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La Fé (1875-1891)



La Fé fue un diario carlista español editado entre 1875 y 1891 en Madrid durante la Restauración alfonsina. En un principio trató con respeto el proyecto de Unión Católica preconizado por Alejandro Pidal (aunque no se integraría en su partido), razón por la que se enemistó con su correligionario El Siglo Futuro y la corriente integrista defendida por este.

Desautorizado por Don Carlos en 1881, el diario La Fé se mantendría en los márgenes del carlismo hasta fundirse en El Correo Español en 1891, defendiendo una posición crítica respecto a la línea oficial, si bien en 1888 vería reforzadas sus posiciones al ser expulsado del carlismo El Siglo Futuro.[1]

Sucesor de La Esperanza (1844-1874), diario oficioso del carlismo durante el reinado de Isabel II y el Sexenio Revolucionario, La Fé vio la luz en 1 de diciembre de 1875, bajo el subtítulo de Periódico monárquico. Fue fundado y dirigido por Antonio Juan de Vildósola y posteriormente por el cuñado de este, Vicente de La Hoz, último director de La Esperanza. Apareció francamente carlista, a bandera desplegada, que sostuvo y defendió durante los dieciséis años de su existencia.[2]

En 1879 se imprimía en los talleres de Antonio Pérez Dubrull (Flor Baja, 22); en 1883, en la Imprenta Central, a cargo de Víctor Sáiz (Colegiata, 6), y desde 1888 hasta su cese, en la imprenta de Felipe Pinto (Bola, 8).[3]​ Editó numerosos libros y solía publicar las siguientes secciones fijas: «Parte oficial. — Artículo de fondo. — Política del día. — Provincias. — Extranjero. — Correo de hoy. — Gacetillas. — Santoral. — Bolsa».[4]

Entre los redactores de La Fé figuraba Leoncio González de Granda, que escribió la sección «Disparos al vuelo». Casi todos los trabajos iban sin firmas. Fueron colaboradores Rafael Abellán (entre 1879 y 1883), Valentín de Novoa, Juan Antonio Almela, entre otros, y su administrador era Miguel Ruiz. Publicó dos hojas, tituladas Revista Católica Semanal de La Fé y Hoja Literaria y Científica de La Fé.[3]

La Fé vio en el representante de Don Carlos, Cándido Nocedal, y su hijo Ramón, elementos perturbadores, y los combatió rudamente, así como al periódico de ambos, El Siglo Futuro, y los semanarios que a su sombra iban creándose.[2]​ La disputa entre ambos periódicos se originó cuando El Siglo Futuro acusó a La Fé de mesticería (complicidad con el liberalismo)[5]​ por acoger con respeto[6]​ el llamamiento en 1880 de Alejandro Pidal «a las honradas masas carlistas», que trataba de atraerlos hacia una política católica posibilista dentro del régimen de la Restauración, en lo que se conocería como Unión Católica, apoyada por buena parte del episcopado español.[7][8]

Por su parte, La Fé sostenía que Cándido Nocedal, un recién llegado al carlismo, no podía erigirse en director de la prensa católico-monárquica,[9]​ y acusaría a El Siglo Futuro de estar matando al carlismo al pretender convertirlo en obstáculo y rémora para la Iglesia en España y en juez y señor de los obispos y hasta del mismo papa León XIII.[10]​ En diciembre de 1882 el pontífice romano llegaría a intervenir en la disputa de la prensa católica española publicando una carta encíclica, Cum multa, en la que afirmó que no era posible identificar a la Iglesia con un partido político concreto.

A causa de sus continuas disputas con El Siglo Futuro, el 28 de enero de 1881 el diario fue desautorizado por Don Carlos mediante una carta que decía:

Habiendo resultado inútiles las advertencias, más amistosas que severas, que en diferentes ocasiones os he dirigido; vista la insistencia con que tratáis de entorpecer mis instrucciones y, mejor pudiera decir, mis órdenes, declaro que el periódico La Fé ha dejado de ser intérprete de la política tradicionalista, de la cual soy el único representante y jefe.

Con esta fecha envío a don Cándido Nocedal copia de la presente declaración.

Desde las páginas de La Fé, en 1881 el antiguo zuavo pontificio José María Carulla promovió una peregrinación carlista a Roma.[12]

Antes de que se intensificase el conflicto entre la prensa carlista, Isidoro Ternero, partidario de La Fé, afirmó haber ido a ver a Cándido Nocedal para suplicarle que cesaran los escándalos de El Siglo Futuro con los obispos y evitara que —según sus propias palabras— «un día pudiera ser condenada la comunión carlista por actos o doctrinas que pudiéndose considerar como de ella, se separaran de la doctrina católica y fueran condenadas por la Iglesia». Ante la negativa de Nocedal, Ternero crearía el semanario El Cabecilla, declarando la guerra a Nocedal con estas palabras:

Por su parte, Vildósola, escribió:

Desplazados del favor del Duque de Madrid, el 4 de noviembre de 1882, festividad de San Carlos Borromeo, los partidarios de La Fé mandaron a Don Carlos el siguiente telegrama:

El escritor y periodista carlista Navarro Cabanes definiría años después el telegrama como «sentida adhesión» y el comportamiento del diario La Fé como el de un «fiel guardián a la puerta de la mansión del Tradicionalismo».[3]​ No obstante, El Siglo Futuro, viéndose aludido en la frase «masones y liberales mal arrepentidos», consideró insultante el telegrama, y calificó de motín contra Don Carlos y su delegado en España el banquete en el Café Inglés de Madrid el 4 de noviembre de 1882 organizado por La Hoz, Vildósola y Rafael Balanzátegui. Don Carlos, a su vez, recibió la felicitación con desdén. Asimismo, la creación del semanario El Cabecilla fue vista por El Siglo Futuro como una provocación de «los rebeldes».[17]

