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Plagas de Egipto



Las diez plagas de Egipto (en hebréo מכות מצרים Makot Mitzrayim), conocidas simplemente como las diez plagas o las plagas de Egipto, es un relato religioso, que según el Antiguo Testamento y la Torá, cuenta como el Dios hebreo infligió a los ciudadanos del reino de Egipto una serie de calamidades, con el fin de que el gobernante dejara libres a los esclavos hebreos y les permitiera salir de la nación.[1]

La historia se encuentra en el libro del Éxodo. Este libro describe cómo dos caudillos hebreos, Moisés y su hermano Aarón, en distintas audiencias concedidas por el faraón, le informan que Dios les castigaría de manera sucesiva con diez grandes males que caerían sobre Egipto, si este no accedía a las pretensiones de la deidad.

De acuerdo al relato, Egipto enfrentó los diez males presagiados, siendo el último el que permitió a los hebreos abandonar la nación.

De acuerdo con la tradición judeocristiana, los hebreos (pueblo que se dice ser descendiente de Abrahám) llegaron a Egipto cuando una terrible escasez de siete años obligó a los pueblos del planeta a dirigirse a ese país para abastecerse de víveres, ya que gracias al gobernador del país, Egipto tenía abundancia de víveres.

La tradición indica que ese gobernador era José, uno de los hijos del caudillo Jacob. José había llegado a tierras egipcias como esclavo, y luego de varios años de vivir en casas de hombres prominentes dentro del gobierno, llegó a ser nombrado gobernador de Egipto por el regente de la época.

Dentro de sus planes de gobierno, José implementó reservas de víveres para la escasez que se aproximaba, llegando a ser, según los últimos capítulos del libro del Génesis un país próspero, ya que todos los demás países, que no se habían preparado adecuadamente llegaron allí para abastecerse. Entre esos pueblos se encontraban los hebreos, a los que pertenecía José.

Fue así como, según la tradición, José y su pueblo habitaron dentro de Egipto, con el beneplácito del faraón, hasta convertirse en un pueblo próspero y numeroso dentro de Egipto.

El libro del Éxodo, el segundo del Pentateuco, la Torá y la Biblia, afirma que fue la expansión de los hebreos la que propició que las autoridades egipcias los sometieran como esclavos, e implementara el genocidio de los hebreos.[2]

La tradición afirma que uno de esos esclavos tuvo un hijo varón. Cuando el niño nació, la partera, incapaz de entregárselo a las autoridades se lo dio a la familia e informó erróneamente a las autoridades sobre la muerte del menor.

Su familia, sin embargo, cuando el niño empezó a crecer, lo abandonó en una canasta en el río Nilo, que posteriormente llegó a manos de la princesa egipcia, quien adoptó al niño[3][4]​ y lo nombró Moisés.

Moisés se crio como egipcio, y un día, cuando paseaba por las calles vio como uno de los esclavos hebreos era maltratado por un inspector. Enojado Moisés lo confrontó, y luego de una discusión acalorada lo asesinó. Sin embargo, a pesar de haber huido, uno de los esclavos lo reconoció, y se corrió la voz por el país de que el príncipe había asesinado a un inspector egipcio. Para evitar ser encarcelado, Moisés huyó hacia las montañas, donde años después se convertiría en pastor de ganados y líder religioso en su comunidad.

(Éxodo 5:1-5:9, 7:8-7:13)

Luego de varios años, y guiado por las órdenes de la deidad Yavhé, Moisés y su hermano sanguíneo Aarón se acercaron al faraón y le informaron de la misión encomendada por Dios, quien exigía la liberación inmediata de los esclavos hebreos.

Tras una primera negativa del faraón, Dios envió a Moisés y a Aarón nuevamente. En esta segunda audiencia el cayado de Aarón se convirtió en una serpiente. Los hechiceros egipcios emularon el signo, pero la serpiente de Aarón devoró a las demás.

(Éxodo 7,14-24)

Moisés y Aarón se presentaron ante el faraón y su corte, quienes estaban saliendo del río luego del baño del regente.[5]​ Siguiendo las instrucciones de la deidad hebrea, Aarón extendió su vara (la misma que se había convertido en serpiente), y tocó el agua, no sin antes haberle solicitado al regente la libertad de los esclavos hebreos.

