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Rhodophiala rhodolirion



Rhodophiala rhodolirion, añañuca, es una especie botánica de planta herbácea perenne, geófita, bulbosa, endémica de Chile y de Argentina, en ambos lados de la cordillera de los Andes.[1]

De bellísimas flores rosas o blancas. Tiene amenaza a su existencia por pérdida de hábitat.[2]

Es una planta bulbosa y perenne de alto valor ornamental. Tiene flores de color rojas o negro con 6 pétalos. Se encuentra en alturas extremas, muy por encima de la línea del bosque (la elevación absoluta depende de la latitud) en áreas con constantes precipitaciones con períodos secos cortos que no duran más de 1 mes. Están en pleno sol sin ninguna protección en lugares planos o laderas de exposición norte. La planta resiste temperaturas bajas (hasta -15° C incluso -20° C), puede estar cubierta durante meses (1 - 8 meses) por la nieve.[3]

Una de las posibles explicaciones populares sobre el origen de la Añañuca surge en el poblado de la actual comuna de Monte Patria, al interior del valle del Limarí, en Chile. La leyenda se relaciona con muchos aspectos de la historia y de las creencias de las formas de vida de las personas de aquel entonces en dicho lugar. No existen acuerdos unánimes del origen de la leyenda existiendo varias versiones sobre esta flor, pero de las cuales se pueden extraer las siguientes conclusiones: la explicación del origen de las flores de añañauca por la triste y trágica historia de amor en el contexto de la colonia en Chile entre una joven indígena de nombre Añañauca oriunda del entonces pueblo de Monte Rey, actual Monte Patria, y el de un joven apuesto, ya sea minero en búsqueda de un tesoro o un soldado español, los cuales se enamoran. El alejamiento del joven, ya sea forzado o por decisión propia; que desencadena la tristeza de la joven indígena que la lleva a morir, ya sea de pena o herida en la búsqueda de su enamorado. Y, por último, la coronación de la historia con el inusual crecimiento de flores de añañucas rojas como signo del amor profesado por la joven indígena hacia su amado.

Muchos años antes de la Independencia, el pueblo de Monte Patria, ubicado en la actual provincia de Limarí, se conocía con el nombre de Monte Rey, bautizado de esta manera en el periodo colonial. En este lugar vivía Añañuca, una hermosísima joven que era cortejada por casi todos los jóvenes del pueblo, pero sin que por ello alguno de ellos hubiera sido capaz de conquistar el esquivo y reservado corazón de la muchacha.

El tiempo pasaba tranquilo para esta joven, hasta que un día asomó en el poblado un extraño minero, buen mozo y gallardo, quien iba en busca de un tesoro perdido del cual había escuchado en dicha región. El minero, al ver a Añañuca, quedó impresionado con su belleza y decidió quedarse en Monte Rey. Con el tiempo ambos jóvenes terminaron por enamorarse mutuamente.

Pero una noche, el joven tuvo un extraño sueño. Un espíritu de la montaña le dio a conocer el lugar exacto donde se encontraba la veta de la mina con al cual tanto había soñado. Y así, sin pensarlo dos veces, el joven minero decidió partir en su búsqueda. Añañuca esperó y esperó a su buen mozo y gallardo minero, sin embargo, él nunca regresó. Era como si el espejismo de la Pampa se lo hubiera tragado.

La joven vivió sin consuelo hasta que, finalmente, murió de una infinita pena amor. Añañuca fue sepultada por la gente de Monte Rey en un día de fuerte lluvia. Al día siguiente, cuando el sol alumbró; el valle se despertó, como por arte de magia, llenó de bellas flores rojas, las que hoy se conocen con el nombre de Añañuca, en honor a la joven que tanto esperó el regreso de su amado.

Otra versión narra que el joven del cual se enamoró la joven indígena era un joven soldado español, quienes aún con todas las barreras sociales y culturales entre estos dos mundos tan distintos, el español y el indígena, decidieron amarse. Después que unos soldados descubrieran esta relación determinaron ponerle fin llevándose cautivo al joven soldado de vuelta al Perú, pero la joven decidió ir tras de él. Así, caminó por la pampa sin importarle el calor, el frío y el dolor en su tormentoso viaje, dejando un camino de sangre por las heridas que el desierto le infirió en su travesía. Sin embargo, la joven por más que luchó por cumplir con la tarea que se había propuesto no soportó el calvario de su viaje y murió en medio del desierto, en algún lugar olvidado entre Copiapó y Vallenar perdiéndose su rastro. Pero llegado el mes de septiembre el camino de sangre dejado por la joven indígena se cubrió de flores de un intenso color rojo sangre:

"...(Añañuca) Nunca se rindió. Su sufrimiento era demasiado, pero seguía adelante, hasta que sus fuerzas la abandonaron y cayó sin vida en medio del desierto, en un lugar entre Copiapó y Vallenar.

Cuentan que la arena y el viento envolvieron su cuerpo, y ese mismo año, ocurrió el milagro. Al llegar septiembre, el camino de sangre se había cubierto de flores rojas, a las que se les bautizó con el nombre de Añañucas...".

En homenaje a la leyenda de la añañuca, el folclorista y charanguista chileno, Pedro Plaza, compuso una canción que narra el origen mítico de esta flor: Añañuca está llorando.



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