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Profanación de las tumbas de la basílica de Saint-Denis



La profanación de las tumbas de la basílica de Saint-Denis fue un destacado acontecimiento de la Revolución francesa en el que las tumbas de la basílica, necrópolis de los reyes de Francia, fueron abiertas o destruidas, siendo los cuerpos exhumados y profanados.

Después de la abolición de la monarquía el 10 de agosto de 1792, el gobierno provisional ordenó la fundición de todos los monumentos realizados en bronce, plata y metales en general. Cuarenta y siete tumbas de la basílica de Saint-Denis fueron destruidas para este propósito, como la de Carlos VIII de Francia, realizada en bronce dorado, si bien algunas de ellas se salvaron de la destrucción a petición de la Comisión de Bellas Artes de la Convención Nacional, la cual había ordenado en 1793 la destrucción de las insignias del feudalismo y de las tumbas reales existentes en todos los edificios de la República.[1]

La propuesta para decidir el destino de las tumbas y los cuerpos de Saint-Denis se realizó durante el Terror en la sesión del 31 de julio de 1793 de la Convención Nacional por Barère, con el fin de celebrar el asalto a las Tullerías el 10 de agosto de 1792 y atacar las «cenizas impuras de los tiranos» con el pretexto de recuperar el plomo de los ataúdes.[2]​ La Convención Nacional, después de haber atendido el informe del Comité de Seguridad Pública, anunció en su segundo decreto del 1 de agosto de 1793:[3]

Dom Germain Poirier, erudito benedictino de la congregación de Saint-Maur,[5]​ diputado de la Comisión de Monumentos Conservadores y archivista de la abadía de Saint-Germain-des-Prés y de Saint-Denis,[6]​ fue nombrado comisario para asistir a la apertura de las tumbas, mientras que Meigné, comisario de la Administración Central de la fabricación extraordinaria de armas,[1]​ fue el encargado de supervisar las labores de exhumación. El mes de agosto se dedicó a la exhumación de los cuerpos a petición oficial del ciudadano Meignié, si bien esta decisión no se aplicó en toda su extensión hasta el mes de octubre debido a que un miembro de la Convención, Joseph Lequinio, había denunciado su inaplicación el 7 de septiembre. Desde el 6 de agosto, varios monumentos funerarios (sepulturas, estatuas, columnas, altares, vidrieras, etc.) fueron desmantelados o destruidos, siendo los cadáveres depositados en el suelo.[7]

Dom Poirier fue el principal testigo ocular de la exhumación y profanación de las tumbas reales. Permaneció día y noche en la basílica del 12 al 25 de octubre,[8]​ redactando varios informes para la Comisión de Monumentos.[9]​ En 1796, el Informe sobre la exhumación de cuerpos reales en Saint-Denis en 1793 completó a su vez dichos informes con los datos aportados por Dom Druon, rector de la abadía de Saint-Denis.[10]​ Los diversos testimonios posteriores, como el del futuro Conservador del Patrimonio Alexandre Lenoir, otro testigo presencial,[11]​ o el de Georges d'Heylli, quien publicó de nuevo en 1872 este informe en Les tombes royales de Saint-Denis, reproducen en gran parte la información aportada por Dom Druon.

Dom Poirier dejó constancia de que no se habían podido hallar los restos mortales de algunos personajes destacados, como los del cardenal de Retz[12]​ (muerto en 1679) o los de Alfonso de Brienne. Una vez que los monumentos funerarios en piedra y mármol fueron cortados o fragmentados, quedaron al descubierto varios cuerpos en estado de putrefacción o reducidos a polvo, como el de Luis XV de Francia, cuyo cadáver no fue embalsamado debido a la viruela, o el de Luis XIV de Francia, el cual, según testigos, estaba «negro como la tinta». Curiosamente, el cuerpo de Enrique IV se encontró en un estado de conservación tan óptimo que fue colocado de pie en el interior de la basílica, permaneciendo expuesto durante dos días.[13]​ Otros cuerpos, en cambio, fueron sometidos a diversas mutilaciones. Algunos revolucionarios se llevaron uñas, cabellos, dientes o huesos con el fin de guardarlos como trofeo o venderlos, puesto que la fabricación de ungüentos medicinales a partir de los restos de momias humanas era una práctica común desde hacía varios siglos.[14]​ Los cuerpos de más de ciento setenta personas (cuarenta y seis reyes, treinta y dos reinas, sesenta y tres príncipes de la sangre, diez servidores del reino y dos docenas de abades de Saint-Denis) fueron arrojados a dos fosas comunes, denominadas Valois y Borbones, excavadas para este propósito a lo largo del patio del cementerio de los monjes,[15]​ adyacente a la basílica, siendo una de ellas destinada a las «primeras razas» de los Valois, es decir, las dinastías anteriores, y la otra a los Borbones. Después de que varios curiosos hubiesen descendido a las fosas con el fin de recolectar reliquias, los cadáveres fueron parcialmente cubiertos con cal viva y tierra.[16][17]

