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Imperio aqueménida



El Imperio aqueménida (persa: شاهنشاهی هخامنشی; persa antiguo: 𐎧𐏁𐏂𐎶 Xšāça, "El Imperio"[2][3]​) es el nombre dado al primer y más extenso de los imperios de los persas,[4]​ el cual se extendió por los territorios de los actuales estados de Irán, Irak, Turkmenistán, Afganistán, Uzbekistán, Turquía, Rusia, Chipre, Siria, Líbano, Israel, Palestina, Grecia y Egipto. El imperio fue fundado por Ciro el Grande tras independizar Persia y conquistar Media en el año 550 a. C.[4]​ y alcanzó su máximo apogeo durante el reinado de Darío el Grande (r. 522-486 a. C.), cuando llegó a abarcar parte de los territorios de Libia, Bulgaria y Pakistán, así como ciertas áreas del Cáucaso, Sudán y Asia Central. Las grandes conquistas hicieron de Persia el imperio más grande en extensión hasta entonces,[4]​ lo que la convirtió en quizás la primera superpotencia del mundo.[3]​ Su existencia terminó en el año 330 a. C. cuando el último rey aqueménida, Darío III, fue vencido por el conquistador macedonio Alejandro Magno.[4]

El imperio debe su nombre a la dinastía que lo gobernó: los aqueménidas, fundada por un personaje semilegendario, Aquémenes.[4]​ En la historia de Occidente, el Imperio aqueménida es conocido sobre todo por su condición de rival de los antiguos griegos, especialmente en dos períodos, las Guerras Médicas y las campañas del macedonio Alejandro Magno.

Las fuentes para el estudio del Imperio aqueménida son especialmente problemáticas, no tanto por su escasez como por ser a menudo contradictorias entre sí. Asimismo, no todas las regiones ni las épocas están documentadas por igual: en el aspecto cronológico, la mayor parte de la documentación se refiere al siglo V a. C., en tanto que de la época anterior a la conquista de Alejandro hay mucha menos información; en el aspecto geográfico, es mucho más abundante la información referente a las regiones occidentales del Imperio, más cercanas a las ciudades griegas, que a su parte oriental.[5]

Antes de que se iniciasen las excavaciones arqueológicas, la historia aqueménida se conocía únicamente a través de los escritos de autores clásicos (griegos y, en menor medida, romanos), y de la Biblia. Entre los autores clásicos destaca particularmente el historiador griego Heródoto, que escribió en el siglo V a. C., y cuyo propósito principal es exaltar los éxitos de los griegos durante las Guerras Médicas. Su obra es útil para conocer el primer período de la historia aqueménida, especialmente en lo que se refiere a su frontera noroccidental. Durante el siglo IV a. C. aportan también información sobre el Imperio aqueménida las obras de Ctesias y de Jenofonte. Todos los autores griegos, sin embargo, coinciden en lo esencial de su visión del Imperio aqueménida: por un lado, admiran su riqueza y su poder, pero por otro consideran su sistema político corrupto y decadente, y presentan al monarca como una figura débil, víctima de las maquinaciones de las mujeres y los eunucos de la corte.[5]

En la Biblia, en los libros de Esdras y de Nehemías, los persas aparecen como restauradores del Templo de Jerusalén y defensores del culto a Yahvé: la imagen que de ellos se muestra es muy positiva, ya que acabaron con la cautividad de Babilonia. No obstante, en el Libro de Ester, muy probablemente escrito en época helenística, la imagen que se da de los persas es muy similar a la que puede encontrarse en las obras de autores griegos.

En época aqueménida, el persa antiguo, antecesor del actual idioma persa hablado en Irán, se escribía en una variedad de escritura cuneiforme que solo comenzó a ser descifrada a comienzos del siglo XIX, gracias sobre todo a los esfuerzos de Henry Rawlinson y a su trabajo con la Inscripción de Behistún, que hace un relato pormenorizado de las circunstancias en que Darío I accedió al poder. Actualmente, se conocen numerosas inscripciones en antiguo persa, pero, con una sola excepción recientemente identificada,[6]​ estas se restringen al ámbito de las declaraciones de la realeza, expresiones de su poder e ideología. Son fuentes de información útiles para conocer la actividad constructora de los reyes, y la imagen que estos tenían de sí mismos, pero no suelen proporcionar información sobre otros ámbitos (la única de carácter narrativo es la de Behistún).

Junto con las inscripciones son también una importante fuente de información los textos en arameo y en egipcio demótico hallados en Egipto,[7]​ así como un número importante de documentos en idioma acadio hallados en Babilonia. Entre estos últimos se destacan numerosos archivos administrativos de los templos y de algunas familias poderosas como Egibi y Murashu.[5]​ Adicionalmente, los archivos elamitas de Persépolis (el de la Fortaleza y el del Tesoro) iluminan la "economía real" del área de las capitales.[8]

Las excavaciones son todavía muy incompletas. Las principales son los grandes centros reales, Pasargada, Persépolis y Susa, así como tumbas rupestres como las de Naqsh-e Rostam. Las excavaciones se han visto dificultadas porque algunos sitios, como por ejemplo, Arbela y Ecbatana, están actualmente cubiertos por grandes ciudades modernas (Erbil y Hamadán, respectivamente). Otro factor negativo es el tradicionalmente escaso interés de los arqueólogos por el período en cuestión, lo que llevó a que los niveles de ocupación de época aqueménida hayan sido pobremente documentados.[9]

Persia comenzó como un estado tributario del Imperio medo, pero esta terminó derrocándolo y amplió sus dominios hasta abarcar Egipto y Asia Menor. Con Jerjes I llegó casi a conquistar la Antigua Grecia, pero fueron eventualmente derrotados por las fuerzas griegas.

Los persas pertenecían a los grupos iranios que se habían establecido siglos atrás en la meseta de Irán, y habitaban la actual provincia de Fars (Irán), una región de tradicional influencia elamita. Se dedicaban de modo destacado a la cría de ganado, aunque con el tiempo fueron adoptando la agricultura. La historia de los primeros reyes persas, quienes habrían vivido durante el siglo VII a. C. y la primera mitad del siglo VI a. C., es poco conocida. De acuerdo con la genealogía tradicional, basada en la Inscripción de Behistún de Darío I (ca. 518 a. C.) y en el historiador griego Heródoto de Halicarnaso, los persas habrían sido gobernados por la dinastía aqueménida, fundada por su epónimo Aquemenes (en antiguo persa, Haxamaniš, ‘el que tiene el espíritu de un seguidor’[10]​). Le sucedió su hijo Teispes (Cišpi), de quien se sabe por inscripciones de sus sucesores que utilizó el título de "rey de Anshan".[11]

La dinastía se habría dividido entonces en dos linajes: uno comenzado por Ciro I, rey de Anshan, y continuado por su hijo Cambises I y su nieto Ciro el Grande, y otro por Ariaramnes, bisabuelo de Darío I. Ciertas inscripciones se refieren a Ariaramnes y a su hijo Arsames como reyes de Persia. Esto llevó a que se especulara sobre una supuesta división del reino de Teispes entre Ciro I y Ariaramnes, quienes habrían reinado, respectivamente, en Anshan y en Persia. [12]

Resulta llamativo que, mientras Darío insiste constantemente en su ascendencia aqueménida, esta es completamente ignorada por Ciro el Grande, el cual solo se remonta hasta Teispes en sus inscripciones. Esto ha llevado recientemente a algunos estudiosos a pensar que las líneas de Ciro ("téispida") y Darío ("aqueménida") no estaban relacionadas.[13]

Según Heródoto, los persas de las épocas tempranas eran vasallos de sus poderosos vecinos, los medos.

