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Parábola del juicio final



La parábola del juicio final,[1][2][3][4][5]​ también llamada parábola de las ovejas y los cabritos,[6][7]​ o mejor, el juicio de las naciones,[6][8]el juicio final,[9]​ o el juicio universal,[10]​ es parte de un discurso de género apocalíptico que el Evangelio de Mateo (25, 31-46) presenta en labios de Jesús de Nazaret, y que constituye una de las cumbres de su predicación y un compendio de su mensaje exigente.[8]​ En este pasaje —considerado por algunos como una «obra maestra»—,[8]​ con el que el evangelista Mateo finaliza el ministerio público de Jesús inmediatamente antes del inicio de su pasión, Jesucristo presenta la compasión como el criterio que decidirá el destino final de los seres humanos. Se trata de una compasión activa, caracterizada por obras de misericordia desarrolladas a favor de los más pequeños –los desheredados, olvidados o desahuciados, los excluidos de la sociedad, los pobres de todo tipo– con los cuales el propio Jesús se identifica.[5]

El pasaje, que se encuentra únicamente en el Evangelio de Mateo, ofrece una descripción del juicio universal. La idea de juicio final universal ya existía en el judaísmo del siglo I, pero la concepción prevalente señalaba que Israel sería juzgado con medidas menos severas mientras que los pueblos paganos serían sentenciados duramente.[12]​ En el cuadro del Evangelio de Mateo, Jesús de Nazaret otorga al juicio final un carácter universal con un único criterio para todos: haber ayudado a los que lo necesitan.[13]

Si bien el pasaje se ha vulgarizado con el título de «parábola del juicio final» o «parábola de las ovejas y los cabritos», no se trata de una parábola propiamente dicha, salvo en los versículos 32 y 33.[8]​ Así lo comenta un teólogo y biblista contemporáneo:

Este pasaje forma parte del último de los cinco discursos de Jesús en el Evangelio de Mateo, llamado «Discurso apocalíptico» (Mateo 24,1 – 25,46), que pertenece al género literario del mismo nombre. [15]

Las obras de misericordia que presenta el Evangelio de Mateo 25, 31-46 se hallan en inscripciones conmemorativas más antiguas, donde se citan como buenas obras realizadas por funcionarios egipcios influyentes. Esos epígrafes no solamente buscaban para las personas la fama y el prestigio en vida y el acceso a una morada eterna luego de la muerte, sino que también eran una expresión de la posición aventajada que tales personas ocupaban en la sociedad.[16]

En la biografía idealizada del gran mayordomo Harwa (c. 710 a.C.), un administrador de alto rango en el Antiguo Egipto durante la dinastía XXV, se incluye entre las obras benéficas el reparto de cargos.[17]

Pero en el mensaje del Evangelio de Mateo no se propugnan las obras de misericordia para que estén al servicio del poder y la dominación, sino como servicio a Jesús como Señor que se encuentra de incógnito en todos los indigentes.[18]Plinio el Viejo escribió en su Naturalis historia II, 5, 18: «Deus est mortali iuvare mortalem» [«Dios es para un mortal ayudar a los mortales»] y así se otorgaba categoría divina a los que ayudaban; en contraste, el Evangelio de Mateo presenta a Dios en el papel de indigente.[18]​ Así el cristianismo de origen constituyó el amor al prójimo como una de las obligaciones más graves y exigentes. En el Evangelio de Mateo, junto con señalar el amor a los enemigos con carácter de mandato (Mateo 5, 43-47),[19]​ Jesús proclama que en el juicio final se medirá a todas las personas y a todos los pueblos con el rasero de la ayuda prestada a los hermanos indigentes del Juez universal. Con ello la tradición cristiana primitiva mostraba la tendencia a ampliar la ayuda más allá de las fronteras nacionales y culturales.[20]

En los versículos 34 y 40, el Hijo del hombre recibe el título de «rey» en sus funciones de juez.[21]​ En el Nuevo Testamento, se titula a Jesús como «rey de los judíos» o «rey de Israel» en distintos momentos, incluyendo en algunos pasajes cargados de dramatismo: de hecho, el cargo condenatorio de Jesús fue «rey de los judíos».[22]​ En el pasaje de Mateo, el ejercicio de la facultad judicial como rey no esta exenta de una cierta nota de desagravio, como un enaltecimiento que se corresponde con la humillación que padeció Jesús de Nazaret cuando fue sometido por los hombres a un juicio inicuo.[23]

El pasaje del Evangelio de Mateo, ubicado inmediatamente antes del juicio y pasión de Jesucristo, deja entrever que aquella experiencia del juicio que sufrió Jesús de Nazaret no estará ausente del juicio final que él mismo instruya y de la sentencia que él pronuncie. En tal sentido, su juicio será particular en extremo, porque la materia sometida a su fallo será la conducta que los procesados observaron respecto de aquellos a quienes él prefirió y con quienes se identificó: los pobres.

El pasaje del Evangelio de Mateo menciona seis clases de obras de amor:

Esas obras de caridad aparecen también mencionadas en el Antiguo Testamento, en orden similar,[25]​ y vuelven a encontrarse en la literatura tardía, donde se encarece el deber de vestir al que no tiene la ropa necesaria, albergar al forastero y visitar al enfermo (Libro del Eclesiástico 7,15), obras a las que está obligado tanto el rico como la gente sencilla.[26]

De allí se infiere que Jesús de Nazaret retoma conscientemente lo ya señalado por los libros proféticos y los escritos sapienciales, pero extiende la norma a todos los hombres, y no como meras obras de beneficencia exteriores, sino como obras nacidas de una actitud interior de compasión.[27]

Pero las clases de obras de misericordia, tanto corporales como espirituales, que la más antigua tradición cristiana señala en número de catorce, pueden ser muchas más: todo cuanto se haga en beneficio del prójimo y a impulsos de la compasión y la ternura, se considera una obra de amor verdadero.[28]

Según el Evangelio de Mateo, los comportamientos que pide el Hijo del hombre los espera al margen de la fe que se tenga en él o de una identificación ideológica con su persona,[29]​ porque en el juicio final el Hijo del hombre juzgará a todos los hombres, no por sus doctrinas o sus declaraciones, sino por el amor que haya o no mostrado en la práctica. Los autores cristianos suelen ver en este pasaje un llamado a un examen de conciencia y a un compromiso.

La espiritualidad que expresa Jesús de Nazaret no se edifica individualmente, haciendo caso omiso del dolor y de la lucha circundantes.[31]​ Según el mensaje de este pasaje evangélico, solo el amor desinteresado y comprometido edifica y santifica a las personas, y en tal sentido, el juicio versará en torno de lo que se haya hecho o no en favor de los demás, de su hambre y sed en todas sus formas, de su salud, y de su libertad,[31]​ y esa es la única asignatura en la que todos los hombres serán juzgados.



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