Sarraceno es uno de los nombres con los que la cristiandad medieval denominaba genéricamente a los árabes o a los musulmanes. Las palabras «islam» y «musulmán» no se introdujeron en las lenguas europeas hasta el siglo XVII, utilizándose antes expresiones como «ley de Mahoma», mahometanos, ismaelitas, agarenos, moros, etc.
La etimología del término es confusa. El DRAE recoge que la palabra castellana «sarraceno» deriva de la latina sarracēni, y esta de la aramea rabínica sarq[iy]īn, que significa «habitantes del desierto» (de srāq, «desierto»). Otras fuentes la hacen derivar del término griego Σαρακηνός (transcrito sarakenós), y este del árabe شرقيين (transcrito sharqiyyin), que significa «orientales».
Mientras que el DRAE recoge como primera acepción que los sarracenos son los naturales de la Arabia Feliz (aproximadamente el actual Yemen, al sureste de la península arábiga), otras fuentes indican que el término sarakenoi es por el que se conocía en la Antigua Grecia a las tribus nómadas del centro y norte de Arabia, a quienes los romanos, establecidos en la provincia de Arabia Pétrea (aproximadamente la actual Jordania), denominaban en latín sarraceni. En las reseñas de la vida de san Moisés de Egipto (siglo II), se indica que «A petición de Mauvia, reina de los sarracenos, fue obispo y apóstol de esa nación».
Autores cristianos altomedievales como Juan Damasceno (hacia 730) e Isidoro de Sevilla (hacia 630) proponen una etimología derivada del personaje bíblico Sara, casada con Abraham, que hizo desterrar a Agar y al hijo de esta, Ismael, de cuyo linaje descenderían los árabes, «con las manos vacías» (ek tes Sarras kenous).
La primera fuente datable del uso del término es la Geographia de Claudio Ptolomeo (siglo II), que nombra Sarakene a la región entre Egipto y Palestina que comprende el norte del Sinaí, llamada así por la ciudad de Saraka. Ptolomeo también menciona al pueblo de los sarakenoi, que habitaban el noroeste de Arabia.
Hipólito de Roma, el Libro de las Leyes de los Países (o Diálogo del Destino, del gnóstico sirio Bardaisan o de uno de sus discípulos) y Uranius mencionan tres pueblos distintos en Arabia hacia la primera mitad del siglo III: los saraceni, los taeni y los árabes. Esos taeni, más tarde identificados con la tribu árabe Tayyi, se localizaban en torno al oasis de Khaybar, en dirección al Éufrates, mientras que los saracenoi se situaban al norte de aquellos. Estos sarracenos localizados en el Hejaz septentrional aparecen como un pueblo con cierta capacidad militar y opuestos al Imperio romano, que los caracteriza como barbaroi (bárbaros). Se describen en una Notitia Dignitatum datada en tiempo de Diocleciano (siglo III), como componentes de diferentes unidades del ejército romano, distinguiendo entre árabes, liluturaenos y sarracenos. Los sarracenos aparecen formando la caballería pesada (equites) de Fenicia y Thamud. En una praeteritio, los enemigos derrotados por Diocleciano en su campaña del desierto sirio se describen como sarracenos. En otros informes militares del siglo IV (guerras Romano-Sasánidas) no se mencionan árabes, sino sarracenos involucrados en batallas tanto al lado de los persas como de los romanos en lugares tan lejanos como Mesopotamia.
La Historia Augusta incluye un resumen de una carta de Aureliano al Senado romano que se refiere a Zenobia, reina de Palmira, en estos términos: «Debo decir que tal es el miedo que esta mujer inspira en los pueblos del este y también en los egipcios, que ni los árabes ni los sarracenos ni los armenios se mueven contra ella». Una crónica bizantina primitiva sobre los sarracenos en el mismo contexto es la escrita por Ioannes Malalas (siglo VI). La diferencia entre ambas fuentes es que Malalas ve a los palmiranos y a todos los habitantes del desierto sirio como sarracenos, y no como árabes, mientras que la Historia Augusta ve a los sarracenos como distintos de los súbditos de Zenobia, ni palmiranos ni árabes. Ammianus Marcellinus (finales del siglo IV), historiador de Juliano el Apóstata, escribe que el término sarraceno designa a los «habitantes del desierto» sirio, en sustitución del término arabes scenitae. En tiempos posteriores a Amiano, los sarracenos serían conocidos como guerreros del desierto. El término sarraceno se hizo popular tanto en la literatura griega como la latina, y con el tiempo se confundió con el de árabe e incluso con el de asirio, arrastrando definitivamente connotaciones negativas.
Los términos persas correspondientes a «sarraceno» son tazigan y tayyaye, que Esteban de Bizancio (siglo VI) sitúa en la capital lakhmida de Al-Hirah.
Eusebio de Cesarea nombra a los sarracenos en su Historia Ecclesiastica, cuando cita una carta de Dionisio de Alejandría en la que este describe la persecución de Decio: «Muchos fueron, en la montaña de Arabia, esclavizados por los bárbaros sarkenoi». La Historia Augusta (hacia el año 400) refiere un ataque de ciertos saraceni, de los que no da más información, al ejército de Pescenio Niger en Egipto que ocurrió el año 193.
En las fuentes francesas medievales, el término sarrasins tiene una peculiar aplicación que surge a partir de la invasión musulmana rechazada en la batalla de Poitiers (732) y la fijación de marcas fronterizas por el Imperio Carolingio. En este contexto se acabó por denominar de forma imprecisa como sarracenos a cualquiera de los enemigos exteriores de religión no cristiana, a los que también se designaba, de forma igualmente impropia, como paganos. Entre ellos estaban no solo los musulmanes de Al-Ándalus o Sicilia, sino poblaciones europeas cuyas peculiares manifestaciones religioso-culturales eran interpretadas como una vuelta al paganismo o una resistencia a la cristianización, como la de Arpitania, en los Alpes. El caso de los vascos es aún más confuso, puesto que son explícitamente confundidos con los musulmanes del valle del Ebro en la Chanson de Roland (siglo XI) al reflejar la batalla de Roncesvalles (778).
El uso peyorativo en castellano se refleja en la expresión sarracina, que además de sinónimo de sarracena significa «pelea entre muchos, especialmente cuando es confusa o tumultuaria», o «riña o pendencia en que hay heridos o muertos».
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