Gracias a Ciro (555-529 a. C.), rey de Anshan, el dominio medo sobre la meseta iraní fue breve. Ciro creó un poderoso ejército siguiendo el modelo de los antiguos asirios. Cuando sucedió a su padre Cambises I en el 559 a. C., las entidades políticas hegemónicas en la región eran el Imperio neobabilónico, el reino medo, Lidia y Egipto.[14][15]​ Entre los años 553 y 550 a. C., Ciro derrotó al rey medo Astiages, tomó su capital, Ecbatana, y llevó sus tesoros a Anshan. La Crónica de Nabonido informa que el rey persa resultó favorecido por el amotinamiento de las tropas medas contra su propio rey, hecho confirmado por la historia que narra Heródoto (i, 123-128) sobre la traición del general medo Harpago.[14]

Tras unificar a los persas y someter a los medos, Ciro, llamado después "el Grande", emprendió la conquista de Babilonia (con lo que puso fin al Imperio neobabilónico), Siria, Judea y Asia Menor. El reino de Lidia, en Asia Menor, cayó en poder de Ciro hacia el 545 a. C.[16]​ Se cree que la guerra contra el Imperio neobabilónico, que se encontraba rodeado por los persas en sus fronteras oriental y septentrional, habría comenzado hacia finales de la década de 540 a. C. En cualquier caso, en el año 539 Babilonia fue tomada por el general persa Gobrias, haciéndose presente Ciro días más tarde. El nuevo gobernante asumió la titulatura regia babilonia, que incluía los títulos de rey de Babilonia, rey de Sumer y Akkad y rey de los países. Ciro se presentó a sí mismo como el "salvador" de las naciones conquistadas. Para reforzar esta imagen y "crear condiciones de cooperación con las elites locales",[17]​ protegió los cultos (como el de Marduk en Babilonia) y restauró templos y otras infraestructuras en las ciudades recientemente adquiridas. Con ello Ciro se ganó el apoyo de buena parte de la casta sacerdotal de Babilonia, la que en los textos (el Cilindro de Ciro, el Poema sobre Nabonido) por lo general se muestra favorable hacia él. En el Tanaj, Ciro es bienvenido por el Segundo Isaías, un judío de Babilonia. Asimismo, de acuerdo a los libros bíblicos de Esdras y Nehemías, Ciro permitió regresar a Judea y reconstruir el Templo a los judíos cautivos en Babilonia. A diferencia de los conquistadores asirios y babilonios precedentes, Ciro trató con benevolencia a los pueblos sometidos y perdonó a los reyes enemigos. En general, Ciro siguió la estrategia de dejar las estructuras administrativas de los lugares conquistados, pero sometiéndolos al poder imperial.[18]

Ciro murió en el 530 a. C. durante una campaña contra los masagetas de Asia Central, y fue sucedido por su hijo Cambises II (530-522), quien continuó su labor de conquista. Dirigió la conquista de Egipto, presumiblemente planeada con anterioridad. Falleció en julio de 522 a. C. como resultado de un accidente o suicidio, durante una revuelta liderada por un clan sacerdotal que había perdido su poder después de que Ciro conquistase Media. En el momento de la muerte de Cambises, el Imperio se extendía desde el Mediterráneo (incluyendo Egipto y Anatolia) hasta la cordillera del Hindu Kush en el actual Afganistán, lo que marcó la máxima extensión del Imperio aqueménida y configurando el mayor imperio hasta entonces conocido en el Próximo Oriente.

Según la Inscripción de Behistún, cuando Cambises se encontraba en Egipto, cierto Gaumata se rebeló en Media haciéndose pasar por Esmerdis (pers. Bardiya), el hermano menor de Cambises II, quien había sido asesinado unos tres años antes. Debido al despótico gobierno de Cambises y su larga ausencia en Egipto, "todos los pueblos, persas, medos, y las demás naciones", reconocieron al usurpador, especialmente porque él garantizaba el perdón de los tributos durante tres años (Heródoto iii, 68). Este Gaumata es uno de los sacerdotes revueltos contra el rey Cambises, a los que Heródoto llama magos. El pseudo-Esmerdis gobernó durante siete meses antes de ser derrocado en el 521 a. C. por un grupo de nobles encabezado por Darío, quien se proclamó rey en su lugar. Las posteriores rebeliones, desatadas a lo largo y a lo ancho del Imperio, fueron derrotadas sucesivamente por Darío y sus generales; en el 518 a. C. la paz se había restablecido. Para garantizar su legitimidad, el nuevo rey contrajo matrimonio con las esposas de su predecesor (una práctica usual), entre las que se incluían dos hijas y una nieta de Ciro. Una de ellas, Atosa, dio a luz al futuro soberano Jerjes I.

Es importante destacar que la pretensión de que Gaumata era un falso Esmerdis deriva de Darío. Los historiadores se encuentran divididos sobre la posibilidad de que la historia del impostor fuera un invento de Darío como justificación para su golpe de estado.[19]​ Darío hizo afirmaciones semejantes cuando más tarde capturó Babilonia, anunciando que el rey babilonio no era, de hecho, Nabucodonosor III, sino un impostor llamado Nidintu-bel,[20]​ y cuando un año después de la muerte del primer pseudo-Esmerdis (Gaumata), un segundo pseudo-Esmerdis (llamado Vahyazdata) inició una rebelión en Persia.

Darío se dedicó fundamentalmente a organizar el extenso imperio heredado. Territorialmente, reestructuró las satrapías, existentes ya desde el reinado de Ciro, estableciendo veinte satrapías encabezadas normalmente por miembros de la familia real y de las familias aristocráticas. En cuanto a su actividad constructora, destaca sobre todo la fundación de Persépolis (518-516 a. C.), así como la realización de trabajos en Ecbatana (moderna Hamadán) y Susa. Durante el reinado de Darío continuó la expansión territorial: Tracia y la India fueron anexionadas, mientras que las tropas persas fueron derrotadas por los escitas europeos (ca. 513 a. C.) y por los griegos en la primera guerra médica. Fue también Darío quien convirtió en religión oficial el mazdeísmo. Construyó el Camino Real de Susa a Sardes: carretera desde la capital de Lidia (oeste de la actual Turquía) hasta Susa para llevar el correo imperial. Esto aseguraba de alguna manera el control absoluto sobre sus sátrapas, quienes tenían su propia corte y ejército pero no podían fallar en dar tributo a su emperador. Este tributo era proporcional a la riqueza de cada región.

