Antón Semiónovich Makárenko (translitera del cirílico ruso Анто́н Семёнович Мака́ренко, y del ucraniano Анто́н Семе́нович Макаре́нко Antón Seménovich Makarenko) (13 de marzo de 1888 1 de marzo en el calendario juliano, Belopole, Óblast de Sumy, Imperio ruso - 1 de abril de 1939, Moscú) fue un pedagogo ruso-soviético. Tras el triunfo de la Revolución de octubre fundó las casas cooperativas para huérfanos de la guerra civil, destacando la Colonia Gorki; más tarde fundó, bajo los auspicios de Stalin, el municipio de Dzerjinski, donde trabajó hasta el fin de sus días Makárenko escribió numerosas obras, entre las que destaca El Poema pedagógico (Педагогическая поэма), que no es sino una historia de la colonia Gorki. Fue un libro muy popular en la URSS, compuesto originalmente por tres volúmenes, y actualmente forma parte del temario de estudio de numerosos planes universitarios relacionados con el mundo de la escuela y la pedagogía.
Nació el 13 de marzo de 1888, en la ciudad de Bilopol, de la provincia de Járkov (Imperio ruso). Su padre, Semión Grigórievich, era pintor. Fue el segundo hijo de la familia y resultó ser un niño muy débil y enfermizo, aunque se fue desarrollando normalmente. A los cinco años ya había aprendido a escribir y era un ávido lector. Desde pequeño mostró una capacidad de observación poco común, y a eso se unía el deseo de llegar hasta las causas originarias de cada fenómeno. La madre de Makárenko, a diferencia de su esposo, un tanto reservado y poco comunicativo, era una mujer optimista y alegre. Magnífica narradora, con un gran sentido del humor, mantenía en la familia la atmósfera de optimismo vital, que Makárenko llama con tanto acierto en sus libros «tono mayor». En 1895, a los siete años ingresó en la escuela de primeras letras. En 1900 su padre, trabajador ferroviario y pintor de profesión obtuvo un empleo que llevó a que toda la familia se mudara a Kriúkov, una población de 10 000 habitantes que era un suburbio de la importante ciudad industrial de Kremenchug, situada a orillas del río Dniéper. En Kriúkov, a su padre en su nuevo trabajo le hicieron oficial pintor y, al poco tiempo, contramaestre de un taller de pintura. Fue también en esta ciudad donde más tarde conoció a su futura esposa, Tatiana Mijáilovna Dergachova, hija de un soldado zarista. Makárenko se matriculó en la escuela urbana de Kremenchug después de haber dejado, con la mudanza, su antigua escuela rural por esta nueva, donde se estudió durante unos seis años. El programa docente de la escuela era bastante completo, pero los alumnos no podían matricularse en los grados superiores. Makárenko siguió estudiando con brillantez. Su erudición y conocimientos de los clásicos rusos y extranjeros eran asombrosos para un chico de su edad. Tenía profundos conocimientos de filosofía, astronomía y ciencias naturales.
En 1904, con dieciséis años, terminó el instituto con sobresaliente en todas las asignaturas e ingresó en unos cursos pedagógicos de un año de duración, en los que preparaban maestros para las clases de párvulos en las zonas rurales y barrios obreros.En la primavera de 1905, Makárenko terminó el cursillo, y en otoño de ese mismo año empezó a trabajar como maestro en la escuela primaria de la empresa ferroviaria, enclavada en el mismo recinto de los talleres de dicha empresa, donde trabajaba su padre. Era un extraordinario profesor. Tenía muchos conocimientos y sabía transmitirlos magistralmente; enseñaba a pensar y a razonar; y sin embargo, era rechazado por los niños. No comenzó a interesarse por la pedagogía hasta que, haciendo el balance de uno de los trimestres, decidió experimentar con los niños. Calculó la puntuación media de cada uno de sus alumnos y, en correspondencia con la puntuación obtenida, distribuyó los puestos del primero al último. Colgó la hoja de notas y, cuando el chico que ocupaba la última posición (un buen estudiante que, como comprobó después, había enfermado de tuberculosis, haciendo que esto influyera en sus notas) se vio en el tablón, el muchacho entró en un profundo estado de amargura. Esto conmocionó a Makárenko. El joven maestro comprendió que para educar no solo le hacía falta tener grandes conocimientos y ser un buen profesor, sino también comprender las peculiariedades de la vida de cada estudiante, tener en cuenta sus rasgos personales para influir en ellos. Durante esta etapa de su vida, en la cual da sus primeros pasos de la educación a la pedagogía, influyeron mucho los extraordinarios acontecimientos políticos de aquellos años: la revolución de 1905 tuvo una gran repercusión en todos los rincones de Rusia, haciendo despertar conciencias y llamando a la lucha contra la autocracia zarista. En Kriúkov, Makárenko y otros profesores de la escuela estaban suscritos al periódico bolchevique Nóvaya Zhyzñ («Nueva Vida»). Paulatinamente, se fue formando un círculo de intelectuales locales que se reunían para discutir sobre diversos temas científicos, filosóficos y políticos, y cantaban himnos revolucionarios. Fundó casa hogar para huérfanos
En 1911, Makárenko fue destinado a un nuevo lugar como inspector de la escuela ferroviaria, en la estación de Dolinskaia.
