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Mineralogía



La mineralogía es la rama de la geología que estudia las propiedades físicas y químicas de los minerales que se encuentran en el planeta en sus diferentes estados de agregación. Un mineral es un sólido inorgánico de origen natural, que presenta una composición química definida. Los minerales aportan al ser humano los elementos químicos imprescindibles para sus actividades industriales.

El estudio de la mineralogía puede hacerse desde distintos puntos de vista.

Cuando se tiene una muestra de mano recolectada en el campo, el geólogo tiene a su disposición varias propiedades, entre ellas: forma cristalina, brillo, raya, dureza (escala de Mohs), exfoliación o fractura, peso específico, color, etc.[1]

La exfoliación de un mineral se presenta cuando en su estructura cristalina, hay enlaces más débiles que otros, por lo que se generan planos a lo largo de los cuales el mineral tiende a romperse cuando se le aplica tensión. Los minerales biotita y moscovita ilustran muy bien esta característica.

El color no es una característica muy confiable, ya que hay minerales como el cuarzo o la fluorita, que tienen diversos colores. En cambio, la raya es el color de un mineral en polvo, la cual se puede obtener al frotar el mineral contra una pieza de porcelana no vidriada. Esta característica es más fiable.

Muchas substancias, por ejemplo el carbono, puede cristalizar en diferentes estructuras (véase cristalografía). Si cristaliza en el sistema cúbico se le denomina diamante, pero si cristaliza en el sistema hexagonal, conforma el grafito. Basta su apariencia para reconocer que son dos minerales diferentes, aunque es necesario un estudio más profundo para comprender que poseen la misma composición química.


En un principio, el hombre fijó su atención en los minerales que podían servirle para satisfacer sus necesidades. Desde el primer momento utilizó el sílex, primero a partir de depósitos superficiales y más adelante incluso mediante explotaciones subterráneas. Mucho más adelante descubrió los metales nativos como el oro y la plata, que se deformaban fácilmente debido a su maleabilidad. Más tarde el cobre nativo, que pronto aprendió a extraer a partir de algunos de sus minerales, especialmente de la malaquita y de la azurita.

Posteriormente descubrió la aleación de éste con el estaño dándole más dureza, y el hierro que fue fundamental para impulsar la civilización. También, en el Neolítico, comenzó la utilización de minerales como la variscita para fabricar adornos. Los metales y su empleo han dado nombre a varios períodos de la Prehistoria como Edad del Cobre (calcolítico), Edad del Bronce y Edad del Hierro. Se han encontrado pinturas egipcias de más de 5000 años en las que se representan artesanos trabajando los minerales. A comienzos del Neolítico se empezaron a grabar signos en las piedras brillantes para aumentar sus poderes mágicos y al final de la Prehistoria se convirtieron en una especie de moneda que intercambiaban por aquello que deseaban poseer.

Los primeros escritos sobre mineralogía —la rama de la geología que estudia las propiedades físicas y químicas de los minerales—, especialmente sobre piedras preciosas, provienen de la antigua Babilonia, del antiguo mundo grecorromano, de la China antigua y medieval —parece que el documento más antiguo relacionado con minerales fue el libro chino San Hey Din[2]​ (500 a.C.) que señalaba 17 minerales—, y de los textos sánscritos de la antigua India.[Ned. 1]Aristóteles compendió todo el saber de su época especialmente en ciencias naturales. Su sucesor, Teofrasto de Ereso escribió el que se puede considerar el primer tratado de mineralogía, Pery Lyton [Sobre las piedras], del que se conserva un fragmento bastante extenso y un tratado de los metales que se perdió. Plinio el Viejo, en su obra Naturalis Historia —libros 33, 34, 36 y 37— recopiló todo lo que en aquella época se sabía sobre minería , no solo describiendon muchos minerales diferentes, sino también explicando muchas de sus propiedades, aunque dejando sin respuesta la regularidad que presentan los cristales. Lo mismo hizo el científico persa Al Biruni en Kitab al Jawahir ('Libro de piedras preciosas'). Isidoro de Sevilla en sus Etimologías salvó la cultura clásica para la posteridad, en el libro XVI dedica 24 capítulos a la mineralogía, esta obra ha pasado a la posteridad con el nombre de Lapidario de San Isidoro. En el siglo XIII el filósofo alemán Alberto Magno en su obra De mineralibus describe una serie de especies mineralógicas. El rey de Castilla y León, Alfonso X "El Sabio" publicó el libro El lapidario, curioso estudio de los minerales en el que incluían las piedras preciosas en su relación con los signos del zodíaco.

