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Ochy Curiel



Rosa Ynés Curiel Pichardo (Santiago, República Dominicana; 15 de marzo de 1963), mejor conocida como Ochy Curiel, es una activista dominicana y teórica del feminismo latinoamericano y caribeño, antropóloga social y cantautora. Es portavoz del feminismo autónomo, lésbico, antirracista y decolonial. Se ha dicho de ella que “encarna todo lo contra hegemónico”.[1]

Doctora en Antropología social, especialista en ciencias sociales y trabajadora social, Ochy Curiel es docente de la Universidad Nacional de Colombia (UNC) y de la Universidad Javeriana. Como cantautora cuenta con dos producciones discográficas propias, es parte de la batucada feminista en Bogotá, La Tremenda Revoltosa y está en el equipo organizador del Festival Globale-Bogotá 2018, miradas críticas y emancipadoras.[2]

Se inició en el activismo feminista en la década de 1980, contando con una larga trayectoria dentro de varios movimientos, como el afro-antirracista, el lésbico- feminista, además de pertenecer a la corriente autónoma feminista y al arte alternativo, con música propia.[3]​  Es una de las fundadoras del Grupo Latinoamericano de Estudio, Formación y Acción Feminista (GLEFAS) e integrante del Grupo Interdisciplinario de Estudios de Género (GIEG) de la Universidad Nacional de Colombia.[4]

Se mueve del activismo autónomo al universo académico, defendiendo la creación teórica como consecuencia de la práctica política. En esta línea, ha publicado un sinnúmero de artículos sobre la imbricación de raza, sexo, sexualidad  y clase en revistas y libros nacionales e internacionales, donde se destaca su libro La Nación Heterosexual: Análisis del discurso jurídico y al régimen heterosexual desde la antropología de la dominación.[5]​  

Curiel nació el 15 de marzo de 1963 en Santiago, República Dominicana. Cursó su educación secundaria en el Politécnico Femenino Nuestra Señora de las Mercedes, y posteriormente se licenció en Trabajo Social en la Pontificia Católica Madre y Maestra de dicho país, en 1984. Continuó sus estudios con una especialización en Educación Superior en Ciencias Sociales en la Universidad Autónoma de Santo Domingo en 1995, y con una Maestría en Antropología Social en la Universidad Nacional de Colombia (UNC), en Bogotá, obtenida en 2010.[4]

Dentro de su carrera profesional se destaca su participación en la fundación del Grupo Latinoamericano de Estudio, Formación y Acción Feminista (GLEFAS) y en el Grupo Interdisciplinario de Estudios de Género (GIEG) de la Universidad Nacional de Colombia.[6]

Desde la década de 1980, trabajó para los movimientos populares a través del Centro Dominicano de Estudios de la Educación, en Santo Domingo,[7]​  y trabajó en la organización no gubernamental (ONG) de mujeres denominada Ce.mujer en 1988,[8]​ en el departamento de asesoría comunitaria y en la Escuela Nacional de Cooperativismo.[7]

Comienza su activismo en República Dominicana, primero en el movimiento de mujeres a nivel general, luego en el feminista y luego en el movimiento de mujeres negras y afrodescendientes. Formó parte del colectivo antirracista y antisexista denominado La Casa por la Identidad de Mujeres Afro,[6]​  a finales de los 90, cuyo objetivo era reconocerse como mujeres negras y afros en una sociedad concebida como mestiza, que negaba el racismo, y así combatir contra las opresiones que afectaban a la mayoría de las mujeres afrodominicanas.[9]

En seguida, Curiel fue una de las más activas participantes de la organización del Primer Encuentro de Mujeres Negras de América Latina y El Caribe. El mismo tuvo lugar entre el 19 y el 25 de julio de 1992 en Santo Domingo, y contó con la participación de más de 300 representantes de 32 países.[10]​ En el mismo:[10]

Durante ese encuentro a su vez, participó de la creación de la Red de Mujeres Afro-latinas y Afro-caribeñas, cuyo principal objetivo fue articular estrategias regionales de lucha contra la discriminación específica de estas mujeres,[10]​  siempre articuladas desde una perspectiva feminista, “aunque la mayoría de las feministas no racializadas no abordaban el racismo, no visibilizaban a las mujeres afro.[6]

