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Sepulcro de Cristo



Sepulcro, tumba o sepultura de Cristo, Jesucristo o Jesús son las denominaciones convencionales de los diferentes lugares propuestos como lugar de enterramiento (sepulcro, tumba o sepultura) de Jesucristo. También se utilizan para designar a un tema artístico muy utilizado en el arte cristiano (Deposición del cuerpo de Cristo o Santo Entierro), que reproduce la escena evangélica que lo trata (véase su iconografía en el artículo Lamentación sobre Cristo muerto). El que se limita a la representación del cuerpo yacente de Cristo en su tumba se suele denominar Cristo muerto.

La Iglesia del Santo Sepulcro de Jerusalén se levantó sobre el lugar venerado tradicionalmente.

En el siglo XIX se descubrió a las afueras de la Ciudad Vieja de Jerusalén un lugar que algunos grupos protestantes y peregrinos comenzaron a considerar que era más probable como lugar de enterramiento de Cristo: la llamada tumba del jardín. En 1980 se descubrió la tumba de los diez osarios, entre los que hay uno denominado de Yehshúah Bar Yoshef ("Jesús, hijo de José").

Las tradiciones que consideran que Jesucristo no murió en la cruz, sino que sobrevivió, salió de Jerusalén y se fue a otro lugar, proponen distintos lugares como tumba de Cristo: Roza Bal,[1]​ en Srinagar (India), venerada por los musulmanes ahmadíes como tumba de Yuz Asaf ("hijo de José"); y la localidad japonesa de Shingō (Aomori). [2]

La mayor parte de los exégetas bíblicos consideran el entierro de Cristo como parte de las más tempranas tradiciones evangélicas cristianas.[3]John Dominic Crossan recoge la posibilidad de que, como ocurría con otros condenados a muerte por los romanos, el cuerpo de Jesús pudo ser arrojado a los perros de modo que no quedaran restos para ser enterrados.[4]

En la iglesia ortodoxa se denomina zoodochos ("receptor de vida") a un atributo de la tumba de Cristo que la vincula por un lado con la resurrección y por otro con la Virgen (Theotokos o "madre de Dios").[5]

Una de las epístolas paulinas son el primer texto que contiene un pasaje donde se refiere, sin entrar en detalles, que Jesús fue enterrado. Los evangelios canónicos, que se escribieron más tarde, terminan con una detallada narración (casi hora por hora) de la Pasión de Cristo, que culmina con su muerte y resurrección. Entre ambos episodios se encuentra el entierro de Cristo.[6]​ En los cuatro evangelios se recoge que, en la tarde del día de la crucifixión, José de Arimatea solicita a Pilatos el permiso para recoger el cuerpo de Jesús. Tras conseguirlo, se dirige al Gólgota, donde el cadáver de Cristo seguía en la cruz, lo desclava y lo desciende (escena del Descendimiento), envolviéndo en un lienzo (el que la tradición identifica con el mantel de la Santa Cena y que se habría conservado como reliquia: la Síndone de Turín). Hay significativas diferencias entre los cuatro evangelios entre el considerado más temprano (evangelio de Marcos) y el considerado más tardío (evangelio de Juan).[7]

En el de Marcos, José de Arimatea no aparece descrito como uno de los seguidores de Jesús, sino como un judío piadoso que desesa asegurarse que su cadáver sea enterrado de acuerdo con la ley judía, que no permite que se les deje expuestos de noche.[8]​ El historiador judío Flavio Josefo describe cómo los judíos consideraban tan importante esta ley que incluso los cuerpos de los criminales crucificados debían ser descolgados y enterrados antes de la puesta de sol.[9]​ En el evangelio de Mateo (27:57) se dice que José de Arimatea era un discípulo de Jesús. La crítica moderna tiende a analizar como contradictorios los relatos evangélicos, y encuentra el de Marcos como el más probable.[8][10]

También según Marcos, José de Arimatea se limita a cumplir con los requisitos mínimos de la ley judía, envolviendo el cuerpo en un paño, sin mencionar su lavado o unción. Esto se interpreta como una consecuencia de un episodio previo a la crucifixión, narrado en Marcos 14:3-9: una mujer extiende perfume sobre Jesús, lo que sería una premonición de la preparación de su cuerpo para el entierro, aún en vida (véase iconografía evangélica del perfume). El último de los evangelios, el de Juan, difiere del de Marcos en este punto, reflejando cómo José de Arimatea (al que también se describe como discípulo), da a Jesús un entierro honorable;[11]​ en cuyo proceso es asistido por Nicodemo, quien compra una mixtura de mirra y aloe, aromas propios del ropaje de los entierros según la costumbre judía de la época. El evangelio de Mateo (27:66) menciona que la tumba se aseguró poniendo sobre la piedra un sello y apostando una guardia.

Muy importante es el papel de las Santas Mujeres o Tres Marías, a las que también se denomina miróforas ("portadoras de la mirra"),[12]​ tanto en el entierro como en la resurrección (pues son las que descubren la tumba vacía).[13]

Pablo el apóstol recoge el tema de la tumba de Cristo en los versículos 3 y 4 del capítulo 15 de la primera epístola a los corintios, donde incluye la interpretación de que el ser enterrado y resucitar al tercer día es un cumplimiento de las profecías del Antiguo Testamento. Estas palabras constituyen una de las más antiguas partes del credo, que hay quien considera pre-paulinas.[14]

El entierro de Cristo se menciona específicamente en el Credo de los Apóstoles ("fue crucificado, muerto y sepultado"). El Catecismo de Heidelberg pregunta "¿Por qué fue enterrado?", respondiendo "Su enterramiento testifica que murió realmente".[15]​ El Catecismo de la Iglesia Católica señala que el misterio del Sábado Santo, cuando Cristo yace en la tumba, revela el gran sabbath del descanso de Dios tras el cumplimiento de la salvación del hombre, que trae paz al universo entero; y que la estancia de Cristo en la tumba constituye un vínculo real entre su estado "pasible" (capaz de padecimientos) anterior a su muerte y su estado "glorioso" posterior a su resurrección.[16]

El espiritual afro-americano Were you there? contiene el verso "Were you there when they laid Him in the tomb?"[17]​ mientras que el villancico (Christmas carol) We Three Kings incluye este otro:

Myrrh is mine, its bitter perfume
Breathes a life of gathering gloom;
Sorrowing, sighing, bleeding, dying,
Sealed in the stone cold tomb.

El himno "One Day", de John Wilbur Chapman recoge la escena diciendo: "Buried, He carried my sins far away."[18]




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