historiador militar José Tertón Ponce escribió que desde el comienzo de la primera invasión hasta la mitad de la segunda –inmediatamente antes de la retirada de Abrantes– la tropa invasora había sufrido 20 000 bajas.[159]

Dumouriez, que viajó por Portugal y España recolectando testimonios de los participantes de la invasión,[62]​ declaró en 1766 que los españoles habían perdido 15 000 hombres durante la segunda invasión,[160]​ más otros 10 000 durante la primera invasión a Portugal,[74]​ de los cuales 4000 murieron en el Hospital de Braganza por heridas y enfermedades.[56]​ Este cronista no estimó las bajas españolas de la tercera invasión. El desastre de Francia y España fue retratado en estas palabras, muchas veces citadas:

Comparativamente, durante la campaña napoleónica que ocurrió pocos años después para conquistar Portugal, en 1810 y 1811, el ejército francés perdió 25 000 hombres (15 000 de ellos muertos de hambre o enfermedades, más 8000 desertores o prisioneros) frente a las fuerzas luso-británicas de Wellington y la guerrilla.[166]​ Las semejanzas entre ambas invasinoes va mucho más allá que la coincidencia en el número de bajas sufridas por los invasores.[167]​ El historiador Esdaile escribió que el plan de Wellington era «uno de los esquemas de defensa más perfectos esquemas de defensa jamás concebidos... Explotaba tanto la situación geográfica de la capital de Portugal como la pobreza del país al máximo, mientras que al mismo tiempo implicaba la entrada en acción de la política de tierra quemada».[168]

En los primeros días de julio de 1762 se permitió la creación de dos nuevos regimientos formados por los desertores españoles que habían ingresado en el ejército portugués, esto sin contar con los desertores que habían ya abordado los barcos británicos u holandeses. Esto sugiere un índice de deserción brutal, dado que el grueso de las deserciones tuvo lugar sólo desde mediados de octubre, durante la retirada de los invasores, y la mayor parte de los desertores que sobrevivieron a los paisanos no se incorporaron al ejército portugués, sino que sólo fueron utilizados como informantes o centinelas. Las pérdidas borbónicas fueron devastadoras.[22]​ Comparativamente, las bajas británicas fueron muy inferiores: catorce soldados fueron muertos en combate y 804 hombres murieron por otras causas, en especial por enfermedades.[28]

La táctica de destruir al oponente sin combate abierto y atacando sólo cuando estuviera en retirada fue la clave de la victoria.

Lo que mejor simboliza la victoria luso-británica es la conquista final del centro de mando del ejército español en Castelo Branco.[169]​ Cuando el ejército aliado comenzó un segundo movimiento envolvente para apartar las fuerzas españolas de dentro y de los alrededores de Castelo Branco, los españoles huyeron, abandonando a su destino a los innumerables heridos y enfermos, acompañados por una carta dirigida al Marqués Townshend, comandante de la fuerza portuguesa, en la cual el Conde de Aranda demandaba trato humano para todos hombres que fueran capturados (2 de noviembre de 1762).[18]

El número de españoles tomados puede deducirse de una carta enviada por el secretario del ejército portugués a su primer ministro, seis días antes de la caída e Castelo Branco, el 27 de octubre, que estableció que según los desertores españoles el número total de enfermos en los hospitales españoles era de 12 000.[152]​ A fines de octubre, las tropas invasoras estaban concentradas casi todas alrededor de Castelo Branco. La cantidad de tropas era excepcionalmente alta, además de los heridos, había muchos enfermos. La epidemia se transmitó a los pobladores portugueses cuando éstos recuperaron la ciudad, poco después de la huida de los españoles. Por lo tanto, la alegría de haber recuperado la ciudad se vio ensombrecida por el pesar y el luto de muchos residentes.[170]

El historiador norteamericano Lawrence H. Gipson (premio Pulitzer de Historia en 1962) afirmó:

Además, la derrota de España en Portugal estuvo acoompañada y agravada por reveses en el imperio y en los mares: "En sólo un año los desafortunados españoles vieron a sus ejércitos derrotados en Portugal, a Cuba y Manilla quitados de su sujeción, destruido el comercio, y aniquilada su flota".[172]

Mientras, los admiradores del Conde de Aranda anticiparon su victoria dándola por descontado. Así fue el caso de Stanislaw Konarski, quien, escribiendo desde Polonia y por ende ignorando el desastre de la alianza franco-española, compuso una oda en su honor, alabando la generosidad y humanismo del vencedor por sobre Portugal y en contra de los habitantes de Lisboa que se rindieron ante él.[173]

