Epíteto (del [idioma griego] ἐπίθετον epítheton, neutro de θετος epíthetos, ‘agregado’) es el adjetivo calificativo que resalta las características y cualidades de un sustantivo (el frío en la nieve, el calor en el fuego, la humedad en el agua, entre otros), sin distinguirlo de los demás de su grupo. Los epítetos expresan cualidades que todos pueden distinguir (en terminología tradicional, «adjetivos calificativos»), limitándose a describir al referente (me gustan las motos grandes) o a definirlo (me gusta la moto grande).
Por el contrario, los epítetos subjetivos expresan la propia consideración subjetiva del hablante, fruto de su valoración en lugar de la experiencia. Esta actitud puede dividirse en dos subclases principales, la de los epítetos apreciativos (un gol magnífico) y la de los peyorativos (una película horrible).
En español, un tipo muy frecuente es el epithetum constans, que conviene intrínsecamente al sustantivo (la blanca nieve), pero cuya definición no debe extenderse a todo el término «epíteto».
Ciertos adjetivos pueden expresar, dependiendo del contexto o su supuesta posición respecto al nombre al que acompañan, tanto la actitud del hablante como un intento de expresión objetiva de este (una mujer pobre / una pobre mujer).
En contraste con los epítetos se encuentran los adjetivos llamados por la gramática funcional «clasificadores». Como ejemplo: «Los actuales representantes sindicales mexicanos».
Pueden distinguirse los epítetos porque no admiten grados de comparación o de intensidad (un castillo muy medieval) y tienden a estar semánticamente unidos al nombre (por ejemplo: «valor catastral», en contraste con otros valores, como el sentimental, y que no admite, en su contexto, otra forma de clasificación).
En castellano, es frecuente que el epíteto se anteponga al nombre (frío hielo en lugar de hielo frío), aunque no suceda siempre:
En la literatura épica, se denomina epítetos a los apelativos que alternan con el nombre del personaje o lo acompañan. Por ejemplo, cuando en el Cantar de mio Cid se designa a Ruy Díaz «el que en buena hora ciñó espada», o cuando en la Ilíada se habla de «el ingenioso Ulises».
En la literatura del Antiguo Egipto, se llama epítetos a los apelativos que alternan con el nombre del personaje, resaltado sus características.
Por ejemplo, «toro victorioso» se utiliza en la titulatura real como epíteto de faraón.
Se utilizó con profusión para referirse a sus dioses. Amón fue denominado «el oculto», «padre de todos los vientos», «alma del viento», «el dios único que se convierte en millones», «Aquel que habita en todas las cosas», «Amón-Ra, señor de los tronos de las dos tierras», «el toro de su madre», «el eterno»; y en función de los lugares de culto, como «hijo real de Kush», «Toro del desierto», o «señor de los oasis».
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