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Guerra santa



La guerra santa es una guerra que se hace por motivos religiosos, y que con frecuencia supone una recompensa espiritual para quienes participan o mueren en ella. Las guerras de religión de Francia, las cruzadas y la yihad islámica suelen presentarse popularmente como ejemplos de guerra santa,[1]​ aunque algunos especialistas no concuerdan plenamente con dichas identificaciones,[2]​ o distinguen entre las expresiones «guerra sacralizada», «guerra santa» y «cruzada».

En los tiempos modernos se ha usado también como un modo de definir diferencias culturales e históricas entre combatientes, sin que sea la religión necesariamente la causa principal (un ejemplo es el conflicto del Ulster).

El concepto de guerra santa puede rastrearse en el cristianismo tras del concepto o doctrina de la guerra justa por Agustín de Hipona en su célebre obra Civitate Dei, que es continuada por otros autores a lo largo de la Edad Media, como Tomás de Aquino (Suma Teológica, II-II Qu. 40.)[4][5][6]​ A propósito de la frase del Evangelio de Lucas «y dijo el amo al siervo: Sal a los caminos y a los cercados, y obliga a entrar, para que se llene mi casa» (Lucas, 14, 23), Agustín comenta (en la Réplica a Gaudencio):

XXV. 28. Por lo que respecta a vuestra opinión de que no se debe llevar a nadie por fuerza a la verdad, os equivocáis ignorando las Escrituras y el poder de Dios, que los obliga a querer cuando fuerza su voluntad. ¿Acaso los ninivitas hicieron penitencia contra su voluntad porque la hicieron forzándolos su rey? En efecto, ya había anunciado el profeta la ira de Dios sobre la ciudad entera recorriéndola por tres días. ¿Por qué se necesitaba del mandato del rey para que suplicaran con humildad a Dios, que no atiende a la boca, sino al corazón, sino porque había entre ellos algunos que no se preocupaban ni creían los anuncios divinos sino aterrados por la potestad terrena? Así es que esta orden del poder real, a la que respondéis con vuestra muerte voluntaria, les suministra a muchos la oportunidad de entrar en la salud, que se encuentra en Cristo; y si ellos son llevados a la fuerza a la cena de tan gran padre de familias y se ven forzados a entrar, dentro ya encuentran motivo de alegrarse de haber entrado. Ambas cosas las predijo el Señor que habían de suceder y ambas las realizó. Porque reprobados algunos, que se entiende son los judíos, ya que ellos habían sido invitados antes por los Profetas y llegado el momento prefirieron excusarse, dijo el Señor a su siervo: Sal a las plazas y calles de la ciudad, y a los pobres, tullidos, ciegos y cojos tráelos aquí. El siervo le dijo: Señor, está hecho lo que mandaste y aún queda lugar; y dijo el amo al siervo: Sal a los caminos y a los cercados, y obliga a entrar, para que se llene mi casa 51. Entendemos por caminos las herejías y por cercados los cismas. Los caminos, en efecto, significan en este lugar las diversas opiniones. ¿Por qué os admiráis, pues, si no muere por el hambre del alimento corporal, sino del espiritual, cualquiera que no entra a esta cena, ya introducido de buen grado, ya impulsado por la violencia?

Se ha utilizado la idea de «guerra santa» en épocas diversas y en numerosos conflictos, religiosos o no, normalmente para legitimar intereses geopolíticos o económicos. Son ejemplos clásicos de guerra santa las cruzadas o las guerras católicas contra las consideradas herejías (cátaros, protestantes, etc.). La guerra civil española se puede considerar cruzada porque la lucha tuvo por objeto liberar territorios que otro día fueron cristianos y de los que se hicieron dueños los enemigos de la fe, destruyendo todo el testimonio o vestigio del cristianismo por odium fidei.[7]​ Aunque oficialmente no fue declarada cruzada por el pontífice Pío XII, así se la denominó oficiosamente durante la dictadura de Francisco Franco.

