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Religión incaica



La religión incaica fue un grupo de creencias y ritos que iban relacionados con un sistema biológico evolucionando desde las épocas preincaicas hasta el Tahuantinsuyo.[1]​ La fe en el Tahuantinsuyo se manifestaba en cada aspecto de su vida, su trabajo, festividades, ceremonias, etc. La población del Tahuantinsuyo no tenía un concepto abstracto de Dios y no había palabra que lo definiera. Eran politeístas y existieron divinidades de carácter local, regional y pan-regional.[2]​ El vocablo «camaquen» definía a la fuerza vital que animaba todo cuanto existía en la tierra; según la fe del Tahuantinsuyo, los seres vivos y muertos tenían «camaquen», inclusive los cerros, piedras, lagunas y demás seres sagrados tenían un «camaquen».[2]​ Esto no pudo ser entendido por los colonizadores que emergieron espontáneamente, en consecuencia no existía un dios creador; este concepto vino a surgir luego de la colonización europea, fueron los sacerdotes católicos quienes identificaron a Wiracocha como el «dios creador» pero como adaptación al catolicismo.[2]

La religión incaica es uno de los temas más controvertidos de la historia prehispánica; esto sucede así puesto que los cronistas españoles, quienes describieron la religión en el Tahuantinsuyo, trataron de explicar la religión incaica desde el punto de vista del catolicismo.[3]

Los europeos creyeron que la religión incaica era obra del demonio e idolatría, por esta razón al recoger los relatos y mitos incaicos, seleccionaron los que podían identificarse con el dios cristiano, o las que fácilmente podrían ser interpretadas como vencidas por la fe católica.[3]

En el caso de las divinidades menores, los españoles les dieron el nombre genérico de «huacas» (wak'a) y fueron descritas como «manifestaciones locales de la actividad del demonio».[3]

Los mitos incaicos proceden en gran parte de tiempos preincaicos. En estos mitos, el hombre y el mundo son ordenados simultáneamente y los dioses convierten el caos en cosmos. Los incas explicaban con sus mitos el origen de las poblaciones (grupos étnicos), plantas y animales.[3]​ Según la creencia popular, el lugar de donde procedían se le denominaba «pacarina», estas pacarinas podían ser cerros, puquios, lagunas, volcanes, cuevas o hasta huecos de árboles antiguos. En el caso de los grupos humanos, sus pacarinas no siempre estaban cerca al lugar en donde habitaban.[3]

La cosmovisión andina del mundo estaba dividida en 3 mundos:

Franklin Pease García-Yrigoyen señala que esta división fue una transliteración de la cosmovisión andina a la cosmovisión católica, y que lo más probable es que durante el Tahuantinsuyo hubiera dos mundos llamados Hanan y Urin («uku») pacha, y que el «kay pacha» fue un lugar de encuentro o «tinkuy».[3]

Lo mejor que deja la cosmovisión andina es que la Tierra (Pachamama) es la madre nutricia de la vida, como tal digna de respeto; posición opuesta a la visión europea de que el hombre debe explotar la naturaleza sin precaución o que la última contradicción de la historia es naturaleza-hombre[4][5]

Los incas creían en un tiempo cíclico, las crónicas dividen a los ciclos en edades y esas edades fueron variando según los mitos recogidos por los europeos. El mito de Huarochirí divide el tiempo en 4 edades que son los siguientes:[3]

En las crónicas de Guamán Poma, se presenta una descripción compleja de las edades del mundo que se inicia con la aparición del hombre; en las 3 primeras edades Guamán Poma describe el perfeccionamiento del conocimiento agrícola y guerras. La cuarta edad se describe como el perfeccionamiento de varios grupos étnicos; en la quinta edad llamada «Inca pacha runa» los incas se imponen al resto de hombres e imponen la idolatría. Según Poma, en la primera edad los hombres conocieron al «dios verdadero» pero este conocimiento se perdió.[3]

