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Los 120 días de Sodoma



Las 120 jornadas de Sodoma o la escuela de libertinaje (Les Cent Vingt Journées de Sodome, ou l'École du libertinage, 1785) es una novela escrita por el marqués de Sade durante su estancia en la prisión de la Bastilla. La traducción literal de «journées» es «días»; aun así, según el diccionario de la Real Academia Española, la primera definición de «jornada» es:

Así pues, «días» es una traducción válida.

El doctor Eugene Duehren (seudónimo de Iwan Bloch) publicó en 1904 un manuscrito del marqués de Sade que contenía una de sus más audaces obras. Se trataba de Les Cent Vingt Journées de Sodome, ou l'École du libertinage (Las 120 jornadas de Sodoma o la escuela de libertinaje), manuscrito que se le requisó a Sade en la Bastilla, y cuya desaparición lamentó él muy vivamente (murió creyendo que dicho manuscrito se había perdido). Sin duda, de esta «Teoría del libertinaje» es de la que habla Restif de la Bretonne en Monsieur Nicolas, pero que indudablemente nunca leyó, confundiéndola con el «proyecto de casa pública» que Sade había elaborado y que, en efecto, pudo aparentar que guardaba ciertas analogías con el Pornographe de Restif, de acuerdo con los alegatos de éste: «Allí es donde el monstruoso autor propone, en una imitación del Pornographe, el establecimiento de un sitio de depravación. Yo había trabajado por detener la degradación de la naturaleza; la finalidad del infame disecador en vivo, al parodiar una obra de mi juventud, consistió en exagerar al extremo aquella odiosa, aquella infame degradación...»[2]

El manuscrito de Las 120 Jornadas de Sodoma fue descrito en 1877 por Pisanus Fraxi (Index librorum prohibitorum, Londres, 1877), pero no de visu, sino según una descripción que le habían transmitido.[3]

El manuscrito habría sido hallado en el cuarto que ocupaba Sade en la Tour Liberté de la Bastilla, por Arnoux Saint-Maximin, quien lo entregó al abuelo del marqués de Villeneuve-Trans, en cuya familia el manuscrito permaneció durante tres generaciones. El doctor Duehren logró que se le vendiera muy caro, por intermedio de un librero parisiense, a un aficionado alemán.[3]

El manuscrito está formado por hojas de 11 centímetros, encoladas entre sí, formando una faja de 12,10 metros de largo. Está escrito por ambos lados en letra diminuta. El último poseedor del manuscrito lo tenía guardado en una caja de forma fálica. Fue escrito en la Bastilla en 37 días, noche tras noche, entre las 7 y las 10, del 22 de octubre al 28 de noviembre de 1785.[3]

En las postrimerías del reinado de Luis XIV, poco antes del comienzo de la Regencia, en momentos en que el pueblo francés se encontraba empobrecido por las múltiples guerras emprendidas por el Rey Sol, unos pocos se aprovechaban para enriquecerse a costa de la miseria general. Cuatro de estos hombres adinerados, y sumamente libertinos, un aristócrata, un eclesiástico, un banquero y un juez (representantes de los cuatro poderes de Francia),[4]​ deciden dar rienda suelta a sus pasiones durante 120 días (cuatro meses) en el Castillo de Silling (Château de Silling), propiedad de Durcet (uno de los libertinos) en Suiza. Allí se narrarán los 600 tipos de placer, escenificados durante 120 días, a 150 por mes y 5 por jornada.

Contratan a 4 alcahuetas «historiadoras» para que relaten modos de gozar, 150 cada una, cada mes. Secuestran a 8 muchachas y 8 muchachos seleccionados de entre 12 y 15 años que forman sus serrallos femenino y masculino. A estos 16 se unen 8 jóvenes «jodedores» o «folladores» y hasta 42 personas que serán sus siervos y víctimas. El total de personas encerradas en el castillo es de 46: los 4 protagonistas, sus 4 hijas-esposas, los 16 adolescentes, los 8 jodedores, las 4 historiadoras y 10 personas del servicio: 4 viejas y 6 cocineras.