Durante el primer tercio del siglo V a. C., persas y griegos compitieron por el dominio sobre las ciudades griegas de Asia Menor, las costas del Mediterráneo y el control de los puertos comerciales, así como el acceso al trigo de las costas del mar Negro. Estos conflictos fronterizos comenzaron con las sublevaciones jonias e incluyeron el incendio de Atenas por parte de los persas, en represalia por la destrucción de Sardes.

La primera fase (490 a. C.) consistió en una invasión por mar de un ejército persa enviado por Darío I. El ejército persa desembarcó en la Grecia continental, que protegía a las rebeldes colonias griegas bajo su égida. Milcíades encabezó un ejército que partió a detener a los persas; los venció sorprendentemente en la batalla de Maratón del 490 a. C.; debido a esta derrota, el rey persa se vio obligado a fijar los límites de su imperio de nuevo en Asia Menor.

A pesar de ello, para el siglo V a. C. los reyes aqueménidas gobernaban territorios que abarcaban aproximadamente Irán, Irak, Armenia, Afganistán, Turquía, Bulgaria, gran parte de Grecia, Egipto, Siria, Pakistán, Jordania, Israel, Cisjordania, Líbano, Caucasia, zonas de Asia Central, Libia, y el norte de Arabia. El Imperio con el tiempo se convirtió en el más grande del mundo antiguo.

La segunda fase de las guerras empezó el año 480 a. C., con una nueva invasión persa. El rey Jerjes I (485-465 a. C., persa antiguo Xšayarša, ‘héroe entre reyes’), hijo de Darío I, despachó un ejército por tierra a Grecia. Penetró en esta por el norte, sin encontrar apenas resistencia en Macedonia y Tesalia, pero un pequeño contingente griego lo detuvo durante tres días en las Termópilas. Se trataba de un ejército de las múltiples ciudades-Estado griegas de aproximadamente seis mil guerreros (espartanos, tespios, tebanos...) dirigidos por el rey de Esparta Leónidas I. Trescientos espartanos, setecientos tespios y cuatrocientos tebanos acaudillados por Leónidas murieron en la batalla conteniendo a los persas, mientras el resto del ejército se retiraba hacia Ática, tras ser traicionados por un griego que enseñó al enemigo un camino que le permitió atacarlos por la espalda. En la batalla naval simultánea en Artemisio, grandes tormentas destruyeron naves de los dos bandos. El enfrentamiento concluyó prematuramente cuando los griegos tuvieron noticia de la derrota en las Termópilas y se retiraron. Fue una victoria estratégica de los persas que les dio el control de Artemisio y del mar Egeo, que a partir de entonces dominaron sin oposición.

Después de su victoria en la batalla de las Termópilas, Jerjes saqueó Atenas, que había sido evacuada, y se preparó para enfrentarse a los griegos en el estratégico istmo de Corinto y el golfo sarónico. Los habitantes de Atenas se habían refugiado en la pequeña isla de Salamina; cuando los persas llegaron a Atenas la incendiaron y marcharon hacia la isla. En 480 a. C. los griegos obtuvieron una decisiva victoria en la batalla naval de Salamina, en la cual los pequeños y ágiles barcos atenienses derrotaron a los pesados y grandes barcos persas. El descalabro obligó a Jerjes a retirarse a Sardes. El ejército que dejó en Grecia, al mando de Mardonio, fue destruido en el año 479 a. C. en la batalla de Platea. La derrota final de los persas en Micala animó a las ciudades griegas de Asia a sublevarse, y marcó el final de las guerras médicas y de la expansión persa en Europa.

Después de los fracasos militares de la Segunda Guerra Médica, los aqueménidas detuvieron su expansión y perdieron algunos territorios. Cuando Jerjes murió asesinado en el 465 a. C., se desató una crisis sucesoria en la que terminaría por imponerse Artajerjes I (465-424 a. C.), quien trasladó la capital de Persépolis a Babilonia. Fue durante este reinado que el elamita dejó de ser el idioma del gobierno, y ganó en prominencia el arameo. Fue probablemente durante este reinado que se introdujo como calendario nacional el calendario solar (basado en el babilónico).[cita requerida]

Artajerjes I murió fuera de Persis, pero su cuerpo fue llevado allí para ser enterrado junto a sus antepasados, probablemente en Naqsh-e Rustam. Se produjo una situación similar a la de la muerte de Jerjes I. Los tres hijos de Artajerjes disputaron el trono, sucediéndose en el mismo año Jerjes II (su hijo mayor, que le sucedió y fue asesinado por uno de sus hermanastros unas pocas semanas más tarde), Sogdiano, y Darío II. Darío II, que estaba en Babilonia cuando murió su hermano Jerjes, reunió apoyo para sí mismo, marchó hacia el Este y depuso y ejecutó al asesino y fue coronado en su lugar.

Darío II reinó en el período 424 a. C.-404 a. C. y colaboró con Esparta en la Guerra del Peloponeso. Desde el año 412 a. C., Darío II, por insistencia de Tisafernes, apoyó primero a Atenas y luego a Esparta, pero en el año 407 a. C. el hijo de Darío, Ciro el Joven fue nombrado para reemplazar a Tisafernes y cedió totalmente el apoyo a Esparta que finalmente derrotó a Atenas en 404. Ese mismo año, Darío cayó fatalmente enfermo y murió en Babilonia. En su lecho de muerte, su esposa babilonia, Parisatis pidió a Darío que fuese coronado su segundo hijo, Ciro el Joven, pero Darío se negó.

A Darío le sucedió su hijo Artajerjes II, que reinó en el período 404 a. C.-359 a. C. Plutarco cuenta (probablemente por autoridad de Ctesias) que el desplazado Tisafernes se acercó al nuevo rey el día de su coronación para advertirle de que su hermano menor, Ciro el Joven estaba preparándose para asesinarlo durante la ceremonia. Artajerjes arrestó a Ciro y lo habría ejecutado si no hubiese intercedido su madre Parisatis. Ciro fue entonces enviado como sátrapa de Lidia, donde preparó una rebelión armada que estalló en el año 401 a. C. Con mercenarios griegos, Ciro obtuvo la victoria en la batalla de Cunaxa, pero resultó muerto en la misma. Así, Artajerjes II conservó el trono, construyó una gran flota, y recuperó el dominio de Asia Menor y Chipre.

