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Las siete maravillas del mundo



Las siete maravillas del mundo antiguo fueron un conjunto de obras arquitectónicas y escultóricas que los autores griegos, especialmente los del período helenístico, consideraban dignas de ser visitadas. A lo largo del tiempo se confeccionaron diferentes listados, pero el definitivo no se fijó hasta que el pintor neerlandés Maerten van Heemskrerck realizó en el siglo XVI siete cuadros representando a las siete maravillas, las cuales eran: la Gran Pirámide de Guiza, los Jardines Colgantes de Babilonia, el Templo de Artemisa en Éfeso, la Estatua de Zeus en Olimpia, el Mausoleo de Halicarnaso, el Coloso de Rodas y el Faro de Alejandría.

La expresión «maravillas del mundo» parece ser fruto de un error de traducción. Según Charles River, la idea no era la de recoger obras extraordinarias que despertaran admiración, en griego «thamata», sino más bien «algo que ver», «theamata»; es decir, un listado de monumentos o lugares dignos de ser conocidos.

La lista que tiene mayor consenso es la siguiente, con sus elementos ordenados según su antigüedad:

Esta lista, fruto más del azar que de algún criterio técnico o estético, recoge tres obras con un claro fin religioso, el Coloso de Rodas a Helios, la Estatua en Olimpia a Zeus y el Templo en Éfeso a de Artemisa; dos que pueden considerarse erigidas por motivos hedonistas, el Mausoleo de Halicarnaso y los Jardines Colgantes;[nota 1]​ y por razones prácticas el Faro de Alejandría y la Gran Pirámide, esta última en el caso de resultar cierta la teoría de Kurt Mendelssohn, según la cual el reino unificado egipcio necesitaba ocupar en algo a su gran población mientras las tierras de cultivo permanecían inundadas.[1]

El título de Maravillas del Mundo Antiguo es fruto de un error de traducción. Obras como la publicada por Charles River (2012), indican que la idea inicial no era la de recoger obras extraordinarias que despertaran admiración,[8]​ cuya expresión en griego sería "thamata"; sino más bien "algo que ver", al emplear las primeras fuentes el término "theamata" con una "e"; siguiendo la idea de listar obras y también lugares, caso de la ciudad de Tebas, todos dignos de conocerse alguna vez.

No han quedado restos de la mayor parte de estas "maravillas" y las evidencias sobre su existencia o aspecto varían según las fuentes. La única que sigue en pie es la Gran Pirámide, si bien ha desaparecido su piramidión y su revestimiento. En cuanto a los Jardines Colgantes de Babilonia, hay dudas sobre su existencia real, al menos en la ciudad de Babilonia. De las dos estatuas de la lista, el Coloso y la imagen de Zeus, no se conserva ningún resto, aunque sí representaciones en monedas y descripciones de la segunda; la forma precisa del Coloso, en cambio, sigue siendo materia de debate. De los otros tres edificios, el Templo de Artemisa, el Mausoleo y el Faro han llegado hasta la actualidad descripciones, representaciones y algunos restos, de manera que se puede reconstruir con cierta precisión su aspecto.

Respecto al número, la razón de que fueran siempre siete, independientemente de la lista consultada, responde a la concepción helena, y también de otros pueblos colonizados por los griegos, que consideraba a la cifra prima más alta el número perfecto. Es relativamente normal que determinadas culturas experimenten predilección por determinadas cifras, si el mundo celta parecía sentir cierta simpatía por el tres,[9]​ los helenos y los pueblos bajo su influencia se decantaban más por el siete.

Lo mismo cabe decir de las veces que se debe perdonar, en principio se consideraban siete, para luego aumentar a «setenta veces siete» según Mateo 18:19-21.