La primera parte se ocupa de las «150 pasiones simples o de primera clase» (sin penetración). Se desarrolla durante los 30 días de noviembre, en cada uno de los cuales se celebran continuas orgías y se escucha a la historiadora a la que le toca ese mes, Madame Duclos, que al ser la única narradora de las cuatro previstas, la convierte en la Scheherezade del libro. Se describen actos de excitación sexual relacionados con los distintos fluidos y objetos corporales y con la necrofilia. Aparecen también los primeros castigos corporales.

Las tres partes restantes (en diciembre, enero y febrero), que hacen referencia a las pasiones «complejas, criminales y mortales», solo están redactadas en esquema, dejando la obra inconclusa.

Durante los 31 días de diciembre, se listan los 150 argumentos de los relatos que habrían aparecido, en los que ya se contempla la penetración vaginal, incluyendo toda edad, parentesco y condición, y combinada con todo tipo de actos lascivos y profanaciones religiosas. Simultáneamente a estos relatos, se van desvirgando las 8 doncellas. Este mes recopila acciones realizadas entre tres o más personas y añade torturas de todo tipo. En enero, los desvirgamientos de los 16 jóvenes son anales. Los 150 argumentos suben de tono, incluyendo bestialismo y amputaciones, además de la sodomía. En febrero se listan 150 maneras de asesinar con ensañamiento, mientras comienzan a caer víctimas de las torturas algunos de los moradores del castillo, hasta llegar a 10 muertos.

Hay todavía una breve reseña de lo que ocurre en los primeros días de marzo, detallando víctimas y supervivientes. Al final mueren 30 personas y sobreviven 16.

Para llegar al castillo era necesario antes detenerse en Bâle; se atravesaba luego el Rin, más allá del cual el camino se estrechaba hasta el punto de que se hacía preciso abandonar los carruajes. Poco después se penetraba en la Selva Negra durante quince leguas por un sendero tortuoso, impracticable sin guía. La siguiente parada era una aldea de carboneros y guardabosques. Allí empezaban las tierras de Durcet, a quien pertenecía la aldea; como los habitantes de aquel villorrio eran casi todos ladrones o contrabandistas, fue fácil para Durcet hacerse amigo de ellos, y la primera orden que recibieron fue la de no dejar llegar a nadie hasta el castillo después del 1 de noviembre, fecha en que todo el grupo estaría reunido. Armó a sus vasallos, les concedió algunos privilegios que solicitaban desde hacía mucho tiempo, y se cerró la barrera. Una vez bien cerrada aquella puerta, era difícil llegar a Silling.

En cuanto se había dejado atrás la carbonería se empezaba a escalar una montaña tan alta como el monte Saint-Bernard y de un acceso mucho más difícil, porque solo a pie se puede llegar a la cumbre. Los precipicios rodean de tal modo el sendero que hay que seguir que resulta muy peligroso montar los animales; seis de los que transportaban los víveres y los equipajes perecieron, así como dos obreros que habían querido montar dos de los mulos. Se requieren cerca de cinco horas para alcanzar la cumbre de la montaña, la cual ofrece allí una barrera natural que consiste en una hendidura de más de 30 toesas en la cumbre de la montaña, entre la parte septentrional y la meridional, de manera que, sin ayudas, una vez que se ha escalado la montaña resulta imposible descender. Durcet había hecho unir estas dos partes, separadas por una abismo de más de 1000 pies, por un puente de madera que se quitó cuando hubieron llegado los últimos equipajes, y desde aquel momento desapareció toda posibilidad de comunicarse con el castillo de Silling. Al descender por la parte septentrional se llega a una llanura de unas doscientas áreas, rodeada de rocas muy altas que envuelven la llanura como un muro sin una sola brecha. Este paso, llamado el camino del puente, es pues el único que puede descender y comunicar con la llanura, y una vez destruido, resulta imposible abordar la llanura.

