La batalla de Poitiers, que tuvo lugar el 19 de septiembre de 1356, fue una de las principales batallas de la guerra de los Cien Años entre Inglaterra y Francia. Precedida por la batalla de Crecy en 1346, y seguida por la batalla de Agincourt en 1415, fue la segunda de las tres grandes victorias inglesas de la guerra. A veces se la llama también "segunda batalla de Poitiers", para diferenciarla de la primera (en el año 732) que enfrentó a los francos de Carlos Martel con un poderoso ejército omeya. Esta última se conoce asimismo como batalla de Tours.
Habiendo sufrido ya dos graves derrotas (una naval en Sluys y otra terrestre en Crecy), las fuerzas francesas se enfrentaban, en los años de 1350, a las violentas y rápidas chevauchées (cabalgadas) inglesas, un tipo de incursión que castigaba especialmente a la población civil. Los ingleses desembarcaban, se internaban en los campos de la Francia septentrional, incendiaban las cosechas, mataban a los hombres de las aldeas y luego retrocedían rápidamente hacia sus bases en la costa, dejando a la población a merced del hambre y las enfermedades. Los ejércitos franceses, más pesados, lentos, torpes y difíciles de maniobrar, no podían ofrecer una resistencia adecuada a esta suerte de «guerra relámpago» de la Edad Media.
Esta estrategia inglesa estaba orientada a poner a la población francesa en contra de su propia corona más que a lograr resultados militares directos. Los campesinos, al no sentirse protegidos de las cabalgadas poco a poco gravitaban hacia los señores feudales locales solicitando ayuda, y esto dividía y sembraba el caos en las fuerzas francesas, que necesitaban una gran cohesión y sentido nacional, especialmente para que la gente entregara a sus varones jóvenes en las frecuentes levas o reclutamientos, que se hacían imprescindibles.
El 8 de agosto de 1356 Eduardo, el Príncipe de Gales, conocido a partir del siglo XVI como el «Príncipe Negro», que por entonces tenía 26 años de edad y era ya un guerrero competente y experimentado comenzó una gran cabalgada. El Príncipe Negro era el hijo mayor del rey Eduardo III de Inglaterra, y había dirigido ya muchas operaciones de tierra quemada hacia el norte desde la base inglesa en Aquitania, en un esfuerzo para brindar alivio a sus tropas en la Francia central. En esta oportunidad había sido comisionado para devastar una gran área al norte de la ciudad de Burdeos, así como para saquear el campo.
Esta cabalgada, como las anteriores, se ajustaba estrictamente a la táctica de «tierra arrasada», destinada a privar al rey francés Juan el Bueno del apoyo de sus propios súbditos. Por eso Eduardo no encontró mucha resistencia. Su ejército, junto con tropas amigas provenientes de Gascuña, devastó y quemó numerosas ciudades y campos productivos, dejando al enemigo frente a la penuria de hombres y de alimentos.
Llegado a la orilla del río Loira junto a la ciudad de Tours, no fue empero capaces de tomar el fuerte castillo que la defendía, y un enorme aguacero impidió también que la ciudad fuese incendiada por los sitiadores.
Este retraso hizo que el rey francés decidiera atrapar al ejército de Eduardo. El rey, que había estado asediando Breteuil en Normandía, organizó el grueso de su ejército en Chartres al norte de la asediada Tours, despidiendo aproximadamente a quince o veinte mil peones de menor calidad para incrementar la rapidez de sus fuerzas.
Tal como sería una constante en la guerra de los Cien Años, la principal diferencia entre ambos bandos eran sus jefes: el rey Juan era un comandante irresoluto y débil, incapaz y, muy consciente de dicha incapacidad, confiaba en ejércitos grandes, lentos, bien armados y apoyados principalmente en la caballería y en ingentes cantidades de ballesteros. Los hombres de armas llevaban pesadas armaduras, al igual que sus caballos, lo que iba en contra de la movilidad de sus fuerzas.
El Príncipe de Gales, por el contrario, apostaba todo a la velocidad y movilidad de sus tropas ligeramente armadas y desprovistas de armaduras. El arco largo inglés, si bien no tenía los efectos devastadores de las ballestas francesas, ostentaba una cadencia de fuego siete veces superior, lo que convertía a sus operadores en fuerzas capaces de entenebrecer el cielo con nubes de flechas que desmoralizaban a los hombres y espantaban a los caballos de las tropas enemigas.
Jean Froissart afirma que estos hombres combatieron en Poitiers:
Tomás Felton luchó no solo en Poitiers sino también en la batalla de Crécy.
Uno de los principales comandantes tanto en Crécy como en Poitiers fue John de Vere, conde de Oxford, ya mencionado anteriormente.
Otro relato señala que Juan de Ghistelles pereció en la batalla de Crécy por lo que hay ciertas dudas en lo que se refiere a este personaje.