Artajerjes II fue el rey aqueménida que tuvo más largo reinado (45 años). Seis siglos más tarde, Ardacher I, fundador del segundo Imperio persa, se consideraría a sí mismo como el sucesor de Artajerjes, un gran testimonio de la importancia de Artajerjes para la mentalidad persa. Durante su reinado se realizaron actividades de construcción en Susa y Ecbatana. Aunque no se conocen construcciones suyas en Persépolis, fue él el primer rey aqueménida en ser enterrado en sus cercanías.[21]​ En el ámbito religioso, Artajerjes protegió el culto de los dioses iranios Mitra y Anahita, a los cuales introdujo en sus inscripciones a la par de Ahura Mazda. De acuerdo a la información proporcionada por Beroso, Artajerjes protegió el culto de Anahita en numerosas regiones del Imperio, incluyendo áreas occidentales no-iránicas como Damasco o Sardes.[22]​ Igualmente, pueden datarse de este reinado la extraordinaria innovación de los cultos de santuarios zoroastrianos, y fue probablemente durante este período que el zoroastrismo se difundió a través de Asia Menor y el Levante mediterráneo y desde allí a Armenia.[cita requerida] Los templos, aunque servían a un propósito religioso, no eran sin embargo un acto puramente desinteresado: también servían como importante fuente de ingresos. De los reyes babilónicos, los aqueménidas habían tomado el concepto de impuesto del templo obligatorio, un diezmo que todos los habitantes pagaban al templo más cercano a su tierra u otra fuente de ingresos (Dandamaev & Lukonin, 1989: 361–362). Una parte de este ingreso llamado el quppu ša šarri (‘arcón del rey’) ―una ingeniosa institución originariamente introducida por Nabónido― fue entonces pasada al gobernante.

Según las fuentes griegas, el sucesor de Artajerjes II, su hijo Artajerjes III 359 a. C.-338 a. C., llegó al trono por medios sangrientos, asegurando su posición mediante el asesinato de ocho de sus hermanastros. En 343 a. C., Artajerjes III derrotó a Nectanebo II, expulsándolo de Egipto e hizo de Egipto de nuevo una satrapía persa. En 338 a. C., el mismo año en que Filipo de Macedonia unió a los estados griegos por la fuerza, y de tal manera allanó el camino a su hijo Alejandro, Artajerjes III murió de causas naturales (según las fuentes cuneiformes), pero según el historiador Diodoro, Artajerjes fue asesinado por su ministro, Bagoas.[23]

A Artajerjes III le sucedió su hijo Artajerjes IV Arses 338 a. C.-336 a. C. Antes de que pudiera actuar fue también envenenado por Bagoas. Se dice que este mató no solo a todos los hijos de Arses, sino a muchos otros príncipes de la tierra. Bagoas hizo entonces que Darío III (336-330 a. C.), un sobrino de Artajerjes IV, ocupara el trono. Darío III, aunque previamente sátrapa de Armenia, no tenía experiencia en el gobierno del Imperio, pero en su primer año como emperador personalmente forzó a Bagoas a beber veneno.

En dos épocas diferentes, los aqueménidas gobernaron Egipto aunque por dos veces los egipcios lograron una independencia temporal de Persia. Siguiendo la práctica de Manetho, los historiadores egipcios se refieren a los períodos en Egipto cuando la dinastía aqueménida gobernaba como la dinastía XXVII de Egipto, 525–404 a. C., hasta la muerte de Darío II, y la dinastía XXXI de Egipto, 343–332 a. C., que comenzó después de que Nectanebo II fuese derrotado por el rey persa Artajerjes III. Esta segunda ocupación persa de Egipto acabó en 332 cuando Alejandro Magno entró en Egipto y fue bienvenido como un liberador en el Egipto ocupado por los persas.

Alejandro derrotó a los sátrapas occidentales en las batallas de Issos (332 a. C.), y de Gaugamela (331 a. C.).

Después, Alejandro marchó sobre Susa, que del mismo modo capituló y entregó un vasto tesoro. Alejandro entonces marchó hacia el Este, a Persépolis que se rindió a principios de 330 a. C. Los soldados macedonios incendiaron la capital. Desde Persépolis, Alejandro se dirigió al norte a Pasargadas donde trató la tumba de Ciro II con respeto. Desde allí se dirigió a Ecbatana, donde Darío III se había refugiado.

El rey persa fue apresado por Besos, su sátrapa bactriano y compatriota. Conforme se acercaba Alejandro, Besos y sus hombres asesinaron a Darío y luego se declaró a sí mismo sucesor de Darío, como Artajerjes V, antes de retirarse a Asia Central para lanzar una campaña de guerrilla contra Alejandro. Abandonaron el cuerpo de Darío en el camino para retrasar a Alejandro, quien lo llevó a Persépolis para un entierro honroso.

Al Imperio aqueménida le sucedió el Imperio seléucida, esto es, de los generales de Alejandro y sus descendientes, quienes gobernaron Persia. A su vez, los sucedió la dinastía arsácida de Partia en el noreste de Irán, quien, de manera bastante falaz, señalaron a Artajerjes II como su antecesor.

Istakhr, uno de los reinos vasallos de los arsácidas, sería derrotado por Papak, un sacerdote del templo. El hijo de Papak, Ardacher I, quien se nombró a sí mismo en recuerdo de Artajerjes II, se rebeló contra los partos, los derrotó y siguió adelante para establecer el segundo Imperio persa, 556 años más tarde del final del primero.

El Imperio aqueménida fue un Estado multinacional dominado por los persas, en el que los cargos de importancia correspondían a miembros de esta etnia.[24]​ Continuamente se subraya, en las inscripciones reales, la condición de persa (o, más concretamente, de ario) del rey, de su familia y de su dios, Ahura Mazda.[24]​ Parece, sin embargo, que los diferentes pueblos del Imperio, y muy especialmente aquellos de mayor antigüedad, como asirios, babilonios, judíos o egipcios, disfrutaron de una gran autonomía, y pudieron conservar sus costumbres, sus instituciones, su lengua y su religión, en tanto que la administración quedaba bajo control persa.[24]​ Este respeto a la individualidad de los diferentes pueblos sometidos se pone de manifiesto, por ejemplo, en los relieves de las escalinatas que llevan a la apadana de Persépolis que tenía una función ceremonial relacionada con la recepción de los tributos, en los que se muestran las diferentes ofrendas: por ejemplo, de Arabia se llevan tejidos, camellos e incienso; de Nubia vasijas, colmillos de elefante, okapis, jirafas, tributos de oro refinado, troncos de ébano; de Bactria, vasijas y camellos. Cada grupo se diferencia claramente de los demás por su atuendo.

El centro administrativo del imperio se encontraba en el palacio real, con un complicado aparato burocrático. Desde la época de Darío, la sede real se situó en la ciudad de Susa, aunque el monarca pasaba temporadas en Babilonia y Ecbatana. Las ciudades más importantes de Fars, Pasargada y Persépolis, no fueron nunca sedes de gobierno.[cita requerida]

Entre los logros del reinado de Darío se incluyen una codificación de los datos, un sistema legal universal sobre el que se basaría gran parte de la ley irania posterior,[cita requerida] y la construcción de una nueva capital en Persépolis, donde los Estados vasallos ofrecerían su tributo anual en la fiesta del equinoccio de primavera.

