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Sexualidad en la Antigua Roma



La sexualidad en la Antigua Roma generalmente no tiene las categorías modernas de «heterosexual» u «homosexual».[1]​ En su lugar, la característica diferencial era actividad versus pasividad, o penetrador versus penetrado, equivalente a los términos modernos de activo y pasivo.

Las ideas de Hipócrates dejaron, por siglos, la base para los conceptos médicos sobre las mujeres, desde los romanos hasta los victorianos. Sobre las enfermedades de las vírgenes, una obra dentro de los Tratados hipocráticos, trata la enfermedad de las vírgenes (o morbus virgineus), un mal que afectaba al Partenón. Los síntomas incluían mal color, hinchazón, dificultad respiratoria, palpitaciones, jaquecas, y otros, más significativamente, cese y menstruación. El libro explica que este mal es causado por no poder casarse una mujer al alcanzar la edad apropiada para hacerlo. La sangre extra no puede escapar porque el orificio necesario está cerrado, llena el cuerpo bloqueando el flujo sanguíneo y enfermando a la mujer. Esta se cura cuando la sangre encuentra un escape, esto es, cuando se casa y pierde su virginidad. El embarazo es la cura. La idea de que las vírgenes sucumben a esta enfermedad porque sus úteros no son bien utilizados para su propósito y es lo que las enferma, soporta los valores culturales de la sociedad griega, enfatizando la debilidad de las mujeres y su acotado propósito. Eso, sumado a las supuestas varias enfermedades que pudieran tener las vírgenes, las alentaba a casarse y tener hijos.

Los romanos creían que los hombres debían ser los participantes activos en todas las formas de actividad sexual. La pasividad masculina simbolizaba pérdida de control, la virtud más preciada en Roma. Era social y legalmente aceptable para los hombres romanos tener sexo así con mujeres y hombres prostitutos como con esclavos, siempre y cuando el hombre romano fuese el activo. Leyes tales como Lex Scantinia, Lex Iulia y Lex Iulia de vi publica regulaban las actividades de sexo homosexual entre hombres libres y, tanto Lex Scantinia como otras legislaciones especiales de la milicia romana, ponían pena capital a estas prácticas.[2]​ Un hombre que disfrutaba siendo penetrado era llamado pathicus o catamita o cinaedus, duramente traducido como «pasivo» en sexología moderna, y era considerado como débil y femenino.

Sin embargo, estas leyes eran evadidas en un rango desconocido con esclavos y bárbaros a quienes no abarcaban, ya que no eran considerados seres humanos; eran pasivos o activos, aunque cualquier romano que se dejara penetrar era mirado con desdén. Los esclavos eran considerados res (cosas) y podían ser usados libremente para situaciones que serían de otra manera ilegales, aunque, a diferencia de las actividades heterosexuales, las homosexuales con esclavos no eran alentadas como una forma de placer sexual. De hecho, esto era más bien una forma de castigo al mal esclavo, intrínsecamente idéntica a los azotes.[3]

James C. Thompson, autor y profesor de historia, sostiene que "el adulterio en Roma, como en todas partes del Mundo Antiguo, era definido como la actividad sexual entre una mujer casada y un hombre que no es su marido". Thomas A.J. McGinn, autor y profesor en la Universidad Vanderbilt, también define adulterio como «la ofensa sexual cometida [por un hombre] con una mujer casada no exenta de su matrimonio».[4]​ A pesar de la simple definición de adulterio, en muchos casos, las condiciones bajo las cuales se comete el acto, tienen un rol importante. Por ejemplo, "adulterio por parte de una mujer de clase baja no es considerado un problema, mientras que era un serio crimen si venía de cualquier otra". La división de clases decidía cuán importante era la situación.