Por aquellos tiempos, en el léxico pedagógico, «inspeccionar» significaba tanto como dirigir, y Makárenko afrontó de un modo creativo su nueva responsabilidad. En sus clases combinaba lo cognoscitivo con lo emocional, sabía ocupar el tiempo libre de sus alumnos educándolos con actividades que no les exigían un gran esfuerzo intelectual: hacía funciones teatrales y organizaba juegos diversos. Las medidas de Makárenko asombraban ya entonces por su envergadura.
Por ejemplo, para el centenario de la expulsión del ejército napoleónico de la tierra rusa, preparó un espectáculo teatral, que no solo entretuvo a la chiquillería del poblado, sino también a los adultos.
En Dolínskaya, como antes en Kriúkov, Makárenko encabezó un círculo revolucionario y educativo, al que también pertenecían unos cuantos Obreros ferroviarios, que se reunían los domingos en un bosque próximo a la estación. En estas reuniones, Makárenko criticaba con fuerza la autocracia, hablaba de la necesidad de realizar transformaciones revolucionarias, de la libertad y la democracia.
En 1914 se abrió en Poltava el Instituto Pedagógico, que preparaba maestros para las escuelas de enseñanza secundaria. Makárenko, quien nunca había abandonado la pasión por el estudio, envió inmediatamente a Poltava su solicitud y, aprobando brillantemente los exámenes de ingreso, se matriculó como estudiante.
Ingresó en el instituto superior siendo un adulto maduro, tenía ya 26 años y siendo el único con experiencia con niños, y empezó en el acto a estudiar profunda y sistemáticamente la pedagogía y la literatura histórica y filosófica. En 1917 Makárenko terminó el primer curso con medalla de oro y pudo ocupar cargos de dirección en las escuelas del nivel de segunda enseñanza.
Una nueva etapa en la vida de Makárenko, como en la de millones de personas, comenzó con la Revolución de octubre. Ante los ojos de la humanidad se realizó lo que miles de asalariados e intelectuales rusos habían soñado. A la par que la sociedad, los varones y mujeres rusos comenzaron a transformar también su propia psicología, limpiaron su conciencia de las ansias de riqueza personal. La confianza y la ayuda recíprocas se convirtieron en garantía de los futuros logros comunes.
A comienzos de 1918, Makárenko regresó a la misma escuela en la que había comenzado su labor pedagógica. La escuela ferroviaria de Kriúkov había sido transformada en escuela de enseñanza secundaria, nombrándose director de ella a Makárenko. Pero el ejército blanco había desatado la guerra civil contra los soviets, lo que le perjudicó al estar su pueblo plagado de elementos contrarrevolucionarios y ocupantes alemanes.
Solo en las postrimerías de 1919, el Ejército Rojo liberó definitivamente Kremenchug y Kriúkov, y a comienzos de 1920 el poder soviético pudo establecerse en toda Ucrania.
