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Refrán



El refrán es una paremia tradicional de origen y uso popular –y por definición, de autoría anónima– con intención didáctica, moral o, incluso, filosófica.[1]​ En algunos contextos puede encontrarse como sinónimo de dicho e incluso de proverbio,[2]​ si bien el dicho, esencialmente oral abarca un significado más amplio, como conjunto de palabras que proponen un concepto cabal, agudo, oportuno, e incluso malicioso, o bien una ocurrencia chistosa.[3]​ Por su parte, el proverbio, como el adagio y la máxima, suelen estar asociados a lo culto, lo bíblico o lo oriental. En suma, en el ámbito de la lengua castellana o idioma español, el refrán es, por antonomasia, la paremia más representativa de la sabiduría popular.[4]

En el uso de la lengua española, el término refrán (del francés refrain, sentencia corta) ha conocido una gran difusión hasta el punto de desplazar a proverbio, idea que se asocia a una paremia culta como los proverbios bíblicos u orientales. Así, el refrán, paremia popular o popularizada, aparece en obras de autores clásicos como Gonzalo de Berceo, el Arcipreste de Hita, Don Juan Manuel, Alfonso X el Sabio o el propio Miguel de Cervantes, que en el Quijote asegura por boca de Quijano que "los refranes son sentencias breves, sacadas de la experiencia y especulación de nuestros antiguos ancianos", y hablando con Sancho Panza le dice que "cualquiera de los que has dicho basta para dar a entender tu pensamiento" (Segunda parte, capítulo XVII); o cuando le hace decir al cautivo que "el refrán es sentencia breve sacada de la luenga y discreta experiencia".[5]

Sentencias breves y anónimas que según Maldonado, «señalan qué actitud conviene adoptar en cada situación, definen la razón de una determinada conducta, o extraen las consecuencias de una circunstancia, entrañando en cualquier caso un fin didáctico y aleccionador y convirtiendo la anécdota humana en tema de reflexión».[6]​ No obstante, muchas frases literarias y bíblicas han pasado a formar parte del refranero popular. La mayoría de los refranes son observaciones acuñadas por la experiencia colectiva a lo largo del tiempo, con temas que van desde la meteorología hasta el destino invariable y fatalista de existencia. Constituyen el bagaje cultural del pueblo en tiempos en los que la tradición oral pasaba la sabiduría popular de una generación a otra.[7]

Su estructura suele ser pareada y recurren tanto a la prosa y verso como a figuras literarias (antítesis, elipsis o paralelismo) para facilitar su perpetuación oral.[8][9]

El refrán se usa mucho en la actualidad al momento de hablar coloquialmente.

La etimología de refrán delata su origen en el contexto de la lírica provenzal, como parte de la letra de canciones y poemas, cantados o recitados. Así lo describen ya en el Medioevo los términos «refrain» (francés) y refranh (provenzal) como «parte del poema que se repite en cada estrofa (en piezas de desarrollo popular como los «rondeau, virelai, ballade, chant royal», etc.). Estando sin embargo ausente en las formas más cortesanas (como el «grand chant courtois»). Cuando el refrain «cambia en cada estrofa», puede relacionarse con estructuras líricas más primitivas como por ejemplo la jarcha mozárabe». En el uso actual de la lengua española ha quedado redefinido con la palabra ‘estribillo’.[10]

La primera colección conocida de refranes se atribuye a don Íñigo López de Mendoza, marqués de Santillana, bajo el título de Refranes que dizen las viejas tras el fuego. El racionero de la Catedral de Toledo Blasco de Garay escribió después dos Cartas en refranes (Toledo, 1541) que carecen del propósito exhaustivo de una compilación pero pretenden ser un agradable pasatiempo cortesano. La primera era exclusivamente de refranes y la segunda de sentencias, pero en posteriores ediciones se añadieron otras dos anónimas, una de Juan Vázquez de Ayora y otra, sumamente deturpada, que provenía de un impreso sevillano. Así aparecieron junto al Processo de cartas de amores de Juan de Segura y el Diálogo de mujeres de Cristóbal de Castillejo, recortado y moralizado, por cierto, por Blasco de Garay.

Pedro de Vallés imprimió la tercera colección, Libro de refranes copilados por el orden del A. B. C... en el que se contienen Quatro mil y trezientos refranes. El más copioso que hasta oy ha salido impresso (Zaragoza: Juana Millán, viuda de Diego Hernández, a costa de Miguel Çapilla, 1549), que es la primera importante cuantitativamente hablando. Después vinieron tres cuyo carácter era profundamente humanístico. La cuarta fue realizada por el Comendador griego, es decir, Hernán Núñez (1478-1553) catedrático de Salamanca, Refranes o proverbios en romance, Salamanca, Juan de Canova, 1555, con un prólogo de León de Castro. El sevillano Juan de Mal Lara, discípulo de ambos, publicó otra, La Philosophia vulgar, Sevilla, Hernando Díaz, 1568. Por otra parte, Sebastián de Horozco, quien también estudió en Salamanca, escribió una Recopilación de refranes y adagios, que consta de 8.311 ordenados alfabéticamente, pero cuyo manuscrito ha perdurado acéfalo, falto de aquellos que debían reunirse en las letras A, B, C y D. Lo que queda fue impreso en 1916 con el título de Teatro universal de los proverbios. Por último, Gonzalo Correas reunió en un largo manuscrito que tituló Vocabulario de refranes y frases proverbiales que no llegó a ser impreso hasta siglos más tarde, e incorpora casi por completo la obra de Vallés.[11]​ Ya en el siglo XVII publicaron otros refraneros eruditos como Juan Sorapán de Rieros y Jerónimo Martín Caro y Cejudo, entre otros.

De entre la larga lista de recopilaciones posteriores, pueden mencionarse, por ejemplo –y a título orientativo– las de Luis Martínez Kleiser (Refranero general ideológico español de 1953), el Refranero agrícola español de Nieves de Hoyos o el Diccionario de refranes comentado de Regino Etxabe, de 2012.[12]



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