La sublevación o motín del Callao tuvo lugar el 5 de febrero de 1824 en la Fortaleza del Real Felipe en el Callao, durante la guerra de la Independencia del Perú, cuando se sublevaron unidades chilenas, grancolombianas, peruanas y argentinas.
El hecho significó la casi desaparición de las fuerzas llevadas al Perú por el general José de San Martín, por lo que el historiador argentino Bartolomé Mitre escribió: quedando así disuelto por el motín y la traición el memorable ejército de los Andes. El general Cirilo Correa asumió luego el comando de los restos de la División de los Andes de la expedición libertadora, reducida a oficiales sin unidades a su mando y un escuadrón del Regimiento de Granaderos a Caballo que combatió en las batallas de Junín y Ayacucho y quedó en la retaguardia en la Batalla de Corpahuaico, regresando sus hombres a Buenos Aires luego de la capitulación realista en Ayacucho. Tras el motín, las unidades chilenas quedaron disueltas por completo en el Perú. El 31 de enero de 1825 mientras aún se mantenía el sitio del Callao, el almirante Manuel Blanco Encalada negoció con el jefe realista Rodil la liberación de 16 oficiales chilenos quienes se encontraban prisioneros en las fortalezas desde el alzamiento de la guarnición.
Los fuertes del Callao se hallaban en poder de los independentistas desde el 21 de septiembre de 1821. Luego de la invasión de Lima llevada a cabo desde Jauja por el ejército realista de José de Canterac, el 18 de junio de 1823, las fuerzas de la ciudad se replegaron a los fuertes del Callao, en donde permanecieron sitiadas hasta el 16 de julio de 1823. Tras la retirada realista, el gobierno peruano con sus fuerzas militares abandonaron el Callao, quedando en la guarnición el Batallón Vargas de la Gran Colombia y unos 100 artilleros chilenos (al mando del coronel Juan Nepomuceno Morla), al mando del coronel Valdivieso. Para combatir a las guerrillas del Norte al mando de José de la Riva Agüero, el 19 de diciembre de 1823 Simón Bolívar mandó salir del Callao al Batallón Vargas con destino a Cajamarca y lo hizo reemplazar por las fuerzas argentinas del Regimiento del Río de la Plata. Estas ingresaron en los fuertes luego de que desertaran muchos soldados en los 6 días que debieron acampar al aire libre hasta la llegada al Callao de la orden de Bolívar. El general Rudecindo Alvarado pasó a ser el gobernador de la plaza.
El Callao permaneció custodiado por unos 2.000 hombres pertenecientes al Regimiento de Infantería del Río de la Plata (al mando del coronel Ramón Estomba), al Batallón N° 11 de los Andes (ambos de las Provincias Unidas del Río de la Plata), al Batallón N° 4 de Chile, a la Brigada de Artillería de Chile y a la Brigada de Artillería Volante del Perú. Eran las unidades remanentes de la División de los Andes, entonces al mando del general Enrique Martínez, que habían subsistido a la batalla de Moquegua. Los 300 soldados chilenos llegados con el coronel José Santiago Aldunate al puerto de Santa se hallaban en el vecino pueblo de Bellavista. La División de los Andes constaba en total el 14 de enero de 1824 de 1.338 hombres.
Diego Barros Arana en su libro Historia general de Chile (pág. 246) menciona las fuerzas de la guarnición:
El Perú independentista se hallaba dividido entre dos gobiernos paralelos en guerra entre sí: uno en Trujillo, al mando de José de la Riva Agüero, y el otro en Lima, al mando de José Bernardo de Tagle. Este último inició negociaciones con los realistas, enviando a Jauja a su ministro de guerra Juan de Berindoaga; públicamente se informó que esas negociaciones buscaban un armisticio, pero en secreto se trató de la entrega del sur peruano al virrey José de la Serna.[cita requerida]
En esos momentos ingresó al Perú el general Simón Bolívar con un gran ejército, por lo que el Congreso del gobierno del sur se apresuró a designarlo dictador; éste aceptó el cargo y sometió al gobierno de Riva Agüero en el norte. Perdidos sus empleos Tagle y Berindoaga, iniciaron intrigas para lograr la entrega del ejército del Sur a los realistas. Para ello ordenaron que el Regimiento de Granaderos a Caballo se dirigiera desde Cañete a Lima y que el coronel Nobajas, jefe del Regimiento Peruano, una vez estallada la sublevación, llevara su regimiento desde Chancay y Supe a Lima.