Por esta misma época la autora empezó a politizar su lesbianismo al conocer la propuesta teórica-política del lesbianismo-feminista,[6]​ y luego de haber participado en  la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer realizada en Beijing, en 1995, entendió la lógica neocolonial de estas conferencias y comenzó a construir, junto a otras compañeras, la corriente autónoma feminista, respondiendo así a la institucionalización de muchos movimientos feministas y su incorporación a las filas oficialistas de varios países.[6]

Posteriormente, Curiel se mudó a México, a Brasil, y a Argentina. Fue una de las participantes en la primera marcha lesbiana de México, en 2003,[11]​  y en 2004, como cantautora fue invitada a la entrega número 18 de los Teddy Awards en Berlín, premio para películas con contenidos y protagonistas lesbianas, gais o trans.[12]

En 2006 volvió a mudarse, esta vez a Colombia, donde comenzó a dictar dos cursos en la Escuela de Estudios de Género de la Universidad Nacional de Colombia: Teoría lésbico-feminista, y Racismo y Patriarcado.

Durante esta época comenzó a interesarse en la teoría decolonial, como una propuesta que recogía buena parte de los feminismos críticos a los que pertenecía. La opción decolonial se constituye como una proposición crítica que considera la historia del continente latinoemericano y caribeño y su relación con la colonización y la colonialidad. En la actualidad, Curiel se asume como feminista decolonial. Entre sus compañeras más destacadas se encuentra Yuderkys Espinosa[6]​ de la República Dominicana, con quien ha construido buena parte de su experiencia política y teórica. 

En 2009, formó parte del comité organizador (junto a junto a Mariana Pessah, Chuy Tinoco, Yuderkys Espinoza y Francesca Gargallo) del Primer Encuentro Feminista autónomo de Latinoamérica y el Caribe, titulado “Haciendo comunidad en la Casa de las Diferencias”, celebrado en México D.F del 12 al 15 de marzo,[13]​  y fue organizadora del X Encuentro Lésbico Feminista realizado en Colombia en el 2014 cuyo eje central fue "Miradas no fragmentadas de la opresión en las prácticas políticas del lesbianismo feminista de Abya Yala".[14]​  

En 2010 obtuvo su maestría en antropología social en la UNC,[4]​ y fue coordinadora curricular de los postgrados en Estudios de Género (maestría y especialización) en la Escuela de Estudios de Género de la Universidad Nacional de Colombia.[6]​ Posteriormente obtendría su doctorado en antropología social en esa misma casa.

Curiel ha viajado y dado numerosas conferencias en Latinoamérica y Caribe, Norteamérica y Europa, discutiendo sus teorías y propuestas de mundo.[4]​ Su libro La Nación Heterosexual es sólo un colofón de sus múltiples investigaciones sobre el feminismo decolonial, antirracista, autónomo y lesbofeminista, y sus décadas de trabajo la posicionan como una de las más prominentes teóricas feministas afro-caribeñas de la actualidad.[1]

Curiel se caracteriza por siempre haber fomentado un feminismo activo, que saliera de la academia, de la Universidad y tomara parte en las calles y en las luchas cotidianas.[15]​ En esta línea, para ella, el objetivo principal es la transformación social: «transformación social no es reforma, transformación social no es inclusión, transformación social es acabar con las desigualdades, todas las desigualdades.»[16]

Para ella, la academia es el espacio para fomentar y desarrollar el pensamiento crítico, pero no uno donde se dé un proceso real de descolonización y por ende, de emancipación:[16]

Su perspectiva feminista se compone de tres elementos coexistentes y en permanente relación:[6]

Curiel es exponente y una de las principales teóricas del feminismo descolonial, corriente que tiene su origen en las propuestas más críticas del feminismo. Partiendo de la comprensión de que la modernidad occidental fue posible gracias al colonialismo, la expansión del capitalismo y la instalación del racismo, la descolonización implica un «proceso de desenganche de todo síndrome colonial».[17]​  La autora, junto a otras compañeras, en un gesto claramente descolonial, en muchos de sus textos habla no ya de América Latina, sino de Abya Yala,[17]​ como llamaron los pueblos Kunas a buena parte del continente y que muchos movimientos comenzaron a acuñar como un gesto de descolonización del lenguaje.

