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Laicidad



La laicidad alude a la condición de laico o a la defensa y el ejercicio de la separación entre las sociedades civil y religiosa. El término «laico» (del griego λαϊκός, laikós: «popular», de la raíz λαός, laós: «pueblo») aparece primeramente en un contexto cristiano. En algunas escuelas de pensamiento se distingue de laicismo, definido como la corriente de pensamiento, ideología, movimiento político, legislación o política de gobierno que defiende o favorece la existencia de una sociedad organizada aconfesionalmente, es decir, de forma independiente, o en su caso ajena a las confesiones religiosas. Su ejemplo más representativo es el «Estado laico» o «no confesional». El concepto de «Estado laico», opuesto al de «Estado confesional», surgió históricamente de la separación Iglesia-Estado que tuvo lugar en Francia a finales del siglo XIX, aunque la separación entre las instituciones del Estado y las Iglesias u organizaciones religiosas se ha producido, en mayor o menor medida, en otros momentos y lugares, normalmente vinculada a la Ilustración y a la Revolución liberal.

Los laicistas consideran que su postura garantiza la libertad intelectual además de la no imposición de las normas y valores morales particulares de ninguna religión o de la irreligión. El laicismo busca la secularización del Estado.[1]​ Se distingue del ateísmo de Estado, en cuanto busca la neutralidad del mismo; y del anticlericalismo y la antirreligión radicales, en cuanto no condena la existencia y práctica de las religiones.

El significado preciso del término laicidad es objeto de debate, pues si para algunos[2]​ significa mutuo respeto entre Iglesia y Estado fundamentado en la autonomía de cada parte, para otros[3]​ se insiste en la no inclusión de la influencia religiosa en la vida social; para otros se trata de una modalidad o de un sinónimo de laicismo. Es una palabra con fuertes implicaciones en los ámbitos filosófico, político, social y religioso.[4]

El término «laicidad» es de reciente incorporación al Diccionario de la Real Academia Española. Hasta la 23.ª edición del diccionario, de 2013, recogía «laico» y «laicismo», pero no «laicidad».[5]

Está en discusión una distinción terminológica entre «laicidad» y «laicismo», en la cual hay dos enfoques principales:

El papa Pío XII abrió el debate terminológico[7]​ en un discurso pronunciado el 23 de marzo de 1958 en el que argumentó cómo pertenece a la tradición católica la idea de una «sana laicidad», entendida como «el esfuerzo continuo para tener separados y al mismo tiempo unidos los dos Poderes» (político y religioso), en el respeto que merece la distinción entre Dios y el César.[8][9]

Por otra parte, quienes consideran que «laicidad» y «laicismo» son sinónimos atribuyen a la otra parte un interés por crear un debate terminológico artificial con el fin de salvaguardar lo que califican de privilegios de las confesiones religiosas.

A pesar de las apariencias, y de las declaraciones de estos confesionalistas, no existe un "laicismo" malo, y una "laicidad" buena: el objetivo es confundir a la opinión pública para mantener un status quo que les privilegia. Así, gracias a esta falsa diferencia los defensores de la "laicidad" argumentan que el Estado español es ya un Estado laico, y que por lo tanto no es necesario hacer reforma alguna. A quienes somos defensores de la libertad de conciencia y la religiosa (llámesenos "laicistas", "laicidistas" o como se desee) nos parece raro un Estado laico que recauda dinero para una (o varias) confesión religiosa, que subvenciona con cargo a los presupuestos lo que los ciudadanos no aportan para el mantenimiento de su culto y clero, que paga sus colegios, que abre las escuelas públicas a la enseñanza de su religión, que además paga el sueldo de sus formadores religiosos que eligen sus dirigentes, que exime de impuestos a sus actividades, que repara y mantiene sus templos, que da carácter civil a sus fiestas, que concelebra con sus jerarcas misas, romerías y procesiones, etc. ¡Qué Estado laico tan raro!

