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Números



El Libro de los Números o simplemente Números (del griego Ἀριθμοί [Arithmoí]; llamado en hebreo במדבר [Bəmidbar]: ‘En el desierto’) es el cuarto libro del Tanaj hebreo (que desde el siglo II d. C. ―aunque con algunas diferencias― es llamado Antiguo Testamento de la Biblia). Es el cuarto libro de la Torá judía (o Pentateuco ―‘los cinco libros’― según su posterior nombre griego).

Viene precedido por el Levítico y seguido por el Deuteronomio.

La tradición religiosa judía atribuye el Libro de los Números ―como todos los libros de la Torá (el Pentateuco)― al gran legislador de la nación hebrea Moisés (Moisés ben Hamram o Moshé Rabenu), quien habría vivido hacia el 1300 a. C.. Según el Segundo Libro de los Reyes (22-23), este libro fue hallado durante la reforma de Josías (hacia el año 622 a. C.).

El evento clave en la formación del Antiguo Testamento fue la invasión del reino de Judá por el Imperio de Babilonia en el 586 a. C. (según Dawes, pág. 13).[1]

Los babilonios destruyeron la ciudad y el Templo de Salomón, ejecutaron a los hijos del rey delante de él y lo cegaron, y se lo llevaron a él y a muchos otros al exilio en Babilonia (Dawes, pág. 14).[1]​ Estos eventos deben de haber representado una gran crisis religiosa: ¿por qué el dios Yahvé había permitido que esto sucediera? ¿Qué había pasado con la promesa de que los descendientes de David reinarían para siempre? Las respuestas están registradas en el Libro de Ezequiel, el Libro de Jeremías y el Libro de Isaías, y en la historia deuteronomista, la colección de obras históricas desde el Libro de Josué al Libro Primero de los Reyes: Yahvé no había abandonado a Israel, sino que Israel había abandonado a Yahvé, y el exilio en Babilonia era un castigo de Yahvé por la falta de fe de Israel (según Dawes, págs. 14-16).[1]

El exilio en Babilonia duró aproximadamente 48 años: empezó en 586 a. C. y terminó cuando los persas conquistaron Babilonia en 538 a. C. El nuevo gobernante persa, Ciro II el Grande, decidió permitir que los exiliados de distintos pueblos regresaran a sus patrias. De acuerdo con el Libro de Esdras y el Libro de Nehemías, los judíos regresaron a Palestina bajo la dirección conjunta de un descendiente del último rey y del último sumo sacerdote. Reconstruyeron el templo y reconstituyeron Judá (ahora se llama Yehud) como una comunidad santa gobernada por sacerdotes.

Fue en este periodo en que se compuso la Torá (o el Pentateuco ―‘los cinco libros’― para dar su posterior nombre griego), separando el Deuteronomio de la historia deuteronomista y agregando los libros del Génesis, el Éxodo, el Levítico y los Números (Dawes, pág. 16).[1]

El nombre original del Libro de los Números es במדבר, /bamidbar/ (‘[libro de] en el desierto’) en hebreo. En el siglo III a. C. el Bamibdar fue traducido al griego por los Setenta, con el nombre de Αριθμοί, /arithmoí/ (‘números’).

Todo el libro está poblado de números, que consigna con minuciosidad extrema: la cantidad de jefes de las tribus (cap. 7); número de las poblaciones y libaciones necesarias (13); cuenta de la cantidad de hombres sublevados (16:2); cabezas de ganado que han de ser destinadas al sacrificio ritual (28-29); cantidad de botín y su reparto exacto (31); agrimensura y dimensiones del territorio (35); incluso recuentos minuciosos de las leyes y los relatos contados.

Es posible que el libro exagere o idealice algo la cantidad de hebreos, pero es innegable que, más allá de ello, pinta un cuadro de la vida y la sociedad de aquellos tiempos con una fuerza incomparable, describiendo incluso con gran vivacidad el desierto del Néguev y la manera de vivir en él.

Más de una vez se expresa que Moisés se dedicó a registrar cada sitio donde los hebreos se detenían, cada oasis y cada campamento.

Como es habitual en los libros del Antiguo Testamento, su pertenencia a la serie de «libros históricos» es afirmada tanto por la Iglesia católica, como por el resto de grandes confesiones, ortodoxas, protestantes originarias etc. Otros autores afirman que ello no implica que corresponda al género histórico como se lo entiende hoy.

En el primer caso, en la misma línea que la tradición judía, la historia refleja ampliamente hechos históricos acontecidos, que hablan de la relación de Yahvé con el pueblo judío. Para los segundos no habría más que mitos y leyendas que en cualquier caso nadie ha podido tampoco negar.

La arqueología trabaja desde hace un siglo en tratar de averiguar la veracidad y detalle del contenido histórico de este libro. No cabe duda alguna que al menos todos los aspectos culturales quedan muy reafirmados por haberse conservado en su esencia en el judaísmo del templo hasta tiempos de Jesús. Además de la propia certificación que los autores del Nuevo Testamento ofrecen al dar por históricos estos hechos. Así como lo hacen numerosos otros libros posteriores de la propia biblia.

La arqueología no ha podido ni negar ni confirmar la completa veracidad de todo lo narrado. Como es común, los autores discuten sobre numerosas y a veces contradictorias hipótesis.

Las narraciones se interrumpen constantemente para insertar textos jurídicos. Es por ello que el plan de trabajo histórico se diluye a menudo, cosa que no ocurre con el plan teológico del libro.

El agrupamiento de los elementos del libro debe hacerse alrededor de los hechos principales narrados, y esta tarea es en extremo difícil. Es por ello que históricamente se ha buscado establecer una división más simple, como por ejemplo según los sitios donde suceden los acontecimientos.

Así, el Libro de los Números puede dividirse en tres partes principales:

El pueblo de Israel camina con Yahvé. Si existen fallos, estos no son provocados por Yahvé, sino por los pecados del pueblo (cfr. caps. 13 y 14). En cambio, si hay éxitos, estos vienen como consecuencia de la fidelidad del pueblo al Dios que los ha librado y que permanece con Israel.




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