Es en medio de esta llanura donde se encuentra el castillo de Durcet. Un muro de 30 pies de altura lo rodea también. Más allá del muro, un foso lleno de agua y muy profundo defiende todavía un último recinto que forma una galería circular; una poterna baja y angosta penetra finalmente en un gran patio interior alrededor del cual se levantan todos los alojamientos; estos alojamientos, vastos y muy bien amueblados tras los últimos arreglos, ofrecen en el primer piso una gran galería. Los aposentos son descritos no tal como podían haber sido en otro tiempo, sino tal como acaban de ser arreglados y distribuidos de acuerdo con el plan formado. Desde la galería se penetraba en un comedor con armarios en forma de torres que, comunicando con las cocinas, servían para que pudiera servirse la comida caliente, de un modo rápido y sin necesidad de criado. Desde ese comedor de tapices, estufas, otomanas y cómodos sillones, se pasaba a un salón sencillo, pero muy caliente y lleno de lujosos muebles; este salón comunicaba con un gabinete para reuniones destinado a los relatos de las narradoras. Era la sede de las «asambleas lúbricas».

Este salón tenía una forma semicircular; en la parte curva había cuatro nichos de espejos, con una otomana en cada uno de ellos; estos cuatro nichos, por su construcción, estaban completamente delante del diámetro que cortaba el círculo; un trono de 4 pies estaba adosado al muro que formaba el diámetro y estaba destinado a la narradora, posición que la situaba no solamente delante de los cuatro nichos destinados a sus auditores, sino que además teniendo en cuenta que el círculo era pequeño, no la alejaba demasiado de ellos, que la podían escuchar sin perder una sola palabra, puesto que ella se encontraba como el actor en el escenario y los auditores se hallaban colocados en los nichos como si estuvieran en el anfiteatro. El trono disponía de unas gradas en las que se encontrarían los participantes de las orgías; estas gradas, así como el trono, estaban cubiertas de alfombras de terciopelo negro con franjas de oro, y los nichos estaban forrados de una tela semejante e igualmente enriquecida, pero de color azul oscuro. Al pie de cada uno de los nichos había una puerta que daba a un excusado destinado a dar paso a las personas cuya presencia se deseaba y que se hacía venir de las gradas, en el caso de que no se quisiera ejecutar delante de todo el mundo la voluptuosidad para la realización de la cual se llamaba a la persona. Estos excusados estaban llenos de canapés y de todos los otros instrumentos necesarios para las indecencias de toda especie. A ambos lados del trono había una columna aislada que llegaba hasta el techo; estas dos columnas estaban destinadas a sostener a la persona que hubiese cometido alguna falta y necesitara una corrección. Todos los instrumentos necesarios para este castigo estaban colgados en la columna.

Este salón comunicaba con un gabinete que, en aquella parte, componía la extremidad de los alojamientos. Este gabinete era una especie de saloncito, extremadamente silencioso y secreto, muy caliente, oscuro durante el día, y se destinaba para los combates cuerpo a cuerpo o para ciertas otras voluptuosidades secretas. Para pasar a la otra ala era necesario retroceder y, una vez en la galería, en cuyo extremo se veía una capilla, se volvía a pasar al ala paralela, donde terminaba el patio interior. Allí se encontraba una antecámara que comunicaba con cuatro aposentos, cada uno con saloncito y excusado; camas turcas de damasco de tres colores adornaban estos aposentos. Estas cuatro estancias fueron destinadas a los cuatro libertinos. Como sus esposas tenían que ocupar los mismos aposentos que ellos, no se les destinó alojamientos particulares.

