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Ío (mitología)



En la mitología griega, Io o Ío (en griego antiguo, Ίώ), a veces escrita en castellano antiguo como Ioo o Yoo es una doncella de Argos, sacerdotisa de la diosa Hera e hija de Ínaco y Melia, que fue una de las amantes de Zeus. Otras versiones la hacen hija de Yaso, rey de la ciudad o de Pirén.

El dios Zeus se le presentaba en sueños incitando a que le entregara su cuerpo en el lago de Lerna.[1]​ Cuando la joven le contó esto a su padre, Ínaco fue a consultar al oráculo, que le aconsejó que la expulsara de su casa o Zeus aniquilaría con su rayo a toda su estirpe. Ínaco obedeció y fingió no saber nada de su hija, pero al poco tiempo se arrepintió y envió a Cirno para que la buscase. Este llegó hasta el Quersoneso de Caria, y al no encontrarla se instaló allí por miedo a regresar sin cumplir su misión, fundó una ciudad y se convirtió en rey de parte del territorio.[2]​ Lo mismo ocurrió con Lirco, enviado también por Ínaco y que terminó habitando en Caria y casándose con la hija del rey Cauno.[3]

Mientras tanto, Io se había entregado a Zeus, pero fueron sorprendidos por Hera, que vigilaba a su marido carcomida por los celos. El dios, para salvar a la joven, la convirtió en una ternera blanca. Hera exigió a su esposo que se la entregase y ordenó al gigante de cien ojos Argos Panoptes que la vigilara.

Zeus, a su vez, encargó a Hermes que rescatase a su amada. Lo guio transformado en pájaro hasta el árbol donde Argos la tenía atada y Hermes durmió al guardián con su flauta, matándolo con una piedra afilada cuando se cerraron todos sus ojos. En recompensa por sus servicios Hera puso los ojos de su servidor en la cola del pavo real, su pájaro favorito, y clamó venganza. Ató a los cuernos de la ternera un tábano que le picaba sin cesar y que la obligó a huir corriendo por el mundo sin rumbo fijo. Así atormentada atravesó el mar Jónico, que recibió de ella su nombre, recorrió Iliria, Tracia y el Cáucaso, donde encontró a Prometeo encadenado y prosiguió por África, topándose con las Grayas y las gorgonas. En su huida cruzó el estrecho de Bósforo, al que dio nombre (βοῦς bus= 'buey' y φόρος fóros= 'transporte, pasaje').

El final del viaje fue Egipto, donde encontró descanso y fue devuelta a la condición de mujer por las caricias de Zeus. De ambos nació Épafo, a orillas del Nilo. Entonces Hera ordenó a los curetes que le trajeran al recién nacido. Habiéndolo conseguido, fueron castigados por Zeus, que los aniquiló por cumplir las crueles órdenes de su esposa. Entonces comenzó la segunda peregrinación de Io, esta vez en busca de su hijo. Lo encontró por fin en Siria, donde lo amamantaba Astarté o Saosis, la esposa del rey Malcandro de Biblos.

Ya con su hijo en brazos, regresó a Egipto, donde se casó con Telégono, que gobernaba entonces esa región. Por esto Épafo llegó a heredar la corona del país del Nilo, siendo, según el mito, el fundador de la ciudad de Menfis y el ancestro común de los libios, los etíopes, y de gran parte de los reinos griegos.

También Io era la ascendiente de la estirpe de los bizantinos, a través de Ceróesa, la hija que tuvo de Zeus en el lugar donde posteriormente se levantaría esta ciudad.

Io construyó una estatua de la diosa Deméter, que en Egipto era llamada Isis. Con el tiempo ella misma recibió ese nombre, y terminó siendo deificada por su amante Zeus. Se le atribuía un gran conocimiento de las hierbas medicinales, incluida la de la inmortalidad.

Por el simbolismo de su historia, Io se identifica con la diosa egipcia Isis, y con la Astarté fenicia, mezclándose atributos e historias de las tres.

Según relata Heródoto en su obra Historias, los persas sostenían la tradición de que Io había sido raptada al subir a un barco mercante fenicio cuando, junto a otras mujeres, compraba mercancías. Los griegos, para vengar el rapto de Io, raptaron a su vez a la princesa Europa, hija del rey de Tiro, y después a Medea, hija del rey de la Cólquide. El último rapto fue el de Helena de Esparta, detonante de la guerra de Troya. Estos raptos míticos eran considerados causa de la enemistad entre griegos y persas.[4]

El mito fue tratado en castellano por Manuel Bravo de Velasco, quien en 1641 publicó la Fábula de Júpiter y Io en octavas reales; Jerónimo de Cáncer y Velasco incluyó en sus Obras varias poéticas la Fábula de Io y Júpiter, ya en tono burlesco. Alonso de Castillo Solórzano continuó ese tono burlesco en la Canción de Io cuando la desterró Juno poniéndole tábanos en la cola, transformada en vaca. José María de Cossío habla también de dos romances anónimos de Io y Siringa, que se encuentran en un mismo manuscrito de la Biblioteca Nacional de España (Ms. 3.815, pp. 65 y 70). «Uno y otro se caracterizan por el predominio del ingenio y del concepto, que les hace ejemplares de una corriente conceptista, más frecuente en poemas burlescos que en los que la materia mitológica está tratada en serio», apunta Cossío.[5]​ Hay también una Fábula burlesca de Júpiter y Io de Juan del Valle y Caviedes y una zarzuela, Júpiter y Yoo de 1699, con música de Sebastián Durón y letra del conde de Clavijo.[6]

Juno descubriendo a Júpiter con Ío es un cuadro del pintor Pieter Lastman, realizado en 1618, que se encuentra en la National Gallery de Londres. Lastman, maestro de Rembrandt, lo pintó en Ámsterdam, como casi toda su obra. Otros artistas como Correggio en su obra Júpiter e Ío, Rubens, Ambrogio Figino o Andrea Schiavone trataron el tema.



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