Entonces, a excepción de dos fronteras fuertemente defendidas (Chaves y Almeida),[174]​ todo el país fue militarmente liberado.[175][176][177]

Los remanentes del ejército invasor fueron expulsados y alcanzados hasta la frontera, e incluso dentro del territorio español, como ocurrió en Codicera, donde varios soldados españoles fueron hechos prisioneros. Al final de la guerra, el conde de Lippe fue invitado por el ministro Pombal de Portugal a permanecer en Portugal para reorganizar y modernizar el ejército portugués, y el conde aceptó la invitación.[178]​ Cuando Lippe retornó a su país -alabado por Voltaire en su famosa Enciclopedia, y con gran prestigio en Gran Bretaña y Europa– el rey de Portugal le ofreció seis cañones de oro de 32 libras (15 kgs.) cada uno y una estrella biselada con diamantes, entre otros regalos, como signo de gratitud.[178]​ El rey determinó que, aunque estuviera ausente de Portugal, Lippe mantendría el mando nominal del ejército portugués con el rango de mariscal general. También se le otorgó el título de “Serena majestad” el 25 de enero de 1763. No obstante, el gobierto británico lo recompensó con el título de “Mariscal de campo honorario”.

La tercera invasión del territorio portugués fue estimulada por las negociaciones de paz durante entre Francia y Gran Bretaña y por los rumores de una paz general (el preliminar Tratado de Fontainebleau se firmó el 3 de noviembre, un día después de la caída del cuartel general español en Portugal). No obstante, después de la derrota en la última invasión, España reorganizó sus tropas para poder conquistar una porción del territorio portugués que pudiera compensar sus colosales pérdidas de dominios coloniales ante Gran Bretaña.[179]​ Esto hubiera reforzado su posición y así hubiera obtenido poder para las conversaciones diplomáticas de paz, lo que culminaría en el Tratado de Paris del 13 de febrero de 1763.

Dado que las tropas borbónicas remanentes estaban en cuarteles de invierno dentro de las fronteras españolas (después de cruzar el Tagua en Alcántara, los aliados luso-británicos hizo lo propio en Portugal. Para ese entonces, el ejército francés estaba casi fuera de acciónn porque además de los caídos, desertados y prisioneros, había 3000 franceses en el hospital de Salamanca.[180]

Aunque Aranda calculó correctamente que si él atacaba primero, antes de la primavera, los cuarteles portugueses serían tomados por sorpresa. En esta ocasión, la llanuera del terreno en la provincia de Alentejo otorgaría una gran ventaja a la caballería española, al contrario de lo que había ocurrido en las invasiones anteriores. Él estaba al tanto de que las fortalezas portuguesas estaban reforzadas sólo por una segunda línea de tropas, y la experiencia reciente había mostrado que las operaciones de sitio eran su punto débil. Además, el pobre estado de las fortalezas portuguesas en Alentejo era una invitación a la invasión. Durante la inspección de la fortificación, el brigadier general Charles Rainsford recomendó movilizar algunas de las mayores armas para prevenir que fueran capturadas.[181]

Sin embargo, el conde Lippe haba tomado algunas medidas preventivas al fortalecer los cuarteles del fuerte de Alentejo cerca de la frontera (en Elvas, Marvão, Ouguela, Arronches, Alegrete y Campo Maior), mientras que transfería algunos regimientos del norte hacia el sur del río Tagus, en Alentejo, donde continuaban los cuarteles de invierno. También creó una fuerza de reserva con todos los regimientos británicos y algunas tropas portuguesas cerca de Sardoal. Al menos algunos oficiales británicos fueron enviados a comandar a las guarniciones portuguesas en algunos puntos clave: el marical de campo Clark a Elvas, el coronel Wrey a Alegrete, el coronel Vaughan a Arronches y el capitán Brown a Marvão; se mantuvo a algunos portugueses al mando, el capitán Brás de Carvalho en Ouguela y el gobernador Marqués do Prado. Todo este conjunto de medidas resultó decisivo.

