Se denomina arte cisterciense al desarrollado por los monjes cistercienses en la construcción de sus abadías a partir del siglo XII, momento de la expansión inicial de esta orden religiosa. La orden cisterciense nació como una reforma de la cluniacense, con el deseo de eliminar todo el peso que ejercían en la vida temporal. Por eso buscan el yermo como lugar de emplazamiento para sus monasterios.
Sus construcciones prescinden de los adornos, en consonancia con los preceptos de su orden de ascetismo riguroso y pobreza, consiguiendo unos espacios conceptuales, limpios y originales. Su estilo se inscribe en el final del románico, con elementos del gótico inicial, lo que se ha llamado "estilo de transición".
La Orden, siguiendo la Regla de San Benito, observa el aislamiento y la clausura, por lo que este arte se desarrolla en construcciones interiores para el uso de los monjes: iglesia, claustro, refectorio o sala capitular. Estas dependencias se encuentran dispuestas generalmente de la misma manera.
La expansión de la Orden fue dirigida por el Capítulo General, integrado por todos los abades, aplicando un programa preconcebido en la construcción de los nuevos monasterios. El resultado fue una gran uniformidad en las abadías de toda Europa.
Su figura decisiva fue Bernardo de Claraval. Planificó y dirigió el diseño inicial (Claraval II, a partir de 1135), influyó en el programa de la orden y participó activamente en la construcción de nuevas abadías. A su muerte en 1153, la Orden había fundado 343.
En España hay notables construcciones cistercienses, que permanecen muy bien conservadas.
En el medievo, el monacato en Occidente fue evolucionando y perfeccionando su organización. Los hechos más significativos fueron:
Arquitectónicamente, la herencia que recibieron los cistercienses, y que adaptaron a su ideario, se resume a continuación:
Los orígenes de la orden los relató san Esteban Harding, tercer abad de la orden, en el Exordio Parvo:
Las 4 primeras abadías filiales que se fundaron y que tuvieron mucha importancia en el desarrollo posterior de la orden fueron: La Ferté en 1113, Pontigny en 1114, Morimond y Claraval en 1115. La forma de expansionarse por filiación entre abadías se estableció en la Carta de caridad y unanimidad, escrita por Esteban Harding en 1119 y aprobada en el primer Capítulo General de la orden. Así, la abadía fundadora recibe el nombre de "madre" y su abad de "padre"; por su parte, la nueva abadía se llama "hija" y su abad recibe el nombre de "hijo". El abad padre tutela al abad hijo mediante una relación paterno-filial.
En estos primeros tiempos, las construcciones eran sencillas, de madera y de adobe, no de piedra.
El año 1115, San Bernardo fue enviado por Esteban Harding a fundar Claraval, de la que fue abad hasta su muerte en 1153. Bernardo fue muy influyente en su siglo, consejero de papas y reyes, y atrajo a la orden muchas vocaciones y donaciones.
En 1135, Bernardo precisaba alojar a más monjes y decidió construir Claraval II, la primera gran abadía de estilo cisterciense. Lo hizo en piedra con el fin de hacerla duradera. El ascetismo y pobreza de la orden se reflejaron en la simplicidad de las formas de su arquitectura, evitando todo lo superfluo. De la construcción original solo queda un edificio con la bodega en planta baja y el dormitorio de conversos en la planta primera.
Fue sobre 1139, cuando se comenzó la construcción de la abadía de Fontenay, filial de Claraval. Bernardo participó activamente en su construcción. En la actualidad se encuentra en buen estado de conservación y es reconocida como una de las mejores construcciones cistercienses.
Estas primeras abadías se construyeron en estilo románico borgoñés, que había alcanzado toda su plenitud: (bóveda de cañón apuntada y bóveda de arista). En 1140, surge el estilo gótico en la benedictina abadía de Saint-Denis. Los cistercienses aceptaron rápidamente algunos conceptos del nuevo estilo y empezaron a construir en los dos estilos, siendo frecuentes las abadías donde conviven dependencias románicas y góticas de la misma época. Con el paso del tiempo, el románico se abandonó.
