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Síndrome de Mallory Weiss



En medicina, el desgarro de Mallory-Weiss o síndrome de Mallory-Weiss se refiere a laceraciones en la membrana mucosa del esófago, normalmente causados por hacer fuertes y prolongados esfuerzos para vomitar o toser. Puede aparecer con cierta frecuencia en el punto de unión entre el esófago y el estómago y puede acompañarse de sangrado.


La enfermedad fue descrita por primera vez en 1929 por George Kenneth Mallory y Soma Weiss en 15 pacientes alcohólicos.

La incidencia de la enfermedad es aproximadamente cuatro casos por cada 100 000 personas,[1]​ tiende a afectar más a los hombres que a las mujeres y puede aparecer a cualquier edad.[2]​ El síndrome de Mallory-Weiss causa cerca del 5 % de las hemorragias de la parte alta del tracto gastrointestinal.[3]

Los desgarros del esófago están cercanamente asociados a hábitos alcohólicos, desórdenes alimenticios y en algunas evidencias se demuestran la presencia de hernia de hiato como una condición predisponente.[2]​ También pueden ser causados por convulsiones epilépticas.[1]​ Puede estar asociado a la ingesta repetida de salicilatos, además puede afectar a fumadores habituales de cannabis por el efecto de toser.

El síndrome de Mallory-Weiss se presenta frecuentemente como un episódio de vómitos con sangre (hematemesis) después de violentos intentos para vomitar y/o toser. Puede también ser notado como sangre en las heces llamada melena, con una ausente historia de vómito forzado. Raramente se presenta como una condición fatal. Se denomina melena a la presencia de sangre en el tracto digestivo alto que se aprecia como deposiciones "alquitranosas" de muy mal olor.

El diagnóstico definitivo se realiza con una endoscopía y rara vez es demostrable por radiología de rutina,[2]​ aunque puede demostrarse con una angiografía después de una inyección de una sustancia de contraste.[3]

En la mayoría de los casos, la hemorragia se detiene espontáneamente después de 24-48 horas y se espera una cicatrización en aproximadamente 10 días. El tratamiento quirúrgico y/o la endoscopía es a veces requerido para suturar o ligar una arteria sangrante.

El tratamiento es normalmente efectivo, pero si la hemorragia persiste puede que sea necesaria una transfusión sanguínea o de hemoderivados. La terapia puede incluir cauterización, fotocoagulación endoscópica[2]​ o inyección de epinefrina para detener la hemorragia durante el proceso de la endoscopía. Muy raramente se requiere la embolización de las arterias que proveen irrigación a la zona afectada con la finalidad de poner fin a la hemorragia.

Raramente, si el desgarre es de suficiente calibre, puede causar irritación del mediastino o un derrame de pleura, la membrana que recubre los pulmones, si se llegasen a escapar jugos gástricos.[3]

Los trastornos que causen tos y vómitos deben ser tratados y aliviados para reducir el riesgo de un desgarro en el esófago. Se debe evitar el consumo de alcohol en exceso.[1]



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