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María Chiquinquirá



María Chiquinquirá Díaz (n. Baba) fue una mujer zamba ecuatoriana emblemática de las primeras rebeliones de la época Colonial, específicamente del siglo XVIII, que en 1794 huyó e implantó una demanda para conseguir su libertad y la de su hija, basadose en un discurso sobre el derecho natural a ser libres. Siendo un largo juicio que constituyó un verdadero alegato contra la esclavitud en Ecuador[1]​. Es considerada una heroína para las mujeres afroecuatorianas[2][3]​ por "revelar la realidad compleja en la cual libres y esclavos, poderosos y subalternos construyen estrategias para mantener o construir espacios de poder, de superación o de supervivencia”[4]

Hija de una mujer afrodescendiente esclava llamada María Antonia, que murió envuelta en la lepra; criada después por una india, llamada Violante que era amiga de su madre. Por lo cual, se crio en Baba (Guayaquil) entre un mundo de cacaotales. Terminó siendo, como su madre, sirvienta de los señores de la hacienda y de una de las hijas de la poderosa familia, donde recibió un rosario de azotes antes de convertirse finalmente en propiedad del Presbítero. Posteriormente Violante vendió a María a un hombre llamado Alfonso Cepeda Aguilar, quien luego de su muerte la heredó a su hija Estefanía Cepeda, quien vivía en Guayaquil y que al poco tiempo también falleció, por lo que María pasó a su hermano menor, el presbítero Alfonso Cepeda y Ariscum.[5][6]

Cuando María del Carmen, la primera hija de María Chiquinquirá, alcanzó la edad que el presbítero consideró como apta para realizar trabajos físicos, pidió que se la entregasen para cuidar a una de sus hermanas. María Chiquinquirá se negó, resolvió liberarse cuando su dueño pretendió ejercer la esclavitud de su hija, cuyo padre era un sastre. Su historia es una historia de género y contestación al poder desde la subalternidad. Ella afrotó la justica aseverando que tanto ella como su hija eran mujeres libres, no solo por estar casada con un hombre libre, sino sosteniendo la idea de que todas las mujeres y todos los hombres tienen el derecho natural a ser libres. Cepeda no lo aceptó, pero al poco tiempo tuvo que ausentarse debido a un viaje.[5]

Durante la ausencia de Cepeda, María contactó al escribano de la ciudad y le relató su caso. El escribano accedió a ayudarla a cambio de un pago, por lo que María empezó a buscar personas que testificaran a su favor, principalmente quienes contaban con cierto poder y que odiaban al presbítero. Cuando Cepeda se enteró de que se planeaba llevar el hecho a juicio, no le dio importancia, aseverando que nadie ayudaría a un par de mujeres afrodescendientes.[5]

El caso fue presentado en mayo de 1794 y durante el juicio María posicionó la idea que todas las mujeres y todos los hombres tienen el derecho natural a ser libres y justificó su libertad en base a una ley que establecía que un esclavo abandonado por su patrón automáticamente obtenía la libertad, lo que significaba que tanto María como su madre y sus hermanos habían quedado libres cuando el patrón de su madre los echó debido a la lepra que ella padecía.[5][6]

También declaró que Cepeda las había maltratado tanto a ella como a su hija, lo que el escribano corroboró declarando haber oído a Cepeda llamar a María "una perra puerca hedionda a chivato por rozarse con los negros y sambos de la calle" y que su hija era "peor que una ramera, prostituta y laciba", lo que constituía una afrenta contra el honor de María. Cepeda rechazó esta interpretación, declarando que debido a su condición de esclava, María "no tenía honor".[6]

El juez decidió otorgar a María libertad provisional durante el tiempo que durara el juicio, su hija la obtuvo meses más tarde. Cuatro años después el juez dio dictamen en contra de María y su hija, pero María apeló el caso ante una corte de la Real Audiencia de Quito.[7]​ Aunque al momento de la muerte de María el juicio aún no había concluido, pudo vivir el resto de su vida en libertad.[5]

María Chiquinquirá Díaz, a pesar de vivir en un contexto con una política de exclusión que la ubicaba en la última escala social, visibilizó que las esclavas no fueron meros objetos de producción y de intercambio comercial, más bien, su incidencia mostró sus prácticas cotidianas y estrategias para obtener mayores espacios de movilidad, de independencia e incluso la libertad.[1]



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