El agua se tornó roja y comenzó a expeler hedor, ya que se había convertido, al parecer, en sangre, por lo que no era posible beber de su cauce, y causó la muerte de las especies que vivían allí. La plaga afectó a todas las fuentes hídricas de país, incluyendo los depósitos donde los egipcios almacenaban agua.[6]

Sin embargo cuando los hechiceros de la corte replicaron el hecho, el Faraón se negó a acceder a las demandas de los hebreos y regresó a su palacio.[5]​ Los ciudadanos, sin embargo tuvieron que cavar pozos para extraer agua subterránea.

Este desastre ecológico duró una semana.[7]

(Éxodo 8,1-15)

Pasados los siete días de la plaga, y en algún momento indeterminado, Moisés y Aarón regresaron ante el faraón, y ante la negativa a sus demandas, Aarón se dirigió al río, extendió su cayado, y luego de pedir al Dios hebreo su intercesión, empezaron a salir del agua ranas, que eran animales comunes en esas zonas.[2]

Según el relato, Moisés amenazó al faraón de la siguiente maneraː El río expulsaría ranas, y los anfibios invadirían las casas, los aposentos del palacio, y cundirían en todo el país, sin distinción de ricos ni pobres. Los hechiceros replicaron también este signo.

Una vez que las ranas cubrieron el país, el faraón le imploró a Moisés y Aarón que intercedieran por él y sus ciudadanos ante Yavhé, y ellos, luego de recibir instrucciones del regente, al día siguiente oraron para que se acabara la plaga. Cuando se consumó la oración, Yavhé mató a las ranas que no estaban en el río, ya que el relato deja en claro que las ranas dentro del río quedarían indemnes. Muertos los anfibios, los egipcios los acumularon y eso produjo que se desatara una pestilencia.[8]​ Sin embargo, cuando terminó la invasión, el faraón reconsideró sus intenciones y se negó a conceder las demandas.

(Éxodo 8,16-19)

Al haber traicionado el faraón su promesa, Moisés y Aarón volvieron a realizar prodigios. Aarón golpeó el polvo del suelo, y de él emergieron piojos. Según la tradición todo el polvo de la región se convirtió en piojos, y estos insectos atacaron a todo el país, a animales y personas por igual. A pesar de haber tenido éxito en las anteriores plagas, los hechiceros reales no pudieron repetir la señal, y afirmaron que era obra de un verdadero dios (o un dios con poder). Sin embargo el faraón se negó a dejar libres a los hebreos una vez más.[9]

(Éxodo 8,20-32)

De acuerdo al relato, Moisés fue avisado por el Dios hebreo para que en la mañana visitara la corte egipcia cuando se acercaban al Nilo. Una vez allí, Moisés le exigió al faraón la liberación del pueblo hebreo para hacer sacrificios a Dios, a lo cual el regente se negó. Seguido de esto, Moisés levantó su vara, y una nube de moscas invadió el país, pero, por previa advertencia del Dios hebreo, los insectos no tocaron la región de Gosén, donde vivían los hebreos. La amenaza hecha por Moisés dejaba en claro que esa sería la señal para diferenciar al pueblo hebreo del egipcio.

Una vez invadieron el país, el faraón respondió afirmativamente a la solicitud de Moisés, pero exigió que los sacrificios se realizaran en tierra egipcia.

La Torá enfatiza que los ‘arob (עָרוֹב, que significa "mezcla" o "enjambre") sólo fueron en contra de los egipcios, y que no afectó la Tierra de Gosén (donde vivían los Israelitas). El faraón le pidió a Moisés eliminar esta plaga y prometió permitir la libertad de los Israelitas. Sin embargo, después de que la plaga se fue, el Señor «endureció el corazón del faraón», y rehusó mantener su promesa.

(Éxodo 9,1-7)

La quinta plaga de Egipto fue una terrible peste que exterminó al ganado egipcio, ya fueran caballos, burros, camellos, vacas, ovejas y cabras. El ganado israelita resultó, una vez más, ileso. De nuevo, el faraón no quería liberar a los israelitas.

(Éxodo 9,8-12)

La sexta plaga de Egipto fue una enfermedad cutánea que suele traducirse como «úlcera» o «sarpullido». Dios les dijo a Moisés y a Aarón que cada uno tomase dos puñados de hollín de un horno, que Moisés dispersó en el cielo en presencia del faraón. El hollín provocó úlceras en el pueblo y el ganado egipcio. Los hechiceros egipcios resultaron afectados junto con todos los demás y murieron, sin poder sanarse, mucho menos el resto de Egipto, pero ninguna de las plagas tocó a los hebreos.