En agosto de 1919, Makárenko se trasladó a Poltava, donde se hizo cargo de la dirección de la escuela primaria. Al año siguiente, a causa de la falta de locales, se alojó en la escuela que dirigía Makárenko la sección provincial de economía nacional. La mitad del día trabajaban en la escuela los funcionarios de este departamento y durante la tarde acudían los niños, lo cual complicaba enormemente el estudio, por no hablar de los experimentos pedagógicos
En septiembre de 1920 le propusieron a Makárenko dirigir una centro para delincuentes juveniles, a lo que él accedió. El comienzo de su labor en el centro fue difícil. Cinco edificios de ladrillo le recibieron con un vacío total. En las habitaciones no había absolutamente nada: ventanas, puertas y estufas, todo lo habían arrancado. Al cabo de dos meses, cuando uno de los edificios se hubo rehabilitado, llegaron a la colonia los primeros seis ocupantes, muchachos de 16 a 17 años que, aunque no ofendían a los pedagogos, simplemente, no reparaban tan siquiera en su presencia. Uno de estos primeros jóvenes no tardó en realizar un atraco donde asesinó a un hombre, y fue detenido en el propio centro.
Sin saber cómo abordar a los residentes en el centro, Makárenko y sus pocos auxiliares recurrieron a los libros de pedagogía, en los que no encontraron respuestas claras a sus problemas.
Vio entonces claro que no necesitaba fórmulas que, de todas las maneras, no adaptaban a aquella situación, sino que necesitaba un análisis propio y concreto.
Uno de los muchachos, Zadórov, dio el motivo para que Makárenko emprendiera su última tentativa desesperada de hacerse con la situación.
En respuesta a la invitación del director de que fuese a cortar leña, el joven contestó con despreocupación:
-¡Ve a cortarla tú mismo: sois muchos aquí!
A propósito de esto, Makárenko escribe en su libro Poema Pedagógico:
Colérico y ofendido, llevado a la desesperación y al frenesí por todos los meses precedentes, me lancé sobre Zadórov. Le abofeteé. Le abofeteé con tanta fuerza, que vaciló y fue a caer contra la estufa. Le golpeé por segunda vez y agarrándole por el cuello y levantándole, le pegue una vez más. Esto fue, naturalmente, una salida violenta a las emociones; desde el punto de vista de muchos de los teóricos actuales, un absurdo pedagógico. Pero el caso es que el influjo emocional, precisamente, venció la indiferencia y el descaro de los cinco pobladores. Cogidos de improviso por esta explosión, los colonos reaccionaron tal y como se podía esperar de gentes salidas del mundo de la delincuencia: cedieron a la fuerza sin sentir humillación. Esta fue una especie de victoria general, del educador y de los muchachos, pero una victoria que aún necesitaba afianzarse, exigiéndose para ellos medidas de otra naturaleza. Pero, ¿cuáles?
Lo ocurrido con Zadórov le hizo darse cuenta de que no conseguiría nada mediante la violencia, así como con el método de influencia sucesiva.
Este problema hizo reflexionar a Makárenko y lo confundió. Ninguno de los métodos usados por sus contemporáneos parecían efectivos, por lo que la respuesta se imponía por sí misma: él mismo debía crear nuevos métodos de educación.
Los contornos de sus nuevos métodos de educación ya se adivinaban en la experiencia del propio Makárenko. Para educar a todos a la vez, y no a cada uno por separado, debería tener la perspectiva necesaria. Debía organizar la vida de tal manera que los propios colonos fueran los que llevasen todo lo referente al centro: los edificios, el plan de producción, la distribución de los ingresos, la disciplina... Ellos mismos deberían educarse unos a otros, exigir, subordinarse, respetarse, preocuparse y ayudarse mutuamente.
Makárenko siempre creyó que el trabajo colectivo era el mejor medio para lograr la adaptación social de los seres, pues solamente la sociedad impone tareas y responsabilidades.
El centro de menores no era una suma mecánica de individuos, sino que es un complejo social único, del cual se enorgullecen tanto los muchachos como los educadores: es lo que se llama colectividad.