La organización social del imperio es poco conocida.[25]​ La mayoría de los investigadores opina que persistía la división en tres estratos o castas característica, según Georges Dumézil, de los pueblos indoiranios e indoeuropeos en general, que aparece reflejada en el Avesta: guerreros, sacerdotes y campesinos.

Estrechamente imbricada con esta división en tres castas, existía una estructura tribal basada en la ascendencia patrilineal. Según Heródoto (i, 125), en época de Ciro el Grande la sociedad persa estaba formada por numerosas tribus, "eran los arteatas, los persas propiamente dichos, los pasagardas, los merafios y los maios".[26]​ Cada tribu se dividía a su vez en clanes: los aqueménidas eran, de hecho, un clan perteneciente a la tribu de los pasagardas.

Los cargos de la administración imperial estaban reservados a los miembros de las principales familias de la aristocracia, aunque no era suficiente con la pertenencia a la nobleza: había que contar también con el favor del rey, que era quien disponía los nombramientos y distribuía los cargos en los territorios conquistados.

La práctica de la esclavitud en la Persia aqueménida estaba en general prohibida, aunque hay evidencia de que los ejércitos conquistados o rebeldes eran vendidos en cautiverio.[27]​ Según atestiguan los documentos de Persépolis, los trabajadores que dependían del Estado en la región de Parsa no eran esclavos sino asalariados.

De acuerdo con Pierre Briant, un aspecto fundamental del sistema político aqueménida era la circulación de prestaciones de servicio personal hacia el rey, y de dones y honores desde el rey. Tanto en las inscripciones reales como en los autores clásicos se puede observar la importancia que se le otorgaba a la noción de recompensar al servidor leal. Los dones reales incluían vestimenta y joyería de lujo, que marcaban el prestigio y la posición social de sus portadores, así como títulos y cargos de poder. Las fuentes clásicas aluden frecuentemente a títulos de gran prestigio, como el de "amigo del rey" y el de "compañero de mesa del rey". En cuanto a este último, es remarcable la importancia ideológica que poseía la mesa: se trataba de un símbolo de la redistribución real. Refiriéndose a Ciro el Joven, Jenofonte sostiene que "de todos los hombres él era el que distribuía más regalos entre sus amigos" y que cuando "recibía un vino particularmente bueno, enviaba usualmente el cántaro medio lleno a uno de sus amigos" (Anábasis, I. 9. 22-26). La entrega en matrimonio de hijas del rey era asimismo considerada como un don real.[28]

Esta circulación de dones y honores constituía un sistema de intercambio desigual entre el rey y la nobleza. Mientras que el don del rey obligaba al súbdito a contraprestarlo con servicios, el rey se reservaba el modo y el tiempo de recompensar a sus benefactores, en caso de que lo juzgara necesario. No era concebible que un súbdito le reclamase al rey una recompensa por los servicios prestados. Adicionalmente, este sistema tiene como consecuencia la ligazón del éxito de la nobleza a su lealtad al rey, en detrimento de las lealtades clánicas. Esta circunstancia se expresa en las inscripciones reales con el concepto de bandaka, interpretable como "servidor fiel".[29]

Los aqueménidas permitían cierta autonomía regional en la forma del sistema de satrapías. Una satrapía era una unidad administrativa, usualmente organizada sobre una base geográfica. El término "satrapía" proviene de las fuentes griegas ("satrapeia"). La voz griega procede del antiguo persa xsaça-pā-van, que designa a la persona que gobierna este territorio (el sátrapa), y que significa algo así como "protector del Imperio".[30]​ No hay acuerdo en cuanto a si el término dahyu (plural dahyāva), que aparece en las inscripciones reales, puede ser interpretado en el sentido de "satrapía", como sostienen algunos autores,[30]​ o si carece de cualquier implicación administrativa.[31]​ La organización de las satrapías, cuya extensión era muy variable, reutilizaba en parte las estructuras previas a la conquista, permitiendo subsistir hasta cierto punto a las antiguas instituciones de poder locales.

Los sátrapas eran usualmente elegidos tanto por sus servicios prestados al rey como por la pertenencia a un linaje aristocrático; de hecho, muchos de ellos formaban parte de la dinastía real. No eran funcionarios civiles en el sentido moderno, sino que mantenían relaciones de subordinación personal con el rey. En las capitales satrapales se formaban pequeñas cortes a semejanza de la imperial, y el sátrapa vivía usualmente junto a su familia. Existía cierta tendencia a que el mando de la satrapía pasara de padres a hijos (un caso paradigmático es el de la dinastía farnácida). No obstante, solo el rey poseía la prerrogativa de nombrar sátrapas, al menos idealmente. A pesar de la autonomía local relativa que permitía el sistema de satrapías, inspectores reales, los llamados "ojos y oídos del rey" recorrían el Imperio e informaban sobre las condiciones locales y controlaban el comportamiento de los sátrapas. En cuanto a los ejércitos provinciales, no queda claro si sus comandantes dependían directamente de la autoridad central, o si respondían al sátrapa local.[32]

El Imperio aqueménida recaudaba cuantiosos impuestos, parte de los cuales se amonedaban en oro y plata acuñándose monedas como el dárico o el siclo. Gran parte de los ingresos se iban en construcción de obra pública,[cita requerida] como la red de caminos con los que se pretendía unir las diversas partes del Imperio, el más famoso de los cuales es el Camino Real de Susa a Sardes. Darío I construyó palacios y monumentos en las capitales: Susa y Persépolis. El tercer gran gasto del Imperio lo constituía el enorme ejército.

El comercio era amplio, y bajo los aqueménidas hubo una infraestructura eficiente que facilitaba el intercambio de artículos desde los más lejanos extremos del Imperio. Las tarifas sobre el comercio eran una de las principales fuentes de ingresos del Imperio, junto con la agricultura y los tributos.

Darío I fue probablemente el primer monarca aqueménida en acuñar moneda,[24]​ por entonces una innovación relativamente reciente, ya que Creso, el rey de Lidia derrotado por Ciro el Grande, había sido el primero en introducir un verdadero sistema monetario. Darío revolucionó la economía introduciendo un patrón monetario bimetálico (a semejanza del lidio, según Heródoto, i, 94) en oro y plata. La moneda de oro era el dárico,[33]​ de unos 8,34 gramos de peso.[24]​ 3000 dáricos equivalían a un talento, la unidad monetaria más elevada. La moneda de plata era el siclo, de aproximadamente 5,56 g de peso y de gran pureza. 20 siclos de plata equivalían a un dárico de oro.

