Una colección privada es una colección (por lo general de obras de arte) de propiedad particular. Si consta esta procedencia en la descripción de una obra, significa que aunque la veamos en un museo público realmente no le pertenece, sino que es un préstamo de una fuente no revelada. La fuente será normalmente un coleccionista de arte, aunque puede ser una empresa.
El coleccionismo de arte floreció durante el Renacimiento y continúa hoy en día. Habitualmente, la nobleza y los eclesiásticos eran los únicos que coleccionaban arte, y luego se impuso esta afición entre la burguesía acomodada; así ocurrió en Holanda en la época de Rembrandt. Aunque el coleccionismo se ha extendido a la clase media, la creciente inflación de precios ha restringido después el arte de primera calidad a la élite económica (empresarios, bancos) de tal modo que ni tan siquiera los aristócratas cuentan con medios suficientes para formar o mantener colecciones importantes.
Tradicionalmente, el arte se ha producido con el apoyo de las clases altas, tanto por exigencias económicas como porque era empleado con fines propagandísticos y decorativos asociados al poder. Así ocurría ya en la época de los faraones, en Mesopotamia y en todas las civilizaciones antiguas, incluyendo las precolombinas. El arte es tan antiguo como la Humanidad, pero como era artículo de lujo (no un bien básico), las clases humildes no tenían fácil acceso a él.
El coleccionismo de arte como afición surge de manera bastante clara en el Renacimiento, cuando se empieza a apreciar el mérito y originalidad de las obras, más allá de su función original. A partir de entonces, muchas obras de arte ya no se producían por encargo, sino para un mercado abierto formado por coleccionistas. También entonces surgió la arqueología, que recuperaba vestigios antiguos para formar colecciones que aunaban belleza e historia.
Casi todos los grandes museos europeos estatales deben su origen al coleccionismo desarrollado por los reyes y gobernantes. Es el caso del Museo del Prado, Museo del Louvre de París, Uffizi de Florencia, el Museo de Historia del Arte de Viena, el Ermitage de San Petersburgo, etc. Fueron colecciones que estrictamente no se podían llamar "privadas", porque los reyes ostentaban su propiedad pero debían mantenerlas como bienes de la Corona, de tipo hereditario y simbólico. Actualmente, Isabel II de Inglaterra es titular de la Royal Collection, pero no puede manejarla libremente como colección privada pues está ligada al patrimonio de la Corona. Se puede decir que es una colección pública, de uso personal regulado.
Es en los siglos XIX y XX cuando surgen museos creados o impulsados por coleccionistas particulares. Eran mecenas sin gran historial familiar, pero gracias a su poder económico y a su sagacidad, llegaban a reunir grandes colecciones. Este es el origen de casi todos los museos estadounidenses y de varios europeos como el Museo Thyssen-Bornemisza y el Castillo de Montsoreau-Museo de Arte Contemporáneo.
Las colecciones privadas de importancia se contaron por decenas en los siglos XIX y XX, pero en su mayoría se fueron disolviendo por peripecias hereditarias o reveses económicos. Algunas se han mantenido unidas gracias a su exhibición en museos públicos, tras donación o compra. Es el caso ya citado de la colección Thyssen y de ciertas colecciones americanas (Lehman, Kress), incorporadas en museos como el Metropolitan Museum de Nueva York, que las exhiben en salas diferenciadas bautizadas con su nombre.
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