Froissart describe, con menor detalle en este pasaje, algunos de los nobles que fueron reunidos para la batalla, o justo antes: los ingleses fueron seguidos por algunos expertos caballeros franceses, que volvieron al rey francés contándole lo que hicieron los ingleses.
El ejército francés también incluía un contingente de escoceses comandados por Sir William Douglas. Douglas combatió en la formación de batalla del propio rey, pero cuando parecía que el combate estaba terminado, Douglas fue sacado por sus hombres de la melée. Froissart afirma que "... estaba el conde Douglas de Escocia combatiendo con gran valor, pero cuando vio que la derrota se decantaba por el lado de los franceses, partió y se salvó lo mejor que pudo, pues de ningún modo habría querido ser apresado ni caer en manos de los ingleses. Habría preferido que lo mataran en el lugar".
Otros que fueron igualmente muertos o capturados en la batalla fueron: el rey Juan II, el príncipe Felipe (el hijo menor y progenitor de la casa de Valois-Borgoña), Godofredo de Charny, portador de la oriflama, Pedro I duque de Borbón, Gualterio VI conde de Brienne y condestable de Francia, Juan de Clermont, mariscal de Francia, Arnoul d'Audrehem, el conde de Eu, el conde de Marche y Ponthieu Jaime de Borbón tomado prisionero en la batalla y muerto en 1361, el conde de Étampes, el conde de Tancarville, el conde de Dammartin, el conde de Joinville, Guillermo de Melun, arzobispo de Sens.
Alentado por los retrasos que los contratiempos habían provocado a los ingleses en Tours, el rey Juan decidió prescindir de un gran número de sus hombres de menor graduación para enviarlos en persecución de Eduardo.
Juan II consiguió reunir un ejército de 12.000 a 20.000 hombres y ordenó hacer frente al príncipe de Gales en Poitiers. Éste no quería entablar una batalla franca, pues se sabía ampliamente superado en número y muy escaso en recursos y suministros, circunstancias éstas que lo hacían desear retirarse hacia Burdeos.
Las tropas inglesas llegaron a la aldea de Nouaville, donde había una abadía, y los monjes les pusieron sobre aviso de que si se acantonaban en el bosque vecino, sus posiciones serían casi inexpugnables.
Eduardo tomó entonces una decisión tácticamente impecable: colocó a sus tropas con la espalda contra el tupido bosque y una ensenada a su izquierda, de modo de precaverlas contra cualquier tipo de ataque por retaguardia. Algo similar haría más tarde Enrique V en Agincourt. Los carromatos con un gran botín permanecieron a lo largo del viejo camino romano, la ruta principal de Poitiers a Burdeos, asegurando la protección sobre su débil lado derecho.
Su ventaja era evidente, acrecentada por la ya mencionada superioridad del arco inglés. Además, llevaba como principal subordinado militar a Sir John Chandos, un soldado duro y experimentado que comandaría luego las fuerzas anglobretonas (con Juan de Monfort) en la batalla de Auray, combate decisivo para la Guerra de Sucesión Bretona.
Eduardo y Chandos se apoyaban, a su vez, en sus inteligentes capitanes, los condes de Salisbury y Warwick, quienes dieron a los hombres la orden de apearse y los organizaron en dos —o quizás en tres— unidades, con los arqueros galeses colocados en formación en cuña a ambos flancos. El príncipe de Gales mantuvo como reserva una pequeña unidad de caballería, liderada por Juan de Grailly, que se ocultaba en los bosques de la retaguardia.
Las fuerzas atacantes fueron divididas en cuatro partes. Al frente estaban alrededor de 300 caballeros de la élite mandados por el mariscal Clermont y acompañados por mercenarios alemanes armados de picas. El objetivo de este grupo era cargar sobre los arqueros ingleses y eliminar la amenaza que planteaban. Estos irían seguidos de tres grupos de infantería (se desmontaría a la caballería, en este caso) a las órdenes del Delfín (más tarde Carlos V de Francia), el duque de Orléans, y por el rey Juan.
Hubo negociaciones antes de la batalla que están documentadas en los escritos de la vida de Sir John Chandos. Narró los momentos finales de un encuentro entre ambos bandos en un esfuerzo de evitar el conflicto sangriento en Poitiers. Esto ocurrió justo antes de la batalla y su narración es la siguiente:
Cuenta Froissart que, antes de que se desencadenara la batalla, el cardenal de Périgord, legado pontificio de Inocencio VI intentó una mediación y logró una tregua de veinticuatro horas, para que no combatieran en domingo. El príncipe de Gales, dada su desventaja numérica, estuvo dispuesto a llegar a un acuerdo, devolviendo lo ocupado y comprometiéndose a no guerrerar contra los franceses durante varios años, pero las condiciones que pusieron los franceses eran tales que los ingleses no podían aceptarlas. Él se retiró, pero caballeros de su séquito se pusieron a combatir del lado de los franceses algo que causó irritación en el príncipe de Gales.
