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Pueblo gitano en España



El pueblo gitano en España, también denominado pueblo caló o calé, tiene una historia de aproximadamente seis siglos, desde que se introdujeran en la península en oleadas migratorias. La antropología moderna, gracias al análisis lingüístico del habla gitana, ha podido situar su origen ancestral en el subcontinente indio. La lengua caló de los gitanos españoles proviene del romaní, hablado por los gitanos europeos, que guarda relación con el sánscrito y el prácrito. En la actualidad, el caló está en vías de extinción.

Los gitanos en España poseen rasgos culturales propios y una identidad común.[1]​ Aunque ciudadanos de pleno derecho a efectos legales, los gitanos en España aún observan altas tasas de pobreza, exclusión social, discriminación laboral y criminalidad.[2][3]​ La región con mayor población caló es Andalucía, aunque también destacan en Cataluña, Comunidad Valenciana, Madrid, y prácticamente todo el país. En 2014 se estimaron entre 725 y 750 mil gitanos en España.[3]

Cómo y cuándo llegaron los gitanos a la península ibérica es una cuestión cuyo consenso dista de haberse alcanzado. Una primera teoría, aunque no demostrada documentalmente, los hace proceder del norte de África, desde donde habrían cruzado el estrecho de Gibraltar para reencontrarse en Francia con la ruta migratoria norteña.[4]​ Se trataría de los tingitanos (en su pronunciación deformada, gitanos, es decir, procedentes de Tingis, hoy Tánger). La otra, más consistente por estar muy documentada, es la entrada por el norte. Si bien hay controversia en la fecha de su llegada, pues hay constancia de un salvoconducto concedido en Perpiñán en 1415 por el infante Alfonso de Aragón a un tal Tomás, hijo de Bartolomé de Sanno, del que se dice era “Indie Majoris Ethiope”[5]​ y no egipciano, en peregrinación a Santiago de Compostela. Sí lo era Juan de Egipto Menor, al que en 1425 Alfonso V le concede carta de seguro, el que mayoritariamente es aceptado como el primer gitano en llegar a la península.

En 1435 fueron vistos en Santiago de Compostela, y en 1462 se les recibió con honores en Jaén. Años más tarde, a los egipcianos (de donde procede realmente el nombre de gitanos) se le añadieron los grecianos, peregrinos que penetraron por la ribera mediterránea en los años ochenta del siglo XV, probablemente a causa de la caída de Constantinopla. Unos y otros continuaron deambulando por toda la península, siendo bien recibidos al menos hasta 1493, año en el que un grupo de egipcianos llegó a Madrid, donde el Concejo acordó «…de dar limosna a los de Egibto porque a ruego de la Villa pasaron delante, diez reales, para evitar los daños que pudieran hacer trescientas personas que venían…».

En esos años se sucedieron los salvoconductos, otorgados a supuestos nobles gitanos peregrinos. El seguimiento de esos salvoconductos por toda la geografía española revela para algunos investigadores (según Teresa San Román) algunas evidencias:

En el siglo XV los estereotipos negativos aún no estaban enraizados, y entre la hostilidad y la fascinación la cultura gitana se dispersó por el continente europeo, mezclándose con las culturas y los idiomas locales. Cuando tuvo lugar el descubrimiento de América, en 1492, los gitanos ya estaban esparcidos por toda España. Está plenamente establecido que en 1498, Cristóbal Colón, en su tercer viaje, embarcó a cuatro gitanos que pisaron el nuevo mundo.[7]

La presencia de la población gitana se fue convirtiendo en un desafío para los poderes establecidos, para la población sedentaria y para la religión dominante. El desencuentro entre los no gitanos y los gitanos se iniciaría en España en el siglo XVI. Así, la pragmática de Medina del Campo de 1499 los obligó a abandonar la vida nómada. La legislación daba a los gitanos un plazo de dos meses para su integración. Eso incluía que debían habitar en un domicilio fijo, adoptar un oficio y abandonar su forma de vestir y costumbres, so pena de expulsión o esclavitud:

Se los conminó de nuevo en 1539 a la sedentarización bajo pena de seis años de galeras.[8]​ En España se promulgaron, a partir del año 1499, más de 280 pragmáticas contra el pueblo gitano.[9]​ Frente a la práctica de la deportación a América, que fue empleada ese mismo siglo por Portugal,[10]​ los gitanos españoles solamente podían viajar a América con permiso expreso del rey. Felipe II decretó en 1570 una prohibición de entrada a los gitanos en América y ordenó el regreso de los ya enviados.[11]​ Se conoce el caso de un herrero gitano (Jorge Leal) que consiguió autorización para viajar a Cuba en 1602.[12]​ Distintos factores hicieron que los gitanos españoles, como los de toda Europa, se resistieran a la asimilación y conservaran sus propios caracteres culturales más o menos intactos. Cervantes escribe en su novela La Gitanilla (1613):

