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Novela cortesana



La novela cortesana es un género literario del Siglo de Oro español que fue cultivado durante el periodo barroco, en el siglo XVII.

Se trata de una narración breve de ambientación de la calle, casi siempre de temática amorosa, con ingredientes costumbristas, picarescos, pastoriles y ecos de la novelística italiana más decente y menos anticlerical a los rigurosos criterios de los inquisidores españoles (novellieri como Giovanni Boccaccio y sus más honestas piezas del Decamerón; Giambattista Giraldi Cinthio y su Hecatonmiton; Mateo Bandello y sus Novelle, Gianfrancesco Straparola y sus Piacevoli notti —Noches placenteras—; Franco Sacchetti y sus Trecentonovelle; Masuccio Salernitano y su célebre Novellino, Agnolo Firenzuola y Le Novelle, Parabosco y sus I deporti, Ortensio Lando y sus Alcune novelle, etcétera). Quedaron pues excluidos e inéditos hasta el siglo XVIII los novellieri más licenciosos, anticlericales y menos asimilables, como El Lasca, Forteguerri y Fortini.

Se trata de un tipo de literatura de evasión que es el correlato en prosa a la comedia de capa y espada, con la que tantas cosas tiene en común, coincidencia que es algo aceptado ya poco menos que unánimemente por la crítica actual en tanto que sus personajes más característicos coinciden en casi todo (desde la convencional onomástica hasta su modo de sentir, de actuar y de expresarse) con los propios de la citada especie teatral. Cristóbal Suárez de Figueroa la definió en su obra El pasajero:

En el siglo XVIII continuaron siendo muy leídas, pues hubo además una Colección de novelas escogidas compuestas por los mejores ingenios españoles cuyo primer volumen salió de la Imprenta Real y los restantes de la de González entre 1785 y 1794 (Tomo I: 1794. Tomos II–V: 1788. Tomo VI: 1785. Tomo VII: 1789. Tomo VIII: 1791). Contienen cincuenta y tres novelas principalmente de Cervantes, Luis de Guevara, Isidro de Robles (que aparece como autor de algunas novelas con lipogramas manieristas que en realidad escribió Alonso de Alcalá y Herrera), Andrés del Prado o de Prado, Alonso de Castillo Solórzano, Diego de Ágreda y Vargas, Andrés del Castillo y Alonso Jerónimo de Salas Barbadillo, así como otros autores, bien anónimos, bien con escasa representación (Matías de los Reyes, Baltasar Mateo de Velázquez). Por otra parte una importante publicación periódica, Tertulias de invierno, estaba consagrada a divulgar este tipo de narrativa.

Don Emilio Cotarelo y Mori editó con introducción y notas, el pasado siglo, una Colección selecta de antiguas novelas españolas que incluye en sus doce volúmenes lo mejor del género (Madrid: Librería de la Viuda de Rico y Librería de los Bibliófilos Españoles, 1906–1909, 12 vols.: Francisco de Lugo y Dávila, Teatro popular, (Madrid, 1621); Gonzalo de Céspedes y Meneses: Historias peregrinas y ejemplares (Zaragoza, 1623); Alonso de Castillo Solórzano, La niña de los embustes (Barcelona, 1632); Miguel Moreno: Novelas (1628); Alonso de Castillo Solórzano: Noches de placer (Barcelona, 1631); Juan de Piña: Casos prodigiosos y cueva encantada (Madrid, 1628); Alonso de Castillo Solórzano: Las arpías de Madrid (Barcelona, 1631); Andrés del Castillo: La mojiganga (Zaragoza, 1631); Alonso de Castillo Solórzano: Tardes entretenidas (Madrid, 1625); Matías de los Reyes: El menandro (Jaén, 1636); Francisco de Eraso: Jornadas alegres (Madrid, 1626); Matías de los Reyes: El curial del Parnaso.

Las narraciones entre 1624 y 1663 ofrecen diversas cosmovisiones: más simples y ajustadas en Camerino y más complejas y abiertas en Andrés de Prado. Hay indicios de que a lo largo del siglo se van alterando las funciones asignadas, dentro de los esquemas narrativos, a determinadas clases sociales: de la nobleza, en beneficio de una burguesía mercantil o de los nobles venidos a menos. También parece significativa la evolución en la ambientación: el novelista va pasando de los espacios tópico-míticos al costumbrismo de los urbanos consuetudinarios. Esto es síntoma de que la novela va asimilando unos presupuestos sociales, de que va derivando hacia un tipo de narración menos brillante, literariamente hablando, pero mucho más efectivo como matriz de lo que posteriormente se llamará novela de consumo.

Esta novelística posee una gran importancia no solo literaria, sino también documental para el conocimiento sociológico de la época. En muchas de estas obritas se percibe el sentimiento de decadencia de la sociedad aristocrática y el surgimiento de un nuevo tipo de valores, los de la burguesía.