Según Woods y Woods (2009, p. 4) y Erin Ash Sullivan (2011, p. 4) los griegos en particular tenían o tienen la costumbre de confeccionar listas con los más grandes o los más bellos ejemplos de cada especie. Estos autores le atribuyen el primer listado a Heródoto de Halicarnaso, considerado como el primer historiador, incluso Erin Ash Sullivan afirma que su obra reproduce la lista redactada por Heródoto. Pero este dato no deja de ser sorprendente, pues cuando Heródoto murió en 425 a.C., el príncipe Mausolo no había comenzado a gobernar, no existían el Coloso de Rodas y la propia ciudad de Alejandría no estaba siquiera planificada. Fernando Báez (2012, p. 102) por su parte indica que uno de los primeros en realizar una enumeración fue Calímaco de Cirene en el siglo IV a.C., el bibliotecario de la Biblioteca de Alejandría, quien escribió un libro titulado Sobre las maravillas de todas clases reunidas por lugares.

La confección definitiva de la lista resultó un proceso prolongado en el tiempo y nació tras numerosas referencias de distintos autores, si bien existía el consenso tácito de acotar su número a siete, una cifra de valor totalizador.[2]​ La costumbre griega de confeccionar listas con los más grandes o los más bellos ejemplos de cada especie se remonta a Hecateo de Mileto y Heródoto de Halicarnaso, quienes sin embargo no recogieron una lista de maravillas y, por motivos cronológicos, no incluyeron monumentos como el Mausoleo, el Coloso o el Faro. Uno de los primeros en realizar una enumeración de maravillas, fue Calímaco de Cirene (siglo IV a.C.), bibliotecario de la Biblioteca de Alejandría, quien escribió un libro titulado Sobre las maravillas de todas clases reunidas por lugares.

Suele considerarse que un primer testimonio de las siete maravillas del mundo se recogía en los Laterculi Alexandrini (siglo II a. C.), pero el papiro donde se ha conservado (papiro de Berlín 13044) está en mal estado y la lista aparece incompleta, ya que solo recoge el Mausoleo, las pirámides y el templo de Artemisa.[10]

Charles River (2012), Lynn Curlee (2002) y también el ya mencionado Fernando Báez (2012, p. 102-103) recurren al poema redactado por Antípatro de Sidón hacia finales del siglo II a.C. en el cual ya menciona nombres. Según Báez la descripción es muy escueta, pero ya cuenta una enumeración de monumentos que sí pudo contemplar Antípatro, al menos sus ruinas. El poema reza:

Este autor no menciona el faro de Alejandría y en su lugar incluye las murallas de Babilonia. De la misma manera, se refiere a las Pirámides en plural, no solo a la Gran Pirámide. Aquí surge un primer problema que ha causado cierta polémica hasta el siglo XX: la inclusión de los Jardines Colgantes porque este autor es uno de los pocos que lo menciona y resulta muy difícil encontrar referencias a estos monumentales jardines en las fuentes mesopotámicas y clásicas. [11]​.

También se relacionan con las maravillas los lugares citados en un tratado titulado Περὶ τῶν ἑπτὰ θεαμάτων (Sobre las siete maravillas), que fue atribuido al bizantino Filón, un autor que vivió en torno al 300 a. C. Sin embargo, la opinión de la crítica se inclina por que en realidad se trata de un texto mucho más tardío, probablemente del siglo IV d. C.[12]​ En esta lista figuran los mismos lugares que los citados por Antípatro, aunque la parte correspondiente al mausoleo de Halicarnaso está mutilada.[13][14]

La primera mención de una obra romana en algún listado que se tenga noticia la da Gregorio Nacianceno en su libro De septem mundi espectaculi, como recoge Báez (2012, p. 105). El de Nacianzo ponderó:

En la Alta Edad Media, Beda el Venerable escribió De septem mundi miraculis, en la cual también incluye construcciones romanas y descarta las Pirámides. Su selección fue bastante diferente de las anteriores:[15]

Como puede apreciarse, las divergencias ente unos autores y otros eran considerables, hasta el punto de que solo la obra más breve, el Coloso de Rodas, fue la única con unanimidad a la hora de ser mencionadas, todas las demás causan baja en una u otra selección. Por otra parte tampoco existió un criterio de selección; así aparecen edificios, esculturas e incluso ciudades enteras.

