La prueba del fuego o prueba de fuego era un tipo de ordalía o juicio de Dios practicado en la antigüedad y en la Edad Media en que se empleaba el fuego para confirmar o negar una acusación y en que, presuntamente, a través de la ayuda divina no se sufrían quemaduras graves si se era inocente.
A lo largo de la historia se ha perdido el sentido original hasta llega a significar una prueba decisiva en cualquier actividad con la que se pretende revalidar la capacidad o la validez de un proyecto o persona, como por ejemplo lo sería la prueba de funcionamiento de una nueva máquina.
La prueba de fuego pertenecía a los juicios divinos medievales para demostrar la culpabilidad o inocencia del acusado. No se debe confundir con la tortura, que era empleada para hacer confesar al reo.
La prueba de fuego era, al igual que otros juicios de Dios, empleada habitualmente ya por los germanos, los anglosajones y los vikingos.
Existían diversas variantes
Si el acusado permanecía indemne o si sus heridas no supuraban, se creía que su inocencia estaba probada, en caso contrario era condenado.
Al igual que otros juicios divinos la prueba de fuego desapareció en los siglos XII y XIII y se sustituyó por la justicia civil.
Un sentido específico tiene la expresión de prueba de fuego que fue empleada en la época feudal tardía. La prueba, es decir, haber estado bajo el fuego enemigo, se convirtió en requisito indispensable para que un oficial fuera nombrado caballero. Debido a la creciente especialización, en muchos ejércitos no era posible adquirir tras treinta años de servicio el estado de caballero en condiciones de batalla (prueba de fuego). A finales del renacimiento, al hacerse más escasas las guerras, cada vez fue más frecuente encontrar a oficiales que no hubieran pasado la prueba.
Esta expresión fue extendida más tarde a algunos tipos de carrera civil.
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