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La ley de Herodes



La ley de Herodes es una película mexicana de 1999 dirigida por Luis Estrada. Se trata de una comedia satírica sobre la corrupción política en México, específicamente durante los mandatos encabezados por el Partido Revolucionario Institucional (PRI) en el país. Es protagonizada por Damián Alcázar, Pedro Armendáriz Jr., Isela Vega y Salvador Sánchez.

La película está ambientada en 1949, año en que gobernaba el presidente Miguel Alemán Valdés; sin embargo, debido a que fue filmada y estrenada durante la última década en que gobernó el PRI, antes de su primera derrota en elecciones nacionales, la trama se aludió más a una crítica hacia los sexenios de Carlos Salinas de Gortari y Ernesto Zedillo.[1]

El largometraje ganó once premios Ariel, entre ellos, a mejor película, mejor dirección, mejor actor (para Alcázar) y mejor actor de reparto (para Armendáriz Jr.). La ley de Herodes es la primera película de la tetralogía, no oficial, que dirige Luis Estrada con intención de crítica al gobierno mexicano, sucedida por Un mundo maravilloso, El infierno, y La dictadura perfecta.

En el año 1949, los habitantes de la localidad ficticia de San Pedro de los Saguaros decapitan de un machetazo al presidente municipal cuando trataba de huir del lugar con el dinero de los presupuestos del pueblo. Los habitantes del pueblo, en su gran mayoría indígenas, se habían rebelado debido a los abusos del alcalde priista.

La decapitación del alcalde resulta en un escándalo político que afectaría, en primera instancia, la imagen y la carrera del gobernador de la entidad (la película nunca menciona en que estado de la República Mexicana estaría ubicado el pueblo de San Pedro de los Saguaros). El gobernador, que pretendía ser el candidato de su partido (PRI) a la presidencia de la República en las elecciones federales de 1952 y, por ende, ser el sucesor del presidente Miguel Alemán Valdés, ve en el escándalo de la decapitación del alcalde una mancha que podría afectar su imagen de gobernabilidad y el control de su entidad, desplazándolo de la carrera presidencial en favor de su rival, el secretario de gobernación Adolfo Ruiz Cortines, quién a la postre sería el presidente de la República en el sexenio siguiente. Por tal motivo, encomienda a su mano derecha, el ambicioso y corrupto secretario de gobierno López, que nombre al sucesor del alcalde linchado para evitar que el escándalo cause más daño.

El licenciado López (Pedro Armendáriz Jr.), quien pretende ser el sucesor de su jefe en la gubernatura de la entidad, decide entonces nombrar a Juan Vargas (Damián Alcázar), encargado de un basurero y un mediocre y timorato miembro del PRI, como alcalde interino de San Pedro de los Saguaros. Al principio, el nuevo alcalde intenta hacer su trabajo de forma honrada y encomienda de la mejor manera traer el progreso y la justicia social; no obstante, pronto ve que los obstáculos son inmensos: la mayoría de los habitantes no hablan español, sino lenguas indígenas, y, además, los robos de los alcaldes anteriores (varios de ellos linchados de diferentes maneras), más la falta de apoyo económico del gobierno del Estado, han dejado al pueblo prácticamente sin fondos públicos para hacer obras materiales, como instalar drenaje, agua potable y luz eléctrica, entre otras cosas más que hasta 1949 no han llegado a San Pedro de los Saguaros. Es por tal motivo que, a instancias de su esposa, Vargas realiza un viaje a la capital para solicitarle apoyo económico al secretario de gobierno López, el mismo hombre fuerte del PRI local que le ha colocado en su puesto de alcalde. Este le dice que no le puede otorgar más dinero, ya que la mayor parte de los fondos públicos de la entidad se irán a las elecciones de ese año, con lo cual Vargas entiende que debe arreglárselas solo, además de afrontar la oposición tanto del médico local (un ruidoso candidato a la alcaldía del Partido Acción Nacional) como de Doña Lupe (la dueña del burdel). No obstante, López le entrega una copia de la constitución de México y un revólver, «la ley y el orden», y le dice que la única ley es la ley de Herodes: «O te chingas o te jodes». En su camino de regreso, se encuentra con un estadounidense caucásico en la carretera cuando su auto se descompone; el estadounidense mira debajo del capó, vuelve a conectar un cable y luego le pide a Vargas cientos de dólares. Vargas le comenta que él es el alcalde de San Pedro y que es bueno para el dinero, y luego se ríe mientras se aleja. De regreso al pueblo, un soborno de doña Lupe lo encamina hacia la corrupción.