La influencia de Bernardo en la expansión de la orden fue decisiva. Ayudado por el Papa y los obispos, con donaciones de reyes y nobles, las 5 abadías de 1115 pasaron a 343 en el año 1153, fecha de la muerte del santo. La expansión más vertiginosa se produjo entre 1129 y 1139, surgiendo problemas para mantener el espíritu de la orden y para controlar mediante el sistema de filiación a las nuevas abadías.
La influencia y la expansión de la orden continuaron, dirigida principalmente hacia Centroeuropa, Inglaterra, Irlanda, Italia y España. Los cistercienses difundieron el gótico francés en estos países, a través de sus nuevos monasterios.
A finales del siglo XIII, las filiaciones de Claraval llegaron a 350 monasterios, Morimond sobre 200, Císter unos 100, Pontigny sobre 40 y La Ferté 20.
La guerra de los cien años (1337-1453) entre Inglaterra y Francia, originó un periodo oscuro, y desórdenes y actos de vandalismo dañaron extremadamente al campo. Aproximadamente, 400 abadías cistercienses se vieron muy afectadas por actos de pillaje y destrucción.
Paralelamente, el Cisma de Occidente (1378-1417), donde se nombraron dos Papas diferentes en Roma y Aviñón, dividió a las abadías en partidarias de uno y de otro. Fueron obligados a dividirse en Capítulos nacionales, fragmentándose la orden en varias congregaciones distintas, desapareciendo la uniformidad de la orden y su arquitectura común.
La Reforma Protestante de Lutero (1517) y la Reforma Anglicana de Enrique VIII (1531) suprimió la orden en Alemania e Inglaterra, respectivamente. En ambos casos se confiscaron las abadías.
El concilio de Trento (1545-1563) y la Contrarreforma Católica justificaron que a través de la arquitectura, pintura y escultura se llegara a impactar a los creyentes; se recomendaron los adornos y demostrar la grandiosidad de la Iglesia de Roma. Todo ello originó el Barroco. En el siglo XVIII, los cistercienses de Centroeuropa ajustaron su programa a las nuevas directrices del concilio y construyeron abadías barrocas.
La estética del Císter procuró desde los orígenes de la orden la búsqueda de una pobreza absoluta, o lo que es lo mismo, que no existiese ninguna forma de riqueza. Esto supone la antítesis de la orden de Cluny, cuyas construcciones eran grandiosas.
En 1124, Bernardo escribió Apología a Guillermo, una fuerte crítica a lo que él consideraba los excesos de la orden de Cluny. En este escrito, Bernardo reprendió duramente la escultura, la pintura, los adornos y las dimensiones excesivas de las iglesias de los cluniacenses. Partiendo del espíritu cisterciense de pobreza y ascetismo riguroso, llegó a la conclusión de que los monjes, que habían renunciado a las bondades del mundo, no precisaban de nada de esto para reflexionar en la ley de Dios.
Los argumentos que empleó en su Apología son los siguientes:
La crítica feroz que realizó Bernardo, burlona y apasionada, se desplegó sobre dos ejes. En primer lugar, la pobreza voluntaria: estas esculturas y adornos eran un gasto inútil; despilfarraban el pan de los pobres. En segundo lugar, un místico como él que buscaba permanentemente el amor de Dios, rechazaba también las imágenes en nombre de un método de conocimiento: las figuraciones de lo imaginario dispersaban la atención, lo apartaban de su único fin legítimo, encontrar a Dios a través de la Escritura.
Para Bernardo, la estética y la arquitectura debían reflejar el ascetismo y la pobreza absoluta llevada hasta un desposeimiento total que practicaban a diario y que constituía el espíritu del Císter. Así terminó definiendo una estética cisterciense cuya simplificación y desnudez pretenden transmitir los ideales de la orden: silencio, contemplación, ascetismo y pobreza.