A comienzos de la batalla, los ingleses trasladaron su bagaje lo que llevó a los franceses a creer que iban a retirarse, lo que provocó una carga precipitada de los caballeros franceses contra los arqueros. Los ingleses esperaban esto y rápidamente contraatacaron, lanzando una lluvia de flechas sobre los caballos.
Geoffrey el Baker escribe que la armadura francesa era invulnerable a las flechas inglesas, porque las puntas de éstas resbalaban en las placas o se rompían con el impacto. Dadas las acciones posteriores de los arqueros, lo más probable es que Baker tuviera razón. Las armaduras de los caballos eran débiles sobre los lados y atrás. Sabiendo esto, los arqueros ingleses y galeses se movieron hacia los flancos de la caballería enemiga y, según Jean Froissart, arrojaron una lluvia de flechas contra los animales. Este era un método popular de detener una carga de caballería, pues un caballo caído normalmente destruía la cohesión de la línea del enemigo. Los resultados fueron devastadores. El delfín Carlos atacó a Salisbury y presionó en su avance, a pesar de una intensa lluvia de flechas de los arqueros ingleses y complicaciones para correr debido a la vanguardia de la fuerza de Clermont, que se retiraba. Green sugiere que el delfín tenía miles de hombres con él en esta fase del ataque. Avanzó contra las líneas inglesas, pero al final fue rechazado. Los franceses fueron incapaces de superar los setos protectores que los ingleses estaban usando. Esta fase del ataque duró unas dos horas.
Este ataque de caballería fue seguido por un ataque de infantería. La infantería del delfín se enzarzó en una lucha encarnizada hasta ser obligado a retroceder para reagruparse. La siguiente oleada de infantería bajo el duque de Orléans, viendo que los hombres del delfín no atacaban de nuevo, volvió la espalda al enemigo y se dio a la fuga. Esto dejó abandonadas a las fuerzas lideradas por el propio rey. Era una formidable fuerza de combate, y los arqueros ingleses se estaban quedando sin flechas; los arqueros se unieron a la infantería en la lucha y algunos, de ambos grupos, montaron a caballo para formar una improvisada fuerza de caballería.
A la vista de los resultados de los dos ataques de sus subordinados, el rey de Francia decidió tomar el mando él mismo y ordenó que la retaguardia trajera nuevos caballos para proseguir la lucha. El rey ordenó que dos de sus hijos se fueran del campo de batalla. Su hijo menor, Felipe, permaneció con él y luchó a su lado en la fase final de la batalla. Mientras los arqueros ingleses se quedaban sin flechas y recorrían el campo de batalla buscando más, el príncipe de Gales también ordenó el reemplazo de sus animales.
El combate era duro, pero el príncipe de Gales aún conservaba una reserva móvil ocultada en los bosques, comandada por Juan de Grailly, el captal de Buch. Estas tropas fueron capaces de rodear y atacar a los franceses por los flancos y la retaguardia, formando una bolsa. Los franceses, aterrorizados al verse rodeados, intentaron huir. El rey Juan fue capturado de inmediato con su séquito más inmediato sólo después de una resistencia memorable.
Entre los personajes notables capturados o muertos estuvieron, según Froissart:
Es Froissart, de nuevo, quien ofrece una vívida descripción de la captura del rey Juan II y su hijo menor en este pasaje:
La segunda batalla de Poitiers repitió, en diversos aspectos, la victoria inglesa de Crecy, donde se volvió a demostrar que la táctica puede lograr la victoria incluso en una severa inferioridad numérica. Como escribió Eduardo, el príncipe de Gales, poco después en una carta al pueblo de Londres:
Fue una derrota decisiva para Francia, no solo en términos militares, sino también económicos: tras la firma del Tratado de Brétigny en 1360, se exigió a Francia el pago de tres millones de coronas de oro por el rescate de su rey (equivalente al doble del producto bruto interno del país). La suma era imposible de reunir, y Juan, sin lograr regresar a Francia, falleció en Londres en 1364. Su cuerpo luego fue repatriado.
El rey Eduardo III pasaba a controlar Calais, Guines, Ponthieu, Aquitania, Lemosin, Périgord, Rourge, Quercy y Poitou, a pesar de que renunciaba oficialmente a la corona francesa. Los Valois habían salvado el reino a costa de unas enormes concesiones al enemigo.
Jean de Venette, un fraile carmelita y cronista medieval, describe vívidamente el caos que se produjo en Francia, del que afirma haber sido testigo él mismo, después de esta batalla. Afirma:
Jean se refiere aquí no solo a los nobles franceses, sino también a las Compañías que igualmente saqueaban a los campesinos y las iglesias.
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