Las cuatro selecciones antes citadas son recogidas por la bibliografía, pero existieron otras donde aparecía el Templo de Salomón o el Arca de Noe en lugar de, por ejemplo, el Faro.[2]​ Para Eva Tobalina la lista de referencia fue obra del autor franco altomedieval Gregorio de Tours.[16]​ Según Curlee (2002, p. 1 y 2) la fijación de la lista definitiva fue posterior y vino tras aparecer una representación pictórica de las mismas. Como se ha indicado, muchas estaban desaparecidas a mediados del siglo XVI y no se conocía su apariencia. En ese siglo el pintor neerlandés Maerten van Heemskrerck realizó una serie de pinturas y dibujos sobre las maravillas del mundo antiguo. Se decantó por la Estatua de Zeus y el Faro, descartó las murallas a cambio de los Jardines Colgantes e incluyó las siempre presentes Templo de Artemisa y Coloso de Rodas, además de la Gran Pirámide. Por lo tanto, según Curlee (2002, p. 1 y 2) la elección de las obras no se debió a criterios estéticos, técnicos o religiosos; sino a las preferencias de un pintor que las dotó de una imagen, aunque bastante alejada de cómo debieron ser. Por supuesto, el artista neerlandés no contaba con los conocimientos de arqueología, historia, arquitectura y escultura posteriores, por lo que cometió numerosos errores:

Roland Gööck (1968) ha indicado que ya en la primera referencia de Filón de Bizancio aparecen únicamente obras humanas que los griegos pudieran admirar, no se recoge ninguna maravilla natural ni ninguna ruina, por majestuosa que esta fuera. En parte es por eso que se habla de una octava maravilla del mundo: la Torre de Babel, el zigurat de Babilonia; [17]​ pero este edificio ya estaba en ruinas cuando llegaron los soldados de Alejandro Magno y las listas de los dos griegos fueron elaboradas siglos después, según Gööck (1968).[nota 2]

Autores como los citados Erin Ash Sullivan (2011, p. 4) y Woods y Woods (2009, p. 4) indican una tendencia de los griegos a nombrar construcciones de su mundo. La primera incluso afirma que no viajaron mucho y, por ese motivo, no aparece la Gran Muralla China o Stonehenge. Sin embargo, como apunta Yolanda Fernández Lommen (2001, p. 269), cuando Filón de Bizancio escribió De septem orbis miraculis los chinos estaban iniciando la construcción de la Gran Muralla, en el mejor de los casos. Respecto a la inclusión del conjunto megalítico inglés, las actuales islas británicas eran una tierra muy poco conocida por los helenos, incluso para los romanos constituían «la última frontera» y fueron conquistadas después de que cayeran otros lugares mucho más alejados de Roma,[18]​ por tanto se tenían muy pocas noticias de su interior.

Pero la idea de ser una lista helenofílica tiene detractores. Gööck (1968) puntualiza que solo una de las maravillas estaba en la Hélade continental, la estatua de Zeus en Olimpia. Ciertamente el Coloso, el templo de Artemisa y el Faro son muestras del Helenismo, no así la tumba de Mausolo, más deudora de la cultura persa aqueménida que griega. Sin reminiscencia helenas de ningún tipo son las otras dos construcciones. La Gran Pirámide pertenece al Imperio Antiguo y requería ir hasta Egipto para verla. Algo más próximos en el tiempo, pero mucho más separada en el espacio estaban los Jardines, levantados por el Imperio babilónico en un lugar, el río Éufrates, que demandaba un viaje de meses desde cualquier punto de Grecia. Como segundo argumento en contra del posible sesgo heleno Gööck (1968) formula una pregunta retórica ¿cómo es posible que no esté incluida la Acrópolis de Atenas?, un conjunto admirado ya por los griegos y los romanos mucho antes de colocarse una sola piedra del Faro o una pieza del Coloso.