La estética se concretó en la construcción en piedra de las dos primeras abadías, Claraval II y Fontenay con intervención decisiva de Bernardo. Él fue el inspirador de ambas construcciones, de sus soluciones formales y de su estética.
1.-Iglesia, 2.-Altar principal, 3.-Altares secundarios,
4.-Sacristía, 5.- Lavatorio,6.-Escalera de maitines,
7.-Clausura alta, 8.-Coro de monjes, 9.-Banco de enfermos,
10.-Entrada del claustro, 11.-Coro de conversos, 12.-Callejón de conversos,
13.-Patio, 14.-Armarium para los libros, 15.-Claustro,
16.-Sala capitular,17.-Escalera dormitorio, 18.-Dormitorio monjes,
19.-Letrinas, 20.-Locutorio, 21.-Paso,
22.-Scriptorium, 23.-Sala de novicios, 24.-Calefactorio,
25.-Refectorio de monjes, 26.-Púlpito de lectura, 27.-Cocina,
28.-Despensa, 29.-Locutorio de conversos, 30.-Refectorio de conversos,
31.-Paso, 32.-Almacén, 33.-Escalera,
34.-Dormitorio conversos, 35.-Letrinas
La vida monástica de los monjes se vivía dentro de la clausura. Su espiritualidad se ordenaba por la regla: silencio, disciplina, obediencia al abad, horario riguroso distribuido entre numerosos rezos en común, lecturas religiosas y trabajo manual.
Además, en la abadía vivía una segunda comunidad, la de los conversos. Vivían su entrega espiritual en el trabajo diario en el campo, fraguas y molinos, no sabían leer y no mantenían ningún contacto con la comunidad de monjes. Esto último se consiguió diseñando dos zonas en el monasterio estancas e incomunicadas entre sí. La zona de los conversos tenía la misma calidad constructiva que la de los monjes.
La uniformidad de la orden se establece en el Exordio de Císter y Resumen de la Carta de Caridad:
Todas las abadías tienen también una arquitectura similar. En primer lugar, se buscaron soluciones constructivas para cada dependencia que favoreciesen el espíritu de la regla, lo que se llama el establecimiento del programa tipo , o resumidamente plano tipo, donde Bernardo de Claraval tuvo una influencia decisiva. En segundo lugar, una vez establecido el plano tipo, se impuso en las nuevas construcciones.
El plano tipo se aplicó en la construcción de todos los nuevos monasterios. Así, la iglesia se orientaba en la dirección este-oeste con la cabecera al este; el claustro se adosaba a la iglesia; el ala este del claustro se dedicaba a dependencias de los monjes con la sala capitular en la planta baja y el dormitorio en la planta primera con dos escaleras, una que baja al interior de la iglesia y la otra al claustro; en el ala del claustro contraria a la iglesia se disponía el refectorio y la cocina; en el ala oeste (normalmente, con acceso independiente del claustro), un edificio de dos plantas se destinaba a los conversos y almacenes con acceso independiente a la parte trasera de la iglesia.
Cada abad padre transmitía a sus filiales el plan arquitectónico que había aplicado anteriormente en la construcción de su propia abadía y toda su experiencia acumulada. Además, todos los abades se reunían en Císter en el Capítulo General, una vez al año, y está comprobado que se hablaba mucho de la construcción de las nuevas obras. Por último, en la construcción propiamente dicha del nuevo monasterio, viviendo el día a día de la obra, el abad tenía a un monje encargado, llamado cillerero, cuya responsabilidad era el control de las obras y además llevaba las finanzas de la abadía bajo la supervisión del abad.
