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Melindres



El bizcocho de soletilla es un tipo de bizcocho dulce, ligero, muy esponjoso, y con forma alargada, aplanada y con los extremos redondeados. Tiene numerosas denominaciones según los países donde se elaboran y consumen. Este tipo de dulce suele ser la base de otras preparaciones de repostería, como el tiramisú y la carlota.

Los bizcochos de soletilla se elaboran con una masa de bizcocho muy ligera sin levadura, en la que se han montado las claras a punto de nieve para incorporar la mayor cantidad de aire posible. Esta masa se conoce como genovesa.[1]​ La receta tradicional lleva como ingredientes principales huevo (alrededor del 30% de la masa), harina de trigo y azúcar; y en ocasiones se perfuma con vainilla, ralladura de limón o miel. Es habitual también cubrir la cara superior con una fina capa de azúcar glas. La mezcla de ingredientes se trabaja buscando una emulsión, dándole forma con ayuda de una manga pastelera. Los bizcochos obtenidos después del horneado tienen una forma ancha y aplanada, frescos y esponjosos por dentro y ligeramente tostados por fuera. Suele medir unos 10 centímetros de largo por 4 o 5 de ancho, así como un grosor de un centímetro aproximadamente.[2][3]

Por su consistencia esponjosa los bizcochos de soletilla absorben fácílmente los líquidos sin deformarse por lo que son ideales para mojar. En España, como en muchos otros países, se consumen tradicionalmente en la merienda para acompañar un chocolate caliente o un café.

Hoy en día son conocidos por su uso más común en la elaboración del tiramisú, donde son remojados en un fuerte espresso y mezclados con una crema dulce de mascarpone, formando así uno de los postres más típicos de la cocina italiana. En la repostería francesa los bizcochos de soletilla se pueden utilizar como base del pastel llamado carlota.

De origen francés, los bizcochos de soletilla se llamaban originariamente biscuit à la cuillère debido a que se colocaba la masa con una cuchara antes de ser horneada, y se considera que fueron inventados a finales del siglo XV en la corte del Duque de Saboya, y fueron creados para la ocasión de la visita del rey de Francia.[4][2]​ Posteriormente Charles Maurice de Talleyrand, el ministro de asuntos exteriores de Napoleón, pidió al pastelero Antonin Careme que alargara los bizcochos para poderlos mojar en su vaso de madera, dando lugar a la forma alargada actual.[3]




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