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Rosario Castellanos Figueroa



Rosario Castellanos Figueroa (Ciudad de México, 25 de mayo de 1925-Tel Aviv, Israel, 7 de agosto de 1974) fue una escritora, periodista y diplomática mexicana, considerada una de las literatas mexicanas más importantes del siglo XX.[1]

Rosario Castellanos creció en la hacienda de su familia en Comitán de Domínguez, en la región maya del sur de México denominada Altos de Chiapas. A la edad de siete años, su hermano menor Mario murió de apendicitis, y sus padres murieron en 1948. Ella se quedó huérfana y con medios financieros limitados. Sintió una necesidad urgente para la autoexpresión, y pronto se convirtió en la primera mujer escritora de Chiapas.[2]

Posteriormente, emigró a la Ciudad de México donde, en 1950, se graduó como maestra en filosofía por la Universidad Nacional Autónoma de México y se relacionó con Ernesto Cardenal, Jaime Sabines y Augusto Monterroso. También, estudió estética en la Universidad de Madrid, con una beca del Instituto de Cultura Hispánica, de 1950 a 1951.[3]​ Fue profesora en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, en la Universidad de Wisconsin, en la Universidad Estatal de Colorado y en la Universidad de Indiana. Escribió durante años en el diario mexicano Excélsior, fue promotora del Instituto Chiapaneco de la Cultura y del Instituto Nacional Indigenista, y secretaria del PEN Club. En 1954-1955, fue becada por la Fundación Rockefeller en el Centro Mexicano de Escritores.[2]

Se casó con el profesor de filosofía Ricardo Guerra Tejada, en 1958, con quien en 1961 tuvo un hijo, Gabriel Guerra Castellanos, politólogo egresado de la Universidad Libre de Berlín Occidental, después de abortos involuntarios y de la muerte de una hija recién nacida.[4]​ Se divorció después de trece años de matrimonio, tras sufrir depresión e infidelidades de su marido.[5]​ Dedicó una extensísima parte de su obra y de sus energías a la defensa de los derechos de las mujeres, labor por la que es recordada como uno de los símbolos del feminismo latinoamericano.[6][7][8]

Como promotora cultural, trabajó en el Instituto de Ciencias y Artes de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas, y dirigió el Teatro Guiñol del Centro Coordinador Tzeltal-Tzotzil, auspiciado por el Instituto Nacional Indigenista. En la UNAM, trabajó como titular de la Dirección General de Información y Prensa (1960-1966) y fue profesora en la Facultad de Filosofía y Letras.[4]​ Antes de morir, estaba trabajando en el servicio exterior. Fue nombrada embajadora de México en Israel en 1971, y trabajó como catedrática en la Universidad Hebrea de Jerusalén y como diplomática.[9]

Falleció en Tel Aviv, el 7 de agosto de 1974, a los 49 años, a consecuencia de una descarga eléctrica, provocada por una lámpara cuando acudía a contestar el teléfono, al salir de bañarse. Sus restos descansan en la Rotonda de las Personas Ilustres desde el 9 de agosto de 1974.[10]

Su obra trata de temas políticos, ya que concebía al mundo como "lugar de lucha en el que uno está comprometido", como lo expresó en su poemario Lívida luz. Consideraba la poesía "un intento de llegar a la raíz de los objetos". Cada tema lo trataba ligado con lo cotidiano y con el interés por el papel de la mujer en la sociedad y por la crítica del enfoque sexista, ejemplificado por su cuento "Lección de cocina": cocinar, callarse y obedecer al marido. Su obra de teatro El eterno femenino (1975) se apuntala sobre principios feministas. Según un artículo de Mercedes Serna, a través de la obra "Castellanos hará un recorrido irónico y jocoso por la historia de la mujer en México, a través de una serie de personajes femeninos".[11]

Otros temas que explora son entre miembros del mismo sexo y del sexo duro y el optimismo.[12]

Sus propios sentimientos se reflejan en sus escritos: en el cuento "Primera revelación", describe su experiencia como niña discriminada frente a su hermano; el poema en prosa "Lamentación de Dido" se inspira en el desamor de su amor de muchos años, Ricardo Guerra; la novela Rito de iniciación, también de connotaciones autobiográficas, se enfoca en los conflictos de una mujer dedicada a los estudios para escapar de los prejuicios conservadores de la provincia y enfrentar la competencia profesional en la ciudad. Esta obra se publicó sólo de manera póstuma.[13]