El monje cillerero controlaba los albañiles (unidos en una corporación gremial que integraba a canteros y destajistas), los herreros y los carpinteros (para los andamios y cimbras se precisaba mucha madera). Es una cuestión todavía debatida si los arquitectos eran los mismos monjes o contrataban maestros de obra. Dado el secreto gremial de la construcción en esta época, la alta cualificación que se precisaba y la enorme actividad constructora que desplegaron en poco tiempo, parece razonable pensar que emplearon maestros de obra contratados específicamente para la construcción. En la Edad Media empleaban ya una organización muy compleja, diversas formas de sueldos y precios, distintos tipos de contratos, y se llevaba una contabilidad rigurosa de todos los gastos.
Asombra comprobar, cuando se visitan las abadías, encontrar siempre la misma distribución.
Kirkstall
Maulbronn
Pontigny
La iglesia era para el uso exclusivo de las comunidades de monjes y conversos. Por ello no hay una fachada principal por donde entran los creyentes a la iglesia. Los monjes accedían por dos puertas laterales de la parte delantera, por el día a través del claustro y por la noche desde el dormitorio por la escalera de maitines. Los conversos entraban por un lateral de la parte trasera a través de un corredor independiente que conectaba con su edificio.
La comunidad de monjes se colocaba en el coro de monjes en la parte delantera de la nave central, los conversos en el coro de conversos en la parte trasera de la nave central. Ambos coros estaban físicamente separados.
La iglesia es el edificio más importante de la abadía y la casa de Dios. Arquitectónicamente, las características de estas iglesias son:
Silvacane
Pontigny
Morimondo
El claustro es el centro de la vida monástica y desde el mismo se accede a todas las dependencias de los monjes. Se trata de una galería cubierta, que hace el perímetro de un cuadrado de 25 a 35 metros de lado y se abre interiormente a un patio central mediante una arquería corrida.
Las bóvedas, inicialmente, fueron de cañón apuntado, pero rápidamente se aceptó el modelo gótico, de arcos ojivales y bóvedas de crucería.
La galería, inicialmente, fueron arcos de medio punto, agrupados de dos en dos bajo arcos de descarga con contrafuertes. Posteriormente, se empleó el arco gótico y las agrupaciones fueron de dos, tres o cuatro arcos por arco de descarga.
Los capiteles son muy sencillos, normalmente con un motivo vegetal. La orden no permitía esculturas, recuérdese la Apología de San Bernardo contra los capiteles historiados de los cluniacenses.
Desde el lado este del claustro se accede a la sala capitular en planta baja y encima de la misma, en la primera planta, está el dormitorio de monjes. Como se aprecia en la primera sección, con el objetivo de no elevar demasiado el dormitorio, se profundiza algo la sala capitular quedando semienterrada y también se le da a esta sala una altura reducida.
La sala es cuadrada y su bóveda es de crucería de medio punto, con nervaduras que nacen en cuatro pequeñas columnas centrales y en ménsulas distribuidas por las paredes laterales. Esta bóveda clásica cisterciense se repite en otras estancias y es una de las características de estos monasterios. La circunstancia de que sea una bóveda muy baja permite contemplar los detalles de forma próxima, como si se tratara de una cripta.
El terminar los arcos en una ménsula en el muro es una técnica profusamente empleada por la arquitectura cisterciense. De esta forma conseguían dar a la bóveda algo menos de anchura y simplificaban su construcción. En la bibliografía, frecuentemente se cita al revés: de esta forma conseguían agrandar las salas. Estas ménsulas se encuentran en todas las estancias. En cada monasterio hicieron su ménsula distintiva, particularizándola en la terminación inferior mediante un adorno sencillo. En varias fotografías del artículo se pueden apreciar diferentes terminaciones de ménsulas.
La estancia está bien iluminada, ya que recibe luz desde el claustro a través de la puerta y dos arquerías abiertas, y también del lado contrario con ventanas en la pared.