Se tenía la creencia de que cada planta alimenticia tenía un espíritu que la protegía, este espíritu tenía el nombre «conopa». Las conopas eran los mejores frutos de la cosecha y eran escogidos para realizar una ceremonia de agradecimiento. Con esta ceremonia, se hacía que la cosecha rindiera mucho más. La conopa de cada fruto recibía un nombre particular por ejemplo:[3]

Los animales domésticos también tenían espíritus protectores a los que llamaban «illas» (illakuna). Las illas eran miniaturas de los animales hechas en piedra y que podían enterrarse en los cerros y corrales para incrementar la producción ganadera.[3]

El número de divinidades durante el ciclo incaico fue enorme, estas divinidades podían habitar en el cielo y la tierra. Según la creencia popular, los dioses antropomorfos podían tomar conductas similares a la de los seres humanos, eran capaces de tener sentimientos y pensar, además podían tener esposas, hijos y peleas entre ellos; además podían tomar partido por un grupo humano en algún pleito; a pesar de que se sabía de que los dioses eran inmortales, también existieron dioses mortales como el caso de Tunupa.[3]​ Los dioses incaicos exigían ofrendas y constante recordación; en el caso de las deidades relacionadas con el agua, se sabe que preferían el «mullu» (conchas marinas enteras, partidas o en polvo) y cada divinidad tenía una preferencia específica sobre cómo debía ofrecérsele el mullu; existían algunas divinidades, como el caso del oráculo de Huarochirí que exigía mullu masticado. Este mullu era depositado en pozos, fuentes, ríos, lagunas o el mar para pedir buen tiempo y salud.[3]

Los dioses se comunicaban con los seres humanos a través de los oráculos, estos oráculos podían ser representaciones de los dioses hechas en diversos materiales y que, según la creencia, cobraban vida y pedían deseos, además de responder preguntas. Los sacerdotes interpretaban los oráculos y se tenía la idea de que, por tratarse de dioses, los oráculos no se equivocaban; pero cuando un oráculo erraba en sus predicciones causaba gran malestar en la población. Están documentados relatos sobre la destrucción del oráculo de Catequil (Katiqil) en Porcón por mandato de Atahualpa, al haberle dado información errónea.[3]

Todos los grupos sociales del Tahuantinsuyo visitaron los oráculos permanentemente, los más prestigiosos según las crónicas fueron pachacamac (pachakamaq), apurimac (apu rimaq), chinchaycamac (chinchaykamaq), mullipampa y catequil.[3]

En las crónicas europeas escritas durante la conquista, se refieren al sol, denominado «punchao» o «inti» como la divinidad más importante de todo el Tahuantinsuyo; «inti» fertilizaba la tierra y en algunos relatos aparece como esposo de «pachamama». Inti era dador de salud, paz y vida; y el inca como hijo del sol (inti churi) lo representaba en la tierra con un valor sagrado.[3]

Las crónicas describen al culto solar con similitud al culto católico, en los cuales existía una jerarquía clerigal en la que primaba el Cusco con la máxima autoridad el «huíllac umu» (willaq uma), este huíllac umu era elegido por las «panacas» (panaqa) cusqueñas y generalmente era uno de los hermanos del inca.[3]

El culto al «inti» del Tahuantinsuyo en una especie de evangelización, pero esto no quería decir que el culto al «inti» era el único en el imperio puesto que las crónicas relatan que los incas permitieron a los pueblos conquistados conservar sus ídolos y deidades e incluso algunas de estas deidades fueron incorporadas al panteón incaico. Los incas se consideraban «hijos del sol» y las crónicas indican que el culto solar estuvo ligado a las élites cusqueñas; la población común tenía la creencia que «inti» era el padre de toda la etnia inca y que, por tanto, eran sus hijos predilectos.[3]