Para esta campaña, los españoles conformaron tres grandes divisiones alrededor de Valencia de Alcántara. En esta ocasión, a diferencia de las anteriores, la invasión española dividió su ejérito en varios cuerpos que atacaron cada uno su propio objetivo. Entre 4000 o 5000 soldados intentaron invadir Marvão con un ataque frontal. La población fue forzada a rendirse, pero el capitán Brown resistió y termin por vencer a los españoles, que se retiraron. Otros cuatro escuadrones atacaron el castillo de Ouguela (el 12 de noviembre de 1762) y destruyeron sus murallas. Su pequeña guarnición de cerca de 50 tiradores condujo al enemigo, que se retiró dejando varios heridos. El rey de Portugal promovió al capitán Brás de Carvalho y a los oficiales de Ouguela a rangos superiores. El asalto a Campo Maior también fracasó pues la unidad española de Badajoz no fue asistida por la unidad de Albuquerque, quien se retiró a España cuando parte de los cuarteles portugueses de Campo Maior intentaron interceptarlo.

Eventualmente el conde de Schaumburg-Lippe llevó a todo el ejército lusobritánico –para resguardarse en el cuarteles de invierno (12 de noviembre de 1762)– y en cuanto tuvo noticias de que sobrevendría el ataque enemigo llevó a todas las unidades al sur, hacia el río Tagus, cerca de Portalegre.

Los españoles quedaron desmoralizados: durante las dos invasiones anteriores no hubo ni una fortaleza que se consiguiera, y ningún bastión resistió,[182]​ dando tiempo a los portugueses para reagrupar tropas. El ejército portugués no estaba bien disciplinado ni comandado, pero recobró prestigio y tuvo un rápido incremento en tropas con nuevos voluntarios.[183]​ Por el contrario, las tropas españolas quedaron gravemente dañadas después de los tres intentos fallidos de invasión. Otra vez el ejército español fue forzado a retirada el 15 de noviembre de 1762 y por segunda vez fueron perseguidos,[144]​ con lo que muchos prisioneros fueron tomados.[184]​ Las tropas portuguesas incluso tomaron también unos pocos prisioneros en Alegrete, cuando el coronel Wrey hizo una incursión en Codicera el 19 de noviembre.

El 22 de noviembre de 1762, siete días después del comienzo de la retirada definitiva de los españoles, el comandante a cargo de las tropas francoespañolas, el Conde de Aranda, envió al general mayor Bucarelli al centro de comando angloportugués con la propuesta de un cese de hostilidades mutuo, que fue aceptado y firmado el 1 de diciembre de 1762.[185]​ No obstante, el comando borbónico intentó un último movimiento en simultáneo: el mismo 22 de noviembre el Conde de Aranda también envió una tropa de 4000 hombres para tomar la ciudad de Olivença. Pero los españoles debieron retirarse al advertir que la ciudad había sido reforzada poco antes en su cuartel.

Un tratado de paz anterior se había firmado ese año en Fontainebleau pero el tratado definitivo se firmó el 10 de febrero de 1763 en Paris,[174]​ con el representante portugués, Martinho de Melo e Castro, entre los demás. En este tratado España se comprometió a devolver a Portugal las ciudades froterizas de Almeida y Chaves, y Colonia del Sacramento en Sudamérica (había sido tomada a los portugueses en 1763), con grades concesiones a los británicos, y sólo recuperando La Habana y Manila.[186]

Mientras, Portugal capturó territorios españoles en América del Sur en 1763: la mayor parte del valle del Río Negro, en la Cuenca del Amazonas, después de remover a los españoles del fuerte de São José de Marabitanas y del de São Gabriel da Cachoeira,[187]​ donde construyeron dos fortificaciones. Los portugueses, bajo el comando de Antônio Rolim de Moura Tavares, también salieron airosos al resistir al ejército español proveniente de Santa Cruz de la Sierra, que se aproximaba por la banda occidental del Río Iténez, puerta hacia la rica provincia del Mato Grosso.[188]​ El asilo al ejército español, reducido a menos de la mitad por enfermedad, hambre y deserciones, produjo su rendición, dejanto a los portugueses en posesión del territorio en disputa.[189]

En los texos portugueses de historia, la invasión casi no tiene mención. En la literatura portuguesa, es un punto ciego.

No obstante, en la literatura inglesa hay al menos un libro sobre el tema: Absolute honour, cuyo héroe (Jack Absolute) es un inglés que vive aventuras durante la invasión de los aliado españoles y franceses en 1762. Por motivos comprensibles, la campaña casi no tiene representación en la literatura española. La excepción está en el novelista y dramaturgo Benito Pérez Galdós, quien escribió sobre la batalla de Bailén, en la que un personaje, Santiago Fernández, describe con sarcasmo su participación en la campaña de 1762 defendiendo a su superior, el marqués de Sarriá:

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