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Marcelino Calero y Portocarrero



Marcelino Calero y Portocarrero (Badajoz, 16 de enero de 1778 - Madrid, 1838) fue un político liberal, periodista, editor y empresario español de la primera mitad del siglo XIX.

Fue oficial de la Fábrica de Tabacos de La Coruña, y se relacionó con el club liberal formado en torno a la tertulia del Café de la Esperanza de esa ciudad. Durante la Guerra de Independencia Española fue redactor de varios periódicos: Ciudadano por la Constitución entre 1812 y 1814, y Ciudadano de la Nación junto con Antonio de la Peña.[1]

Por su condición de liberal exaltado, se exilió en Londres tras el Trienio Liberal (1823). Allí se estableció como editor, abriendo la Imprenta Española, que funcionó como uno de los vehículos de expresión de los emigrados españoles, hasta 1834.[2]​ Uno de las obras que allí se editaron fue el Diccionario de Hacienda de José Canga Argüelles (1826-1827), que volvió a reeditar el propio Calero en Madrid en 1833, en su propio establecimiento (Imprenta de D. Marcelino Calero y Portocarrero).[3]

En Londres, Sevilla y Madrid, siempre en imprentas de su propiedad, publicó entre 1829 y 1833 el Semanario de Agricultura y Artes, con el mismo título de una revista desaparecida (publicada entre 1797 y 1808).[4]

En Madrid, en 1836, editó El Ciudadano (revista que llevaba el subtítulo de Apuntes para la historia, y revista semanal política, económica y literaria).[5]

Incluso antes de su vuelta definitiva a España, se asoció con el empresario gaditano José Díez Imbrechts en el proyecto de construcción de un ferrocarril que facilitara la exportación de vinos de Jerez por el Guadalete, que hubiera sido el primero de España y uno de los primeros del mundo (1829). La empresa fracasó al no encontrar suficientes inversores. Imbrechts traspasó la concesión al propio Calero, que volvió a intentar el proyecto, rediseñando el trazado (hasta Puerto de Santa María y Rota) y rebautizándolo como Camino de Hierro de la Reina María Cristina, que fue autorizado al año siguiente (1830), pero volvió a fracasar.[6]

Encausado judicialmente en 1834, su defensa a cargo del abogado Ruperto Raya fue considerada un modelo de elocuencia forense.[7]



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