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Revelación divina



En religión y teología, la revelación divina consiste en revelar, descubrir o hacer algo obvio a través de comunicación activa o pasiva con alguna entidad sobrenatural. Según con la tradición judeocristiana la revelación puede originarse directamente a partir de una deidad o a través de algún agente de la misma, como un ángel. A quien ha experimentado ese tipo de comunicación divina se le suele llamar profeta. Según J.F. Rowny, catedrático de la Universidad de California y presidente de la Academia Estadounidense de Religión, un término más propio y amplio para este tipo de encuentro sería místico, convirtiendo la persona que lo experimente en un místico.[1]​ El encuentro de los profetas tendría un fin más concreto, con lo que todos los profetas serían místicos, pero no todos los místicos serían profetas.

Algunas religiones, como el judaísmo, cristianismo, el islam y el hinduismo cuentan con libros sagrados que se ven como revelados o inspirados de manera sobrenatural. La revelación desde una fuente sobrenatural es mucho menos importante en otras tradiciones religiosas, como el taoísmo o el confucianismo, aunque se han encontrado similitudes entre la visión de la revelación en el Antiguo Testamento y el principio de bodhi del budismo.

Para los cristianos católicos la revelación es un acto de Dios por el cual se revela a los hombres, ya sea de manera natural o sobrenatural. La revelación natural es una manifestación a partir de la realidad del universo, la naturaleza, el mismo ser humano, o sea, toda la creación; el hombre puede, por analogía y con el solo uso de la luz natural de la razón, llegar al conocimiento y certeza de la existencia de un Dios creador. La revelación sobrenatural es una acción más específica y directa de Dios para manifestarse por una libre iniciativa suya de modo que trascienda las realidades naturales.

En el cristianismo la revelación divina sobrenatural consiste específicamente en las verdades teológicas transmitidas por la Sagrada Tradición y las Sagradas Escrituras. Según enseña la Iglesia católica, el Magisterio de la Iglesia es el encargado de interpretar la Sagrada Escritura y la Sagrada Tradición, entendiendo estas últimas como un solo depósito de la fe. Otras iglesias cristianas difieren de este último punto.

De acuerdo con la doctrina católica, el hombre puede conocer a Dios con certeza a partir de sus obras haciendo uso de la razón natural. Pero existe otro orden de conocimiento que el hombre no puede de ningún modo alcanzar por sus propias fuerzas, el de la revelación divina.[2]​ Por una decisión enteramente libre, Dios se revela y se da al hombre. Entre sus revelaciones dentro del credo cristiano, destacan aquellas que hablan del envío de su hijo encarnado, Jesucristo, y del Espíritu Santo.

Dios, que «habita una luz inaccesible»[3]​ quiere comunicar su propia vida divina a los hombres libremente creados por él, para hacer de ellos, en su hijo, hijos adoptivos.[4]​ Al revelarse a sí mismo, Dios quiere hacer a los hombres capaces de responderle, de conocerle y de amarle más allá de lo que ellos serían capaces por sus propias fuerzas.

El designio divino de la revelación se realiza a la vez «mediante acciones y palabras», íntimamente ligadas entre sí y que se esclarecen mutuamente (DV 2). Este designio comporta una «pedagogía divina» particular: Dios se comunica gradualmente al hombre, lo prepara por etapas para acoger la Revelación sobrenatural que hace de sí mismo y que culminará en la Persona y la misión del Verbo encarnado, Jesucristo.

San Ireneo de Lyon habla en varias ocasiones de esta pedagogía divina bajo la imagen de un mutuo acostumbrarse entre Dios y el hombre: «El Verbo de Dios ha habitado en el hombre y se ha hecho Hijo del hombre para acostumbrar al hombre a comprender a Dios y para acostumbrar a Dios a habitar en el hombre, según la voluntad del Padre Dios ».[5]

De acuerdo con la tradición hinduista los textos shruti o śruti (en sánscrito ‘lo que se oye’) son lo que los sabios o rishis escucharon directamente de los dioses y, y por tanto, no fueron escritos como creaciones del hombre, por lo que no son obras de origen intelectual, sino revelaciones directas de los dioses a los hombres. Los rishis (sabios o videntes) fueron los intermediarios que captaron esas revelaciones divinas. Estos textos que de acuerdo a la tradición hinduista son universales y eternos. No pueden ser interpretados, sino sólo seguidos al pie de la letra.



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