Las interpretaciones de Curiel rescatan múltiples influencias. Por un lado, las pensadoras de los feminismos críticos en Abya Yala como las afrofeministas Yuderkys Espinosa, Sueli Carneiro, Leila Gonzáles, Angela Davis, Bell Hooks, Patricia Hill Collins, entre otras; las lesbianas feministas como Monique Wittig, Adrienne Rich, Audre Lorde; y por otro los aportes de teóricos de la opción de colonial como Aníbal Quijano, Nelson Maldonado, Agustín Lao Montes, y María Lugones, entre otros.[17]

Para la autora, el feminismo a nivel global está atravesado, tanto en sus teorías como en sus prácticas políticas, por la colonialidad:[15]

Según Curiel, la colonialidad se manifiesta en múltiples aspectos. El primero es la representación hegemónica universal de “la mujer” a partir de experiencias de mujeres europeas, blancas y de clase media, sin considerar otras existencias atravesadas por opresiones de raza, clase y sexualidad. Esto implica que esas “otras” mujeres sean representadas y estudiadas, entre otras cosas, como objetos y no como sujetos de su propia historia y experiencias particulares:[17]

Una segunda manifestación de la colonialidad del feminismo es la dependencia intelectual eurocéntrica de sus producciones teóricas: tanto en el ámbito académico como en el movimiento social, el feminismo latinoamericano y caribeño depende de lo producido en Europa y Estados Unidos, mientras que desde “el centro” las producciones latinoamericanas y caribeñas son escasamente conocidas o tenidas en cuenta.  Incluso, en el caso de las producciones feministas latinoamericanas o de otras latitudes que han logrado impactar en el feminismo del Norte, casi todas ha sido porque se encuentran o provienen de lugares privilegiados de la academia, mayormente norteamericana, a través de equipos de investigación específicos. De esta forma, «el internacionalismo o el transnacionalismo del feminismo es solo si se produce considerando a Europa y Estados Unidos como LAS referencias.»[15]

Por último, la colonialidad queda de manifiesta en la separación entre teoría y práctica política. La primera, distinguida en el imaginario como “conocimiento puro” se ubica por sobre la segunda, tenida por “conocimiento político”, y ambas se conciben de formas separadas. Muchas veces la práctica política no se considera apta para ser objeto de consumo teórico o académico, por lo que la experiencia y el saber de incontables mujeres que no orbitan alrededor de la academia queda por fuera del “conocimiento oficial”,[15]​ y al “sujeto” o la “sujeta”, que no tiene privilegios de raza, de clase, de sexualidad, de sexo, no se le reconozcan sus historias y relatos.[6]

De esta forma, para Curiel la heterosexualidad es una expresión de la colonialidad contemporánea:[15]

En respuesta a esta realidad es que Curiel, entre otras teóricas, plantea la decolonialización feminista. En primera instancia supone comprender que el racismo, el heterosexismo y el clasismo son opresiones que operan de manera simultánea y son consustanciales con las de género en la existencia de las mujeres. Por ende no es válido contemplar la identidad como una simple sumatoria de elementos, sino como una coexistencia opresiones que son estructuradas a la vez que encarnadas:[15]​ 

Por otra parte, para Curiel, la descolonización feminista también pasa por:[17]

En síntesis, según la autora:[17]

La perspectiva de autonomía del movimiento, que la autora fue una de las primeras afro-americanas en defender, nació a partir de la última década del siglo XX, década de entrada del neoliberalismo al continente de América Latina y El Caribe y del discurso de la igualdad, inclusión y la cooptación de mujeres por mecanismos y elementos estatales y multilaterales. Durante estos años, se generó una sensación de que realmente las poblaciones estaban participando en nuevos pactos sociales multiculturales, a tal punto que en diferentes países se llevaron a cabo procesos constituyentes para reformar Cartas Magnas para que fueran más “incluyentes y diversas”: iniciados por Brasil en 1988, luego Colombia en 1991, seguidos de Perú en 1992, Argentina en 1993, Ecuador en 1997 y Venezuela en 1999.[17]

Todo este proceso condujo a la institucionalización de los movimientos sociales a través del surgimiento de las ONG, la injerencia de la cooperación internacional del Norte y la burocratización. Esta incorporación sin embargo, no transformó las estructuras de fondo:[17]

Es decir, para Curiel, el hecho de que existan cada vez más mujeres participando en diferentes espacios públicos, si bien es positivo, no es una expresión de que la subordinación de las mismas esté cambiando. Entonces el problema se desplaza de la existencia de la participación a la forma de la participación: a pesar de los discursos y las retóricas del “nuevo orden” que plantea aperturas, democracia y participación, lo que sucede es una confusión y un “maquillaje” de situaciones de subordinación para que simulen cambios, cuando en el fondo éstos no se han producido.[18]