(Éxodo 9,13-35)

La séptima plaga de Egipto fue una destructiva tormenta. Dios le dijo a Moisés que levantase su vara hacia el cielo, momento en el cual la tormenta comenzó. Era incluso más sobrenatural que las plagas anteriores, una poderosa ducha de granizo mezclada con fuego. La tormenta dañó gravemente a los huertos y cultivos egipcios, así como a las personas y al ganado. La tormenta azotó todo Egipto excepto la tierra de Gosén. El faraón le pidió a Moisés que eliminara esta plaga y prometió permitir a los israelitas adorar a Dios en el desierto, diciendo que «este tiempo he pecado; Dios es justo, yo y mi pueblo somos malvados». Como una demostración de dominio de Dios sobre el mundo, la lluvia se detuvo tan pronto como Moisés comenzó a orar a Dios. Sin embargo, después de que la tormenta cesara, el faraón de nuevo «endureció su corazón» y se negó a mantener su promesa.

(Éxodo 10,1-20)

La octava plaga de Egipto fueron las langostas. Antes de la plaga, Moisés acudió al faraón y le advirtió de la inminente plaga de langostas. Los funcionarios suplicaron al faraón que permitiera que los israelitas fueran libres, ya que iban a sufrir los efectos devastadores de una plaga de langostas, pero éste aún era renuente a ceder. El orador propuso entonces un compromiso: los hombres israelitas serían autorizados a marcharse, mientras que las mujeres, niños y ganado se quedarían en Egipto. Moisés demandó que cada persona y animal se fuera, pero el faraón se negó. Dios entonces le dijo a Moisés que levantase su vara sobre Egipto y recogió un viento del este. El viento se mantuvo hasta el día siguiente, trayendo un enjambre de langostas. La nube cubrió el cielo, arrojó sombras sobre Egipto y consumió el resto de los cultivos egipcios, acabando con todos los árboles y las plantas. El faraón volvió a pedirle a Moisés que eliminase esta plaga y se comprometió a permitir que todos los israelitas pudiesen adorar a Dios en el desierto. La plaga desapareció, pero de nuevo no permitió a los israelitas salir.

(Éxodo 10,21-29)

En la novena plaga, Dios le dijo a Moisés que estirase sus manos al cielo, para que la oscuridad cayera sobre Egipto. Esta oscuridad era tan pesada que un egipcio podía sentirla físicamente. Duró tres días, tiempo durante el cual sólo hubo luz en las casas de los israelitas. El faraón entonces hizo llamar a Moisés y le dijo que dejaría salir a todos los israelitas si las tinieblas eran retiradas de su tierra. Sin embargo, exigió que las ovejas y vacas se quedasen; Moisés lo rechazó y dijo que en poco tiempo el faraón ofrecería muchos animales para ser sacrificados. El faraón, indignado, amenazó con ejecutar a Moisés si volvía a aparecer ante él. Moisés contestó que, en efecto, no visitaría al faraón nuevamente.

Esta novena plaga era especialmente significativa. Se trataba de un ataque directo al faraón, ya que Ra era el dios egipcio del Sol. La plaga de oscuridad demostraba que el Dios de Moisés era más poderoso que el del faraón.

(Éxodo 11,1-10; 12,29-50)

La décima y última plaga fue la muerte de todos los primogénitos de Egipto y Dios ordenó a los hebreos marcar sus puertas con la sangre de un cordero, ya que de esta forma no entraría el ángel de la muerte en sus casas para matar a sus primogénitos. Primero, el ángel de la muerte fue al pueblo de Gosén para comenzar su misión, pero no actuó gracias a la sangre del cordero puesta en los umbrales de las puertas. Continuó su avance por Egipto y como no había ninguna puerta marcada con la sangre de cordero, mató a los primogénitos egipcios, incluyendo al hijo del faraón. Este fue el golpe más duro a Egipto y la plaga que finalmente convenció al faraón de que debía liberar a los hebreos. Después se arrepintió y fue en su busca, pero fue atajado por los muros de agua marina que volvieron a su estado natural por orden de Moisés, y el gobernante, -junto con su ejército-, mueren en el Mar Rojo.

