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Templanza (virtud)



La templanza es la virtud cardinal que recomienda moderación en la atracción de los placeres y procura el equilibrio en el uso de los bienes creados. Asegura el dominio de la voluntad sobre los instintos y mantiene los deseos en los límites de la honestidad. En un sentido más amplio, los académicos la definen como sinónimo de «moderación, sobriedad y continencia».[1]

Ya presente entre los primeros pensadores griegos, la templanza figuró en la literatura griega más antigua. Sócrates, Platón y Aristóteles propusieron diferentes grados de reflexión sobre una característica de la moral que parece tener valores opuestos para el estoicismo y el epicureísmo. Más tarde, Santo Tomás de Aquino, siguiendo a Aristóteles, la estudió como una de las cuatro virtudes cardinales, con la prudencia, la justicia y la fortaleza.[cita requerida]

Dentro del ámbito del cristianismo, el catecismo de la Iglesia católica anota que «la templanza es la virtud moral que modera la atracción de los placeres y procura el equilibrio en el uso de los bienes creados. Asegura el dominio de la voluntad sobre los instintos y mantiene los deseos en los límites de la honestidad. La persona moderada orienta hacia el bien sus apetitos sensibles, guarda una sana discreción y no se deja arrastrar para seguir la pasión de su corazón (cf Si 5,2; 37, 27-31). La persona por si sola, no puede alcanzar la virtud de la templanza, sino que necesita de la ayuda de su Creador, por lo tanto, es necesario orar a Dios para lograr obtener dicha virtud. Esto no quiere decir que todo depende de Dios sino que es necesario también el esfuerzo humano para alcanzar dicha virtud. La templanza es a menudo alabada en el Antiguo Testamento: No vayas detrás de tus pasiones, tus deseos refren» (Si 18, 30). En el Nuevo Testamento es llamada «moderación» o «sobriedad»...[2]

La representación alegórica de la templanza produjo una rica y variada iconografía entre los siglos XIII y XVII, en especial en Italia y otros países europeos.

El simbolismo más reflejado fue quizá el que muestran los naipes del tarot: una ser alado hermafrodítico vertiendo el líquido de dos jarros, con ligeras y sugerentes variaciones (como en el Tarot de Mantegna, en el que la mujer no tiene alas pero se hace acompañar por un animal blanco similar a un armiño). En otras representaciones los jarros son sustituidos por otros objetos, como un freno y una bolsa de monedas, un reloj de arena (Ambrogio Lorenzetti), una cítara, una copa, o un elefante, entre las abundantes variaciones. En ocasiones, la mujer se muestra arrancando las plumas de un águila para obligarla a volar más bajo, como la pintó «el Veronés» en el techo de la Sala del Colegio del Palacio Ducal de Venecia. Otras alegorías la representan templando un hierro al rojo vivo, o con una tortuga —o un reloj de sol— sobre la cabeza.[3]

Cirlot, en su Diccionario de símbolos, anotaba que el genio que personifica la virtud de la templanza, astrológicamente corresponde al signo de Acuario, que «puede relacionarse con Indra, señor de la purificación en la doctrina hindú», y añade que lleva en la frente el emblema del Sol (un círculo con un punto central), en señal de discernimiento; concluyendo que: «en sentido positivo, el arcano decimocuarto del Tarot se asocia a las ideas de vida universal, movimiento incesante de circulación a través de las formaciones, regeneración, purificación...».[4]

Ambrogio Lorenzetti: Templanza (1340). Palacio Público, Siena

Giotto di Bondone: Templanza (1306). Capilla de los Scrovegni, Padua

Edward Burne-Jones Temperantia (1872)

Alegoría de la Templanza en el Mausoleo de Cánovas del Castillo (Madrid), obra de Agustín Querol en 1906.



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