Una revuelta es un movimiento social espontáneo, de carácter agresivo y opuesto a alguna figura de poder, aunque a veces el objetivo contra el que se hace una revuelta puede poseer una minoría étnica, religiosa o social (judíos, gitanos, inmigrantes).
Como forma de lucha social es expresión de algún tipo de conflicto (conflicto social, político, económico). Se produce cuando una multitud, o al menos un numeroso grupo de personas se juntan para cometer actos de violencia, por lo general como una reacción contra una sensación de injusticia o injuria, o como un acto de disenso. También es muy habitual emplear el término revuelta para designar acciones más organizadas, más prolongadas en el tiempo o con proyección en el futuro, y con objetivos más generales o un propósito más claro de transformación social u otro tipo de cambio (político, económico, de orden institucional, de la identidad nacional o religiosa, etc.).
Muchos términos se utilizan prácticamente como sinónimos, como alboroto, insurrección, sublevación, subversión, alzamiento o levantamiento; y otros del mismo campo semántico tienen connotaciones ligeramente diferentes, como motín, sedición y rebelión; o marcadamente distintas, como revolución (si tiene mayor importancia o éxito), o disturbios (si los tiene menores).
Es habitual el uso peyorativo de todos estos términos, que incluso en sus definiciones académicas se cargan de contenidos negativos, asociados al desorden y al delito, lo que contribuye a su percepción adversa y a la criminalización de la lucha social. Lo mismo ocurre con los términos con los que se designa a sus participantes: revoltoso, alborotador, insurrecto, sublevado, amotinado, sedicioso, rebelde o revolucionario.
Otros términos del vocabulario político con los que revuelta suele tener vinculación, pero que son opuestos conceptualmente, son los de pronunciamiento militar y golpe de Estado, hechos o procesos en los que la iniciativa no es popular ni espontánea y que están específicamente dirigidos a la sustitución de las personas, partidos o facciones que ocupan el poder, sin alterar las estructuras económicas, sociales o políticas, aunque como medios pueden provocar, manipular o emplear revueltas, motines o rebeliones.
Es muy usual calificar a las revueltas atendiendo a sus causas principales o a la expresión de sus reivindicaciones, como revueltas políticas o revueltas sociales, y denominar estas por sus protagonistas sociales: especialmente las revueltas campesinas, o las revueltas urbanas propias del Antiguo Régimen (Edad Moderna). Las revueltas protagonizadas por la burguesía en el comienzo de la Edad Contemporánea reciben preferentemente el nombre de revoluciones burguesas, fundamentalmente porque, al contrario que las anteriores, triunfaron y transformaron la sociedad estamental del Antiguo Régimen en una sociedad burguesa. Las revueltas antiseñoriales, protagonizadas por campesinos, y las revueltas antifiscales, protagonizadas por esos mismos grupos o por la plebe urbana, propias del Antiguo Régimen, en que habitualmente su protagonista social lo hace en su condición de consumidor afectado por la subida de precios, dieron paso a partir del siglo XIX a las revueltas obreras (en que su protagonista social lo hace en su condición de obrero afectado por condiciones salariales o de trabajo) que se produjeron de forma puntual en determinados momentos y lugares durante la Revolución industrial y fueron una parte importante del movimiento obrero que, en la perspectiva de los teóricos de ese movimiento (marxistas o anarquistas), debería conducir a la revolución proletaria. No obstante, buena parte de las revueltas protagonizadas por obreros en la Edad Contemporánea tienen una causa desencadenante no estrictamente laboral, sino que son motivadas por una crisis de subsistencias u otro hecho que produce su movilización, como es el caso de las revueltas contra el reclutamiento militar, o las que expresan intolerancia religiosa o racismo (por ejemplo, los pogromos antisemitas).
A diferencia de una revolución, las revueltas no pretenden una transformación radical de las estructuras (políticas, sociales o económicas), aunque a veces la única diferencia que hay entre lo que se considera una revolución o una revuelta no es tanto su planteamiento inicial, sino su escala (mayor en las revoluciones, menor en las revueltas) o su resultado final: el éxito (aunque sea breve, en el caso de las revoluciones que obtienen el poder) o el fracaso (en las revueltas, que o no tienen objetivos claros o ambiciosos que alcanzar o son reprimidas sin conseguirlos).
La violencia de una revuelta puede hacerla indistinguible de una rebelión, concepto con el que tiene fronteras muy imprecisas y que se basa en su carácter militar, en su más claro fin de toma del poder, o incluso en su tipificación jurídica como delito. Así, el DRAE define rebelión como
muy similar, excepto en grado, a la definición de la sedición:
mientras que la definición de revuelta (8ª acepción) es mucho más genérica:
y equivalente a la 2ª acepción de levantamiento, a la de insurrección, a la de sublevación, e incluso a la de motín:
En cuanto a su duración, si es larga puede hacer que una revuelta violenta o rebelión se denomine como guerra, sobre todo si los medios empleados y la organización de ambos bandos permite hablar de fuerzas militares contendientes. En el caso de que el enfrentamiento suceda dentro del mismo país, se hablaría de un enfrentamiento o guerra civil; aunque si lo que pretende es una reivindicación de carácter nacionalista, se hablaría de una revuelta o guerra de liberación, liberación nacional o movimiento de liberación nacional.
Históricamente, se han producido revueltas debido a condiciones de vida marginales, explotación social, fundamentalmente en el trabajo, opresión por el gobierno (represión política), descontento por impuestos o conscripción (revueltas antifiscales o antimilitares), conflictos entre razas o religiones (racismo, odio religioso), y hasta como consecuencia de un evento deportivo. La motivación de los participantes en una revuelta, que los lleva a actuar de forma violenta, suele ser la percepción de que los canales legales son inadecuados para corregir algún tipo injusticia; o en todo caso una privación relativa (relative deprivation).
En la historia reciente, la idea tradicional sobre qué es lo que origina una revuelta ha sido desafiada por algunas revueltas que han ocurrido en respuesta a una abundancia extrema de objetos y bienes que no satisfacen necesidades humanas básicas y a una sensación de hastío.
El grupo de personas que poseen el poder por lo general llamarán a la policía o al ejército para dispersar una revuelta, si es que esta acción sirve para preservar la infraestructura y riqueza material necesaria para que el grupo retenga su poder en el gobierno. Una revuelta que busca destruir propiedad privada es más probable que sea controlada que una revuelta en la cual un grupo de personas busca destruir a otro grupo. La policía suele intentar controlar a los grupos violentos utilizando armas no letales o de disuasión, tales como cañones de agua, balas de goma, aerosol de pimienta, golpiza con bastones de goma y perros entrenados. Algunos gobiernos son especialmente proclives en recurrir a fuerza excesiva para detener revueltas o manifestaciones pacíficas. Este tipo de medidas son generalmente permitidas bajo leyes de guerra o leyes marciales, siempre y cuando los civiles que no toman parte en la revuelta no sean el blanco, aunque muchas veces sufren daños colaterales.
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