Entre los 30 prisioneros realistas del Callao se hallaba el coronel José María Casariego, en contacto con los jefes conspiradores; éste logró influir al sargento 1° Dámaso Moyano — mulato mendocino, hijo de esclavos, perteneciente al Regimiento de Granaderos — y al sargento Francisco Oliva, del Batallón N° 11. Estos sargentos instaron a otros sargentos y cabos de la guarnición a sublevarse con el objeto de reclamar la paga de un año que se les debía — 400.000 pesos — y que se les mejorara el suministro de alimentos (o rancho), el cual consistía en arroz podrido con charqui agusanado. Facilitó la disconformidad de la tropa el hecho de que el día anterior a la sublevación se le abonó la paga a jefes y oficiales sin nada para ellos, junto con el conocimiento de que las unidades serían trasladadas al norte del Perú para ponerse a disposición de Bolívar, contrariando su deseo de regresar a Chile y al Río de la Plata. Moyano y Oliva se cuidaron de no revelarles la verdadera intención de la sublevación: la entrega del Callao a los realistas.
El día fijado para la sublevación, el 5 de febrero, Moyano y Oliva montaron las guardias en lugares estratégicos y por la mañana arrestaron a los oficiales que había en la guarnición y a los demás a medida que iban llegando al Callao desde el pueblo cercano, entre ellos al gobernador del Callao, general Rudecindo Alvarado, y el comandante general de Marina, general Pascual Bibero. El Estado Mayor de la División de Los Andes se hallaba establecido en Lima, por lo que los principales jefes pudieron evitar ser apresados por los sublevados. Moyano se autonombró "coronel Jefe del Regimiento y de la Plaza del Callao".
El 10 de febrero, asustados de la reacción patriota que los llevaría al cadalso y sin poder asegurar su autoridad, Oliva y Moyano liberaron y pasaron el mando a Casariego, consumando la traición. Casariego liberó a los prisioneros realistas de las casamatas del Callao y llevó a ellas a los oficiales arrestados custodiados por Oliva —a quien nombró coronel— con dos cañones de metralla y 100 hombres, y órdenes de ametrallar a los prisioneros si intentaban algo. Casariego había logrado convencer a Moyano (a quien nombró brigadier) que serían ejecutados si caían en manos patriotas; en cambio, si se pasaban a los realistas recibirían premios.
Luego ordenó el izamiento de la bandera española en los torreones de la Fortaleza del Real Felipe, el 18 de febrero, y el saludo correspondiente con salvas de artillería. Al constatar el engaño, algunos de los sublevados intentaron reaccionar pero fueron apresados y fusilados inmediatamente por Moyano, a quien Casariego nombró brigadier y Conde de los Castillos. Más tarde se le daría su nombre a una de las fortalezas de la plaza y a un buque corsario. Según la versión de Bartolomé Mitre, entre los fusilados que se negaron a gritar, ¡Viva el rey! se hallaba Antonio Ruiz, alias el Negro Falucho, un esclavo liberto del regimiento del Río de la Plata, quien tampoco quiso arriar la bandera argentina para ser reemplazada por la española, con estas palabras: "Malo será ser revolucionario, pero es peor ser traidor", siendo sus últimas palabras "¡Viva Buenos Aires!". La veracidad de esta anécdota es muy discutida y puesta en duda por varios historiadores.