En el segundo piso había más o menos el mismo número de aposentos, pero distribuidos de una manera diferente; se encontraba primero, a un lado, un vasto aposento adornado con ocho nichos con una pequeña cama en cada uno, y este aposento era el de las jóvenes, al lado del cual se encontraban dos pequeñas habitaciones para dos de las viejas que debían cuidarlo. Más allá había dos habitaciones iguales, destinadas a dos de las narradoras. A la vuelta, se encontraba otro aposento de ocho nichos como trasalcoba para los ocho jóvenes, también con dos habitaciones contiguas para las dos dueñas destinadas a vigilarlos; y más allá, otras dos habitaciones semejantes, para las otras dos narradoras. Más arriba de las habitaciones descritas, había ocho celdas donde se alojaban los ocho jodedores. En la planta baja se encontraban las cocinas, con seis cubículos para las seis personas que se ocupaban de este trabajo, las cuales eran tres famosas cocineras que eran ayudadas por tres muchachas robustas. Excepto las cuatro viejas destinadas al servicio interior, no había ningún criado más que estas tres cocineras y sus ayudantes.

Una piedra se levantaba al pie del altar del pequeño templo cristiano que se encontraba en la galería; había allí una escalera de caracol, muy angosta y empinada, que descendía por trescientos peldaños hasta llegar a un calabozo abovedado, cerrado con tres puertas de hierro

Finalmente, habiendo el Duque examinado el local decidió que, puesto que los víveres estaban ya en el interior del castillo y que ya no había ninguna necesidad de salir, era necesario tapiar todas las puertas por las que se penetraba en el interior y encerrarse completamente en el lugar como en una ciudadela sitiada, sin dejar la más pequeña salida para el enemigo o para el desertor. El consejo fue ejecutado, se atrincheraron hasta tal punto que no era posible saber el lugar dónde habían estado las puertas, y se establecieron dentro.

La sociedad disponía de una bolsa común que administraba por turno uno de los miembros durante seis meses, pero los fondos de esta bolsa, que solo debían emplearse para los placeres, eran inmensos. Su excesiva fortuna les permitía a este respecto cosas muy singulares, por ejemplo, había destinados dos millones anuales para atender únicamente a los placeres de la buena mesa y la lujuria.

El siguiente fue el Reglamento compuesto para ser cumplido todos los días, durante las 120 jornadas:

Tal será el orden de cada día. Independientemente de esto, cada una de las diecisiete semanas que debe durar la estancia en el castillo será marcada con una fiesta. Primero, se celebrarán matrimonios. Pero como los primeros de estos matrimonios se efectuarán entre los muchachos más jóvenes y no podrán consumarse, no dislocarán en nada el orden establecido para las desfloraciones. Como los matrimonios entre mayores solo se realizarán después de las desfloraciones, su consumación no perjudicará tampoco nada.

La descripción de los otros cuatro jodedores (pues en total son ocho) no se ofrece en detalle, pero se nos dice que tienen penes de nueve a diez y once pulgadas de largo por siete y medio y siete pulgadas nueve líneas de circunferencia, y están entre los veinticinco y treinta años.

Para Iwan Bloch, este libro es capital, no solo dentro de la obra del marqués de Sade, sino en la historia de la humanidad. Se halla en él una clasificación rigurosa de todas las pasiones en sus relaciones con el instinto sexual. El marqués de Sade quiso condensar en esta obra todas sus teorías, y creó, cien años antes del psiquiatra Krafft-Ebing, lo que se llamaría «psicopatía sexual».[3]

En 1975, el poeta y cineasta italiano Pier Paolo Pasolini adaptó al cine esta historia, transformando a los protagonistas en cuatro dignatarios de la República de Saló, el Estado fascista residual del Norte de Italia tras la derrota de Mussolini en la Segunda Guerra Mundial. El filme, considerado el testamento artístico de su autor, ha sido considerado una película maldita, no solo por la extrema crudeza de sus imágenes, sino por la radicalidad de sus planteamientos, que recogen con fidelidad desasosegante las posturas filosóficas de Sade.



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