Siguiendo un orden decreciente, de las que cuentan con menos vestigios a las que más, estos son las evidencias que se tienen de las siete obras:

La maravilla más desconocida de todas es el Coloso de Rodas. Se poseen descripciones de la estatua y de su tamaño en comparación con los seres humanos, pero no han llegado representaciones del mismo ni de su emplazamiento.[19]​ No se sabe con certeza si los rodios reconvirtieron la máquina de asedio Helépolis en una estatua, como indica Filón de Bizancio, o vendieron las piezas que no se pudieron utilizar y con lo cobrado financiaron la construcción del monumento, según Fernando Quesada Sanz (2009, p. 225). Tampoco se conoce su emplazamiento, pese a poder descartarse la bocana del puerto, se piensa más bien en algún lugar alto de Rodas, pero se sabe que sus restos fueron vendidos como chatarra décadas después de caer «sobre las casas» y no en la bocana del puerto. Por este motivo su reconstrucción ha cambiado mucho con los siglos, lo mismo que la ubicación exacta.[5]

La existencia de los Jardines Colgantes es discutida. Beroso sí los menciona y también Diodoro Sículo,[20]​ lo mismo que Estrabón y Flavio Josefo,[16]​ pero en las fuentes babilónicas no aparecían, ni tampoco Heródoto aporta testimonios, aunque sí habla de las murallas o el palacio. Estas ausencias hacen dudar a Gööck (1968) y a otros autores sobre la veracidad de los testimonios dados por Diodoro. El autor apunta a una posible fantasía de los soldados grecomacedonios deslumbrados por la exuberancia del Éufrates tras haber transitado por inmensas regiones semiáridas o desérticas del Imperio persa. Sin embargo, a principios del siglo XX, el arqueólogo Robert Koldewey excavó los cimientos de una serie de terrazas con canales para el agua distantes del río Éufrates algunos cientos de metros. Según este autor, los Jardines Colgantes no serían lineales, sino en círculo, formando un jardín privado y no a la vista del público.[16]​ Otros asiriólogos como Donald Wiseman han defendido las teorías de Koldewey posteriormente.[5]​ Aun con todo, Stephanie Dalley (2013) encontró a principios del siglo XXI en tres tabillas llevadas al British Museum la descripción de un jardín aterrazado y abovedado construidos por Senaquerib en Nínive. El documento asirio aporta descripciones de grades obras hidráulicas para subir el agua y de las plantas llevadas desde todo el imperio asirio. Para la autora británica los famosos Jardines nunca fueron construidos en Babilonia; sino en Nínive, capital de Asiria, y los griegos confundieron una ciudad con la otra. Sin embargo, es posible que los dos jardines existieran realmente y que la obra de Nabuconodosor utilizada los ingenios hidráulicos y la experiencia de Senaquerib.[16]

De la Estatua de Zeus en Olimpia se cuenta con descripciones detalladas sobre su tamaño, postura y materiales con los que se construyó. Además se conservan los cimientos del templo donde fue levantada, pudiéndose confirmar sus dimensiones. No queda ningún resto de la misma que se sepa, sin embargo sí ha sobrevivido su representación en monedas, al contrario que la obra emplazada en Rodas. Asimismo, han llegado a nuestros días varias obras de su autor que pueden dar idea del estilo escultórico utilizado por Fidias.[5]

Algunos vestigios más se conservan del Mausoleo de Halicarnaso, guardados en museos o reutilizados en la construcción del castillo. Pese a todo, aún son visitables parte de sus cimientos y la ubicación de la tumba del rey con la piedra que la protegía[21]​ Al visitar el castillo pueden encontrarse algunas piedras intactas con inscripciones que permiten identificarlas como parte del monumento al sátrapa Mausolo.[5]