En esta sala se reunían todos los monjes con el abad todas las mañanas, leían la regla, cada monje podía reconocer personalmente incumplimientos de la regla o podía ser acusado de ello por otro monje. (Ese tal pida perdón y cumpla la penitencia que se le imponga por su culpa... allí obedezcan en todo al Abad del mismo y a su capítulo en la observancia de la santa Regla o de la Orden y en la corrección de las faltas.- Carta de Caridad)
Senanque
La Regla huye de la desnudez y del aislamiento de los monjes, por ello propugna un dormitorio comunitario y vigilado. Para ello construyeron una larga sala donde dormían todos juntos, en un primer piso con el fin de evitar humedades. Normalmente, tenía en un extremo el acceso al transepto de la iglesia por la escalera de maitines y en el extremo opuesto el acceso a las letrinas, en el suelo, y por un sencillo hueco se accedía a la escalera del claustro. Arquitectónicamente, la bóveda es lo más interesante de esta sala.
El agua en la Edad Media tenía una simbología especial: el agua del bautismo representa la purificación y el renacimiento espiritual de la persona nueva y cristiana, el agua del Génesis es el origen del mundo, la fuente de la vida significaba la inmortalidad.
El abastecimiento de agua de la abadía era doble: para el desagüe de letrinas, usos agrícolas e industriales, se desviaba parcialmente el curso del río de forma que pasase por un extremo del monasterio; para el agua de boca y el uso litúrgico, se canalizaba agua pura de un manantial cercano hasta el lavatorio, mediante instalaciones hidráulicas de cierta complejidad para conservar la presión.
La fuente se encuentra en un pequeño pórtico cubierto, adosado al claustro, enfrente del refectorio. Según el programa de la Orden debía ser una construcción muy simple y de aspecto agradable. Resulta un pequeño templete donde se aprecia a escala reducida bóveda, arquerías, contrafuertes y fachadas.
Es una sala cuadrada o hexagonal con dos puertas, los monjes entraban en fila por una de ellas, se lavaban en grupos de 6 u 8 y salían por la otra, para entrar al refectorio. También se empleaba para el aseo personal. Litúrgicamente, se empleaba para las abluciones y los sábados se lavaban los pies unos a otros.
Sobre la higiene de estos monasterios, se supone que no era excesiva ante la inexistencia de una sala de baño, que en esa época se consideraba un lugar impúdico.
Malbronn
En el plan cisterciense, el refectorio (comedor) y la cocina se sitúan en el ala del claustro contraria a la iglesia, la zona destinada a cubrir las necesidades fisiológicas (igual que el lavatorio o las letrinas). Tiene una disposición perpendicular al claustro.
Los monjes solo comían dos veces al día y en algunos periodos también ayunaban. No podían comer carne, aunque las aves y el pescado en la Edad Media no se incluían en este grupo. Por eso tenían palomares y piscifactorías pues era una parte importante de su dieta.
La regla establece que se coma en silencio escuchando al lector, que leía desde un púlpito textos sagrados, lo cual daba mucha similitud con los oficios de la iglesia. De hecho, los cistercienses trataron arquitectónicamente esta sala de forma parecida a una iglesia. En el refectorio de la Abadía de Huerta se comprueban las características de otros comedores cistercienses:
Del resto de dependencias de los monjes, hay que destacar el scriptorium. En él, los monjes copiaban los libros sagrados y otros textos latinos. Como había muchas abadías nuevas se precisaban muchos libros y la copia en códices de pergamino era una de las actividades principales de los monjes. Se desarrollaron tres estilos en los códices cistercienses. El estilo inicial corresponde a la Biblia de Esteban Harding, era un estilo que admitía el humor, colorista y exuberante. El estilo intermedio, también en tiempos de Esteban Harding fue más grave e idealizado, corresponde a Los comentarios sobre la Biblia de san Jeronimo. El tercer estilo, impuesto por Bernardo de Claraval, corresponde a La Gran Biblia de Claraval, era muy austero, no se podía emplear oro, ni representar figuras y la escritura era monocroma con iniciales azules. El responsable del cuidado de los libros del monasterio era el monje llamado chantre y el lugar donde los guardaban, era el armarium, que estaba en el claustro junto a la entrada de la iglesia.
