En la liturgia romana, el réquiem (del latín requiem, 'descanso'), también misa de réquiem (en latín, Missa pro defunctis o Missa defunctorum), es la misa de difuntos, un ruego por las almas de los difuntos, llevado a cabo justo antes del entierro o en las ceremonias de recuerdo o conmemoración. Este servicio suelen observarlo también otras iglesias cristianas, como la Iglesia anglicana y la Iglesia ortodoxa. Su nombre proviene de las primeras palabras del introito: «Requiem æternam dona eis, Domine, et lux perpetua luceat eis» («Concédeles el descanso eterno, Señor, y que brille para ellos la luz perpetua»).
Réquiem es también el nombre de más de cien composiciones musicales utilizadas principalmente para realzar estos servicios litúrgicos, así como también piezas de concierto. Este modo de interpretación es hoy en día muy raro, con la excepción de las misas de difuntos celebradas por sacerdotes de rito romano tradicional.[cita requerida]
Por antonomasia, se asocia casi exclusivamente a cualquier forma de dar una despedida a los difuntos o de recordarlos por cualquier medio, sea material o simbólicamente.[cita requerida]
Las partes de la misa de réquiem, según el rito romano tradicional, en latín y en español.
Sólo en música; opcional; uso frecuente. Separa y emplea las dos últimas líneas del Sanctus.
En liturgia: Uso condicionado (detallado en esta página) En música: Opcional y poco frecuente.
En liturgia: Uso condicionado. (Véase: variantes de la misa de réquiem) En música: Opcional y poco frecuente.
El Réquiem, que en latín significa 'descanso' o 'reposo', empleado en «Requiescat in pace» (o «Que en paz descanse», en español), denominada también «misa por los muertos» (latín: Missa pro defunctis) o también «misa de difuntos» (latín: Missa defunctorum), fue originalmente una ceremonia litúrgica de la Iglesia católica (por el contenido de la liturgia, propiamente dicho) y que con algunas variantes es común a varias otras, como por ejemplo la griega y la rusa ortodoxas, la anglicana, entre otras, teniendo todas ellas en común en ser ofrecidos a los fallecidos.
Al igual que otras misas especialmente dedicadas que se ofrecen en días o circunstancias especiales que básicamente difieren de la misa común, el réquiem se diferencia de todas las demás en el carácter austero y el cambio u omisión de cualquier parte o instancia que no concordara con el espíritu de respeto, pérdida o dolor que la circunstancia amerita. Por ello, por citar algunos de ellos implicaban la omisión del Credo; se suprime Gloria; se sustituye el Aleluya por el Tractus, mientras que se cambia el texto Agnus dei parcialmente.
El réquiem, como ceremonia litúrgica, ha variado muy poco en su estructura formal aunque sus contenidos si aunque sutilmente a lo largo del tiempo. Desde que en 998 d.C. San Odo de Cluny instituyera el 2 de noviembre como el día de Todas las Almas, lo que llevaría a una modificación del calendario religioso (comprendido y agendado en el Misal), en la lista de propios o en la liturgia misma y en sus contenidos. Y por varios siglos permaneció en ese estado hasta mediados del siglo XX, cuando los cambios introducidos por el Concilio Vaticano II (1962-65), como la decisión de emplear el lenguaje propio de la región, sin suprimir el latín. Todo material o procedimiento debía adaptarse a la lengua correspondiente de igual manera. Eso implicaba la traducción hasta de las plegarias como el Padre Nuestro, Ave María, Credo y Salve y por supuesto, toda la liturgia en todas sus variantes.
Se pueden diferenciar dos variantes circunstanciales con que se describe mejor una particular característica que, ya sea por presencia o ausencia, en realidad no cambian a la misa como tal: cuando es llamada «de cuerpo presente», es decir, con los restos mortales del difunto por el que oficia el servicio, y que normalmente implica que sea una iglesia o templo; la variante más común, es la denominada in memoriam (latín), «en recuerdo de» las almas que ya partieron y que se pueden solicitar en cualquier templo que, tras el pago de los costos pertinentes, tendrá presente al fallecido junto a los otros por los se hará el servicio si se trata de una misa «comunal» o «masiva» (normalmente de costo accesible) o bien una «dedicada» en la que se mencionará unas tres veces al difunto, de manera explícita y exclusiva y de costo mayor que la anterior.
