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Panteón de los Reyes de León



El panteón de los reyes de León, que se encuentra situado a los pies de la basílica de San Isidoro de León, es el lugar en el que durante la Edad Media recibieron sepultura la mayoría de los reyes y reinas del reino de León.

Es un espacio rectangular con pórtico, de aproximadamente ocho metros de lado, con dos robustas columnas sobre las que se apoyan siete arcos que dividen el espacio en tres naves. El ciclo pictórico que adorna sus muros está considerado una de las cumbres del Románico español.

La reina Sancha de León, esposa de Fernando I de León, persuadió a su esposo para que ambos fuesen sepultados a su muerte en el monasterio de San Juan Bautista de León —que cambió su nombre por el de San Isidoro cuando los restos del santo sevillano fueron trasladados al monasterio en el año 1063 a petición de Fernando I, quien deseaba que las reliquias del ilustre y sabio arzobispo sevillano reposasen en la ciudad de León.[1]

Años antes, el padre de la reina Sancha de León, Alfonso V de León, ordenó trasladar los cuerpos de varios reyes y reinas que se encontraban dispersos por todo el territorio leonés, a fin de que todos juntos yaciesen en San Isidoro de León.[2]

A comienzos del siglo XIX, durante la guerra de la Independencia, la basílica de San Isidoro de León fue ocupada por las tropas napoleónicas, que convirtieron el templo en pajar y utilizaron los sepulcros de piedra de los reyes como abrevaderos para sus monturas. Extrajeron para ello los restos reales de los sepulcros en los que se hallaban, por lo que resulta imposible en la actualidad el reconocimiento y la individualización de los restos de los distintos reyes.[3]

En 1997 se llevó a cabo un estudio de los restos mortales de los reyes que aún descansan allí.[4]

En él se hallan colocados varios sepulcros de piedra en los que fueron depositados los restos de diversos reyes de León, así como algunos miembros de la familia real leonesa. Las personas reales inhumadas aquí fueron:

A lo largo de los muros y de las seis bóvedas resultantes, se desarrollan los tres ciclos litúrgicos, Navidad, Pasión y Resurrección, formando un itinerario que tiene su inicio en el muro meridional y que, siguiendo el sentido de las agujas del reloj, culmina en la puerta que le da acceso a la iglesia.

Las escenas, que según algunos autores siguen el desarrollo de la misa mozárabe, se estructuran en relación con los tres ciclos litúrgicos:

El conjunto se completa con representaciones de los signos del zodíaco y de un calendario agrícola, aunque las últimas investigaciones al respecto [6]​ plantean la teoría de que no es un calendario propiamente, ni está dedicado a los campesinos, sino que es una metáfora sobre el paso del tiempo.

Durante mucho tiempo los frescos de San Isidoro de León fueron adscritos al estilo francorrománico, que penetró en España gracias a los caminos de peregrinación y a los contactos políticos con Francia y que se estableció en las tierras leonesas, en clara oposición a la corriente que llegaba de Italia, que permaneció en el Nordeste. Su desarrollo significó, en su zona de influencia, la erradicación definitiva de los restos de bizantinismo, del simbolismo excesivo y la riqueza de los atavíos, y el comienzo de los grandes ciclos historiados hispanos. Algunos expertos ven esta huella francesa en el predominio de fondos blancos, en la predilección por pocos colores fundamentales aplicados en superficies lisas y en su rudeza y gran expresividad.



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