A finales del siglo XVII se inició otro movimiento migratorio entre la población gitana del oeste europeo, como consecuencia del recrudecimiento de la persecución en la Europa occidental, que afectaría a España.[13]

En julio de 1749 se produjo la Gran Redada, también conocida como Prisión general de gitanos, con la que se dio inicio al proyecto de "exterminio" autorizado por el rey Fernando VI de España, y que tras desechar la opción de la expulsión, se encargó al Marqués de la Ensenada arrestar y, finalmente «extinguir».,[14]​ a todos los gitanos del reino a través de su separación física por sexos y edades. Algo más de 9.000 personas gitanas acabaron presas, siendo repartidos los hombres y niños mayores de siete años entre los tres arsenales peninsulares, en tanto que las mujeres lo fueron entre varias casas de misericordia.[15]

En 1763 se notificó a los gitanos, por orden del rey Carlos III, que iban a ser puestos en libertad. Se produjo un atasco burocrático de dos años más[16]​ y el Rey ordenó acelerar los trámites y dio órdenes de finalizar el asunto. En julio de 1765, dieciséis años después de la redada, la secretaría de Marina emitió orden de liberar a todos los presos, orden que hacia mediados de mes ya se habría cumplido en todo el país. La última liberación se produjo el 16 de marzo de 1767 de dos gitanos que hasta entonces se hallaban como capataces en los trabajos del camino de Guadarrama;[17]​ y aún, en 1783, treinta y cuatro años después de la redada, estaban siendo liberados algunos gitanos de Cádiz y Ferrol.[18]

Habría que esperar a la pragmática de 1783 para que los gitanos tuviesen permiso de residencia en cualquier parte del reino.[19]​ En esa misma pragmática, Carlos III nacionalizaba a los gitanos al declararles ciudadanos españoles y, por lo tanto, el deber y derecho de los niños gitanos a la escolarización a los 4 años, siendo libres de fijar su residencia, o de emplearse y trabajar en cualquier actividad, penalizándose a los gremios que impidieran la entrada o se opusieran a la residencia de los gitanos. Pero a costa de que los gitanos abandonen su realidad étnica, como la forma de vestir, no usar el caló, asentarse y abandonar la vida errante. En esa misma pragmática se ilegalizó la palabra "gitano" en la administración española para referirse al colectivo, por lo que a partir de ese momento, a nivel estatal deja de existir tal distinción.

George Borrow, que se acercó al mundo gitano en la primera mitad del siglo XIX, en sus viajes por Europa como predicador protestante visitó España y aprendió la lengua de los grupos gitanos, traduciendo y publicando el Evangelio en caló. En la década de 1860 se registró otro movimiento hacia el oeste de una numerosa población gitana.[20]

En España figuraban hasta 1978 los siguientes artículos en el reglamento de la Guardia Civil:

Como muestran algunos estudios, la criminalización o encasillamiento ha sido en todos los países el primer paso para desacreditar a la comunidad gitana con objeto de legitimar su marginación y su persecución:

En 1983 se crea la Asociación Secretariado General Gitano (desde 2004, Fundación Secretariado Gitano) y en 1986 la Unión Romaní Española, organizaciones sociales sin ánimo de lucro que trabajan para la inclusión y la promoción de la comunidad y cultura gitana.[22][23]

En 2005 se aprobó en el Congreso de los Diputados, con la totalidad de los votos emitidos a favor, una Proposición no de Ley sobre el reconocimiento del pueblo gitano.[24][25]

A lo largo de 2015 se efectuaron diferentes actos reivindicando la memoria histórica del pueblo gitano en España. En Zaragoza, el 12 de enero se produjo el primer homenaje público a las mujeres que fueron víctimas de la redada de 1749. Encerradas en la Casa de Misericordia, muchas de ellas se enterraron en la iglesia de San Pablo, lugar donde se hizo el homenaje.[26]​ El 30 de julio se celebró en Madrid un acto memorial para conmemorar el Samudaripen (genocidio gitano) y al día siguiente se inauguró en Pineda de Mar el primer monumento público que recuerda el inicio de la Redada General de gitanos.[27]



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