El perro polar argentino (PPA) es una raza canina extinta, desarrollada por el Ejército Argentino para equipar sus bases antárticas en funciones de transporte como perros de trineo. El PPA fue un cruce de Husky Siberiano, Alaskan Malamute, Groenlandés y Spitz Manchuriano. Se extinguió en 1994 como consecuencia de su trasladado al continente americano en cumplimiento de la normativa del Tratado Antártico de Protección del Ambiente (TAPMA).
La necesidad de desplazarse rápidamente, a bajo costo y con seguridad, motivó a un equipo de más de treinta suboficiales enfermeros veterinarios argentinos del Ejército, comandados por Héctor Martín y Félix Daza Rodríguez, a desarrollar una raza canina capaz de arrastrar grandes cargas a través de largas distancias, fácil de criar y mantener y capaz de cumplir funciones operativas similares a las de los transportes mecánicos a orugas.
En el origen del PPA se encuentran las principales razas árticas de trabajo, y la formación de su base genética y la estabilización de su estándar insumieron a los militares 31 años de trabajo. Capacitados especialmente para la marcha o "mushing" con trineos, esos perros se deslizaban con facilidad sobre superficies nevadas o heladas indistintamente. Con la identificación de Argentina como país bicontinental comenzó en la década de 1950 la exploración y conquista de la Antártida y el consiguiente deseo de llegar al Polo Sur con la bandera celeste y blanca. El general Hernán Pujato trajo los primeros perros de trineo desde Alaska y Groenlandia comenzando así los cruzamientos.
En las especies biológicas, los individuos presentan características con cierto rango de variabilidad. Dentro del conjunto de posibilidades, algunos rasgos se ajustan mejor al ambiente y perduran, es decir, son adaptativos. Dentro de la especie, los rasgos adaptativos se seleccionan a lo largo del tiempo a través de la reproducción de los individuos. En las nuevas generaciones, los rasgos persisten, y los no adaptativos tienden a desaparecer. Este proceso se llama reproducción diferencial y es la base del mecanismo evolutivo denominado selección natural, porque ocurre de forma espontánea a lo largo de la historia evolutiva. Respecto a las líneas generales buscadas desde un principio podemos afirmar que se trató de formar un animal corpulento y de respetable peso (60 kg el macho y 52 la hembra), el PPA estaba bien protegido contra las bajas temperaturas mediante su triple pelaje, que incluía capa de lana, pelo propiamente dicho y subpelo, además de una capa adiposa subcutánea de 2 cm de espesor. Nuestros perros polares presentaban en su boca cuatro dientes caninos o colmillos muy afilados que les servían para desgarrar, incisivos que les permitían cortar, y molares para moler o triturar. Por esta razón podían desgarrar la carne con tanta facilidad. Estos animales carnívoros cazadores, de gran temperamento sabían ganarse las caricias de los encargados de jauría.
Su capacidad tractora de trineo duplicaba la de cualquiera de las razas que le dieron origen. Un tiro de 11 PPAs podía arrastrar un trineo cargado con 1,1 t a 35 km/h (en terreno llano) y a 50 km/h en pendientes de 45º a favor, en ambos casos sin descansar durante 6 h seguidas.
Su temperatura normal de trabajo era de -70 °C, y se ha documentado que se encontraban de visita y esperaron tranquilamente en el exterior de la base soviética Vostok el día en que se registró el récord mundial histórico de frío (-89,3 °C).
Los PPAs cumplían la vital función de ayudar a los soldados a evitar las grietas, trampas mortales en aquellas latitudes. Eran capaces de detectarlas por medios que no han sido desentrañados, aunque se ha sugerido que el olfato cumpliera alguna función en el fenómeno.
Eran asimismo capaces de intuir o predecir las tormentas, ayudando a evitar salidas fallidas. Su sentido de la orientación era excelente, incluso durante grandes tormentas. Eran muy confiables en las operaciones de rescate, y capaces de transitar por caminos no consolidados o sobre capas de hielo delgado, incapaces de soportar el peso de los tractores oruga.