El Concilio Vaticano II hizo una condena explícita a la crueldad de la guerra,[8]​ llegando a instar «a procurar con todas nuestras fuerzas preparar una época en que, por acuerdo de las naciones, pueda ser absolutamente prohibida cualquier guerra».[9]​ Algunos escritores católicos, comentando al propio Vaticano II, fueron aún más explícitos en referencia a las llamadas «guerras santas»:

El Catecismo de la Iglesia Católica considera como todo ciudadano y todo gobernante están obligados a empeñarse en evitar las guerras. Sin embargo, mientras exista el riesgo de guerra y falte una autoridad internacional competente y provista de la fuerza correspondiente, una vez agotados todos los medios de acuerdo pacífico , no se podrá negar a los gobiernos el derecho a la legítima defensa.[11]

Se han de considerar con rigor las condiciones estrictas de una legítima defensa mediante la fuerza militar. La gravedad de semejante decisión somete a ésta a condiciones rigurosas de legitimidad moral. Es preciso a la vez:

- Que el daño causado por el agresor a la nación o a la comunidad de las naciones sea duradero, grave y cierto.

- Que todos los demás medios para poner fin a la agresión hayan resultado impracticables o ineficaces.

- Que se reúnan las condiciones serias de éxito.

- Que el empleo de las armas no entrañe males y desórdenes más graves que el mal que se pretende eliminar...

Estos son los elementos tradicionales enumerados en la doctrina llamada de la guerra justa.

Sin embargo, en su encíclica Pacem in Terris, Juan XXIII cuestionó severamente el concepto de guerra justa,[12]​ al señalar en el número 127:

Así, Juan XXIII sostuvo que en la era atómica resulta impensable que la guerra se pueda utilizar como instrumento de justicia.

En la idea existe desde los primeros tiempos: en Medina, de los años 624-630, hay una glorificación de las razzias y, en paralelo, en la revelación coránica, su justificación y reglamentación. El Corán, aunque no lo formula de un modo específico, ya que el concepto de yihad, que suele traducirse (impropiamente, a juicio de algunos[¿quién?]) como guerra santa, es en realidad mucho más amplio. En castellano, la palabra árabe «yihād» se traduce como «esfuerzo». De acuerdo con el Corán, la guerra es ante todo la guerra que se libra con la propia alma:

Muchos conflictos actuales son calificados de yihad en su sentido de combate, de guerra y a menudo las acciones terroristas de carácter islamista son calificadas por sus autores del mismo modo, sin embargo, esto no es más que una apropiación indebida y los sabios cualificados del islam no han dejado de negar la legitimidad de tales afirmaciones. Ver https://web.archive.org/web/20120512044841/http://sandala.org/wp-content/uploads/2011/04/2-5-Religion-Violence.pdf http://masud.co.uk/ISLAM/ahm/recapturing.htm http://torevolution.tumblr.com/post/14084730325/islamic-statements-against-terrorism https://web.archive.org/web/20120421095405/http://lansingislam.com/at.htm http://www.webislam.com/articulos/25740-conversacion_con_sheij_hamza_yusuf.html Archivado el 7 de octubre de 2017 en la Wayback Machine.

Otras religiones, como el judaísmo y el sikhismo, también incluyen entre su doctrina el concepto de «guerra santa».

En la religión judía, la expresión Milkhemet Mitzvah (hebreo: מלחמת מצווה, "la guerra por mandamiento") se refiere a una guerra que es a la vez obligatorio para todos los Judíos (hombres y mujeres) y se limita al territorio dentro de las fronteras de la tierra de Israel. Los límites geográficos de Israel y los conflictos con las naciones vecinas se detallan en el Tanaj, la Biblia hebrea, especialmente en Números 34:1-15 y Ezequiel 47:13-20.

Entre 1931 y 1948, el Irgún (en hebreo: ארגון) fue un grupo sionista que operó en el Mandato de Palestina. Es una rama de la anterior y más grande organización paramilitar judía la Haganá. La política de Irgún se basaba en lo que entonces se llamó el sionismo revisionista fundado por. Según Howard Sachar, "La política de la nueva organización se basaba firmemente en las enseñanzas de Jabotinsky: cada Judío tiene el derecho de entrar en Palestina, sólo represalias activo disuadiría a los árabes, y sólo la fuerza armada judía asegurar que el estado judío". Dos de las operaciones para las que es mejor el Irgun, conocidos son el Atentado al Hotel Rey David en Jerusalén, el 22 de julio de 1946 y la masacre de Deir Yassin, llevado a cabo junto con Lehi, el 9 de abril de 1948.



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