De todos los templos dedicados al «inti», el más importante era el «coricancha» ubicado en el Cusco. Este templo sólo podía recibir a la élite cusqueña e incluso tenía recintos de exclusividad absoluta para el soberano inca. A su vez, existieron otros templos provinciales dedicados al culto solar conocidos como «ushnu»; estos «ushnus» eran construcciones de forma piramidal ubicados en medio de planicies, en los cuales se realizaban además del culto solar, otros cultos. Uno de los principales «ushnu» fue el que se ubicaba en «aucaypata» (plaza central del Cusco).[3]

En la plaza del Cuzco se realizaban ceremonias grandes y masivas para el culto solar; las crónicas mencionan que, para estas celebraciones, asistían curacas de regiones alejadas del Tahuantinsuyo.[3]

Inti era representado como un niño de entre 8 o 10 años confeccionado de oro fino (el proveniente de los lavaderos), lucía vestido como el inca con grandes orejeras, pectoral, mascaipacha y llauto. A sus lados, había dos serpientes bicéfalas y dos pumas que lo protegían. La imagen lucía sentada en una tiana de oro, de sus hombros emergía una aureola y detrás de él un círculo representando al sol.[3]

Era una divinidad ctónica reconocida como la divinidad de la tierra y la fertilidad. Se la representaba como una niña que vivía en el interior de la tierra y las montañas. Pachamama era la responsable de la producción de alimentos y las ceremonias a ella estaban ligadas a la siembra, el cuidado del crecimiento y la cosecha.[3]

Se le ofrendaba chicha, coca, sebo y «mullu», pidiéndole la protección de los cultivos. La chicha era esencial en los rituales de Pachamama, se le utilizaba en un brindis ritual denominado «tinka» para lo cual se elaboraba una chicha especial. Antes de la siembra era obligatorio ofrecer chicha a Pachamama haciéndosela beber rociando la chicha en la tierra. Asimismo, todo aquel que bebiera chicha estaba obligado a invitar a Pachamama el primer vaso para que ésta no se resintiera y lo castigara. El grado de respeto era tal, que antes de recostarse en la tierra se le hacía una ofrenda. La ira de esta deidad podía traer desventuras en cosechas, por lo que era necesario presentarles ofrendas, tal como el vigente brindis de chicha al inicio del laboreo agrícola. [3]

Huiracocha, Wiracocha o Viracocha, también llamado Illa Tiqsi Wiraqucha era la divinidad del «hanan pacha». Según los mitos del Cusco, salió de las aguas del lago Titicaca y ordenó el mundo (que era un caos); en la mayoría de los relatos recogidos durante la conquista, Huiracocha aparecía como esposo de Pachamama. Asimismo, los mitos de zonas entre Cusco y la meseta del Collao, aparece como la deidad más importante, el cronista y sacerdote español Blas Valera Jiménez de la Espada (1545-1597) en su libro "Historia Occidentalis" hace referencia a este hecho cuando afirma refiriéndose al dios de los incas:

La interpretación que hizo Blas Valera del término Illa Tiqsi fue «Luz Eterna», pero según la recopilación del idioma quechua por Holguín, una transcripción literal correcta del quechua de esa época sería «fundamento del pasado».[7]

Sin embargo en otras crónicas se señala que el culto a Wiracocha era menor que el culto a Inti. F. Pease señala que Wiracocha es una divinidad muy antigua que perdió importancia a medida que los Incas iban expandiéndose a otros territorios.[3]

W. Espinoza señala que el culto a Wiracocha se extendió en la zona en épocas preincaicas, probablemente desde el apogeo de las civilizaciones Tiahuanaco y Wari.[3]

En algunos relatos, aparece con el nombre de «Imaimana Wiracocha» y se le describe con 7 ojos que rodeaban su cabeza y con los cuales podía ver todo lo que sucedía en el mundo. En los mitos recogidos en el Cuzco, Wiracocha puso el sol y la luna en los cielos originando la luz, luego dividió el mundo en 4 suyos y ordenó a los hombres salir al exterior (se pensaba que, antes de eso, los hombres vivían en el subsuelo, específicamente en cuevas, puquios, lagunas u otros sitios llamados «pacarinas»), esta orden la dio en el Chinchaysuyo y el Collasuyo, mientras que en el Contisuyo y el Antisuyo recibió ayuda. Luego de ordenar el mundo, Wiracocha caminó el mismo rumbo del sol y se perdió en el mar.[3]

