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Oblación



El término oblación (del latín oblatio, "ofrenda") alude a una ofrenda o sacrificio que se realiza a una divinidad.[1]​ Este sacrificio, en un sentido más primitivo, corresponde a la ofrenda de un don perceptible por los sentidos, como manifestación externa de la veneración hacia el Dios, aunque puede tener connotaciones más espirituales y abstractas.

La ofrenda no se convierte en sacrificio sino hasta que el don visible sufre una transformación como, por ejemplo, al ser muerto, al derramar su sangre, al quemarlo, etcétera.

Algunas culturas, como los tirios, los cartagineses y algunas tribus galas hacían sacrificios humanos en honor a Baal, Moloch, Teutates, etcétera.[cita requerida]

En las civilizaciones de la región de Mesoamérica, desde mayas, toltecas y aztecas y la mayor parte de las culturas de la América prehispánica, el sacrificio humano fue un aspecto fundamental, y se instauraba como una necesidad "divina" (en realidad, no eran dioses como los occidentales, sino más bien energías) el hecho de efectuar diversas mutilaciones y torturas a las víctimas ofrendadas con el fin de calmar la sed de sus deidades sedientas de sangre humana, la cual, dentro de sus creencias, era el alimento de los dioses.[cita requerida]

En Grecia y Roma, se ofrecían sacrificios a todas las divinidades y consistían en animales de los dedicados a cada una. Por ejemplo, el caballo a Neptuno, el chivo a Baco y fuera de estos casos en bueyes, toros, carneros y tratándose de pobres, en corderos y aves (gallos, palomas, etcétera). La inmolación consistía en un principio en derramar sobre la cabeza de la víctima harina de trigo puro mezclada con sal, pero más adelante se llamó inmolación al sacrificio completo. El sacrificio de cien bueyes recibía el nombre de hecatombe.[2]

Ya desde la historia de la Creación en el Génesis, se encuentra, en la tradición judeocristiana, el concepto de sacrificio en el relato de Caín y Abel.

Los antiguos hebreos tenían muy arraigado el concepto de sacrificio u ofrenda a Dios. En el Pentateuco son numerosos los ejemplos en los que se recomienda a la población y en donde se explicitan las maneras de como podía ejecutarse.

Numerosos son los pasajes también que explicitan como estos sacrificios eran "agradables a Dios" según las creencias de los antiguos judíos.

Los judíos practicaban, según la ley de Moisés, diferentes tipos de sacrificios. Las víctimas solían ser bueyes, terneras, carneros, corderos, chivos, cabritos y moruecos. Las ofrendas podían no ser de sangre también, en esta línea encontramos los sacrificios de grano y frutos, los cuales representaban el esfuerzo humano.

El sacrificio humano se rechazaba siempre.

Desde la destrucción del Templo en Jerusalén en el año 70 los judíos ya no hacen sacrificios de cualquier tipo para comunicarse con Dios. Para los judíos hoy en día la vida religiosa consiste en portarse bien, cumplir con los 613 mandamientos que se llaman mitzvot (singular: mitzvá) relevantes aun sin Templo, ayudar a los demás, y rezar.

Las religiones cristianas conocen la pasión y sacrificio de Jesús como la oblación expiatoria del Siervo de Dios. Este sentido entiende el sacrificio de Cristo como una ofrenda a través de la cual Jesús cargó sobre sí con los pecados del mundo y por medio de ellos expió a la humanidad ante los ojos de Dios.

porque cargó con los crímenes de ellos.
Le daré una multitud como parte,

Es en este sentido que Jesús es nombrado también el Cordero de Dios, como una remembranza a las antiguas maneras de oblación con animales.[3]

y no abría la boca:
como cordero llevado al matadero,
como oveja ante el esquilador,

Este tipo de oblación, más espiritual, como recuerda San Ireneo en La oblación pura de la Iglesia[4]​ da un nuevo sentido al antiguo concepto de sacrificio en el contexto de las religiones cristianas, mucho más espiritual que material. Así, para Ireneo, la oblación se refiere a la actitud del cristiano.

Así, la oblación se entiende como la voluntad constante de seguir los preceptos del cristianismo, y en ese sentido su mayor ofrenda a Dios es la fe. En este sentido, el sentido del sacrificio no es el "agradar a Dios" simplemente, sino la comunión con el mismo.



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