Cuando Vargas se ha convertido así en el ejecutivo, el legislativo y el poder judicial de la aldea, todo en una sola persona, pronto se vuelve corrupto: primero, acepta los sobornos de doña Lupe (que se extiende a hacer visitas gratuitas a las chicas del burdel); luego, pasa a extorsionar al dueño de la tienda local y todos los aldeanos, incluso por las infracciones más pequeñas. Al ser interrogado, declara que está financiando un nuevo proyecto para llevar electricidad al pueblo con la ayuda de un ingeniero estadounidense (en realidad, el estadounidense que conoció antes, habiendo aparecido en San Pedro queriendo su dinero), una farsa que es obvia cuando solo se levanta un poste de luz; aun así, los aldeanos no se dan cuenta de esto, excepto el médico. Vargas se vuelve cada vez más corrupto, y, cuando el nuevo guardaespaldas de doña Lupe lo golpea severamente después de que ella se resiste a su autoritarismo, los mata a ambos en represalia. Tras cometer el crimen, incrimina a Filemón, el borracho local, por el crimen, y de camino a entregarlo a las autoridades estatales mata a Filemón en medio de la vía. Cuando regresa a la ciudad, descubre que su esposa (no ciega sobre sus visitas al burdel) y el estadounidense están teniendo una aventura, y el estadounidense huye. Mientras tanto, Vargas levanta falsas acusaciones contra el médico local, asignándole el papel de autor intelectual en el asesinato de doña Lupe; sin embargo, también se revela que el médico ha estado abusando sexualmente de la adolescente que le sirve de sirvienta, y Vargas usa esto para chantajearlo para que abandone el pueblo o se enfrente a la cárcel. Habiéndose librado de sus enemigos, Vargas se obsesiona con el poder hasta el punto que todo el pueblo lo desprecia, cobrando impuestos absurdos por todo, encarcelando a los que se niegan a pagar, confiscando sus posesiones (incluidos los animales) y reescribiendo varias leyes a su capricho.

Es en medio de esto que López y su secuaz, Tiburón, llegan a San Pedro, fugitivos luego de que los hombres de López intentaran disparar contra su rival por la gobernación del estado, quien también es sobrino del presidente Alemán. Al ver que el pueblo tenía riquezas después de todo, López exige todo el dinero que Vargas ha extorsionado a los aldeanos. Al descubrir que su esposa se ha escapado con el estadounidense, llevándose toda la fortuna con ellos, Vargas se enfurece y mata tanto a López como a Tiburón. Entonces parece que a Vargas le ha llegado la hora cuando está rodeado por una multitud de aldeanos con antorchas, pero, a diferencia del alcalde anterior, evita este destino trepando por el único poste que levantó, y se salva cuando llegan varios coches de policía tras la pista de López. Vargas reaparece al final de la película dando un discurso en el Congreso de la Unión, un lugar que ganó como premio por matar a López. Como Vargas dice en su discurso que su partido es la democracia, la película pasa a la escena de un nuevo alcalde que llega a San Pedro de los Saguaros exactamente de la misma manera que lo hizo Vargas al principio.

La película no fue bien vista por las autoridades encargadas de la difusión cinematográfica en México, pues, cuando hubo de ser sometida al filtro de la censura, aún se vivía bajo el mandato del PRI y se avecinaba un año electoral, el año 2000; sin embargo, la fuerte presión ejercida por el público —ansioso de ver una película de contenido político sin censura— y por varios medios impresos que se atrevieron a denunciar el bloqueo del cual era objeto logró que fuera finalmente exhibida en plena época de campañas electorales.

Puede considerarse como una de las grandes películas mexicanas de los últimos cuarenta años, no solamente por su calidad, humor irónico y mordaz, sino también por haber influido en muchos votantes para destronar del poder al partido hegemónico al cual retrata de cuerpo entero, con todos sus vicios, defectos y contradicciones. Lo que llama poderosamente la atención es la capacidad de síntesis de la que hace gala, pues refleja fielmente el estilo de «priista» de gobernar, las relaciones internas de poder en el partido, sus reglas para llevar a cabo la sucesión de los gobernantes, su forma de relacionarse con la Iglesia, con la oposición y con los Estados Unidos, y de cómo mediante el autoritarismo y la corrupción, el PRI, el gobierno, el Estado y sus instituciones, llegaron a convertirse en una y la misma cosa. Todo con la finalidad de consolidarse no solo en la cumbre del sistema político mexicano, sino de constituirlo en exclusiva.

Existe el libro La ley de Herodes y otros cuentos, de Jorge Ibargüengoitia, escrito en 1967, que si bien refleja muchas realidades culturales de lo mexicano, no guarda ninguna relación con la película ni el guion de esta, a pesar de la creencia que muchos tienen de que sí fue basada en esta obra.

Una de las partes más controvertidas de la película es la charla durante la cena con las personas más importantes de San Pedro de los Saguaros, donde se comenta brevemente sobre temas políticos que en México fueron muy delicados hace tiempo: La política de Expropiación petrolera de Lázaro Cárdenas, el unipartidismo mexicano y los resultados de la Revolución mexicana.

Canciones incluidas en la banda sonora:

Más información en: Resultados de la XLII Entrega del Ariel, del año 2000.

Este filme ocupa el lugar 51 dentro de la lista de las 100 mejores películas del mexicanas, según la opinión de 27 críticos y especialistas del cine en México, publicada por el portal Sector Cine en junio de 2020.[2]




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