En el entendido de que era necesario retomar los principios fundamentales del feminismo, que lo hacían una propuesta real de transformación y no dejar desactivar discursos ni prácticas radicales o críticas para hacerlas más potables al sistema, Curiel junto a otras feministas latinoamericanas y caribeñas comenzaron a evidenciar esta situación que provocaba la pérdida de horizontes políticos más radicales y transformadores. Así se fue construyendo lo que se denominó la autonomía feminista latinoamericana:[15]

Curiel retoma los presupuestos del lesbofeminismo al dar cuenta de que la heterosexualidad no es una práctica sexual más, sino un régimen político hegemónico que afecta todas las relaciones sociales, en particular aquellas que construyen la nación.[19]​ En este sentido, declararse y actuar desde el lesbianismo feminista atenta contra esta normativa, tanto en la práctica sexual como en la práctica política, pues supone una independencia de las mujeres en muchos órdenes, cuestionando la sexualidad legitimada, atentando a la dependencia económica en las familias nucleares y en el matrimonio heterosexual y saliendo de sus lógicas. Ser lesbiana es un acto subversivo de por sí:[20]

Ahora bien, la identidad lesbiana es para la autora un medio coyuntural, estratégico y no un fin en sí mismo, que permite el reconocimiento para con otras experiencias parecidas, pero que no cuestiona el orden establecido de fondo:[20]

La Nación Heterosexual. Análisis del discurso jurídico y el régimen heterosexual desde la antropología de la dominación, es uno de los aportes teóricos más importantes de la autora. Fue editado por En la frontera (editorial del GLEFAS) y Brecha Lésbica, dos editoriales alternativas que buscan difundir pensamiento feminista crítico, y publicado en Bogotá en 2013. Retoma los aportes del lesbianismo feminista, como propuesta teórica política, así como de la antropología política y la teoría marxista, particularmente los aportes de  Antonio Gramsci sobre el concepto de hegemonía, para analizar cómo opera el paradigma de la heterosexualidad en la construcción de la Constitución colombiana de 1991.[21]

Lo que ella titula como antropología de la dominación consiste en develar las formas, maneras, estrategias y discursos que van definiendo a ciertos grupos sociales como los  “otros” y “otras desde lugares de poder y dominación. Profundizando en las concepciones sobre mujer, hombre, familia, parentesco, nacionalidad, entre otras, La nación heterosexual muestra cómo este régimen heteronormativo está contenido en los discursos escritos y jurídicos tanto del texto constitucional colombiano, como en los argumentos emitidos por los y las constituyentes en la Asamblea Nacional Constituyente que dio origen a la Carta Magna. Ésta expresa el régimen heterosexual que niega los derechos mínimos y los espacios para las mujeres, especialmente para las lesbianas, por no depender de los hombres como clase y grupo social en ningún aspecto económico, social o simbólico.[19]

Al analizar la materialización de esta normativa heterosexual en el contexto colombiano, la autora también da cuenta de la participación de muchas feministas en el proceso de la Asamblea Constituyente, que se movieron en la paradoja de demandar la igualdad, pero como grupo diferenciado, sin cuestionar el régimen heterosexual. Sumado a esto, presenta un análisis de las categorías  sociológicas “hombre” y “mujer” en el texto constitucional, la paradoja igualdad-diferencia, la concepción de ciudadanía en la modernidad y la concepción de familia, un pilar central en el régimen heterosexual desde dos dimensiones: horizontal, la alianza matrimonial y vertical, la filiación.

El Estado-nación-multicultural y pluricultural, contextualiza un cambio significativo en la región latinoamericana y que es recogido en la Constitución Política de Colombia de 1991, como en otras muchas constituciones de la región: el paso de la nación homogénea a la nación multicultural, que por un lado coloca en la palestra pública a sujetos y sujetas políticas que antes no estaban presentes en la construcción de la nación (como mujeres, indígenas y afros) y que gracias a sus luchas por el reconocimiento cobran cada vez más presencia, pero cuya política lleva muchas veces implícita la necesidad de reafirmar una autenticidad cultural que afecta a mujeres y lesbianas en el marco del régimen heterosexual.[21]

Para Curiel, el régimen de la heterosexualidad está imbricado con el racismo, con el heterosexismo, con las políticas neocoloniales extractivas y de despojo, y analizarlo desde esta perspectiva debe ser un reto para todo movimiento social y propuesta crítica que luche por acabar con todas las desigualdades sociales.



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