Los conversos habitaban el edificio oeste del claustro, casi simétrico del de los monjes. También era de dos plantas, en la inferior estaba su refectorio y los almacenes, en la superior su dormitorio y sus letrinas. En el monasterio había otras dependencias: la fragua, el molino, la enfermería, la hospedería, la portería, etc. Fuera del monasterio, las granjas de los conversos eran grupos de construcciones para las labores agrícolas e industriales.
Todas estas dependencias se construían con técnicas parecidas. Es habitual encontrar estancias alargadas, con una fila de columnas en el centro y bóvedas de crucería o de cañón apuntadas, similares a las empleadas en la sala capitular.
Scriptorium de Fontenay
Scriptorium de Rueda
Prensas de vino de Eberbach
En la arquitectura exterior también prevalece la sencillez. Los cistercienses tenían prohibidas las torres en las iglesias, solo estaba permitido un linternón para las campanas que apenas sobresalía de la cubierta de la nave. La falta de un elemento tan señalado en la arquitectura exterior de una iglesia causa extrañeza.
Otra de las características de estas construcciones, igual que en los edificios románicos, son los contrafuertes de las bóvedas. Estos elementos exteriores verticales se repiten rítmicamente y dividen el edificio en módulos iguales. También, como se ha comentado anteriormente, las fachadas de las iglesias no las destacaban, ya que los monjes y conversos entraban a la iglesia por puertas interiores. Todos los edificios de la abadía estaban rodeados por un muro, tal como señalaba la descripción de la Jerusalem celestial del Apocalipsis. Sin embargo, los cistercienses no adoptaron las doce puertas que se mencionan en la ciudad celestial.
Silvacane
Pontigny
Morimondo
Nos referimos a las abadías medievales que se construyeron durante el siglo XII y el siglo XIII. En el siguiente siglo XIV, solo se subsistió: la Guerra de los cien años, de 1328 a 1453, asoló el campo y las abadías, mientras que la peste negra acabó con un tercio de la población europea. A partir de 1427 comenzó la decadencia de la orden con la fragmentación en Congregaciones nacionales, desapareciendo la uniformidad de la orden.
El final del siglo XIII coincidió con la máxima difusión de la orden, unas 700 abadías. Desde entonces, las abadías que se destruían eran muchas más que las que se fundaban. Así en 1780, antes de la Revolución francesa, se habían fundado un total de 54 más, sin embargo fueron destruidas en este tiempo del orden de 350 por diversos motivos, quedando por tanto solo unas 400.
De estas 700 abadías distribuidas por Europa a finales del XIII es preciso descontar dos grupos numerosos de estética no cisterciense:
A finales del XIII, La orden estaba presente en todos los países de Europa Occidental. Francia, cuna de Císter, tenía el mayor número con unas 244 abadías. Le seguían Italia con 98, el Sacro Imperio Romano Germánico con 71, Inglaterra con 65 y España con 57. Las restantes se distribuían entre Países Bajos, Polonia, Suecia, Austria, Bohemia, Hungría, Portugal e Irlanda.
Tal como se ha señalado, de las 700 abadías de finales del siglo XIII, solo quedaban 350 en 1790. Muchas de estas últimas no se conservaban como en el XIII, pues los mismos monjes habían alterado y modernizado las vetustas dependencias medievales.
En 1791, la Revolución francesa suprimió la orden y vendió los monasterios en Francia. La mayoría de los países de Europa imitó la medida francesa. Los compradores transformaron los monasterios en canteras de extracción de piedra, fábricas o almacenes. En general, la mayoría han acabado en ruina.
Se ha conservado un número representativo de estos monasterios. La situación actual del patrimonio cisterciense es la siguiente:
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