Gregorio Peces-Barba Martínez, uno de los «padres» de la Constitución española, apoya la distinción terminológica en un artículo sobre «Laicidad y laicismo»: «A la ignorancia en muchos casos y a la manipulación, en otros, obedece la confusión sobre la necesaria distinción entre ambos términos que se plantea en uno de los procesos históricos más relevantes que es el de la secularización». Para Peces-Barba el término «laicismo» refleja una actitud enfrentada y beligerante.[11]

En el citado artículo Peces-Barba habla del origen religioso de la palabra secularización, cuando se rompió esa unidad religiosa o control de la Iglesia sobre actividades que ahora se van reafirmando como seculares; y lo bien que acogió este proceso moderno tanto las iglesias protestantes como las iglesias francesa y alemana católicas, en contraste con la oposición de los documentos magisteriales católicos del siglo XIX (prácticamente, hasta el Concilio Vaticano II ha habido esta divergencia. Ese proceso tiene un momento álgido en la Ilustración, con una libertad de pensamiento, de «luces» propias, que va configurando unas Constituciones democráticas en los Estados modernos, donde se va plasmando esa separación Iglesia-Estado. Esta opinión aboga porque este proceso tiene su «dimensión político-jurídica, la laicidad»,[12]​ que es fundamento de respeto de ese orden conseguido, al que se quiere atacar desde distintos frentes.

Para sectores cristianos, la laicidad supone superar las tensiones históricas entre poder civil y poder religioso, es decir, no subyugar un aspecto al otro, pues las áreas civiles y religiosas pertenecen igualmente a la persona en su carácter público.

Así, quedaría superada toda forma de cesaropapismo (es responder a la frase evangélica de "dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios") y también se daría una respuesta por parte de la Iglesia[13]​ a la autonomía de la esfera civil, y de los laicos, en el orden político y social. Para los creyentes, en pocas palabras, se trataría de sustituir el sueño de la "teocracia" (gobierno con "censura" religiosa) a una aspiración de "teocentrismo": uno, libremente, puede albergar la luz de Dios en su interior, y con ella iluminar a su alrededor, sabiendo que la propia libertad acaba donde comienza la libertad de los demás.

Una crítica que se hace desde sectores cristianos al ateísmo postcristiano consiste en que, así como puede aparecer una forma de "creer sin pensar": la sistemas teocráticos, que no reconoce la dignidad de la persona, sino sólo leyes positivas reveladas (escuchar una voz divina que puede llevar a la guerra santa, o proscribir la homosexualidad sobre la base de la interpretación de un texto sagrado), también puede verse la opinión del "pensar sin creer".[14]

La aparición de la sociedad "laica" crea un diálogo sobre la "racionalidad" de las cosas (el polémico discurso de Ratzinger en Ratisbona).[15]

Algunos no ven la necesidad del término «laicidad», o se oponen a una distinción entre «laicidad» y «laicismo» por considerarla interesada. Quienes defienden que «laicidad» y «laicismo» no son sinónimos atribuyen al laicismo un sentido negativo de hostilidad o indeferencia hacia la religión. Frente a ese laicismo defienden la «laicidad positiva», en la que el Estado no es confesional pero tampoco es neutral hacia la religión, a la que considera algo bueno, como se puede apreciar en las dos citas siguientes:

Laicismo: Hostilidad o indeferencia contra la religión.

La laicidad del Estado se fundamenta en la distinción entre los planos de lo secular y de lo religioso. Entre el Estado y la Iglesia debe existir, según el Concilio Vaticano II, un mutuo respeto a la autonomía de cada parte.

¡La laicidad no es el laicismo!

La laicidad del estado no debe equivaler a hostilidad o indiferencia [sic] contra la religión o contra la Iglesia. Mas bien dicha laicidad debería ser compatible con la cooperación con todas las confesiones religiosas dentro de los principios de libertad religiosa y neutralidad del Estado.

La base de la cooperación está en que ejercer la religión es un derecho constitucional y beneficioso para la sociedad.

El uso de indeferencia e indiferencia no es equivalente: Mientras que la indeferencia es la falta de deferencia o respeto debido, en este caso a cosas sagradas (con lo que se relaciona con la profanación, tratar lo sagrado igual que lo profano); el indiferentismo o indiferencia en materia religiosa es un concepto ligado a la postura pública del gobernante o del individuo ante la religión, en el contexto de la Reforma protestante: Por un lado a la tolerancia religiosa con que los reyes podían escoger tratar a la disidencia en materia religiosa (mientras Felipe II prefería «perder sus estados a gobernar sobre herejes»; Enrique IV ganó el trono de Francia gracias al compromiso de tolerancia del Edicto de Nantes y convirtiéndose de protestante en católico —«París bien vale una misa»—). Por otro a la indiferencia personal con que los que a partir del Renacimiento se denominan libertinos se enfrentaban a la religión, postura muy minoritaria que en los siglos posteriores (XVII y XVIII) fue concretándose en diferentes posturas religiosas e intelectuales (el librepensamiento, el panteísmo, el agnosticismo y el ateísmo), y que desde finales del siglo XVIII y sobre todo en el siglo XIX y comienzos del siglo XX se popularizó como anticlericalismo.

