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Pedro Segura y Sáez



Pedro Segura y Sáenz (Carazo, provincia de Burgos, 4 de diciembre de 1880-Madrid, 8 de abril de 1957) fue un clérigo español que ocupó a lo largo de su carrera varios puestos en la jerarquía eclesiástica: obispo auxiliar de Valladolid, obispo de Coria, cardenal arzobispo de Burgos, cardenal primado de Toledo y, tras la Guerra Civil, cardenal arzobispo de Sevilla.

De origen humilde para la época, pues sus padres eran maestros. Su hermano Emilio fue canónigo de la Catedral de Toledo, y su hermano Quintín, capellán de las Religiosas Adoratrices de Burgos. Estudió en el colegio de los escolapios de San Pedro de Cardeña, el seminario de Burgos y la Universidad Pontificia de Comillas. Fue ordenado sacerdote el 9 de junio de 1906, y después se doctoró en Teología, Derecho Canónico y Filosofía.

Fue profesor del Seminario de Burgos y después canónigo de la catedral de Valladolid.

En 1916 fue nombrado obispo auxiliar de Valladolid bajo el episcopado del cardenal José María de Cos, bajo el título de obispo titular de Apollonia, cargo que desempeñó hasta 1920, en que fue nombrado obispo de Coria. En Coria tuvo ocasión de conocer al rey Alfonso XIII, al acompañarle durante la visita que el monarca realizó en 1922 a la comarca de Las Hurdes. Su carácter enérgico impresionó al monarca, consiguiendo que se otorgaran importantes ayudas en dotaciones y servicios a la citada comarca y la creación de un Patronato para fomentar su desarrollo. El 1 de abril de 1923, Segura fundó el diario Extremadura.

La amistad de Alfonso XIII, correspondida por Segura, daría sus resultados, ya que el 6 de mayo de 1926 fue nombrado, al parecer a petición del rey, arzobispo de Burgos[1]​ y el 20 de diciembre del mismo año el papa Pío XI lo nombró cardenal. El birrete cardenalicio le fue impuesto en Madrid, en una ceremonia ante toda la corte celebrada en el Palacio Real, por el propio rey.

Tras su nombramiento como cardenal, en 1927 fue designado para la sede primada de Toledo. Hombre de fuerte carácter, católico intransigente, opuesto al fascismo[cita requerida] y sin tacto diplomático, se ha dicho de él que solo inclinó su frente ante el papa. Estos rasgos, unidos a su fidelidad a ultranza a la monarquía, lo llevaron a enfrentamientos con las autoridades de la República y, más tarde, con la dictadura del general Franco e incluso en más de una ocasión con la Santa Sede.

En 1931, a poco más de quince días de la proclamación de la República, Segura lanzó una violenta diatriba contra el régimen recién establecido, afirmando en una pastoral:[2]«Cuando los enemigos del reinado de Jesucristo avanzan resueltamente, ningún católico puede permanecer inactivo».

Esta afirmación tajante no era compartida, al menos en público, por la totalidad de los católicos y en todo caso no lo era por los que pensaban como el grupo dirigente del periódico El Debate, fundado por el que más tarde sería cardenal Herrera Oria. Segura llegó a calificar como «papelucho liberal» a este periódico por defender una visión accidentalista de las formas de gobierno, incompatible, a su juicio, con un buen católico. Según Pedro Sainz Rodríguez, el cardenal Segura nunca había leído más periódico que El Siglo Futuro.[3]​ En 1933 enviaría una carta a su director, Manuel Senante, en la que adjuntaba un cheque y transmitía su bendición a todos los redactores y lectores del diario.[4]​ Llegó a afirmar que la causa carlista es la Causa de Dios.[5]​ El cardenal mantuvo una íntima amistad con los carlistas Manuel Fal Conde y el general Sanjurjo.[6]​ Además, se mostró públicamente como el "cardenal de los carlistas", apoyándolos desde Roma, pues afirmaba que España debía rechazar absolutamente el liberalismo, y que solo los carlistas mantenían los inmutables principios tradicionalistas.[7]

Llamado a consulta a Roma, el 13 de mayo de 1931 salió de España.[8]​ Poco tiempo después se intervinieron unos documentos a Justo Echeguren, vicario general del obispo de Vitoria, al ir a cruzar la frontera, por los que Segura ordenaba la venta de bienes eclesiásticos en España y el envío del producto de la venta fuera del país. Estos hechos hicieron que el gobierno republicano presionase ante la Santa Sede para que se le sustituyera en la archidiócesis de Toledo. Segura, enterado de estas gestiones, se fue resistiendo, pero finalmente envió una carta a Pío XI poniendo a su disposición el cargo. El papa aceptó el ofrecimiento y el cardenal, tras pasar por Bayona y Lisieux, fue incorporado a la curia pontificia, donde permaneció hasta el año 1937.

En plena Guerra Civil y tras el fallecimiento el 10 de agosto de 1937 del cardenal Ilundain, Segura fue designado para la archidiócesis de Sevilla, de la que tomó posesión el 2 de octubre de ese mismo año. Sevilla era por aquel entonces la ciudad española más importante bajo control del bando franquista.