El castigo para esta práctica variaba dependiendo de la situación. En la mayoría de los casos «las penas criminales eran ordenadas para la mujer adúltera y su amante. Aquéllas eran mayormente patrimoniales en naturaleza, dictando la confiscación de la mitad de la propiedad del adúltero, un tercio de la de la mujer, así como la mitad de su dote.»[5]​ A veces el castigo permitido era que «un marido podía matar a su esposa si la sorprendía cometiendo adulterio; pero ciertamente era requerido que se divorciase». El hecho de que la familia sea manejada por el padre o el hombre mayor, es importante. La implementación del castigo sería la responsabilidad de dicho hombre. En muchos casos, si la muerte no era la pena, «la mujer convicta tenía prohibido volver a casarse».[5]

La meta de estas leyes era la limpieza moral de Roma y mantener las clases sociales intactas. McGinn sostiene que «es como que las leyes augustas sobre el adulterio y matrimonio, alentaron indirectamente el alza de un respetable concubinato como una institución reconocida en su propio derecho».[6]

Concubinato (Latín: contubernium; concubine=concubina, considerado más suave que paelex, que hace referencia a la amante del hombre casado) era la institución practicada en la Roma antigua que permitía a un hombre tener una cierta relación ilegal sin repercusiones, con la excepción del envolvimiento de prostitutas. Esta poligamia de facto —los ciudadanos no podían casarse o cohabitar legalmente con una concubina mientras se tuviera una esposa legal— era «tolerada hasta el punto en que no era una amenaza para la religión e integridad legal de la familia».[7]​ El título de concubinato no era considerado derogatorio (como puede serlo hoy en día) y era utilizado, muchas veces, en lápidas.[8]​ La institución del concubinato tenía una función práctica, proveyendo las únicas relaciones sexuales lícitas fuera del matrimonio; otras eran consideradas ilegales, más notablemente la prostitución. Las Leges Juliae del emperador Augusto dieron el primer reconocimiento legal al concubinato, definiéndolo como la convivencia sin matrimonio. Esta práctica definió muchas relaciones y matrimonios considerados inapropiados bajo la ley romana, como el deseo de un senador de casarse con una esclava liberada, o su convivencia con una exprostituta.[9]​ Mientras que un hombre podía vivir en concubinato con cualquier mujer que elija en vez de casarse, era requerido que lo anoticiara a las autoridades.[8]​ Esta tipo de cohabitación variaba poco del matrimonio, excepto en que los herederos de esta unión no eran considerados legítimos. Era la razón usual por la que un hombre de alto rango viviese con una mujer luego de la muerte de su primera esposa; entonces los reclamos de los hijos de su primer matrimonio no podían ser disputados por los de la segunda unión.[8]

En cuanto a la diferencia entre concubina y esposa, el jurista Paulo escribió en sus Opiniones que «una concubina se diferencia de una esposa solamente en la consideración en la que se la tiene», queriendo decir que una concubina no era considerada socialmente igual a su hombre como lo era la esposa.[10]​ Mientras que la ley oficial romana decía que un hombre no podía tener una concubina al mismo tiempo que una esposa, hay varias ocurrencias notables en esto, incluyendo los famosos casos de los emperadores Augusto, Marco Aurelio y Vespasiano. Suetonio escribió que Augusto «apartó a Escribonia (su segunda esposa) porque era muy libre a la hora de quejarse de la influencia de su concubina».[11]​ Eran frecuentes los pedidos de dinero al emperador a través de sus concubinas.

Las concubinas no tenían demasiada protección frente a la ley además del reconocimiento legal de su estatura social. Mayormente dependían de que sus hombres les proveyeran. La temprana ley romana buscaba diferenciar el estado de la concubina y la de la esposa legal, como se demostró en una ley atribuida a Numa Pompilio: «Una concubina no tocará el altar de Juno. Si lo hace, le ofrecerá sacrificio con una oveja teniendo el pelo suelto»;[12]​ este fragmento evidencia la temprana existencia de concubinato en la monarquía romana, pero también denota la prohibición de adoración a Juno, la diosa del matrimonio. Luego, el jurista Ulpiano escribió en la Lex Julia et Papia: «Solamente esas mujeres con las que se tienen relaciones lícitas pueden ser concubinas sin temor a cometer un crimen».[13]​ También dijo que «cualquiera puede tener concubina de cualquier edad salvo que tenga menos de 12 años».[14]

La prostitución en la antigua Roma era símbolo de vergüenza.[15]​ La falta de reputación era reflejada en la ley, la cual, en la República Tardía y principios del Principado, la clasifica a sus practicantes como «infames» —traducido como «falta de reputación»—. Los fragmentos de fuentes legales sobre la prostitución son primariamente encontrados en el Cuerpo de Derecho Civil que fue compilado en los primeros años del siglo VI.[15]