El filósofo Fernando Savater defiende que «[l]a laicidad (que en buen castellano se llama laicismo) no necesita apellidos que la desvirtúen: "laicidad positiva" pertenece a la misma escuela que "sindicatos verticales" o "democracia orgánica"», y cita la opinión del profesor Jean Baubérot según la cual el concepto de «laicidad positiva» no es sino una forma de clericalismo, confesional pero no confeso.[18]​ Savater argumenta que discusiones como la que rodea a los términos «aconfesionalidad», «laicidad» y «laicismo» son interesadas y utilitaristas - la gente utiliza uno u otro término sobre la base de lo que le interesa sacar de ahí.[19]

Para Carlos René Ibacache, miembro de la Academia Chilena de la Lengua, «El laicismo no es opuesto ni contrario, ni hostil, ni indiferente; no es ateo, ni teista, ni deista, ni panteista ni agnóstico. El laicismo estima que el problema de la divinidad, fundamento de las religiones, debe resolverlo cada persona y debe ser respetado ante cualquier conclusión». Centra su exposición en el aspecto objetivo de las cosas, no la perspectiva subjetiva: «El que Dios exista no depende de que algunos crean o no en Él». Después sigue expresando: «El Estado y la Iglesia son entidades separadas por la diferencia de sus tareas. El Estado debe garantizar, mediante su ordenamiento jurídico, la convivencia pacífica entre los ciudadanos. Puesto que el Estado es laico y no confesional, su norma no debe coincidir con los conceptos específicos de ninguna religión».[20]

Es un término complejo, que fácilmente se puede asimilar a otros como laicismo por unos, y por otros, como se ha dicho, significar una emancipación de la libertad religiosa con respecto al poder civil; hay múltiples formas de entender el término, y por eso es bueno considerar su génesis histórica. Laico es, en una primera acepción, aquel o aquello que no es clero ni estado religioso. En cierta forma, durante los siglos medievales surge en el término un sentido de oposición a este estado religioso, y que posteriormente tomaría el sentido moderno de separar religión y Estado y llevar la religión al ámbito personal.

En estos años primeros del siglo XXI existe un debate acerca del papel (público o privado) de la religión, y en el cual se ha focalizado la atención en la manifestación pública de los símbolos religiosos, tanto el velo de las mujeres musulmanas como el crucifijo en los lugares públicos.

En los países latinos puede tener la palabra laico la connotación de "no religioso", "a-religioso", como es el caso de la política italiana y así el política laica tiene según esa visión un modo de concebir la ética o moral, y las diversas formas de pensamiento. Algunas voces[¿cuál?] han denunciado esa connotación[21]

El laicismo o la laicidad han sido representadas mediante la letra lambda (undécima del alfabeto griego), en mayúscula (Λ) y en minúscula (λ). El anagrama fue escogido fundamentalmente porque la letra lambda era la inicial de la palabra laós (laos), antecedente etimológico de “laico”, que tuvo un significado cercano al de conjunto indiferenciado de seres humanos (multitud, pueblo, asamblea, etc.), de modo que el símbolo incardinaría la significación esencial y original del laicismo: la igualdad.[22]

El laicismo o laicidad puede entenderse como la dimensión político jurídica del secularismo o proceso histórico de secularización que dejó a la Iglesia al margen del poder.

Cabe destacar que es en la República Mexicana, precisamente durante la llamada "Guerra de Reforma" que los liberales mexicanos consolidaron la separación jurídica entre la Iglesia Católica y el Estado a través de varias disposiciones, resaltando entre ellas, la Constitución de 1857, en la que se decreta la laicidad en la educación pública; junta a esta disposición suprema hay que resaltar la importancia de la Ley de Desamortización de los Bienes de la Iglesia del 12 de julio de 1859, como culminación del referido proceso. A partir de ese momento, la separación Iglesia-Estado rige los principios constitucionales del país.

Las notas a que referencia son estas: "5.Véase Strätz 1984, págs. 789 y sigs. 6.Papon 1559, pág. 7; Grégoire 1592, pág. 10; id., 1661, pág. 250.