Los perros polares argentinos podían sacrificarse y utilizarse como alimento para hombres o perros como recurso de supervivencia.
En 1965, estando ya consolidada la raza, el coronel Jorge Edgar Leal los seleccionó especialmente para su Expedición al Polo Sur de manera terrestre. Le acompañaron formando en hileras delante de los trineos para elegir la subida al Plató Polar o Planicie del Polo Sur , una muralla de muchos metros de altura, empinada y resbaladiza, que significaba el obstáculo más difícil de sortear. Una vez alcanzada la meta los perros no siguieron con ellos hasta la meta, les esperaron allí para el regreso, habiendo cumplido su misión.
Los PPAs se alimentaban una vez por día (el doble que los huskies siberianos), pero eran igualmente muy apreciados por ser su mantenimiento incomparablemente inferior al costo del gasoil de los tractores capaces de desplazar iguales cargas. No se les daba de beber, ya que ingerían nieve. El alimento suministrado a los primeros padres traídos por Pujato para comenzar la raza era el pemmican, una tableta preparada con carne pulverizada, grasa y cereales que aportaba proteínas por la carne vacuna utilizada, calorías por la grasa y vitaminas por la variedad de bayas. La ventaja del concentrado alimenticio es que se podía almacenar por mucho tiempo y empleaba poco volumen de depósito. El origen del alimento se da cuando los aborígenes canadienses enseñan su uso a los peleteros franceses de la Hudson Bay Company que interpretaron la palabra pemmican como "lengua de búfalo seca", razón que podemos tomar para inferir que estaba hecho de esa carne en el Continente Americano. Los encargados de jauría en las Bases Antárticas mezclaban el alimento con los restos de comidas de las dotaciones, eso permitió que el Perro Polar Argentino se criará bien robusto y más alto que sus razas originarias.
Hacia 1967 los perros perfectamente adaptados a las temperaturas antárticas comenzaron a rechazar el pemmican cuya fórmula había sufrido alguna alteración y ante la posibilidad del rechazo y la consiguiente baja de peso de los perros, se comenzó a utilizar un alimento convencional preparado en su versión premium que se llevaba en bolsas de 20 kilos y se estoqueaba en los galpones antárticos hasta su utilización, tratando siempre de mezclarlo con el alimento humano sobrante de las cocinas. En cuanto a cuidados especiales a los perros en realidad no los había, los veterinarios destacados o en su defecto los médicos de las Bases se encargaban de los partos, lastimaduras, quebraduras, etc. La principal causa de muerte era por pelea, ya que la raza se mostraba muy agresiva con sus congéneres. Se daba también fallecimientos por edad avanzada de los ejemplares vinculados a neumonías, afecciones gastrointestinales, por ingerir carne de foca que solían trasmitir bacterias, o por tomar agua de las nieves contaminadas por heces de pingüinos.
El más recordado de los perros polares argentinos, un ejemplar llamado "Poncho", se destacó en la historia polar argentina por su increíble capacidad de avisar a los hombres que frente a ellos se encontraba una grieta oculta. En una oportunidad, además, guió con toda precisión a un equipo de rescate hasta los sobrevivientes de un accidente de aviación, que fueron recuperados en su totalidad.
También podemos citar a Simba, al perro guía del General Hernán Pujato, llamado Negro y al perro guía del General Víctor Hugo Figueroa, llamado Hipo.
El Tratado Antártico de Protección del Medio Ambiente, convenio asociado al Tratado Antártico del que la Argentina es firmante, dispuso explícitamente el retiro de todos los perros polares argentinos del continente austral por considerárselos "especie exótica". La fecha límite para la evacuación del PPA se fijó para el 1 de abril de 1994, y la Argentina decidió cumplir con esta obligación, trasladando toda su dotación de PPAs al continente americano.