A pesar de las acusaciones de mesticería vertidas por El Siglo Futuro contra La Fé, desde las páginas de La Fé también se atacó al periódico pidalino La Unión por pretender que el carlismo debía disolverse en un único partido católico bajo la jefatura de los obispos.[10]

Tras la muerte de Cándido Nocedal, Don Carlos decidió asumir personalmente la dirección del partido, defraudando a quienes pensaban que nombraría jefe delegado a Ramón Nocedal.[18]​ La tensión entre ambos diarios continuó. El Siglo Futuro llegó a defender la reinstauración de la Inquisición española y el 16 de enero de 1888 La Fé publicó un artículo titulado «Nuestra política», que presentaba una posición si bien dentro del carlismo, no concorde con el integrismo defendido por El Sigo Futuro, por lo que se acentuó la lucha sobre dos puntos de vista distintos que Don Carlos creía que podían subsistir dentro del carlismo. El Duque de Madrid intervino personalmente advirtiendo a Ramón Nocedal que no toleraría que se convirtiera en atizador perpetuo de discordia entre carlistas[19]​ y el 9 de julio acabó expulsando a El Siglo Futuro del carlismo. Nocedal se rebeló entonces y el 22 de agosto de 1888 El Siglo Futuro y más de una veintena de periódicos expulsados firmaron el llamado «Manifiesto de Burgos» que daría origen al partido integrista.[20]

En este contexto, los redactores de La Fé acabaron recobrando el favor del pretendiente, que permitió que este diario se fundiera el 7 de diciembre de 1891 en El Correo Español, nuevo órgano del carlismo fundado por Luis María de Llauder por mandato de Don Carlos, y que la redacción del viejo diario ingresara en el nuevo periódico.[3]El Correo Español afirmaría a este respecto:

A su vez, su rival El Siglo Futuro publicó un artículo titulado «¡S.T.T.L.!» en el que afirmaba que a los carlistas no les había valido rendirse a La Fé, y que se le daba muerte para «ver de vivir en paz y de procurar la unificación», pero que la verdadera causa de la desaparición del periódico era el debilitamiento del partido carlista, declarando que:

En su número 3.895, correspondiente al 30 de enero de 1890, La Fé publicó un artículo atacando al fenecido Cándido Nocedal, en algunos de cuyos párrafos, reproducidos por Navarro Cabanes, afirmaba:

Don Cándido Nocedal fué alternativamente en su vida pública, en sus actos políticos y en sus escritos literarios, enciclopedista volteriano, jansenista al descubierto, doctrinario regalista y monárquico dictatorial. Jamás estuvo, ni política ni religiosamente, en terreno firme. ¿Se quieren las pruebas? Pues allá van muy compendiadas; pero pueden ampliarse. En sus primeros años de vida pública y literaria escribió una Historia de España, de la que ya se conocen algunos extractos, gracias a El Pensamiento Galaico, que los dió a luz. Pues basta ver esos extractos para reconocer que la tal Historia es digna de figurar en la enciclopedia de Diderot y D'Alembert, y que no la hubiera concebido y escrito, con diferente espíritu y estilo, el doceañista más recalcitrante.

Pues si ahora nos trasladamos a los últimos años de la vida de don Cándido Nocedal, recordando las cartas que escribía a Vergara y eran condenadas por la autoridad eclesiástica, y sus arrogantes declaraciones a los Prelados, se tendrán en la vida de don Cándido suficientes testimonios de que jamás estuvo en el verdadero terreno en sus opiniones religiosas. Tan pronto se presentaba discípulo de Diderot como émulo de Jansenio; pero en el fondo, ni era Jansenio ni Diderot. Porque era todo lo que le convenía ser, siguiendo las circunstancias, para satisfacción de las ambiciones que abrigaba. Pero tampoco esas ambiciones tenían meta determinada, porque abarcaban todas las que se encierran en una soberbia sin igual.

Respecto a sus opiniones políticas, las fluctuaciones y cambios de don Cándido Nocedal son aún más conocidas, y están mejor probadas. En 1841 era fiscal de Espartero, asistiendo a las Vistas con uniforme de miliciano nacional; dos años después cantaba, en romances ramplones, las glorias de Prim. En 1854 se inclinaba a la conservaduría y al moderantismo. Pero sin perjuicio de pedir un monumento para O'Donell por lo de Vicálvaro, en Manzanares, y una corona para el general que ahogó en sangre el levantamiento de Zaragoza. En 1856 logró ser ministro moderado, y al reconocimiento del reino de Italia, casi se separó de doña Isabel. Acusaba a los carlistas de ser los causantes de todos los daños a la Iglesia y la Patria, y daba el último viva que se oyó en España a la soberana del reconocimiento del reino de Italia.

El año 71, veinticuatro horas después de haber buscado, como alfonsino, un distrito en las Baleares, se presentaba a la Junta Central Católico-monárquica pidiendo, como carlista, los distritos de Valmaseda y Pravia. Dos años después, al decretarse la prisión de la Junta Central, se retiraba a la vida privada, y en ella permanecía, negándose a ir al Norte durante la guerra y escribiendo después de ella cartas como la que no hace mucho se ha publicado.

El diario publicó novelas como El tirador canadés. Novela histórica mejicana, por J. Amard (traducida al español para La Fé por Franco de Vildósola y de la Hoz);[24]El honor de un apellido; Lágrimas y sonrisas, por Walter Scott; Capuletos y Montescos, por Felice Romani; La pista del crimen, por Wilkie Collins; o La Encina de Blaschmar, por Mary Elizabeth Braddon, que se hallaban a la venta en la Administración del periódico.[25][26]



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