Muchas de sus obras llaman la atención sobre la diferencia entre dos grupos, principalmente entre hombres y mujeres,[14]​ pero también entre los blancos y los indios.[15]​ Castellanos usa el matrimonio para permitir que los personajes femeninos participen en el diálogo, siendo que, hasta entonces, las mujeres no se habían incluido en los diálogos. Se utiliza el lenguaje como instrumento de poder y dominación: sin voz, las mujeres pueden ser dominadas por los hombres. Las mujeres eran objeto de conveniencia y estaban dominadas por los hombres, y Castellanos muestra cómo el matrimonio era una forma de demostrar la dependencia de la mujer y la falta de identidad.[16]​ En un análisis de su última obra, Álbum de familia, un crítico afirma que el libro se encarga de “señalar y discutir la presencia continua de la alienación como una preocupación central”, y resalta la “tendencia de Castellanos al optimismo”.[cita requerida]

En su ensayo La novela mexicana contemporánea y su valor testimonial, Castellanos comenta que las obras indígenas hablan de “la objetividad del tratamiento y la individualidad del personaje”,[17]​ y, aunque es extraño para la sociedad "blanca," sigue siendo importante para la historia y narrativa de México. Castellanos reconoce su privilegio como una mujer blanca, que es moderno a mediados del siglo veinte. También, habla de la importancia de la novela mexicana, y la describe como "una aspiración al conocimiento lúcido."[18]

Esta novela, publicada en 1957, está dividida en tres partes que (como dice Véronique Landry) "convergen en la historia de una niña de siete años de clase social alta, hija de un hacendado mexicano de la región de Chiapas."[19]​ Añade que, con los "numerosos cambios sociales" y políticos emitidos por el gobierno, esta niña sin nombre está en la "búsqueda de una identidad."[19]​ "Esta identidad," que ella busca, "gira en torno a un mundo lleno de opresión y [...] segregación racial, social y sexual."[19]Balún Canán está escrito, afirma, desde el punto de vista del "discurso autobiográfico" durante el sexenio del presidente Lázaro Cárdenas del Río.[20]​ El problema aquí es el conflicto entre los indígenas y los blancos. Los indígenas afirman que los ladinos injustamente les quitaron sus tierras y su lengua.

Además, está el problema del silencio de las mujeres en esta novela.[3]

En este libro de relatos, publicados en 1960, Castellanos se centra en las diferencias entre los dos grupos distintos, sobre todo entre el blanco y el indio y el hombre y la mujer. Dice la crítica Mary Gómez Parham: “instrumentos de esta alienación incluyen códigos severos de cortesía, el machismo y otras formas de estereotipos sexuales, la codicia y, sobre todo, las barreras lingüísticas”.[21]​ La comunicación sigue siendo un tema importante en la alienación y la obra de Castellanos, y Ciudad Real se enfrenta a la tensión entre los nativos y los blancos, ya que no comparten un lenguaje común y no se tienen confianza. Los mismos temas siguen apareciendo, como un hombre misógino (que asegura que una mujer "echó a perder a su hijo"), en “El advenimiento del águila” y personas solitarias o marginadas.

Sin embargo, la última historia de la novela es un poco diferente. El personaje principal, Arthur, tiene conocimiento de la lengua española, así como el idioma indígena, y entonces es capaz de romper algunas de las barreras que se observan entre los diferentes grupos a lo largo de la novela. Al final, se conecta con la naturaleza (un acontecimiento raro en las obras de Castellanos), y consigue la paz consigo mismo y con el mundo. Es el único cuento dentro de la novela, con un “final feliz”.[15]

Esta obra, publicada en el año 1962, novela el levantamiento que se produjo en el estado de Chiapas entre 1867 y 1870 llamado Guerra de Castas o Rebelión Chamula.

Dedicado a su producción cuentística, Álbum de familia, el segundo tomo de sus obras completas incluye, además de sus tres cuentarios, los relatos inéditos ""Crónica de un suceso inconfirmable", "Primera revelación" y "Tres nudos en la red". En un análisis del texto hecho por Mary Gómez Parham, comenta que "nuevos elementos como la homosexualidad y el feminismo-como-política aparecen [...] para explorar nuevas formas de lidiar con el viejo problema de la alienación".[22]

En 1958, recibió el Premio Chiapas, por Balún Canán, y dos años después el Premio Xavier Villaurrutia, por Ciudad Real. Entre otros galardones posteriores, destacan: el Premio Sor Juana Inés de la Cruz (1962), el Premio Carlos Trouyet de Letras (1967) y el Premio Elías Sourasky de Letras (1972).

Además, varios lugares públicos llevan su nombre:[cita requerida]



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