Las primeras soluciones teóricas estuvieron respaldadas por los hechos. En primer lugar, se intentó rescatar a los residentes de la pobreza y la necesidad. En marzo de 1921, el centro estaba poblado por unos 30 jóvenes, la mayoría hambrientos y cubiertos de harapos. Makárenko sabía que sus pupilos, por culpa de la necesidad y bajo diversos pretextos, iban regularmente a la ciudad cometiendo atracos. Pero comprendiendo que en los primeros momentos hubiera sido imposible prohibir esta forma de cubrir sus necesidades, evitaba, a sabiendas, cualquier tipo de referencia a los productos robados por los pobladores. Para acabar con los robos, se exigía una determinada situación dentro de la colonia, y Makárenko aguardaba el momento propicio.
Al mismo tiempo, comenzaron los robos dentro del centro. Desapareció del cajón de la mesa de Makárenko una cantidad de dinero que constituía el sueldo de seis meses para el resto de los educadores. En la reunión general, rogó que el ladrón devolviese el dinero, pues podría enfrentarse a una acusación de malversación.
Tras la reunión, dos de los residentes en el centro le comunicaron en secreto que ellos sabían quién había cogido el dinero, pero que no se lo dirían, sino que intentarían convencerlo de que lo devolviese. A la mañana siguiente, el dinero apareció tirado en la cuadra.
Dos días después, alguien destrozó la puerta de la despensa y sustrajo comida y aceite. Los muchachos no entendían como alguien de la propia colonia podía robar sus propias pertenencias. Con muchas dificultades a causa del racionamiento, los educadores lograron conseguir alimentos y los guardaron en la despensa de la colonia. Pero aquella misma noche todo desapareció de nuevo.
Makárenko casi se alegró de este nuevo hurto, suponiendo que ahora sus pupilos sí denunciarían a los ladrones. Pero no fue así: si bien es cierto que los jóvenes se apenaron, no se sumaron a la indignación de los pedagogos.
Los pequeños hurtos se hicieron habituales. Makárenko probó a hacer guardia durante la noche, pero no aguantó más de tres. Observando el trabajo de su educador, y compadeciéndose de él, los jóvenes empezaron a decir que estaban dispuestos a contratar guardias. Makárenko rechazó esto, pues no tenían medios económicos.
Al fin encontraron al ladrón. Era Burún, uno de los primeros seis colonos. Los educadores quedaron recompensados por todos sus esfuerzos para lograr tener unos intereses comunes.
Cuando Burún dijo a sus compañeros que ellos no eran quiénes para juzgarle, los residentes reaccionaron, rechazándolo socialmente:
-¡¿Cómo, muchachos?!-y Kostya Vetkovski saltó de su asiento-¡¿Tenemos que ver con eso nosotros o no?!
-¡Tenemos que ver!-apoyó a Kostya toda la colonia.
Había llegado, por fin, el momento de la reeducación.
Tras estos sucesos, Makárenko siguió desarrollando su innovadora pedagogía. Su idea principal era lograr un cambio en la conducta de sus tutelados, conseguir que la noción de lo que era mejor para la comunidad se adueñase definitivamente de los colonos y se convirtiera en el punto de partida de todo el trabajo educativo posterior.
Bajo la influencia de los razonamientos persuasivos de Makárenko, los residentes en el centro llegaron a interesarse por la economía de la colonia, comenzando, incluso, el trabajo en sus campos y huertas.
Ampliando la idea que tenían de lo común y lo social, los colonos pusieron bajo su protección el bosque estatal adyacente y comenzaron una ofensiva contra los kulaks locales y los cazadores furtivos.
La lectura desempeñó un papel decisivo en la transformación de la conciencia de los muchachos. Se leía con avidez (como ya había hecho el propio Makárenko en su juventud) y se organizaban lecturas colectivas, en particular sobre Gorki, muy admirado por Makarenko.
A los muchachos les asombraban más que nada sus novelas autobiográficas, con las que se sentían fuertemente identificados.
La vida de Máximo Gorki - escribe Makárenko en Poema Pedagógico - pasó a formar parte de nuestra vida. Algunos de sus episodios llegaron a ser entre nosotros elementos de comparación, fundamentos para los motes, pancartas para las disputas y escalas para la medición de los valores humanos.
Ante esta visión que Makarenko poseía para la ciudadanía soviética, afirmaba que algunas cualidades que todo individuo debiera poseer, estas debían ser el fruto de toda educación:
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