El sistema monetario aqueménida se mantuvo en vigor hasta ser desplazado por las acuñaciones de Filipo II y, sobre todo, de Alejandro Magno, en la segunda mitad del siglo IV a. C. Durante todo el tiempo que se mantuvieron en circulación, las monedas aqueménidas apenas variaron su aspecto. De forma aproximadamente ovalada, tanto el dárico como el siclo tienen en el anverso una figura idealizada, posiblemente el propio monarca,[34]​ que aparece con un arco en su mano izquierda y una lanza en la derecha (las monedas eran popularmente conocidas entre los griegos como taxotai, "arqueros"). En el reverso hay únicamente un cuadrado incuso.[24]

Acuñar moneda de oro era una prerrogativa real. Los sátrapas y generales, así como las ciudades autónomas y príncipes locales, solo podían acuñar monedas de plata y de cobre.[24]

Para facilitar las comunicaciones en su extenso imperio, Darío ordenó la construcción de varias carreteras que unían Susa y Babilonia con las capitales más importantes de las satrapías. Es conocida por la descripción que de ella hace Heródoto (v, 52-54; viii, 98) la "calzada real", que unía Susa con Sardes, atravesando Asiria, Armenia, Cilicia, Capadocia y Frigia, con una longitud total de 2600 km (13 500 estadios, o 450 pasarangas), que por regla general se tardaba tres meses en recorrer.[35]​ A lo largo de la calzada, había postas situadas a una jornada de distancia las unas de las otras, y los lugares más vulnerables, como los vados de los ríos o los puertos de montaña, estaban custodiados por soldados.[36]​ Relevos de correos a caballo podían alcanzar las regiones más remotas en quince días. Sin duda otras carreteras tuvieron igual o mayor importancia, aunque fueran menos conocidas por los autores griegos:[37]​ su existencia y eficaz funcionamiento ha sido constatado por las tablillas de Persépolis. El sistema postal creado por Darío despertó la admiración de Heródoto por su gran eficacia.

Un gran desarrollo alcanzaron también en época aqueménida las comunicaciones marítimas. Darío I ordenó la apertura del canal en el istmo entre el brazo oriental del Nilo y el Mar Rojo, construido por el faraón Necao II, ensanchándolo significativamente, de forma que, según Heródoto, dos trirremes podían navegar en paralelo por sus aguas. Como consecuencia, el comercio entre el Mar Rojo y el Mar Mediterráneo se incrementó considerablemente. Por encargo de Darío, el navegante Escílax de Carianda exploró la ruta marítima entre Mesopotamia y el valle del Indo. La ruta comercial entre Mesopotamia y Egipto circunnavegaba la península arábiga.

En el Imperio se hablaba una amplia variedad de lenguas. Los persas, al menos en la primera etapa del Imperio, utilizaban el persa antiguo, un dialecto iranio de la rama suroccidental, emparentado con el medo, perteneciente a la noroccidental. En un principio, los persas no utilizaban la escritura, y el persa antiguo solo comenzó a escribirse cuando, por orden de Darío I, se inventó una escritura cuneiforme ad hoc para la inscripción de Behistún.[24]​ Probablemente eran pocos los que podían leer esta escritura, y tal vez por eso las inscripciones reales eran generalmente trilingües en persa antiguo, babilonio y elamita (añadiéndose a veces el egipcio en escritura jeroglífica).[24]​ Se han hallado incluso papiros con traducciones al arameo de algunas inscripciones reales.[38]

El uso escrito del persa antiguo parece haberse prácticamente restringido a las inscripciones reales; hasta el momento se ha identificado tan solo un documento administrativo en este idioma,[6]​ aunque aparece también en algunos sellos y objetos artísticos. El hecho de que aparezca principalmente en inscripciones aqueménidas del oeste de Irán sugiere entonces que el persa antiguo era el idioma común de esa región. Sin embargo, en el reinado de Artajerjes II, la gramática y la ortografía de las inscripciones estaban tan "lejos de la perfección"[39]​ que se ha sugerido que los escribas que compusieron aquellos textos ya habían olvidado en gran medida el idioma, y tenían que basarse en inscripciones más antiguas, que ellos en gran medida reproducían textualmente.[40]

Durante los reinados de Ciro y Darío, y mientras la sede del gobierno estuvo incluso en Susa, en Elam, el idioma de la cancillería aqueménida fue el elamita, tanto en la región de Fars como, cabe suponer, en Elam; así lo atestiguan los documentos hallados en Persépolis que revelan detalles del funcionamiento cotidiano del Imperio.[41]​ En las grandes inscripciones rupestres de los reyes, los textos en elamita siempre están acompañados de inscripciones en acadio y antiguo persa, y parece que en estos casos, los textos elamitas son traducciones de los antiguos persas. Es por lo tanto posible que aunque el elamita se usaba por el gobierno de la capital en Susa, no era un idioma estandarizado del gobierno por todos los lugares del Imperio. El uso del elamita no está comprobado después del año 458 a. C.

Después de la conquista de Mesopotamia, la lengua más utilizada en la administración para el conjunto del Imperio fue el arameo, que servía también como lengua de comunicación interregional: el hecho de que para escribirlo se utilizase un alfabeto facilitaba además las comunicaciones. De hecho, se han encontrado documentos en arameo en lugares tan distantes entre sí como Elefantina, en el Alto Egipto, Sardes, en Asia Menor, y la región de Bactriana en el extremo nororiental.[24][42]​ Según la Encylopedia Iranica, "el uso de un único idioma oficial, que los modernos estudiosos han denominado arameo oficial o arameo imperial, puede suponerse que contribuyó en gran medida al sorprendente éxito de los aqueménidas a la hora de mantener unido su extenso imperio durante tanto tiempo".[43]​ En 1955, Richard Frye cuestionó la clasificación del arameo imperial como un "idioma oficial" señalando que no ha sobrevivido ningún edicto que expresamente y sin ambigüedad proporcionara tal estatus a ningún idioma en particular.[44]​ Frye reclasifica el arameo imperial como la "lingua franca" de los territorios aqueménidas, sugiriendo que en la época aqueménida el uso del arameo estaba más extendido de lo que generalmente se cree. Muchos siglos después de la caída del Imperio, seguiría utilizándose en Persia una escritura derivada de la aramea, la escritura pahlavi, que se caracteriza además por el uso de numerosas palabras arameas como logogramas o ideogramas.[45]

Otras lenguas, como el egipcio, el griego, el lidio y el licio, entre otras, eran de uso estrictamente local.

Heródoto menciona que los persas celebraban grandes fiestas de cumpleaños, "En sus comidas usan de pocos manjares de sustancia, pero sí de muchos postres, y no muy buenos. Por eso suelen decir los persas que los griegos se levantan de la mesa con hambre" (l, 133).[26]​ Del mismo modo, observó que los persas bebían vino en gran cantidad y que "después de bien bebidos, suelen deliberar acerca de los negocios de mayor importancia. Lo que entonces resuelven, lo propone otra vez el amo de la casa en que deliberaron, un día después; y si lo acordado les parece bien en ayunas, lo ponen en ejecución, y si no, lo revocan. También suelen volver a examinar cuando han bebido bien aquello mismo sobre lo cual han deliberado en estado de sobriedad".[26]