Aunque muchos fieles consideran que para que una misa, especialmente un réquiem, debe llevarse a cabo en un templo para ser considerada como tal, la mayoría no comparte esa opinión. Eso dejaría de lado, por ejemplo variante que podríamos denominar reducida de la misa de difuntos, un poco más breve, que se emplea en el lugar donde descansarán los restos del creyente, antes o durante el proceso de inhumación de los restos mortales o entierro propiamente dicho y que puede darse en cualquier lugar, sea un camposanto o no. Esta se caracterizaba por incluir Libera me así como In Paradisum, lo que la diferencia de todas las demás.
Aunque carece de nombre específico formalmente debe mencionarse otra forma de réquiem, más breve aún que la anterior y libre de ser adaptada por el oferente a criterio y en casos o circunstancias de excepción como ocurre, por ejemplo, durante tiempos de guerra en el campo de batalla.
Salvo in memoriam cualquier otra variante satisface la condición sine qua non o requisito que determina lo que popularmente se conoce como dar cristiana sepultura.
Desde el aspecto musicológico, la misa de réquiem se enlista como parte de la música religiosa, y como prácticamente todas las otras de dicha categoría, se mantuvo vigente sin mayor variación en su estructura casi desde el siglo XIV hasta mediados del siglo XX; con períodos diferenciados y correspondientes a su época y que, agrupados todos dentro de la denominada música culta o clásica agrupa el barroco, renacentista entre otros, únicamente en cuanto al estilo musical empleado son de la misma estructuración, definitivamente ha pasado por períodos extremadamente marcados en cuanto a su apreciación, siendo eso casi una constante dependiendo de la época, esos cambios de percepción se han dado más marcada, cuantitativa y con más frecuencia durante los últimos tres siglos.
La vertical dependencia de la liturgia o misa, de la que hereda el nombre (que luego definiría toda su clase o categoría), definió sus particularidades y contenidos de la misma forma que cualquier otra forma aprobada por la Iglesia. Tratándose de la misa, más definido aún. Y de una variante específica, más todavía. Así que no había espacio para improvisaciones en lo más mínimo. Y tratándose de una ceremonia para difuntos, no podía haber lugar a dudas. Siendo por definición un acontecimiento austero y de pesar, todo debía guardar correspondencia. Así que para estos casos era requisito que los compositores evitaran todo posible elemento que pudiera considerarse alegre o festivo, por lo que se omiten algunas partes de la liturgia normal y obviamente eso replicó el la forma musical y en el carácter de esta. Dadas las circunstancias, se les concedió cierta libertad a los compositores sobre como organizar musicalmente las partes mientras respetaran el contenido de la liturgia. Había espacio no definido sobre qué debía estar y qué podía no estarlo.
Así por ejemplo, el Ingemisco, parte de la Sequentia, que también agrupa: Dies Irae, Tuba Mirum, Rex Tremendae, Recordare (a la cual Ingemisco era habitualmente fusionado, desapareciendo como sección pero permaneciendo su contenido íntegramente), siendo seguido por Confutatis y Lacrimosa. Otras partes pueden estar presente, integrarse a otra o no incluirse en absoluto, a criterio del autor (como era costumbre con el Benedictis un par de siglos atrás), que deviene musicalmente como una pieza completa con nombre propio, cuando en la forma convencional las dos únicas líneas que componen la pieza son las penúltima y última que conforman el Sanctus. Hubo varios intentos o tanteos sobre cómo innovar en tal o cual forma por parte de varios compositores. Algunos terminaron con bendiciones y nombramientos papales, otros que no, otros excomulgados y algunos otros proscritos, prohibidos, perseguidos y quemados, tanto las obras como los autores. Algunos pasaron por todos los casos.
Dadas las condiciones, desde los siglos XV-XVI hasta principios del XIX los autores se ajustaban a cierto estándar en cuanto al tratamiento musical en base al ordenamiento de las partes pero sin atreverse a alterar el texto mismo del réquiem, por lo que el réquiem con tan sólido cimiento, permanecería así. Lo único que podía variar era la música.
