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Ron Carter



Ron Carter (Ferndale, Míchigan, 4 de mayo de 1937) es un contrabajista estadounidense de jazz. Su contribución en más de 3500 álbumes[cita requerida] hacen de él uno de los contrabajistas con más grabaciones en la historia del jazz, junto a Milt Hinton, Ray Brown y Leroy Vinnegar.

Carter es también un aclamado chelista que ha participado en numerosas grabaciones tocando el chelo en abundantes obras de música clásica.[1]​ También ha contribuido en la música para bandas sonoras de películas.

Su primer trabajo como músico de jazz fue con Jaki Byard y Chico Hamilton. La primera grabación que hizo fue junto a Eric Dolphy, otro antiguo miembro del grupo de Hamilton y Don Ellis, en 1960.

Carter también trabajó durante este tiempo con Randy Weston, Thelonious Monk, Wes Montgomery, Bobby Timmons, Cannonball Adderley y Art Farmer.

Carter se hizo famoso gracias al segundo gran quinteto de Miles Davis, a comienzos de los años 1960s, que también incluía a Herbie Hancock, Wayne Shorter y Tony Williams.

Después de dejar a Miles Davis, Carter grabó fundamentalmente para el sello CTI, haciendo álbumes bajo su propio nombre y también apareciendo en otros muchos del sello con otros músicos muy variados, como Herbie Mann, Paul Desmond, George Benson, Jim Hall, Nat Adderley, Antonio Carlos Jobim, J. J. Johnson y Kai Winding, Eumir Deodato, Esther Phillips, Freddie Hubbard, Stanley Turrentine, Kenny Burrell, Chet Baker, Johnny Frigo y muchos otros más.

Carter también ha tocado y grabado con Billy Cobham, Stan Getz, Coleman Hawkins, Joe Henderson, Horace Silver, Shirley Scott, Helen Merrill, Houston Person, The Rascals, Red Garland, Antonio Carlos Jobim y muchos otros importantes artistas de jazz, además de grabar más de 25 álbumes como líder.

Longevos y sorprendentes, Ron Carter y Kenny Barron, cada uno desde su lugar, representan células fundamentales en la genética de por lo menos las últimas cinco décadas del jazz. Herederos de lo que en términos de influencias y proyecciones hoy se podría escuchar como el clasicismo de un género en constante elaboración, en ellos descansa esa parte de la tradición que podría resumirse en el gusto por las melodías jugosas y eficaces y la búsqueda permanente de nuevas maneras para tratarlas. El pianista y el legendario contrabajista, al frente de sus respectivas formaciones, se presentarán este viernes en dos conciertos sucesivos, en la inauguración del ciclo Jazz Nights - Leyendas en el Teatro Coliseo (Marcelo T. de Alvear 1125). A las 20, Barron actuará secundado por The Brasilian Connection (Teco Cardoso en saxo, Nilson Matta en contrabajo y Rafael Barata en batería). A las 22, Carter cerrará una noche que por el calibre de su oferta resulta excepcional. Lo hará al frente del trío que se completa con Russell Malone en guitarra y Donald Vega en piano, los mismos músicos con los que actuó en 2013, en su última visita a Buenos Aires.

“Este un trío con el que puedo hacer la música que quiero hacer en este momento, es decir buscar melodías potentes para elaborarlas con sutileza, dialogando con mis compañeros. La compañía de la guitarra y el piano me permiten lograr esa intimidad que busco, expresar mi sensibilidad en este momento”, dice Carter a PáginaI12 al teléfono desde Nueva York. “Es un tipo de trío que tiene antecedentes importantes, no hay nada nuevo en esta combinación instrumental”, agrega el contrabajista de 81 años y enseguida cita como ejemplo el trío de Nat King Cole de 1937, con Oscar Moore en guitarra y Wesley Prince en contrabajo, modelo que en algún momento siguieron también Art Tatum, Lennie Tristano y Ahmad Jamal, entre otros.