Para algunos teólogos y estudiosos de la Biblia, así como egiptólogos que han analizado el relato, las plagas representan la supremacía del Dios hebreo Yavhé sobre las deidades egipcias, ya que cada plaga representaría una función de un Dios específico, además de que ninguno de los hebreos sufrió las mismas contingencias. Así, las plagas descritas atacan a las siguientes figuras sagradas[2]​ː

I- Plaga del agua en sangre

Esta plaga pues, vendría a ser la venganza de Yavhé sobre las muertes de los varones hebreos arrojados al Nilo. Los estudiosos judíos también afirman que la plaga buscaba humillar al faraón mismo, ya que según esta interpretación, se decía ser divino y hacía sus necesidades en el río para evitar ser visto como humano por sus súbitos, lo cual explicaría su presencia ese día en el río.[11]

La visión judía de la plaga, que conocen como Dam o sangre[11][6]​es también un símbolo de liberación. La «sangre» simboliza calor, emoción y alegría, mientras que el «agua» simboliza lo contrario. Vendría a ser el cambio de la apatía y la amargura a la alegría y la exaltación. Se configuraba entonces el primer paso para liberar el alma de las barreras o Metzarim, el nombre hebreo de Egipto que significa, precisamente, limitantes o barreras.[12]

Otros estudiosos bíblicos como Coy Roper afirman que para los no creyentes, la plaga no significaba necesariamente que el agua se volviera sangre, sino que por su color, olor, sabor y apariencia, podía asociarse con sangre, puesto que el agua nunca dejó de serlo.[6]

II - Plaga de las ranas

Con esta plaga, el dios hebreo puso a los egipcios en un dilema moral, ya que las ranas eran sagradas para los egipcios, y matar a una de ellas, aunque fuera por accidente acarreaba una sentencia de muerte para ellos. Es de esa manera que los egipcios estaban imposibilitados, de acuerdo con esta visión, de moverse o agredir a los anfibios.[2]

Para los estudiosos judíos, la plaga se denomina Tzfardea o ranas.[13]​ Esta visión indica que las ranas invadieron primero al Palacio del Faraón, y luego a las casas y campos de los egipcios. Esto como respuesta al poco interés que el regente prestó a la primera plaga, ya que a él no le afectó. Se supone que la plaga era la venganza de Yavhé por los siglos de violencia ejercida hacia los hebreos, y el hecho de que hallan tenido que recoger las ranas muertas, era una reminiscencia de cuando los esclavos tenían que recoger animales inmundos en las casas y campos egipcios. Finalmente, el hecho de que sólo invadieron zonas con presencia egipcia sirvió para delimitar los territorios que estaban en disputa con otros pueblos.[13]

Un análisis no judío indica que las ranas eran la muestra de que ninguna criatura merecía culto, y que por su diminutez, era la victoria de lo insignificante sobre el orgullo y la maldad.[14]

III - Plaga de los piojos

De acuerdo con esta visión, los kinim eran literalmente piojos, y al haber piojos en los cuerpos de los sacerdotes, éstos quedaban impuros para su servicio.[2]

En este caso, no hubo una advertencia previa al Faraón.[15]​ De acuerdo con interpretaciones cristianas, el hecho de que los hechiceros hayan afirmado que la plaga era obra del "dedo de Dios", era una manera de decir que la plaga era resultado de la fuerza omnipotente de Dios, es decir, la prevalencia del dios hebreo, ya no sobre los dioses egipcios, sino sobre todo el universo. Expresiones similares son "la mano de Dios", "el brazo fuerte de Dios" y "la diestra de Dios". De acuerdo con esta visión, el hecho de que no existiera aviso previo era una demostración de la debilidad humana.[15]

El sustantivo hebreo כִּנִּים (kinim) podría traducirse como "mosquitos", "piojos" o "pulgas". Para la visión judía, debió ser Aarón y no Moisés quien golpeara la tierra, ya que fue precisamente Moisés quien ocultó su crimen (el homicidio del supervisor) en la tierra. Habría sido esa la respuesta a los siglos de esclavitud sobre los hebreos y su mano de obra esclava, ya que no había quedado un cm de tierra para poder construir.[16]

El consenso académico indica que Moisés nunca existió como figura histórica, y que el Éxodo es un mito.[17]

