María Manuela de Portugal cumple los años el 15 de octubre.
María Manuela de Portugal nació el día 15 de octubre de 1527.
La edad actual es 496 años. María Manuela de Portugal cumplirá 497 años el 15 de octubre de este año.
María Manuela de Portugal es del signo de Libra.
María Manuela de Portugal (Coímbra, Portugal; 15 de octubre de 1527 - Valladolid, España; 12 de julio de 1545), infanta de Portugal por nacimiento y princesa consorte de Asturias por su matrimonio con el entonces príncipe Felipe II. Era hija de Juan III el Piadoso y Catalina de Austria (hermana de Carlos I de España y V de Alemania).
Nacida en la ciudad de Coímbra, María Manuela fue la segunda (pero primogénita superviviente) de los nueve hijos nacidos del matrimonio entre Juan III de Portugal y Catalina de Austria; de sus ocho hermanos menores, solamente sobrevivió Juan Manuel, nacido en 1537.
Su educación estuvo largamente influenciada por la profunda religiosidad y devoción a los sacramentos de su madre, unido a las altas expectativas que se tenían en el hecho de que como única hija de los reyes portugueses tuviese un buen matrimonio y fuera digna de las más altas consideraciones. Fue precisamente por este motivo por el que la reina Catalina convenció a su marido, Juan III, para que aceptara la candidatura del heredero de Carlos V, el futuro Felipe II, a la mano de la infanta.
Fue la primera esposa del príncipe de Asturias, heredero de la corona española, que reinó más tarde con el nombre de Felipe II, quien era su primo. Aquellas bodas, se contaron entre "las más notables que se han hecho entre príncipes en España, por el lujo, ostentación y aparato que se empleó desde los primeros preparativos, y por el pomposo ceremonial con que se celebraron" como dice un historiador. Los escritores de aquel tiempo han dejado minuciosas descripciones del viaje que hizo de Madrid a Badajoz a recibir a la princesa el maestro del príncipe, Juan Martínez Silíceo, obispo ya de Cartagena, y de la grandeza con que el duque de Medina Sidonia, Juan Alonso de Guzmán, arregló su casa para hospedar a la ilustre novia.
El obispo, en su pausado viaje, gastaba, dicen, 700 raciones cada día; su comitiva era brillante; llevaba multitud de acémilas y reposteros, pajes, escuderos y criados, todos con ricas y lujosas libreas de seda y terciopelo, con franjas de oro, sombreros con plumas y otros adornos, con los cuales competían los paramentos de los caballos, y en las comidas no faltaba, así en viandas como en vinos, ningún género de regalo. El duque, por su parte, gastaba, dicen, 600 ducados cada día en la mesa, y para el recibimiento del obispo en Badajoz llevaba 200 acémilas, todas con reposteros de terciopelo azul y las armas bordadas de oro.
Unos y otros llevaban músicos en su comitiva, y en la del duque iban además ocho indios con unos escudos de plata redondos y grandes, en cada uno de los cuales había un águila que sostenía las armas del duque y de la duquesa. Y para colmo del lujo y del capricho hacían parte del cortejo tres juglares, llamados Cordobilla, Calabaza y Hernando, ridículamente vestidos, y un enano con sus puntas de decidor y discreto. Así la casa del duque como la que se destinó para alojamiento del obispo competían en el lujo del menaje, en tapicerías, colgaduras, doseles y vajillas de oro y plata. Poco faltó para que la proyectada boda ocasionara un rompimiento entre España y Portugal por cuestiones de etiqueta y de preferencia. Tanto se disputó, que por no estar arreglado el ceremonial no pudo entrar en España la infanta en el día anunciado, y aún llegó a temerse que se deshiciera la boda.
Se arreglaron por fin las diferencias. Corría el mes de octubre cuando la comisión de caballeros castellanos recibió a la infanta en la raya divisoria en el puente del río Caya. Se debían celebrar los esponsales en Salamanca, y en el largo tránsito de Badajoz a aquella ciudad se invirtió cerca de un mes, porque todo eran festejos, fiestas, torneos, vistosos simulacros de infantes y jinetes, esforzándose a competencia y relativamente las grandes y pequeñas poblaciones en obsequiar a la futura princesa de Asturias. El príncipe, en tanto, como cualquier enamorado a quien no es permitido el ver a su amada, seguía a esta desde la raya hasta Badajoz. Cuando llegaba la real comitiva a una población en la que iba a descansar, el príncipe, siempre de incógnito, se adelantaba, y desde una ventana algunas veces, y casi siempre embozado hasta los ojos, desde una esquina, mezclado con la muchedumbre que ocupaba las calles, se complacía en observar a su futura esposa.
Llegó esta por fin a Salamanca, en cuyo límite la esperaban el corregidor con el ayuntamiento, el cabildo, la Universidad y otras corporaciones, que la acompañaron en la ostentosa y magnífica entrada. El príncipe se adelantó también como en otras poblaciones, y perfectamente disfrazado se asomó a un balcón de la casa del doctor Olivares para ver una vez más a la infanta. Esta lo supo, y al pasar por delante del precitado balcón, con cierta decorosa coquetería se cubrió el rostro con el abanico de ricas plumas que llevaba en la mano. Como los bufones tenían para todo libertad, el del conde de Benavente, llamado Periquito de Santervés, que era muy célebre entre los de su clase y acompañaba a la infanta para distraerla con sus gracias, comprendiendo lo que pasaba, apartó el abanico y descubrió plenamente el rostro de la infanta, acompañando la atrevida acción con muy oportunas palabras.
Por la tarde salió el príncipe, de incógnito siempre, fuera de la ciudad, y al siguiente entró públicamente en aquella por la puerta de Zamora, acompañado del cardenal de Toledo, de su tío cuarto el duque de Alba y de otros varios magnates y caballeros. El 14 de noviembre de 1543 se celebraron los esponsales, por la noche, dando a los esposos la bendición nupcial el arzobispo de Toledo. A las cuatro de la mañana se celebró la misa de velaciones, y todo el día y varios de los siguientes se invirtieron en fiestas y torneos. Después de visitar los establecimientos públicos, los príncipes se dirigieron a Tordesillas a besar la mano a la abuela de ambos, la reina Juana I de Castilla.
La melancólica reina se mostró muy complacida de ver y abrazar a sus nietos, y dice la historia que los hizo danzar en su presencia. En Simancas alfombraron de muy rico paño las calles y festejaron con el mayor entusiasmo a los príncipes, los cuales pasaron de esta ciudad a la de Valladolid, que también se mostró espléndida, digna y magnífica en recibir a los esposos. En aquella ciudad dio María a luz su único hijo, el infante Carlos (8 de julio de 1545) y pocos días después, murió, sin llegar a ser reina de España. Fue enterrada el 30 de marzo de 1549 en la Capilla Real de Granada, junto a los infantes Don Juan y Don Fernando, hijos del emperador Carlos V, si bien posteriormente sus restos fueron trasladados al Panteón de los Infantes de la Cripta Real del Monasterio de El Escorial. En la actualidad se encuentra sepultada en la novena cámara del mismo bajo el epitafio :
MARIA, PHILIPPI II VXOR
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