Reina-faraón es la denominación con la que se suele designar a las mujeres que alcanzaron el rango de faraón en el Antiguo Egipto.
En los tres milenios de historia del Antiguo Egipto (c. 3100 - 30 a. C.) hay contados casos de una reina-faraón.
Tradicionalmente, el trono egipcio estaba destinado a varón. El papel de la mujer no era, en ningún caso, ocupar el poder absoluto, sino ser la guardiana y protectora de su país y de su marido. Las reinas egipcias tenían un prodigioso poder a la sombra de su esposo y también en numerosas ceremonias. Y no sólo esto: el varón no podría subir jamás al trono si no se casaba antes con una mujer de sangre real. Así, no es de extrañar los casamientos entre hermanos o los aparentes cambios dinásticos cuando al difunto le sucedía un yerno.
Por tanto, la mujer era la garante de la legitimidad y de la sucesión del faraón, y además, era la principal responsable de la seguridad de Egipto en su papel de diosa Isis. No obstante, la religión era clara: al igual que nunca podría existir un Isis masculino, tampoco podría existir un Horus femenino. Cada uno de los sexos tenía una función específica y el buen funcionamiento del país dependía de esta armonía.
Entonces, ¿por qué llegaron a existir reinas-faraón? La respuesta es sencilla. En todos los casos conocidos y en varios de los que pudo existir esta situación, no existía un claro sucesor del difunto rey: o bien este no tenía ningún hijo varón, o no cumplía determinados requisitos, o este era cuestionado por su origen bastardo. Ante la falta también de princesas con las que casar a cualquier candidato al trono, no quedaba más remedio a la viuda que ascender al trono y gobernar en solitario. Esto se haría por diversas causas: por la ambición personal de la reina, por la inexistencia de candidatos adecuados o por un peligro que sólo se evitaría de esta forma.
Desgraciadamente, casi la totalidad de las reinas-faraón poco o nada pudieron hacer por su país. Excepto una de ellas, todas fueron efímeras y tuvieron el dudoso honor de cerrar su dinastía y abrir una nueva etapa de anarquía en la que familiares lejanos de la casa real se disputarían su derecho al trono. Ninguna de estas prodigiosas mujeres podía casarse de nuevo y su subida al trono era generalmente debido a una emergencia y estaba destinada a posponer la inevitable crisis de Estado. Por tanto es completamente falaz e incierto culpar de la decadencia del país a la llegada de una reina-faraón.
Los autores latinos, como Diodoro Sículo, haciéndose eco de la obra de Manetón (sacerdote egipcio que bajo los ptolomeos se encargó de redactar la historia de su país), afirman que existieron tan sólo cinco reinas-faraón a lo largo de tantos siglos. Ignoramos si esto es veraz, pero probablemente así lo sea: de las numerosas candidatas, existen tres bien documentadas, dos muy probables y otras más dudosas. Estas mujeres son:
No podemos equiparar a las reinas-faraón con las últimas reinas de Egipto, que gobernaron durante la dinastía Ptolemaica (305 - 30 a. C.). Aunque gozaron de muchas prerrogativas reales, no eran auténticas gobernantes independientes, ni su situación tenía nada que ver con la de las mujeres antes mencionadas.
Todas ellas eran hijas, esposas y hermanas de los ptolomeos, y como ellos, de origen helénico, que aceptaban las costumbres egipcias aunque seguían comportándose como griegas. Al casarse con sus hermanos no sólo los legitimaban sino que se sentaban a su lado y merecían ser tratadas como iguales, pese a que sus funciones rituales y políticas estaban muy mermadas respecto a las de las reinas de las dinastías anteriores. En la mayoría de los casos, estas reinas se dedicaron exclusivamente a urdir peligrosas intrigas palaciegas o conjuras y fueron muy pocas las que fenecieron de muerte natural. Estas mujeres llevaron los nombres de Berenice, Arsinoe y Cleopatra.
De las reinas ptolemaicas fueron muy pocas las que gobernaron en solitario, y siempre fue sobre un trono tambaleante, sin ser aceptadas por la mayoría de la población y en periodos muy cortos de tiempo. Estas reinas fueron Cleopatra II, Berenice III y Berenice IV. Incluso la legendaria Cleopatra VII gobernó siempre acompañada: sus hermanos-esposos y su pequeño hijo fueron los reyes nominales de Egipto, pese a no desempeñar ningún papel político.
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