Sobreviviente de los años tumultuosos y los bad habits que marcaron la escena del jazz hasta su domesticación en los años 80, Carter fue parte de la columna rítmica de nombres que están, como él mismo, en la enciclopedia más selecta del jazz de todos los tiempos. A través de su historia musical se puede contar la de un género al que aportó la sensibilidad de un estilo sobrio y sólido, enriquecido por un manejo sobrio del arco que se extendió hasta el violoncello y el contrabajo piccolo. “De niño estudié el violoncello, lo hice hasta la adolescencia. Después elegí el contrabajo, porque pensé que tendría más posibilidades de tocar. Imagínese, por entonces un negro no tenía muchas chances con la música clásica”, cuenta Carter. En 1955, después de una audición, recibió una beca para la Eastman School of Music y fue seleccionado para completar la Orquesta Filarmónica de Rochester, que ese año tuvo entre sus directores invitados al gran director ruso naturalizado estadounidense Leopold Stokowski. “Después de un ensayo, Stokowski se me acercó y me dijo que le encantaría tenerme en su orquesta, pero que era improbable porque yo no tenía el color correcto”, cuenta Carter. “Imagínese, yo mantuve una disciplina de estudio pensando que la música iba a ser el sostén de mi vida. Practiqué duro, me esforcé para superarme como intérprete, y de pronto alguien me dice que no tengo el color correcto para estar en una orquesta”, agrega el contrabajista.

Carter no pierde la calma y habla con la misma distinción de su toque preciso, con un fraseo grave y sensible que suena como la continuación del que logra con el contrabajo. “El ejemplo de mis padres me ayudó a superarme. Yo crecí entre ocho hermanos, mi madre era lavandera porque no la dejaban ser maestra y mi padre fue uno de los primeros negros que trabajó como conductor de autobuses, después de muchos rechazos”, enfatiza Carter. En 1959 el contrabajista llegó a Nueva York y uno de sus primeros contactos fue Chico Hamilton, que había conocido en la época de Rochester. “Él me había escuchado en un club de jazz y fue de los que me alentó a dejar Rochester. Cuando llegué a Nueva York lo llamé y justo había un lugar para un contrabajista. En ese grupo estaba también Eric Dolphy”, cuenta Carter. Poco después se sumó al quinteto de Miles Davis, junto a Herbie Hancock, Tony Williams y Wayne Shorter. La relación duró cinco años, veinte discos e innumerables conciertos. “Cada noche que trabajaba con Miles era distinta. Experimentábamos con los ritmos, con las dinámicas, con las intensidades. Todo cambiaba continuamente”, recuerda Carter y subraya el verbo trabajar. “Por supuesto que la música es un trabajo. Cuando voy a tocar no voy a pasar el rato o a ‘sentir inspiración’. Voy a ganarme la vida. Eso hice siempre y lo sigo haciendo y todavía encuentro placer en lo que hago. Siento que cada noche es una oportunidad para aprender a tocar mejor”, asegura.

La cuenta oficial marca la participación de Carter en 2.221 discos, un récord que más allá de la hojarasca agonística da la idea de la dimensión de su trabajo y el aura de su nombre. Sin vanidad alguna, el contrabajista sugiere que en estos últimos tiempos se agregaron más. “Y espero todavía poder seguir agregando”, dice. Seguramente el contrabajo, y el jazz, no serían lo mismo sin la presencia de Carter, pero al contrabajista no le parece importante responder sobre cuáles fueron sus aportes al instrumento y prefiere destacar entre sus colegas a los que lo sacaron el contrabajo de la parte trasera del escenario. “Tenemos que asumir el desafío de salir de ahí atrás. La música es cada vez más complicada y muchas veces el contrabajista se queda ahí atrás haciendo bum, bum, bum. Pero si aceptás el reto y querés ser competitivo, debés tomar lecciones. Y lecciones serias. Tocar el piano, aprender armonía, composición. Si algo he observado en el nivel competitivo de los músicos de Nueva York, es que se destacan aquellos que estudiaron”, sentencia.

–¿Cómo imagina que sonará el jazz en el futuro?

–Dependerá de cómo trabajen los músicos jóvenes. Si estudian el instrumento, teoría, composición, piano. Si los jazzistas logran sintetizar una formación sólida para poder reflejar el sonido tal como surge en la propia imaginación, el jazz seguirá siendo una gran música.



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