Los grandes autores del género fueron Miguel de Cervantes, su creador, con algunas de sus Novelas ejemplares; Alonso Jerónimo de Salas Barbadillo, con Corrección de vicios (1615), ocho narraciones, tres de ellas versificadas, o las nueve aventuras nocturnas que componen su famosísimo Don Diego, de noche (1623), y las novelas sueltas o incluidas en sus diversas misceláneas, de las que cabe señalar Casa del placer honesto (1620); Alonso de Castillo Solórzano, quizá el más prolífico escritor del género y que compiló las suyas en diversas colecciones como Tardes entretenidas (1625), Jornadas alegres (1626), Tiempo de regocijo y carnestolendas de Madrid (1627), Noches de placer (1634) Fiestas del jardín (1634), Los alivios de Casandra (1649), Sala de recreación (1649) y La quinta de Laura (1649); Tirso de Molina, que incluyó algunas en sus misceláneas Los cigarrales de Toledo (compuesta en 1621 y publicada en 1624) y Deleitar aprovechando (1635); Lope de Vega, con sus Novelas a Marcia Leonarda; Juan Pérez de Montalbán, que escribió algunas especialmente movidas e inquietantes en su miscelánea Para todos y en Sucesos y prodigios de amor (1624); Cristóbal Lozano, popularísimo en el pasado e interesado en las leyendas históricas y tradicionales, de gran imaginación y erudición tal en cuanto a historias, facecias y chascarrillos que sus obras han servido de almoneda a los más diversos ingenios españoles y extranjeros, y entre cuyas varias colecciones seleccionaremos solo la quizá más famosa, su David perseguido, y María de Zayas, la narradora más importante del siglo detrás de Cervantes, que escribió Novelas ejemplares y amorosas y Desengaños amorosos (primera edición en 1637).

Junto a estos, cultivaron este género una serie de escritores menores que, sin embargo, alcanzaron una gran boga en su época: Antonio de Eslava, creador de unas famosas Noches de invierno (1609); Juan Cortés de Tolosa, que compuso Discursos morales (Zaragoza, 1617), cuya segunda parte incluye el Libro de las novelas; Diego de Ágreda y Vargas, autor de Novelas morales, útiles por sus documentos (Madrid, 1620); Francisco de Lugo y Dávila y su Teatro popular, novelas morales (Madrid, 1622), cuyo prólogo teoriza sobre el género; el italoespañol José Camerino, cuyas Novelas amorosas (Madrid, 1624) son justamente celebradas; Juan de Piña, el mejor amigo de Lope de Vega, al que no le interesaba nada moralizar y más bien pretendía crear obras de arte en sus colecciones Novelas exemplares y prodigiosas historias (Madrid, 1624) y Varias fortunas (Madrid, 1627); Matías de los Reyes, autor de tres colecciones distintas: El curial del Parnaso (Madrid, 1624), El Menandro (Jaén, 1636) y Para algunos (Madrid, 1640), réplica en el título del Para todos de Montalbán; Baltasar Mateo de Velázquez, autor de El filósofo de aldea (Madrid, 1625); Miguel Moreno, autor de El cuerdo amante (1628) y Jacinto Abad de Ayala, a quien se debe la Novela del más desdichado (Madrid, 1641).

Posteriormente aparecen las novelas de Ginés Carrillo Cerón, Andrés Sanz del Castillo (La mojiganga del gusto, Zaragoza, 1641), Baptista Remiro de Navarra, una especie de Virgilio que alumbra y avisa sobre los sectores más marginados y desesperados de la villa y corte en su colección Los peligros de Madrid (1646); Matías de Aguirre y Sebastián, que usaba para escribir el nombre de su hijo Matías de Aguirre del Pozo y escribió Natividad de Zaragoza, 1654; Leonor Meneses Noronha, más conocida por su pseudónimo Laura Mauricia, con El desdeñado más firme (1655); la granadina Mariana de Carvajal y Saavedra, autora de Navidades de Madrid y noches entretenidas (Madrid, 1663); Andrés del Prado, que compuso Meriendas del ingenio y entretenimiento del gusto (Zaragoza, 1663); el escritor y economista judaizante José Penso de la Vega, también conocido como José de la Vega, que escribió Rumbos peligrosos por donde navega con título de novelas la zozobrante nave de la temeridad (Amberes, 1683); Luis de Guevara, que reunió sus novelas cortesanas bajo el título de Intercadencias de la calentura de amor, suscesos ya trágicos y lamentables, ya dichosos y bien logrados (Barcelona, 1685) y el murciano Ginés Campillo de Bayle con sus Gustos y disgustos del lentiscar de Cartagena (1689).

Hay que citar, además, algunos grupos de autores con características específicas. En primer lugar, los extraños por escribir novelas dos veces cortesanas: por sus características en sí mismas y porque añaden al género algún tipo de cortesano y manierista juego de ingenio, como por ejemplo los lipogramas de Alonso Alcalá y Herrera, ejercicios con que también se distrajeron ocasionalmente Francisco de Navarrete y Ribera, primero en iniciar este tipo de distracciones, Alonso de Castillo Solórzano, que incluyó en el último volumen de su La quinta de Laura un romance son la letra Y, o Manuel Lorenzo de Lizarazu y Berbinzana y Fernando Jacinto de Zurita y Haro; también hay un lipograma en una novela picaresca, Estebanillo González, que concluye con un romance escrito sin la letra O. En segundo lugar, un grupo femenino de novelistas de características feministas bien marcadas: María de Zayas, que propugna la intervención de la mujer en la institución literaria; Mariana de Carvajal, que hace del espacio íntimo el estatuto de la burguesía naciente y Leonor de Meneses, que masculiniza ese espacio.



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