Está certificado que quienes se dedicaban a la prostitución no tenían permitido hablar por otros en una corte. Generalmente tampoco podían realizar acusaciones y no tenían permitido tener candidaturas a magistraturas. Podían ser golpeados, mutilados o violados con impunidad.[15]

Ahora está claro que el estado de prostituta/o tenía que ser registrado legalmente. A pesar de la probable existencia de tal registro de prostitución, eruditos sugieren que el límite entre prostitutas y mujeres respetables no estaba claro.[16]​ Por ejemplo, la ley estipulaba la infamia en «no solamente una mujer que practica la prostitución, pero también quien lo ha hecho aunque haya cesado la práctica; la desgracia no es eliminada aunque se discontinúe la actividad».[17]

La infamia era una importante herramienta cultural para la regulación del buen comportamiento.[18]​ Era la pérdida formal de la buena reputación (fama). Esta pérdida a través de comportamiento vergonzoso, como la prostitución, significaba un estigma legal que privaba a los ciudadanos de muchos privilegios legales. El miedo a la vergüenza en los ojos de la comunidad era claramente una fuerza importante en la regulación del comportamiento.[19]

Lo bueno y lo malo del comportamiento sexual es un tema prominente en la nueva comedia. Una de las premisas fundacionales de varios argumentos era la aguda distinción entre dos tipos de mujer: la bien educada virgen libre que puede desposarse y la prostituta que está por debajo del ciudadano. Muchos libretos apuntan a la dificultad que sucede cuando el objeto del afecto y matrimonio de un joven parece ser del segundo grupo y se resuelve cuando se da cuenta de que es lo contrario. Mucha de la tensión dramática viene al confundir el estado de la mujer. Usualmente se piensa que es una esclava y prostituta pero resulta ser casta y libre.[20]​ Esto está claramente demostrado en la comedia contemporánea, especialmente en las adaptaciones de cine y teatro de A Funny Thing Happened on the Way to the Forum. El típico argumento de comedias era usado para reforzar los estigmas de las prostitutas, y cómo los hombres no deben ceder a ser tentados por ellas y casarse con una mujer casta y libre. Las comedias también reflejan la idea de que la mayoría de las prostitutas era esclavas, esclavas liberadas o extranjeras. La idea de una ciudadana libre de buena familia ejerciendo la prostitución era abominable.

La prostituta era un personaje sugestivo en la literatura de la antigua Roma. Era muchas veces invocada como una metáfora para un corrompido recurso literario.[16]​ Eran notadas por su vestimenta, vestidos chillones hechos de seda transparente. También se distinguían por usar una toga, que eran ropas usadas típicamente por hombres romanos. Por ende, se ha dicho que la prostituta no era ética para el hombre.[16]​ Para muchos escritores romanos, la prostitución representaba la más degradante forma imaginable de existencia para una mujer, representando lo más profundo de la impureza. Las asociaban con la suciedad, lo que realzaba aún más su bajo rango.[21]

Los proxenetas en la antigua Roma también eran sujetos de «infamia». El proxenetismo era el acto de obtener ganancia por las acciones de la prostituta. Esto era mediante el manejo de las mismas, buscando clientes o siendo dueños de un burdel. Estos tipos de asociaciones con la prostitución eran mirados con desdén y estigmatizados por la sociedad romana.[21]​ Esto era reflejado claramente en la ley romana: «La ocupación de un proxeneta no es menos degradante que la práctica de la prostitución[17]​ y el crimen por ello es incluido en las Leges Juliae, como una pena preservada contra el marido que tenga ganancias monetarias por el adulterio de su esposa».[22]

Aunque hay, generalmente, una mala interpretación de la sociedad romana como abiertamente sexual, basada en parte a las demostraciones artísticas y literarias de gráficas interacciones y actividades sexuales, los romanos vivían con restricciones de moral y tabúes sexuales. Lo que era considerado socialmente aceptable en la sexualidad, era mayormente desarrollado dentro de las costumbres del matrimonio y era fuertemente influenciado por los sistemas económicos y políticos. Para definir los derechos de propiedad y la legitimidad de los hijos, el matrimonio era una unidad crucial en la sociedad, pero no era necesariamente considerado como una institución sagrada desde el punto de vista moral o religioso. Aunque estas uniones acataban rígidas reglas legales, las actividades íntimas de los esposos no eran tan estrictas, y era común y aceptable que un marido buscara satisfacción sexual con otras además de su esposa. Las mujeres romanas, sin embargo, como indicaban los tradicionales epitafios romanos, debían respetar las reglas de fides marita y ser fieles a sus maridos. Hay evidencia de que Augusto, poco después de asumir como emperador, promulgó leyes que hacían del adulterio femenino un delito.