Un hombre llamado Brulay, receptor de los dominios de Saint-Denis en 1793, habría robado algunas de estas reliquias. En la Restauración, su viuda intentó en vano vendérselas al rey Luis XVIII de Francia. Vendidos posteriormente en una subasta, estos restos acabaron formando parte de la colección del museo Tavet-Delacour de Pontoise, si bien el origen de algunos de ellos es cuestionable, como la mandíbula del rey Dagoberto I, dos dientes y un trozo del cráneo de Luis IX de Francia, varios dientes de Enrique III de Francia, el cabello de Felipe II de Francia, o la pierna momificada de Catalina de Médici.[18]

Dom Poirier asistió a las labores de exhumación por primera vez en agosto de 1793. Fueron exhumados, entre otros, los siguientes restos:

Fue durante el segundo periodo de profanaciones, en octubre de 1793, que las exhumaciones fueron realmente llevadas a cabo. Dom Germain Poirier plasmó en su informe que los obreros, acompañados por «comisarios de exhumación» (supervisores), el «comisario de orfebres» (responsable de recuperar objetos elaborados con metales preciosos y llevarlos a la Convención Nacional) y el «comisario de los plomos» (responsable de recuperar el plomo de los ataúdes para destinarlo a su fundición), descendieron con linternas y antorchas a la bóveda de los Borbones, donde cincuenta y cuatro ataúdes de madera de roble descansaban sobre caballetes de hierro roídos por la herrumbre.[19]​ Varias sustancias purificadoras del aire, tales como enebro y vinagre, estaban dispuestas en la bóveda para reducir los olores. Las exhumaciones llevadas a cabo en octubre de 1793 fueron, según el testimonio de Poirier, las siguientes:

Debido a que las exhumaciones se habían visto dificultadas por la presencia de curiosos, se decidió cerrar la basílica a todas las personas ajenas a las obras, si bien dicha decisión no llegó a llevarse a cabo.

En el túmulo en el que se encontraban las tumbas de María de Francia y Blanca de Francia sólo había escombros, faltando tanto los cuerpos como los féretros.

Los restos de Francisco I de Francia, Luisa de Saboya, Claudia de Francia, Francisco III de Bretaña, Carlos II de Orleans y Carlota de Francia fueron hallados en estado de putrefacción líquida, despidiendo además un fuerte olor a descomposición. Durante el traslado de los ataúdes a las fosas, los féretros gotearon líquido negro por entre las grietas.

En días posteriores, los obreros, acompañados por el comisario de los plomos, acudieron al cementerio carmelita con el fin de exhumar los restos de Luisa de Francia, hija de Luis XV de Francia, los cuales, en estado de putrefacción, fueron arrojados a la fosa común.

Bajo la Restauración, Luis XVIII recuperó, el 19 de enero de 1817, los restos de sus antepasados, exhumados de las fosas comunes tras una semana de investigación, siendo hallados gracias a François-Joseph Scellier.[1]​ Estos cuerpos fueron colocados juntos debido a que la cal viva vertida sobre ellos había provocado su deterioro al punto de hacer imposible su identificación, habiendo además tres cuerpos cuyas cabezas no pudieron ser encontradas.[23]​ Los restos fueron depositados en un osario en la cripta de la basílica el cual comprende una docena de cofres sellados por losas de mármol con inscripciones de los nombres de los monarcas. El rey, quien también buscó los restos de su hermano Luis XVI y María Antonieta, los cuales tampoco pudieron ser identificados, llevó a cabo un servicio religioso el 21 de enero de 1815[24]​ e hizo erigir un monumento funerario en su honor en 1816.

Algunos cuerpos habían sido tratados mediante el procedimiento conocido como mos Teutonicus (técnica funeraria de excarnación del cadáver), siendo sometidos a continuación a la dilaceratio corporis (división del cuerpo) en corazón, intestinos y huesos antes de ser sepultados. Algunas de estas reliquias, en particular los corazones y ciertos huesos, sin contar las tomadas antes del entierro y las robadas durante la profanación, fueron colocadas en la bóveda de los Borbones.[25]



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