Entre los motivos que el TAPMA invocaba para expulsar a los perros de la Antártida se contaba una conclusión del Scientific Committee on Anctartic Research que daba cuenta de que los perros presuntamente "transmitían el moquillo a las focas". Se daba cuenta, además, de que los cánidos "depredaban las pingüineras" y de que "albergaban en su pelaje parásitos capaces de alterar el equilibrio ecológico de la Antártida".
Sin embargo, se ha determinado que la enfermedad de Carré, distemper o moquillo canino, no se transmite a los pinnípedos ni a ninguna otra especie diferente de Canis lupus. Las focas tienen su propia versión del virus, como los gatos (Panleucopenia felina) y los monos (catarro de Fisher), pero no existe la infección cruzada interespecífica. Los registros de las bases antárticas argentinas donde se criaban y mantenían los PPAs (San Martín y Esperanza) conservan sus registros oficiales de inmunización, y ello demuestra que todos los ejemplares fueron vacunados como marca la ley, esto es, dos dosis al cachorro y un refuerzo anual para todos los adultos, incluyendo la revacunación anual para hembras gestantes que impide la infección de los ejemplares neonatos. Las expediciones temporarias (es decir, sin base permanente) provistas de perros estaban obligadas a seguir también este plan. La efectividad del mismo se demuestra en el hecho de que, durante el período operativo del PPA en la Antártida (1951-1994), no se registró ni un solo caso de moquillo en las bases argentinas ni de ninguna otra nacionalidad, concluyéndose que la enfermedad nunca estuvo presente en el continente.
En sentido inverso, las únicas enfermedades evidenciadas por los perros antárticos consistían en parasitosis y dermatitis transmitidas a los cánidos por pingüinos y focas.
Respecto de la depredación de focas y pingüinos, las fuentes citadas al pie afirman que, si bien puede alguna vez algún perro haber devorado a un pingüino, ello solo sería beneficioso, ya que habría ayudado a controlar la grave superpoblación que esas aves sufren en sus sitios de reproducción antárticos.
El equilibrio del ecosistema antártico, en realidad, se vio perjudicado con la expulsión de los perros polares argentinos, ya que debieron ser reemplazados por tractores a combustibles fósiles, con la consiguiente carga de contaminación y residuos que esto conlleva.
Como última consideración, se ha argumentado que las poblaciones humanas en el Ártico siempre han poseído perros, y jamás se ha conseguido demostrar que cánido alguno haya contagiado ni perjudicado en modo alguno a los animales salvajes de la región.
Argentina no denunció el TAPMA pero, como firmante, ejerció su derecho de votar en contra de la expulsión del PPA. Mas, sometida a la voluntad de la mayoría, decidió retirar sus perros en dos etapas: los 58 ejemplares existentes fueron divididos en dos grupos de 30 y 28 animales y trasladados desde la Antártida Argentina al territorio argentino de la sudamericana isla Grande de Tierra del Fuego también incluida en la provincia de Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur.
El primer gobernador de esa provincia, José Arturo Estabillo, nombra al PPA Monumento Natural Provincial en 1993 y se realiza la Carrera de sleds dogs, oportunidad en que se mezcla a diferentes razas tiradoras de trineos con nuestros PPA.
Luego de 43 años de trabajo continuo en la Antártida y sin contacto alguno con otros perros, el PPA había perdido la inmunidad natural a las enfermedades comunes en los perros.
De los 30 componentes del primer grupo trasladado a Ushuaia y a Mendoza, 28 murieron durante el primer año, haciéndose imposible el cruzamiento y reproducción de los sobrevivientes puesto que ambos eran machos.
La mayoría de los componentes del segundo embarque corrieron la misma suerte, y los escasos sobrevivientes fueron dispersados y entregados a familias adoptivas muy alejadas unas de otras. Estos animales sufrieron cruzamientos con ejemplares extraños a la raza, y así la genética del Perro Polar Argentino se fue diluyendo entre la de la población canina fueguina. Hoy en día se la considera extinta.
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