En los textos satíricos y médicos romanos, los genitales femeninos y la menstruación eran comúnmente discutidos en una manera negativa; hay textos elegíacos donde se hace mención de cambio de roles, en donde una mujer adopta el rol sexual dominante, pero respuestas críticas a estos parecen haber indicado un tabú que rodea al cambio de roles entre hombres y mujeres. Ser penetrado o recibir sexo oral era considerado un rol pasivo en la actividad sexual, lo que denotaba un cierto grado de degradación. El sexo oral era controversial o no mucho más que el sexo anal o entre dos hombres. Hay poca información acerca del sexo homosexual entre dos romanas, pero la evidencia sugiere que había un tabú mucho más fuerte alrededor del mismo que del de dos hombres.

Las restricciones en la sexualidad, específicamente la femenina, variaban entre las clases sociales; las mujeres de clase baja, tanto como las esclavas, tenían permitida más libertad sexual y reglas menos rígidas que las de clase alta. Sin embargo, hay evidencia de prácticas sexuales aceptables para todos los romanos, incluyendo el uso de afrodisíacos, o «pociones de amor», tanto para hombres como para mujeres. También se sugiere que el sexo durante el embarazo era socialmente aceptable, como se menciona en un informe que cuenta sobre Julia, la hija de Augusto, quien utilizó sus embarazos como una forma de tener sexo con otros hombres además de su marido.[23]

En la Roma imperial la violación ocupaba un lugar importante en la vida sexual, se atropellaba sin vergüenza y se consideraba que el individuo forzado obtenía placer de ello. El modelo de la sexualidad romana era la relación del amo con sus subordinados (esposa, pajes, esclavos), es decir, el sometimiento. El placer femenino era totalmente ignorado o presupuesto. En la moral sexual la oposición era someter/ser sometido. Someter era loable, ser sometido era vergonzoso solamente si se era un varón adulto libre. Si se era mujer o esclavo era lo natural.[24]

Durante la monarquía en Roma, la violación fue considerada un delito bajo la Lex Julia tipificándose dentro de la Ley de las XII tablas bajo el título de iniuria, el cual fue penado bajo la pena de muerte que únicamente podía ser evitado con el exilio del autor del delito y la confiscación de todos sus bienes. El bien jurídico tutelado era la castidad de la mujer, el honor de su padre si era virgen y el honor de su esposo si era casada, por ende no se puede hablar durante este período de una lesión de la libertad sexual porque las mujeres no podían decidir con quién mantener relaciones sexuales.[25]

Pocos reportes existen sobre el amor entre mujeres a través de los ojos femeninos, por lo que solamente se tiene el punto de vista masculino. Las mujeres no tenían libertad en su sexualidad porque los hombres consideraban la homosexualidad femenina como algo excitante y morboso, pero no muy hablado por la sociedad, ya que la mujer de entonces solo disponía del papel de ser madre, no de disfrutar o elegir su sexualidad. Una mujer que quería ser la pareja activa en una relación sexual era una «tribade», algo que ha cambiado hoy en día. Varios autores romanos escribieron acerca de amoríos entre hombres, incluyendo a Tibulo (1.4, 1.8, 1.9), Propercio (Elegías 4.2), Lucrecio (De Re. Nat. 4.1052-6), Virgilio (Bucólicas 2), Horacio (Odas 1.4) y Ovidio (Las metamorfosis. 10.155ff). Catulo escribió sobre su amor un el joven Juventius (Odas 81) mientras Tibulo dedicó dos elegías a su amante Marathus y escribió particularmente acerca de cuán devastado quedó cuando lo dejó por una mujer.



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