Segura se caracterizó, en su nuevo puesto, por su celo extremo en la persecución de las denominadas costumbres inmorales. Por ejemplo, penó con excomunión el bailar agarrado, y prohibió que los sacerdotes dijesen misa en las poblaciones que celebrasen tales bailes. También decretó excomunión contra todo el que asistiera a la comedia La blanca doble.[9][10]

Pero muy pronto el cardenal sería una de las pocas voces discordantes, dentro de una Iglesia católica muy identificada con el régimen franquista.[11]​ Sus enfrentamientos con Francisco Franco fueron muchos y por muy diversos motivos. Los más conocidos fueron su oposición a la entrada bajo palio de Franco en las iglesias y catedrales de su jurisdicción, llegando a amenazar con la excomunión a quienes lo permitieran; la negativa, en contra de lo ordenado por la dictadura, a que se instalaran placas en los muros de la catedral y parroquias de la diócesis con los nombres de los Caídos por Dios y por la Patria. El cardenal, con una impronta tradicionalista, se empeñaba en advertir que en la Iglesia no hay caídos, sino fieles difuntos. Este hecho provocó la ira de los falangistas, quienes, en represalia, pintaban periódicamente el emblema del yugo y las flechas en los muros del palacio arzobispal sevillano. Estas pintadas perduraron durante muchos años, incluso después de la muerte del cardenal. Pero Segura no cedió y la cruz de los caídos sevillana tuvo que ser instalada junto a los muros de los Real Alcázar, situados cerca de la catedral.

A comienzos de 1940, el antiguo oficial de la Guardia Civil y general republicano Antonio Escobar Huerta había sido sentenciado a muerte por los tribunales militares franquistas. Escobar era un católico convencido, algo que no había ocultado durante la guerra civil en la zona republicana. Segura escribió una carta a Franco pidiéndole clemencia con el antiguo oficial, llegando a decirle: «Si fusila a Escobar, no fusila a un hombre; fusila a un santo».[12]​ A pesar de ello, Escobar fue finalmente fusilado.

Por otra parte, en sus sabatinas nunca faltaban las críticas al régimen en general e incluso a sus jerarcas en particular. Esta conducta era insólita en unos tiempos en que la unidad de pensamiento era la norma y la crítica casi no existía. En concreto, en abril y mayo de 1940, el gobernador civil de Sevilla envió a Franco notas tomadas de uno de los sermones, donde el cardenal proclamaba que, en la literatura clásica, los caudillos eran los «jefes de una banda de forajidos» y que, en los escritos de San Ignacio de Loyola, caudillo era sinónimo de diablo. Esto dio lugar a que Franco, como antes la República, ordenara su expulsión de España; aunque finalmente no llevó a término esta idea.[13][14]​ En general, podríamos decir que Segura defendía como sistema de gobierno la monarquía tradicional, donde el poder político estuviera sometido al poder religioso, y de ahí su enfrentamiento con las autoridades.[cita requerida]

En el otoño de 1948, Franco realizó un viaje a Andalucía, en el curso del cual se iba a inaugurar un monumento al Sagrado Corazón en San Juan de Aznalfarache, próximo a Sevilla. Franco debía asistir a la inauguración y después a un banquete oficial. En la negociación del correspondiente protocolo, el cardenal afirmó que solo podía ceder la presidencia que le correspondía a un rey, reina, jefe de Estado o un príncipe heredero, pero no a la esposa de Franco, Carmen Polo.

Las gestiones del gobierno de Franco ante la Santa Sede, llevadas a cabo desde muchas instancias, dieron lugar a que, en noviembre de 1954, mientras el cardenal se encontraba de visita en Roma, la Santa Sede designara a José María Bueno Monreal como arzobispo coadjutor de la archidiócesis de Sevilla, en tanto que se le rebajaban al cardenal muchos de los poderes que ejercía, por lo que de facto hasta el fallecimiento de Segura hubo en Sevilla dos arzobispos.

Falleció en Madrid el 8 de abril de 1957, y en cumplimiento de su última voluntad su cadáver fue trasladado a Sevilla donde, por orden del general Franco, se le rindieron honores militares. Fue enterrado junto al resto de su familia en la cripta del monumento al Sagrado Corazón de Jesús situado en la localidad sevillana de San Juan de Aznalfarache. Este monumento, encargo en vida del cardenal al arquitecto sevillano Aurelio Gómez Millán y terminado en 1948 sobre una colina que domina la ciudad de Sevilla, es un complejo funerario-religioso funcional dependiente de la diócesis de Sevilla: hay tres iglesias, un vía crucis con todas sus estaciones, un recinto de jardines con altares con pinturas de imágenes en las paredes en cada descanso de las escaleras que antiguamente estaba cuajado de flores; hay un hotel, una casa de ejercicios usado por los católicos; hay un colegio regentado por religiosas (las teresianas), que fue un internado para niñas y también hubo un internado de niños pobres en otra zona del recinto, y una residencia de seminaristas, y es a la vez una imitación de la plaza de san Pedro de Roma a menor escala. En su cúspide está la estatua del Sagrado Corazón, que está rodeado de suelo de mármol, con unos soportales en forma de semicírculo rodeando la plaza del monumento.




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