Desde Lima se enviaron varios emisarios con promesas de indulto; entre ellos, estaba el general Mariano Necochea, los que fueron recibidos por Moyano sin conseguir que depusieran su actitud. Lo mismo relataba el ministro Bernardino Rivadavia al gobernador electo de Buenos Aires, Juan Gregorio de Las Heras:
Mariano Necochea se dirigió al gobierno de Lima el 22 de febrero expresando que junto al Regimiento Río de la Plata y al Batallón N° 11:
Producida la sublevación del Callao, el general Simón Bolívar consideró perdida esa guarnición y la ciudad de Lima, por lo que ordenó desde Pativilca al general Enrique Martínez que sacara de la ciudad el parque y todo lo que fuera útil al ejército. Para auxiliar en esa tarea ordenó al Regimiento de Granaderos a Caballo, que con una fuerza de casi 200 plazas se hallaba en Cañete observando a la división del brigadier José Ramón Rodil situada en Ica, que se replegara a Lima. Cuando el 14 de febrero una columna del regimiento al mando del teniente coronel José Félix Bogado se hallaba en marcha por la pampa de Lurín, se produjo el apresamiento de los oficiales por parte de un grupo de sublevados del propio regimiento. El sargento Orellano tomó el mando de la unidad, nombrando oficiales de entre los cabos y sargentos sublevados, continuando su marcha hacia el Callao.
Al observar Orellano la bandera española en el Callao, se dirigió a sus compañeros:
Unos 100 hombres siguieron a Orellano hacia el Callao, atacando a algunos soldados en Bellavista para romper el cerco al Callao,batalla de Ayacucho.
mientras el resto, según Mitre unos 120 granaderos, siguieron a Bogado a Lima, en donde se hallaban las fuerzas al mando de Necochea continuando a sus órdenes hasta laJunto con otras unidades, entre ellas las chilenas de Aldunate, el remanente de los Granaderos a Caballo marchó a reunirse con las fuerzas de Simón Bolívar, quien los puso bajo las órdenes de Necochea, llegando a Huacho el 3 de marzo. El día 8 se hallaban en Supe esperando ser embarcados hacia Trujillo, pero el 14 pasaron a Huarmey. El día 18 Necochea embarcó hacia Trujillo a 40 granaderos, siguiendo por tierra los otros 70 hacia Casma al mando del comandante Bogado.
El 23 de marzo Bolívar designó a Necochea como comandante general de caballería del Ejército Unido Libertador del Perú, ordenándole:
El 26 de marzo el piquete de Bogado llegó a Huarás, en donde Sucre los destinó a Yungay, marchando el día 30. El piquete embarcado hacia Trujillo quedó al mando del comandante Alejo Bruix, (el 11 de abril Bolívar lo nombró coronel, ad referendum del gobierno argentino) marchando el día 30 a Huamachuco.
El vicealmirante Roberto Bisset con una falúa y tres botes logró incendiar y destruir la escuadra patriota que quedaba en manos realistas, compuesta por las fragatas Huayas y Rosa y 6 buques más.
Todo lo que pudo rescatar Necochea de los almacenes de Lima fue embarcado hacia Trujillo en el puerto de Chorrillo bajo la dirección del teniente coronel fray Luis Beltrán.
Necochea abandonó Lima el 27 de febrero con menos de 500 hombres dirigiéndose al norte con fuerzas de caballería: los granaderos a caballo remanentes de la sublevación, un escuadrón de lanceros del Perú (al mando del montevideano Casto José Navajas), y varios piquetes de caballería de Húsares y otros cuerpos. La fuerza siguió por Chancay, Huacho y Huaurá, alcanzando Supe 4 o 5 días después
El 16 de marzo en Supe se sublevaron los lanceros del Regimiento Peruano de la Guardia, al mando del coronel Navajas, siendo su segundo el comandante Juan Ezeta. Los 89 soldados y 11 oficiales regresaron a Lima para plegarse a los realistas, actuando de acuerdo a las órdenes que tenía encomendadas por Tagle, quien para entonces ya se había pasado abiertamente al bando realista. En la cuesta de Pasamayo el sargento Yepes y 26 hombres lograron separarse de la columna y unirse con los patriotas, luego de otras deserciones en Ancón, Navajas llegó al Callao con 60 hombres. Gamarra reunió a los dispersos y los remitió por mar a Huacho.
El comandante de Chancay José Caparroz, ex realista, se pronunció contra los patriotas el 6 de abril, siendo derrotado por el coronel Velazco el 11 de julio. Pero fuerzas realistas de Lima enviadas en auxilio de Caparroz derrotaron a Velazco en Copacabana al día siguiente.