Era una deidad que era adorada en diversas regiones del Tahuantinsuyo pero que cuyo templo principal y oráculo quedaba artía la labor ordenadora del mundo con Wiracocha; vivía en el subsuelo y era el responsable de los terremotos y productor de alimentos. En algunos mitos se le describe como esposo de Pachamama y deidad del cielo.[3]

Era una deidad altiplánica, de mucha devoción en el Collasuyo. Según los mitos del Collasuyo, Tunupa puso orden en el mundo y muchas veces se le confunde con Ticsi Wiracocha. Tunupa estaba acompañado de Tarapacá y Taguapacá, quienes le ayudaban a ordenar el mundo, se le identificaba con los volcanes y los rayos, a los cuales él gobernaba. También tenía poder sobre el agua y ordenaba los aluviones.'[3]

Denominada «Quilla» (Killa) o «Mamaquilla» por los quechuas, «paxi» por los aymaras. Era la señora del mar y los vientos, se le consideraba hermana y esposa de inti. Protegía a las mujeres especialmente en el momento del parto, además tenía una especial protección con las coyas y ñustas.[3]

En el Coricancha, tenía adoración junto al sol, además en el mismo templo tenía otros 4 ambientes destinados a su adoración. Los templos dedicados a la luna se repartían en todo el Tahuantinsuyo, pero tenía un especial prestigio el templo ubicado en la isla Koati. En honor a la Luna, los incas celebraban el «coya raymi» (quya raymi).[3]

Era una deidad que tenía bajo su control la lluvia, los granizos y los relámpagos. Estaba vinculada a Inti y tenía un lugar en el Coricancha. Tenía tierras asignadas y sacerdotes a su servicio. En la creencia popular, cuando un niño nacía en medio de truenos era elegido por Chuqui illa para su servicio; al adquirir la mayoría de edad, tenían que encargarse de los sacrificios además que los elegidos por chuqui illa fungían de mediadores entre las fuentes de agua y la población.[3]

El término «huaca» aparece en las primeras crónicas refiriéndose a los dioses que los europeos consideraron secundarios, pero además «huaca» también se refería a lugares de culto e incluso algunas personas y cargos. Pease postula que el término «huaca» en el Tahuantinsuyo se refería a todo lo sagrado.

El soberano «Inca» y los curacas eran considerados «huacas» debido a que ellos podían comunicarse con el mundo sagrado. Debido a que eran huacas, se les rendía reverencia y se les saludaba dándoles un beso ofreciéndoles pestañas y cejas, a esta salutación se le denomianaba «mochado».[3]

Los dioses huacas necesitaban personal dedicado a la adoración, ahí destacaron los sacerdotes como encargados de interpretar el mensaje y las decisiones divinas. Este personal de culto tenía la obligación de organizar los rituales, preparar las fiestas y las ofrendas; esto era muy importante en el Tahuatinsuyo, pues se tenía la creencia que el culto a las huacas estaba ligado a la producción y al bienestar de la sociedad.[3]

Según las crónicas o los escritos de Garcilaso, en el Cuzco, se formó un verdadero panteón, tal es así que los dioses de Huamachuco: Atauguju, Catequilla, los de Huaruchirí fueron reverenciados. Además un estilo de política religiosa permitió el culto a dioses locales de los pueblos integrados a su dominio, el reverso de la penetración de Occidente que extermina toda religiosidad que no encuadra con su dogma[8]