Y ese es precisamente el reto para un compositor, partir sin ventaja alguna para que, sólo con su habilidad, pueda lograr ser reconocido. Ello ha implicado muchas veces ser una prueba interna donde el ego, autoestima, amor propio y sobre todo, orgullo, este último fue uno de los que más caracterizó la segunda mitad del siglo XVIII, en pleno y breve apogeo del período clásico, en el que cada estreno de cada compositor era un reto que debía responderse y superarse, más como un duelo que como una competencia. Y curiosamente muchas de las más reconocidas misas de réquiem provienen de ese tiempo, y aunque la misa de difuntos más famosa de todas, el réquiem en re menor KV. 626 de Wolfgang Amadeus Mozart, quien gustaba de ese tipo de retos, no tuviera esa motivación de parte de su autor quien la empezó a componer estando enfermo, continuó avanzando mientras su condición hacía lo mismo; poco después solo y agónico, terminara tanto su magnífico Lacrimosa como su existencia. Su asistente, Franz Xaver Süssmayr completaría la misa añadiendo las seis partes restantes basándose en apuntes y borradores de Mozart y su propio talento. A pesar de ello se le reconoce el íntegro a Mozart, cosa que el mismo Süssmayr declaraba.
A veces, los compositores dividen una parte de la liturgia en uno o dos movimientos a causa de la longitud del texto. El «Dies Irae» es el que con más frecuencia ha sido dividido en varias partes (como ocurre en el Réquiem, de Wolfgang Amadeus Mozart). El «Introito» y el «Kyrie», que eran consecutivos en la antigua liturgia católica de San Pío V, también suelen agruparse en un único movimiento.
Desde inicios del siglo XIII hasta el siglo XIX, muchos compositores han escrito réquiems tan largos o utilizaban tantos músicos que no podían ser tocados durante un servicio fúnebre habitual. Los réquiems de Gossec, Héctor Berlioz, Giuseppe Verdi y Antonín Dvořák son oratorios. Una contra-reacción a esta tendencia vino del movimiento ceciliano que recomendaba un acompañamiento restringido para la música litúrgica y veía de mal gusto la utilización de solistas vocales. Johannes Brahms compuso su Requiem alemán (Ein Deutsches Requiem, op. 45) utilizando solamente textos de las Escrituras, dejando de lado la liturgia. Brahms buscó expresar el duelo y la consolación desde el punto de vista del doliente.
El réquiem ha evolucionado en nuevas direcciones en el último siglo. El género «Réquiem de guerra», que consiste en obras dedicadas a la memoria de personas muertas en tiempos de guerra, es seguramente la más destacada. Este género incluye a menudo poemas no litúrgicos o pacifistas; por ejemplo el War-Requiem (Réquiem de guerra) de Benjamin Britten, yuxtapone el texto latino con poesías de Wilfred Owen, o Mass in Black (Misa en negro) de Robert Steadman que entremezcla la poesía ecologista y las profecías de Nostradamus.
El siglo XX ha visto además el desarrollo de réquiems profanos, escritos para ser tocados sin relación con la religión (por ejemplo el Réquiem de Dmitri Kabalevski con los poemas de Rozhdestvensky), mientras algunos compositores han escrito obras puramente instrumentales llamados réquiem pero ajenos a la estructura formal ya descrita, como la Sinfonia da requiem, del ya mencionado compositor B. Britten.
A la fecha, se han compuesto más de 2000 réquiems. Las versiones del Renacimiento son en principio a cappella (es decir, sin acompañamiento instrumental) y casi 1600 compositores han preferido utilizar instrumentos para acompañar al coro y utilizan igualmente cantantes solistas.
Dependiendo de la época, muchos compositores agregan u omiten partes de la liturgia, en general el Gradual y el Tracto. Gabriel Fauré y Maurice Duruflé no han incluido el «Dies Irae» (está incluido en el Libera me en el Réquiem, de Fauré), mientras que este texto lo han usado a menudo compositores franceses como obra independiente.
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