De sus métodos de saludo, afirma que los iguales se besaban en los labios, si alguno de ellos "fuese de condición algo inferior, se besan en la mejilla; pero si la diferencia de posición resultase excesiva, postrándose, reverencia al otro" (Libro I, CXXXIV).[26]​ Se sabe que los hombres de alto rango practicaban la poligamia, y se decía que tenían un número de esposas y un número incluso mayor de concubinas. En cuanto a las relaciones con el mismo sexo, los hombres de alto rango mantenían favoritos, como Bagoas, que fue uno de los favoritos de Darío III y que más tarde se convirtió en erómeno de Alejandro. La pederastia persa y sus orígenes se debatieron incluso en tiempos antiguos, considerando Heródoto que lo habían aprendido de los griegos;[46]​ sin embargo, Plutarco afirma que los persas usaban a chicos eunucos con tal fin mucho antes de que existiera contacto entre las culturas.[47]

El Imperio aqueménida fue construido sobre los principios más básicos —los de la verdad y la justicia—, que formaban la base de la cultura aqueménida.[cita requerida] Heródoto señaló (i, 138) que «tienen por la primera de todas las infamias el mentir, y por la segunda, contraer deudas; diciendo, entre otras muchas razones, que necesariamente ha de ser mentiroso el que sea deudor».[26]​ Heródoto también dice que a los jóvenes persas, "desde los cinco hasta los veinte años, solamente les enseñan tres cosas: montar a caballo, disparar el arco y decir la verdad".[26]​ Hasta los cinco años los niños pasan todo el tiempo junto a las mujeres y nunca conocen a su padre, "y esto se hace con la mira de que si el niño muriese en los primeros años de su crianza, ningún disgusto reciba por esto su padre".

En el Irán aqueménida, la mentira, drauga, se consideraba pecado capital y era punible con la muerte en algunos casos extremos. Tablillas descubiertas por los arqueólogos de los años 1930[48]​ en el yacimiento de Persépolis proporcionan evidencia adecuada sobre el amor y la veneración por la cultura de la verdad durante el período aqueménida. Estas tablillas contienen los nombres de iranios corrientes, principalmente comerciantes y almacenistas.[41]​ Según el profesor Stanley Insler de la Universidad de Yale, hasta 72 nombres de oficiales y pequeños burócratas encontrados en estas tablillas contienen la palabra verdad.[49]​ Por ejemplo, dice Insler, tenemos Artapana, protector de la verdad, Artakama, amante de la verdad, Artamanah, de pensamiento sincero, Artafarnah, poseedor del esplendor de la verdad, Artazusta, que se complace en la verdad, Artastuna, pilar de verdad, Artafrida, que prospera con la verdad y Artahunara, que tiene la nobleza de la verdad. Fue Darío el Grande, que estableció la ordenanza de las buenas regulaciones durante su reinado. El testimonio del rey Darío sobre su constante batalla contra la mentira se encuentra en inscripciones cuneiformes. Grabada en la montaña de Behistún en la carretera a Kermanshah, Darío testimonia:

Darío estuvo muy ocupado manejando rebeliones a gran escala que estallaron por todo el Imperio. Después de luchar con éxito con nueve traidores en un año, Darío documentó sus batallas contra ellos y nos dice cómo era la mentira que les hizo rebelarse contra el Imperio. En Behistún, Darío dice:

Los persas antiguos ejercieron su influencia más duradera por medio de la religión. Sus doctrinas religiosas tenían origen remoto y se habían desarrollado mucho cuando iniciaron sus conquistas. Y era tan poderosa su atracción y tan maduras las condiciones para que fuesen aceptadas, que se extendieron por casi toda el Asia Occidental. Substituyeron a otras religiones y a creencias que se venían manteniendo desde hacía siglos. Trastornaron y modificaron la visión del mundo que tenían hasta entonces las naciones.

A lo largo del Imperio se practicaban diversas religiones, correspondientes a las tradiciones de los pueblos conquistados. Así, Ciro rindió culto a Marduk al conquistar Babilonia y Cambises II se proclamó faraón en Egipto practicando la religión propia del lugar. El promover cultos reales de los pueblos conquistados tenía la función de legitimar el poder imperial.

No obstante, la élite persa que dirigía el Imperio practicaba el zoroastrismo o mazdeísmo, con su culto al fuego, y desde el reinado de Darío I se registra en las inscripciones la adopción del culto a Ahura Mazda como deidad protectora de la monarquía. La Inscripción de Behistún dice: "Darío el Rey dice: por el favor de Ahuramazda yo soy Rey, Ahuramazda me concedió el reino".[51]​ Bajo el mecenazgo de los reyes aqueménidas, y para el siglo V a. C. convertida en religión de Estado de facto, el zoroastrismo alcanzaría todos los rincones del Imperio.

El príncipe-profeta Zoroastro (o Zaratustra) había comenzado a predicar el mazdeísmo hacia el año 700 a. C. Fue durante el período aqueménida cuando el zoroastrismo alcanzó el suroeste de Irán, donde pasó a ser aceptado por los gobernantes y a través de ellos se convirtió en un elemento definidor de la cultura persa. La religión no solo estuvo acompañada de la formalización de los conceptos y divinidades del panteón (Indo-)Iranio tradicional sino que también introdujo varias ideas nuevas, como el libre albedrío. Se trataba de una religión dualista, en la que el mundo estaba regido por dos principios: el bien (Ormuz o Ahura-Mazda, simbolizado por la luz, el Sol) y el mal que no era un dios aparte, si no el espíritu del mal representado en Arimán, Zoroastro distinguió los dos polos de una dinámica particular: la creación y la destrucción, contempladas como un todo en Ahura Mazda.[52]​ Los seres humanos debían llevar una vida pura y emprender buenas acciones para conseguir que el bien triunfara sobre el mal. Esta religión carecía de templos, alzándose simplemente altares al aire libre donde ardía una llama permanentemente. Esta doctrina consta en el Zend Avesta.

Zoroastro creía que su misión consistía en purificar las creencias tradicionales de su pueblo, desarraigar el politeísmo, el sacrificio de animales y la magia, y elevar el culto a un nivel más espiritual y ético. El movimiento que dirigió, era el acompañamiento natural de la veneración de la vaca y su prescripción de que se cultivara la tierra como un deber sagrado. A pesar de sus reformas, muchas de las viejas supersticiones sobrevivieron, como suele suceder generalmente, y se fueron mezclando poco a poco con los ideales nuevos.