Los eruditos coinciden en general en que el Éxodo no es un relato histórico, y que los israelitas se originaron en Canaán y de los cananeos.[18][19]​ El Papiro de Ipuur, escrito probablemente a finales de la XII Dinastía de Egipto (1991–1803 aC), se ha presentado en la literatura popular como confirmación del relato bíblico, sobre todo por su afirmación de "el río es sangre "y sus frecuentes referencias a la fuga de los sirvientes; sin embargo, estos argumentos ignoran muchos puntos que contradice al Éxodo, como los asiáticos que llegan a Egipto en lugar de irse y la probabilidad de que la frase "el río es sangre" sea simplemente una imagen poética para disturbio.[20]​ Los intentos de encontrar explicaciones naturales para las plagas (por ejemplo, una erupción volcánica) han sido descartados por los eruditos bíblicos sobre la base de que su patrón, tiempo, rápida sucesión y, sobre todo, el control de Moisés con poderes sobrenaturales.[21][22]

Expertos de todo el mundo ofrecen diversas explicaciones científicas, muchas veces controvertidas, que darían cuenta de las diez plagas bíblicas y del éxodo masivo del pueblo hebreo de Egipto.[23]

En el documental El secreto de las diez Plagas de National Geographic[24]​ apuntan a dar una serie de explicaciones climatológicas sobre cómo podrían haberse dado las 10 plagas de forma natural.

Explican que la causa podría haber comenzado con la erupción del volcán de la isla de Santorini, Grecia, en torno al año 1500 a. C. [25]​ que habrían provocado terremotos que causarían escapes de dióxido de carbono y de hierro cerca del Nilo, los cuales al entrar en contacto con el oxígeno, formarían hidróxido de hierro. Éste tornaría el agua de color rojo, desencadenando la serie de sucesos que explicarían las diez plagas. La falta de oxígeno generada por la precipitación del hidróxido de sodio en el agua, provoca que todos los peces mueran. Esta versión se complementa con la de la marea roja.[26]

También se le atribuye a una epidemia de la alga tóxica Oscillatoria rubescens la apariencia y el olor del río, ya que según esta teoría, altas temperaturas habrían causado que el agua se volviera fangosa y eso propició la expansión de la especie vegetal.[27]​ El color del río sería consecuencia de la muerte de las algas, a quienes también se les conoce como Sangre Borgoña.[28]​ Las toxinas de la llamada marea roja hubiesen envenenado a los peces, causando su muerte.[26]

Esto da origen a la segunda plaga, las ranas, que a diferencia de los peces, pueden salir de las aguas contaminadas. La carencia de agua limpia crea el ambiente propicio para la aparición de los piojos (tercera plaga), las moscas (cuarta plaga) y las epidemias bacterianas entre los seres humanos y los demás animales (quinta plaga).Paralelamente, el dióxido de carbono mezclado con el aire indujo a la gente a una especie de coma, reduciendo la circulación sanguínea en la piel causando sarpullidos (sexta plaga).

El granizo con fuego, a lo que los científicos llaman granizo volcánico (séptima plaga), era procedente de la erupción en Santorini. Cuando la nube de cenizas alcanzó la estratósfera, se mezcla con la humedad y forman una piedra muy similar al granizo. Las bajas temperaturas provocan que nubes de langostas en masa se posen en Egipto (octava plaga), la propia Biblia habla de que un viento trajo las langostas y otro se las llevó.

La nube de cenizas de 40 km de altura por 200 km de diámetro alcanza el delta del Nilo y provoca oscuridad (novena plaga). Tras la ceremonia que Moisés había ordenado realizar a los israelitas - y que acabaría siendo conocida como la cena de Pascua (en hebreo, Pesáj). Los egipcios dormían, entonces, la fuga de gas que había provocado las primeras plagas al fin entró en erupción.

El dióxido de carbono se filtró a la superficie, y dado que es más pesado que el aire, mataría por asfixia a la gente que dormía antes de disiparse en la atmósfera. Como los primogénitos de los egipcios gozaban de privilegios por ser los herederos de las propiedades y demás bienes, dormían en camas casi pegadas al suelo, mientras que los demás miembros de la familia dormían en los segundos pisos. Los israelitas, sin darse cuenta de lo que pasaba, pintaron con la sangre de cordero las puertas de sus casas para evitar que sucediera lo mismo que con los egipcios.



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