La población en el Tahuantinsuyo tenía la creencia de que a las deidades les agradaban los sacrificios de los «animales sagrados». Uno de los animales sagrados era la «pillco llama», que no era más que una llama blanca; esta «pillco llama» era predilecta en el culto solar, era vestida con atuendos rojos y decorada con plumas para el sacrificio. Cuando se hacía un sacrificio, el animal sacrificado era acompañado con textiles, coca, chicha y flores. Estos últimos 4 elementos eran imprescindibles en cualquier tipo de sacrificio u ofrenda.[3]

Los animales preferidos para los sacrificios eran los machos, en el caso de las hembras se prefería a las estériles. Se seleccionaban minuciosamente a los animales para el sacrificio, igualmente sucedía con los textiles. En el caso de la coca, se ofrecía al culto la coca cultivada en campos especiales para ofrenda, igualmente la chicha para la ofrenda era distinta a la hecha para beber en festividades.[3]

Los sacrificios para alejar desgracias o tragedias podían realizarse en cualquier momento del año. Pero existieron meses específicos para determinados sacrificios. Por ejemplo, en septiembre se realizaba la «citua», que era una ceremonia para alejar las enfermedades botándolas al río; en esta ceremonia se arrojaban al río coca, textiles y camélidos degollados, posteriormente con la sangre de llamas seleccionadas se hacían unos bollos de maíz que se repartían.[3]

Existieron también sacrificios humanos generalmente asociados al Inca, estos se realizaban cuando un Inca ascendía al trono o cuando su salud se resquebrajaba. También existió una ceremonia denominada capac cocha realizada en casos especiales como sequías persistentes, en la cual se sacrificaban niños seleccionados y sin defectos, estos niños podían ser del pueblo o de la élite. Según crónicas de Bernabé Cobo, cuando Huascar fue capturado los sacerdotes del Cusco sacrificaron varios niños, animales y textiles.[3]

El calendario incaico se regía por los ciclos lunares, cada ciclo era acompañado de una fiesta. Existían fiestas de carácter regional y otras se festejaban en todo el territorio. Las fiestas del Cusco eran presididas por el Inca, las fiestas en otros lugares del Tahuantinsuyo las dirigía un representante del Inca.[3]

Todas las fiestas eran multitudinarias pero en el Cusco las más importantes fueron el Inti Raymi (solsticio de invierno) y el Capac Raymi (solsticio de verano), dedicadas al inti y al Inca respectivamente. Durante estas fiestas las panacas cusqueñas sacaban a las momias y se las paseaba en procesiones por el Cusco, acompañados de música y danzas; luego de esto se representaban teatralmente escenas históricas.[3]

En el caso del «Inti Raymi» o «Fiesta del sol» (traducido al español), era una fiesta extendida en gran parte del Tahuantinsuyo; durante esta fiesta la población en general estaba prohibida de beber chicha, comer sal, ají y tener relaciones sexuales. En el Cusco, la fiesta la presidía el Inca y asistían los curacas de las diversas etnias existentes en el Tahuantinsuyo, esta ocasión también era tomada para que los curacas rindan cuentas sobre las mitas cumplidas por sus pueblos.[3]

El acto de Morir, para los pobladores del Tahuantinsuyo, representaba un viaje de una vida a otra vida. Ese viaje era difícil y necesitaba ayuda; el «camaqen» o espíritu del difunto necesitaba de un perro negro, que, según la creencia, podía ver en la oscuridad de ese camino y podía guiarlo. El otro mundo variaba en ubicación según las etnias, algunos creían que estaban en las cumbres nevadas, otros que estaban en campos floridos.[3]

Se tenía la creencia de que en el otro mundo los seres humanos continuaban agrupándose en ayllus y de que, por ser tan grande el número de difuntos, el espacio y las tierras de cultivo eran insuficientes, por esa razón enviaban al difunto con objetos que satisfagan sus necesidades.[3]

El rito de pichcada (pichqay o pitsqay) se sigue practicando en el mundo andino. Consiste en una velada de las ropas del difunto, al quinto día de muerto. Es la despedida final, pues, después de realizarse el rito, ha de retirarse el ánima de su última morada.[9]




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