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Montañas de Adirondack



Las montañas [de] Adirondack (en inglés, Adirondack Mountains, /ædˈrɒndæk/) son un macizo montañoso de los Estados Unidos localizadas en el noreste del estado de Nueva York. Sus límites corresponden aproximadamente con los límites del actual Parque Adirondack. Comprenden una superficie de unos 13 000 km², entre montañas, tierras boscosas, colinas redondas, valles en forma de "U" y lagos..[1]​ Las montañas forman una cúpula más o menos circular, de aproximadamente 260 km de diámetro y aproximadamente 1600 m de altura. El relieve actual debe mucho a la acción de la glaciación. Hay más de 200 lagos alrededor de las montañas, como los lagos George, Placid y Lago Tear of the Clouds, que es la fuente del río Hudson.[1]​ La región de las Adirondack también alberga cientos de cumbres montañosas, algunas de las cuales alcanzan alturas de 5000 pies o más.

Se cree que la palabra Adirondack provendría de la palabra mohawk 'ha-de-ron-dah', que significa 'comedores de árboles'. El primer uso escrito del nombre, escrito Rontaks, es de 1729 por el misionero francés Joseph François Lafitau. Explicaba que los iroqueses usaban la palabra como un término despectivo para los grupos de algonquinos que no practicaban la agricultura y que, por lo tanto, a veces tenían que comer corteza de árbol para sobrevivir a los duros inviernos. Como los mohawks no tenían lenguaje escrito en ese momento, los europeos usaron varias grafías fonéticas de la palabra, como Achkokx, Rondaxe y Adirondax.[2]​Tales palabras estaban fuertemente asociadas con la región, pero aún no se consideraban un nombre de lugar: un mapa en inglés de 1761 etiqueta el área simplemente como «país de caza de ciervos» (Deer Hunting Country). En 1837, las montañas fueron nombradas Adirondacks por el médico y geólogo Ebenezer Emmons.[3]

Los seres humanos han vivido en la región de las montañas Adirondack desde el período paleoindio (15000 a 7000 a. C.) poco después de la Última Edad de Hielo. El primer grupo que se trasladó al área llegó al sur desde el valle del río San Lorenzo y se asentó a lo largo de las orillas del mar de Champlain alrededor del año 13000 a. C..[4]​ Estas personas, conocidas como la cultura Laurentiana, eran cazadores-recolectores seminómadas. La evidencia de su presencia en las Adirondacks incluye una punta de flecha de pedernal marrón rojizo encontrada en 2007 en el borde del lago Tupper. Durante los siguientes 11000 años aproximadamente, el clima de la región se calentó lentamente y los bosques comenzaron a reemplazar a la tundra original.[4]​ Varias culturas diferentes —conocidas como las culturas de Sylvan Lake, River, Middlesex, Point Peninsula y Owasco— reemplazaron a la cultura Laurentiana con el tiempo.[5]​ En la época de la cultura Owasco, alrededor del año 0 d.C., en las tierras altas de las Adirondack ya se cultivaban maíz y frijoles.[4]

Los primeros pueblos iroqueses —los mohawk (o Kanyengehaga) y los oneida (u Oneyotdehaga)— llegaron a la región de las Adirondack hace entre 4000 y 1200 años. Ambos grupos reclamaron las montañas Adirondack como terrenos de caza. Según el historiador de Haudenosaunee Rick Hill, la región se consideraba un «plato con una cuchara» (Dish with One Spoon, una ley utilizada por los pueblos indígenas para describir un acuerdo para compartir territorio de caza entre dos o más naciones), simbolizando los recursos de caza compartidos entre los grupos. Un grupo de algonquinos, conocidos como los mahicanos, también ocupó la región, particularmente el valle del río Hudson.[5]

Estos fueron los grupos que encontraron los primeros exploradores europeos de la zona. La colonización europea comenzó con una batalla entre Samuel de Champlain y un grupo de mohawks, en lo que hoy es Ticonderoga en 1609. El misionero jesuita Isaac Jogues se convirtió en el primer europeo del que hay constancia en viajar por el centro de las Adirondacks, como cautivo de una partida de caza mohawk, en 1642.[6]

La temprana percepción europea de las Adirondacks era la de un área virgen vasta e inhóspita. Un mapa del área de 1771 muestra la región como un espacio en blanco en la esquina noreste de Nueva York. En 1784, Thomas Pownhall escribió que los nativos americanos se referían a la zona como «el lúgubre desierto o la habitación de invierno», y que la zona «no era muy conocida por ellos o, si la conocían, muy sabiamente mantenida fuera del conocimiento de los europeos».[7]​ Claramente tenía la impresión de que los nativos no vivían dentro de las montañas Adirondack. Porque las tribus iroquesas y algonquinas locales habían sido diezmadas primero por la viruela y el sarampión en el siglo XVII, luego por las guerras con los colonos europeos invasores, y probablemente había muy pocas personas viviendo en la región cuando Pownhall realizó su descripción. Solo recientemente los numerosos hallazgos arqueológicos han demostrado de manera definitiva que los nativos americanos estaban muy presentes en las Adirondacks antes del contacto con los europeos, cazando, haciendo cerámica y cultivando maíz y frijoles.[4]

La impresión europea de una región salvaje desprovista de conexión humana estableció una narrativa sobre la naturaleza que persistiría durante los siguientes 200 años de la historia de la región. Si bien la percepción de la sociedad sobre el valor de las Adirondack cambió, siempre fueron vistas como una tierra de recursos naturales y belleza física, no de historia humana.[4]​ Primero, el área era un enredo inhóspito, luego un lucrativo almacén de madera.[7]​ Después de la Guerra de Independencia de los Estados Unidos, el estado de Nueva York adquirió la propiedad de la mayor parte de la tierra de la región. Necesitado de dinero para pagar las deudas contraidas en la guerra, el gobierno vendió casi toda la superficie pública original de unos 7 millones de acres por unos centavos el acre. Los leñadores fueron bien recibidos en el interior, con pocas restricciones, lo que supuso una masiva deforestación.[8]​ Más tarde, el carácter salvaje de la región se hizo popular con el surgimiento del movimiento romántico, y las Adirondacks se convirtieron en un destino para aquellos que deseaban escapar de los males de la vida urbana. La creciente preocupación por la calidad del agua y por la deforestación llevó a la creación del Parque Adirondack en 1885.[7]​ En 1989, parte de la región de Adirondack fue designada por la UNESCO como Reserva de la Biosfera Champlain-Adirondack.[9]

Para conocer la historia humana más reciente de la región de Adirondack, consulte la página en inglés Adirondack Park .

En 1882, la legislatura del Estado de Nueva York declaró a esta región parque estatal aunque existían propiedades privadas que aún se mantienen. El fin de esta creación fue preservar «la vida silvestre [, y que las tierras] no se puedan vender, rentar o intercambiar, ni ser ocupadas por corporaciones, privadas o estatales».

El conjunto de montañas de Adirondack se considera como «montañas jóvenes» pues, según un estudio orográfico, crece a razón de 1,5 milímetros anualmente, siendo la cumbre más alta la del monte Marcy con 1629 metros (5344 pies). Existen además unas cuarenta montañas superiores a los 1200 metros (3973 pies).

La mayoría de las montañas altas tienen tres zonas de vegetación: La primera, la de haya, arce y abedul amarillo del bosque de maderas duras del norte. La segunda, de abeto rojo y el balsámico. La tercera en la cima, una zona alpina de rocas con liquen, juncia y krummholz.



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