El especialista del Renacimiento alemán Georg Bauer (Georgius Agricola) escribió obras en latín que comenzaron el enfoque científico del tema, como De Natura Fossilium (1546) y De re metallica (publicada póstumamente en 1556, con privilegio y licencia del rey Enrique IV de Francia, de la que se hicieron traducciones al alemán y al italiano en ese mismo siglo. Las ediciones en castellano e inglés se publicaron en el siglo XX). Su obra constaba de 12 libros o capítulos tratando cuanto se refería a la minería y mineralogía con 291 grabados. Y fue en la Europa posterior al Renacimiento cuando se emprendieron los estudios científicos sistemáticos de los minerales y las rocas.[Ned. 2]​ El estudio moderno de la mineralogía basado en los principios de la cristalografía (los orígenes de la cristalografía geométrica, en sí mismos, se remontan a la mineralogía practicada en los siglos XVIII y XIX) y al estudio microscópico de las secciones de roca empezó con la invención del microscopio en el siglo XVII.[Ned. 2]

En 1669, el anatomista y geólogo danés Niels Stessen (Nicolás Steno), observó por primera vez la regularidad geométrica en la formación de los cristales, la ley de la constancia de los ángulos interfaciales (también conocida como la primera ley de la cristalografía) en los cristales de cuarzo.[3]:4 Esto fue más tarde generalizado y establecido experimentalmente en 1783 por Jean-Baptiste Romé de l'Isle, [4]​ que confirmó el descubrimiento de la constancia de los ángulos diedros de los cristales de una misma especie mineral, que ya había sido descrita por el profesor Lomonosov en 1645. René Just Haüy, sacerdote, físico y mineralogista francés considerado el «padre de la cristalografía moderna», debido a la caída de un cristal de calcita, descubrió que todos los cristales de este mineral estaban compuestos por la adición de romboedros elementales cadá vez menores cuando se rompía un nuevo fragmento, hasta cristales prácticamente invisibles a simple vista. En su obra Traité de la cristallographie estableció las bases de una nueva ciencia, la cristalografía, que agrupa los cristales según la simetría de su cristalización y demostró que los cristales son periódicos y estableció que las orientaciones de las caras de los cristales se pueden expresar en términos de números racionales, como se codificó más adelante en los índices de Miller.[3]:4

El francés Auguste Bravais sentó las bases de la estructura cristalina. A partir de la invención en 1809 del goniómetro de reflexión por William Hyde Wollaston, se realizaron con más exactitud las medidas angulares en los cristales.

En 1814, el químico sueco Jöns Jacob Berzelius, basándose en algunos hallazgos de Eilhard Mitscherlich, introdujo una clasificación de los minerales basada en su química en lugar de en su estructura de cristal.[5]William Nicol desarrolló el prisma de Nicol, que polariza la luz, en 1827-1828 mientras estudiaba la madera fosilizada; Henry Clifton Sorby demostró que las secciones delgadas de los minerales podían identificarse por sus propiedades ópticas utilizando un microscopio de luz polarizada.[3]:4[5]:15 James D. Dana publicó en 1837 su primera edición de A System of Mineralogy y en una edición posterior introdujo una clasificación química que sigue siendo la norma.[3]:4[5]:15

En el siglo XIX y principios del siglo XX la minería alcanzó gran difusión y por tanto también el coleccionismo de minerales que motivó la posibilidad de encontrar abundantes piezas de gran valor y la creación de grandes museos en Europa y Norteamérica.

En el siglo XX, la difracción de rayos X fue demostrada por Max von Laue en 1912, y ya desarrollada, se convirtió en una herramienta para analizar la estructura cristalina de los minerales por parte del equipo padre/hijo William Henry Bragg y William Lawrence Bragg.[3]:4



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