Otros pronunciamientos y deserciones ocurrieron en favor de los realistas, el 21 de abril el comandante Aldao desertó con su guerrilla y en Pataz fue reprimida una sublevación.
El general Bolívar encomendó al coronel argentino Félix Olazábal la misión de parlamentar con los sublevados, pero éstos lo tomaron prisionero y posteriormente lo liberaron.
Una vez que triunfó la sublevación, el brigadier realista José Ramón Rodil envió desde Pisco al comandante Isidro Alaix quien a bordo de una lancha logró burlar el bloqueo de la escuadra patriota y desembarcar en el Callao para hacerse cargo de la plaza. Al tener conocimiento de los hechos el mariscal José de Canterac envió desde Jauja una fuerte división de su ejército al mando del general Juan Antonio Monet, compuesta de los batallones de infantería Cantabria, 1.º y 2.º del Real Infante Don Carlos, 1.º del Imperial Alejandro, el regimiento de caballería Dragones de la Unión y tres piezas de artillería con sus respectivos servidores. El 27 de febrero esta fuerza se reunió en Lurín con el batallón Arequipa y los Dragones de San Carlos que mandaba el brigadier Rodil y sumando juntas unos 3.500 hombres convergieron a la capital, luego de vencer la resistencia de las montoneras del coronel Alejandro Huavique en Condevilla, entrando en el Callao el día 29 de febrero. Dejó allí al mando al brigadier Rodil desde el 1 de marzo y al brigadier Mateo Ramírez al mando de Lima, ciudad que mantuvieron hasta el 5 de diciembre. El virrey nombró a Rodil Gobernador de los Castillos y Comandante General de la Provincia de Lima. Tagle se unió luego a ellos, muriendo después durante el sitio del Callao, lo siguieron el vicepresidente Diego Aliaga y el presidente del Congreso peruano José María Galdiano. Monet proclamó un indulto general que posibilitó que muchos peruanos de Lima se sumaran a su causa, reclutando 900 soldados cívicos en la capital.
El 8 de marzo la división de Monet abandonó Lima llevando consigo a 160 oficiales patriotas prisioneros tomados en el Callao, los cuales fueron posteriormente despachados a la isla de Los Prisioneros en el lago Titicaca, fusilando Monet el 21 de marzo a los oficiales Juan Antonio Prudán y Domingo Millán, sorteados para morir luego de un intento de fuga en Matucana. Los soldados pasados del Regimiento de Granaderos a Caballo fueron incorporados a la caballería realista que mandaba el brigadier Ramón Gómez de Bedoya.
La guarnición al mando de Rodil, formada por los batallones Arequipa, 2.º del Real Infante y Rio de la Plata, se sostuvo en las fortalezas hasta la capitulación del 23 de enero de 1826, de los 2800 hombres con los que contaba al inicio, le quedaban 376 en estado de manejar un arma.
Los sublevados que fueron apresados durante el resto de la guerra, fueron fusilados a medida en que se los capturaba. El 6 de febrero de 1825 arribaron al puerto de San Carlos en Chiloé la fragata Trinidad y la goleta Real Felipe, transportando a sublevados del Callao que fueron puestos a salvo al ser embarcados desde la caleta de Quilca, debido a que no podían ser comprendidos en la Capitulación de Ayacucho.
En marzo de 1824 llegaron a Trujillo los oficiales del Ejército de los Andes que habían quedado sin fuerzas a su mando luego de la sublevación, presentándose al Estado Mayor Libertador del ejército de Bolívar, siendo distribuidos en varios cuerpos.
El 13 de febrero de 1825 regresó a Buenos Aires el escuadrón de Granaderos a Caballo con 10 jefes, 32 sargentos y cabos y 44 soldados al mando del coronel Bogado, junto con ellos llegaron los sargentos Francisco Molina, Matías Muñoz y José Manuel Castro, quienes fueron juzgados en consejo de guerra el 2 de noviembre y ahorcados en la Plaza del Retiro el 25 de noviembre de 1826.
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