Como queda expresado en la Introducción "El Laicismo, antecedentes históricos", del libro del profesor de la Universidad de Vigo Alberto Valín sobre el laicismo (Valín, A. Laicismo, educación y represión en la España del siglo XX, A Coruña, Ediciós do Castro, 1993, p.15), "el laicismo o secularismo, es una estructura de pensamiento politológicamente típica de la ideología liberal y que, más tarde, será seguida por otros idearios políticos como el anarquismo y el marxismo, tiene en la Historia de occidente sus precedentes más remotos en la Baja Edad Media, concretamente en aquella crisis política que, enmarcada por la época en que dio sus primeros pasos el Estado moderno, ofrece a la historia del lenguaje universal el significado actual de la voz "laico". Nos referimos a la conocida bula pontificia "Clericis laicos", decretada por aquel atribulado clérigo llamado Benedetto de Gaëtani, de sobrenombre papal Bonifacio VIII (1294-1303). Gaëtani, por medio de la redacción de este documento, va a segregar y oponer por primera vez en la Historia, estas dos palabras: clérigos-laicos. Voces éstas que, hasta ese momento (25 de febrero de 1296), eran entendidas como complementarias. Todo ello, enmarcado en la reñida y hasta dramática guerra de libelos, bulas y espadas, librada entre Felipe IV el Hermoso (1285-1314) rey de Francia, y el hasta ese momento omnipotente absolutismo pontificio representado y dirigido por Bonifacio VIII.

En general, los laicistas afirman que la laicidad es un principio indisociable de la democracia, porque las creencias religiosas no son un dogma que deban imponerse a nadie ni convertirse en leyes. Fernando Savater, profesor de ética y filósofo, dice que "en la sociedad laica tienen acogida las creencias religiosas en cuanto derecho de quienes las asumen, pero no como deber que pueda imponerse a nadie. De modo que es necesaria una disposición secularizada y tolerante de la religión, incompatible con la visión integrista que tiende a convertir los dogmas propios en obligaciones sociales para otros o para todos. Lo mismo resulta válido para las demás formas de cultura comunitaria, aunque no sean estrictamente religiosas".[cita requerida]

Un Estado laico de esta forma pretende alcanzar una mejor convivencia al ordenar las actividades de los distintos credos, asegurando la igualdad de todos ante la ley, y en muchos casos sirviendo como herramienta para someter el sentimiento religioso, pretendiendo así anteponer los intereses generales de la sociedad civil sobre los intereses particulares. En otros campos más específicos, por ejemplo la educación, se usa el término de educación laica cuando se defiende la enseñanza pública o privada manteniendo la independencia de la misma respecto a cualquier creencia o práctica religiosas.

En el siglo XIX francés la palabra laicización significó sobre todo el esfuerzo del Estado por sustraer la educación al control de las órdenes religiosas, ofreciendo una escuela pública controlada exclusivamente por el Estado igual para todos. La Iglesia católica se ha opuesto a esta visión del laicismo, pues considera que no garantiza la libertad religiosa y de culto de los católicos. La Iglesia Católica se acercó a las posiciones políticas más modernas, aproximándose a una renuncia al estado confesional, durante el Concilio Vaticano II y retrocediendo después a sus posiciones tradicionales[cita requerida]. Acepta un régimen de separación del Estado, pero puntualiza que esta "separación" no implica la renuncia a exigir que las leyes se amolden a sus posiciones doctrinales en los países que considera católicos, allí donde los bautizados son mayoría, en los que exige una posición especial. La Iglesia Católica distingue actualmente entre un estado laico, que reconoce la autonomía mutua de la Iglesia y el Estado en sus respectivas esferas, y el Estado laico, que se resiste a la tutela espiritual del Estado por parte de la Iglesia[cita requerida].

Con frecuencia se confunden ambos términos. El Diccionario de la Real Academia Española dice que son derivados, respectivamente, de laico y de ateo:

Laico o laica es un adjetivo, y también se usa como sustantivo, que, proveniente del latín laĭcus, se aplica a aquella persona, en una de sus acepciones, «que no tiene órdenes clericales» y, en la otra, que es «independiente de cualquier organización o confesión religiosa». Según el DRAE es, en su primera acepción sinónimo de seglar: que no tiene órdenes clericales.

Ateo o atea es también un adjetivo, y también se usa como sustantivo, que, proveniente del latín athĕus (que a su vez proviene del griego αθεός), se aplica a aquella persona que «niega la existencia de Dios», según el DRAE.

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