Entre los otros dioses indoiranios reverenciados en el Imperio se incluyen Mitra (deidad solar asociada a la nobleza y los guerreros) y la diosa Anahita. A mediados del siglo V a. C., esto es, durante el reinado de Artajerjes I y Darío II, Heródoto escribió "[los persas] no tienen imágenes de los dioses, ni templos ni altares, y consideran una signo de locura usarlos. Esto viene, creo yo, de que ellos no creen que los dioses tengan la misma naturaleza que los hombres, como imaginan los griegos." Afirma que los persas ofrecen sacrificios a: "el sol y la luna, a la tierra, al fuego, al agua, y a los vientos. Estos son los únicos dioses cuya veneración les ha llegado desde los tiempos antiguos. En una época posterior comenzaron a venerar a Urania, que ellos tomaron prestada de los árabes y los asirios. Militta es el nombre por el que los asirios conocen a esta diosa, a quien los árabes llaman Alitta y los persas Anahita." El nombre original aquí es Mithra, lo que desde entonces se ha explicado como una confusión de Anahita con Mitra, comprensible puesto que ambos eran venerados conjuntamente en un solo templo.[cita requerida]

Por el sacerdote-estudioso babilonio Beroso, quien ―aunque escribía más de setenta años después del reinado de Artajerjes II Mnemon― documenta que el emperador había sido el primero en hacer estatuas de culto de divinidades e hizo que las colocaran en templos en muchas de las principales ciudades del Imperio (Beroso, III.65). Beroso también confirma a Heródoto cuando él dice que los persas no sabían nada de imágenes de los dioses hasta que Artajerjes II erigió aquellas imágenes. Como medio de sacrificio, Heródoto añade que "ellos no alzan ningún altar, no encienden ningún fuego, ni vierten libación alguna". Esta frase se ha interpretado para identificar una acreción crítica (pero tardía) al zoroastrismo. Un altar con fuego de madera ardiendo y el servicio Yasna en el que se vierten libaciones son todos claramente identificables con el moderno zoroastrismo, pero aparentemente, eran prácticas que no se habían desarrollado todavía a mediados del siglo V a. C. Boyce también asigna ese desarrollo al reinado de Artajerjes II (siglo IV a. C.), como una respuesta ortodoxa a la innovación de los cultos de santuarios.

Heródoto también observa que "ningún rezo ni ofrenda puede hacerse sin que esté un mago presente" pero esto no debe confundirse con lo que hoy se entiende por mago, que es un magupat (persa moderno, mobed), un sacerdote zoroastrista. Ni la descripción del término por Heródoto como una de las tribus o castas de los medos implica necesariamente que estos magos fueran medos. Ellos simplemente eran un sacerdocio hereditario que se encontraba por todo Irán oeste y aunque, en origen, no se asociaban con ninguna religión en particular, tradicionalmente eran responsables de todos los rituales y servicios religiosos. Aunque la identificación inequívoca de los magos con el zoroastrismo vino después (época sasánida, siglo III), es del magus de Heródoto de mediados del siglo V a. C. que el zoroastrismo se vio sujeto a modificaciones doctrinales que son hoy consideradas como revocaciones de las enseñanzas originales del profeta. También, muchas de las prácticas rituales descritas en el Vendidad del Avesta (como la exposición de los muertos) ya se practicaban por los magos de la época de Heródoto.

Los sacrificios de caballos en honor al rey se realizaban en época aqueménida, al menos desde el reinado de Cambises I hasta la llegada de Alejandro Magno, estando prescrito que los caballos para los sacrificios mensuales en la tumba de Ciro I debían ser blancos, criados en los haras de Media.[53]​ Según Heródoto los caballos blancos de Ciro I eran sagrados (I:181).[54]

El arte persa aqueménida era predominantemente monárquico, sus mayores monumentos son los palacios, que comenzaron a construirse a principios del siglo VII a. C., algunos con inscripciones trilingües en sus paredes como las que han sido encontradas en el palacio de Pasargada en viejo persa, elamita y babilónico.[55]

El arte aqueménida, como la religión aqueménida, fue una mezcla de muchos elementos. Lo mismo que los aqueménidas eran tolerantes en materia de gobierno y costumbres locales, mientras los persas controlaran la política general y la administración del Imperio, también eran tolerantes en el arte mientras el efecto final fuese persa. En Pasargada, la capital de Ciro II y Cambises II, y en Persépolis, la ciudad vecina fundada por Darío el Grande y usada por todos sus sucesores, uno puede seguir el rastro hasta un origen extranjero de casi todos los diversos detalles en la construcción y embellecimiento de la arquitectura y de los relieves esculpidos; pero la concepción, el planeamiento y el acabado del producto son distintivamente persas.

Ciro construyó su capital, Pasargada, en el territorio original de los persas. En ella es posible apreciar la fusión de estilos de diferentes partes del Imperio, característica de los soberanos aqueménidas. Cuando decidió construir Pasargada, tenía detrás una larga tradición artística que probablemente era distintivamente irania ya que era en muchos sentidos igual a cualquier otra. La sala hipóstila en arquitectura puede hoy verse como perteneciente a una tradición arquitectónica de la meseta iraní que se remonta a través del período medo hasta al menos el principio del I milenio a. C. Las ricas obras de oro aqueménidas, que según las inscripciones parece que fueron especialidad de los medos, fue en la tradición de la delicada metalistería que se encuentra en la época de la Edad de Hierro II en Hasanlu e incluso antes en Marlik.

Este estilo artístico aqueménida es particularmente evidente en Persépolis: con su cuidadosamente proporcionada y bien organizada planta, rica ornamentación arquitectónica y magníficos relieves decorativos, el palacio es uno de los grandes legados artísticos del mundo antiguo. En su arte y arquitectura, Persépolis celebra al rey y el oficio del monarca y refleja la percepción que Darío tenía de sí mismo como el líder de un conglomerado de pueblos a los que había dado una nueva y única identidad. Los aqueménidas tomaron las formas artísticas y las tradiciones religiosas y culturales de muchos de los antiguos pueblos de Oriente Medio y los combinaron en una forma única.

Al describir la construcción de su palacio en Susa, Darío dice que "Se trajo madera de cedro de allí (una montaña llamada Líbano), la madera de yaka se trajo de Gandhara y de Carmania. El oro se trajo de Sardes y de Bactria... la piedra preciosa lapislázuli y cornelina... se trajo de Sogdiana. La turquesa de Corasmia, la plata y el marfil de Egipto, la ornamentación de Jonia, el marfil de Etiopía y de Sind (Pakistán) y de Aracosia. Los canteros que trabajaron la piedra eran de Jonia y de Sardes. Los orfebres eran medos y egipcios. Los hombres que tallaron la madera, eran de Sardes y Egipto. Los que trabajaron el ladrillo cocido, esos eran babilonios. Los hombres que adornaron el muro, esos eran medos y egipcios".

Era un arte imperial a una escala que el mundo no había visto antes. Los materiales y los artistas eran tomados de todas las tierras gobernadas por los grandes reyes, y de ese modo gustos, estilos y motivos se mezclaron juntos en un arte ecléctico y una arquitectura que en sí misma reflejaba el Imperio y el entendimiento aqueménida de cómo ese imperio debía funcionar.

La afición de los persas aqueménidas por el revestimiento arquitectónico hizo que disminuyera el rol de la escultura de bulto entero en favor de la técnica del relieve y el bajorrelieve. Los palacios estaban decorados con impresionantes bajorrelieves, imágenes decorativas algunas de tamaño colosal. En el palacio de Darío las escalinatas están decoradas con bajorrelieves de criados que suben los escalones llevando fuentes y comida. También se conservan relieves donde se muestran las ceremonias religiosas y de Año Nuevo, audiencias de Darío, banquetes y gente con ofrendas.[55]



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