Un destino parecido sufrieron los restos del Faro de Alejandría, reutilizados en levantar otro castillo a las afueras de la ciudad egipcia. El edificio fue la segunda maravilla que más aguantó por su sólida estructura y la gran calidad de los materiales empleados, además es una de las maravillas mejor conocidas gracias a los aportes de la numismática y los distintos relatos de griegos, romanos y árabes que llegan hasta el 1371,[7]​ lo que no sucede con el Coloso, los Jardines Colgantes ni la Estatua de Zeus. Pero no es de la que más restos se conservan, empezando porque no se conoce si su emplazamiento está bajo el mar o lo ocupa el castillo construido posteriormente.

Sobre el Templo de Artemisa se conocía su diseño con bastante exactitud gracias a la descripción dada por Plinio el Viejo.[22]​ Además aparece mencionado en muchos manuscritos distintos y muy cercanos en el tiempo. No en vano en el Templo el apóstol Pablo comenzó su predicación al «Dios desconocido». También fue en sus escaleras donde los sicarios de Cleopatra VII asesinaron a su hermana.[23]​ Sin embargo, las dimensiones descritas por Plinio el Viejo junto con otros autores, no fueron creídas durante mucho tiempo: ¿cómo iba a existir un templo cuatro veces más grande y casi el doble de alto que el Partenón de Atenas?, preguntaba Gööck (1968). Pese a ello, los hallazgos arqueológicos y no pocos restos dejan lugar a pocas dudas. Actualmente los cimientos están cubiertos por el pantano, pero se conservan algunas columnas en su emplazamiento inicial y otras esparcidas por los alrededores.

La mejor conservada es, sin duda, la Gran Pirámide. Pese a ello ahora mide 15 metros menos de lo que alcanzó cuando fue terminada, pues ha sufrido a lo largo de los siglos la sustracción de su revestimiento de piedra caliza blanca extraída en Tura (Egipto). También los árabes practicaron en ella destrozos para llegar a los túneles interiores, pero la mayor parte de su estructura se conserva junto a posibles estancias aún por conocer.[24]

En la actualidad, la única de las 7 maravillas que sigue en pie es la Gran Pirámide de Guiza, las otras seis han desaparecido de la faz de la Tierra.

De todas estas obras solo tres fueron destruidas por causas naturales: el Faro de Alejandría, el Coloso y el Mausoleo, todas ellas por terremotos. El Artemision de Éfeso lo fue por vandalismo humano, y debemos suponer que las otras dos también. Los Jardines Colgantes de Babilonia fueron reducidos a ruinas junto con la ciudad, y la Estatua de Zeus en Olimpia fue destruida para evitar el culto pagano después de que el Imperio Romano se convirtiera al cristianismo. Incluso la Gran Pirámide ha perdido gran parte de su lustre, pese a seguir siendo el edificio más grande construido en piedra. Pero en el fondo la mayoría desaparecieron por no seguir teniendo una misión que cumplir, ya sea esta religiosa o de otra índole, sobre todo tras la llegada de nuevos credos como el cristianismo o el islam.

Desde el siglo XIX se han confeccionado diversas listas de maravillas, incluyendo entre otras: Stonehenge, el Coliseo de Roma, las Catacumbas de Kom el Shogafa, la Gran Muralla China, la Torre de Porcelana de Nankín, Santa Sofía de Constantinopla y la Torre Inclinada de Pisa.Albaigès (1996, p. 372.)

Del mismo modo han aparecido varias más sobre las Nuevas siete maravillas del mundo moderno o maravillas naturales. En la cultura popular aún está presente la idea de siete maravillas, en los videojuegos de la serie Civilization se pueden construir siete maravillas por época, como el Taller de Leonardo da Vinci, la embajada de Marco Polo o la Estatua de la Libertad.[25]



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