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Albert Camus



Albert Camus (Acerca de este sonido /alˈbɛʁ kaˈmy/ ; Mondovi, Argelia francesa, 7 de noviembre de 1913-Villeblevin, Francia, 4 de enero de 1960) fue un novelista, ensayista, dramaturgo, filósofo y periodista francés nacido en Argelia. Su pensamiento se desarrolla bajo el influjo de los razonamientos filosóficos de Schopenhauer, Nietzsche y el existencialismo alemán.

Se le ha atribuido la conformación del pensamiento filosófico conocido como absurdismo, si bien en su texto «El enigma» el propio Camus reniega de la etiqueta de «profeta del absurdo». Se le ha asociado frecuentemente con el existencialismo, aunque Camus siempre se consideró ajeno a él.[2]​ Pese a su alejamiento consciente con respecto al nihilismo, rescata de él la idea de libertad individual.

Formó parte de la resistencia francesa durante la ocupación alemana, y se relacionó con los movimientos libertarios de la posguerra. En 1957 se le concedió el Premio Nobel de Literatura por «el conjunto de una obra que pone de relieve los problemas que se plantean en la conciencia de los hombres de la actualidad».

Nació en una familia de colonos franceses (pieds-noirs) dedicados al cultivo de anacardo en el departamento de Constantina. Su madre, Catalina Elena Sintes, nació en Birkadem (Argelia) y su familia es originaria de San Luis (Menorca). Su padre, Lucien Camus, trabajaba en una finca vitivinícola cerca de Mondovi para un comerciante de vinos de Argel, y era de origen alsaciano, como muchos otros pieds-noirs que habían huido tras la anexión de Alsacia por Alemania después la guerra franco-prusiana. Movilizado durante la Primera Guerra Mundial, fue herido en combate durante la batalla del Marne y falleció en el hospital de Saint-Brieuc el 17 de octubre de 1914, hecho que propició el traslado de la familia a casa de la abuela materna en Argel. Quedó huérfano de padre antes de cumplir el año. De su progenitor, solo conservó una fotografía y una significativa anécdota: su señalada repugnancia ante el espectáculo de una ejecución capital.

Su niñez transcurrió en uno de los barrios más pobres de Argel, y con ausencia absoluta de libros y revistas. Gracias a una beca que recibían los hijos de las víctimas de la guerra, pudo comenzar a estudiar y a tener los primeros contactos con los libros. En medio de dificultades económicas, cursó su primaria y culminó el bachillerato.

En Argel realizó sus estudios en la escuela primaria y fue alentado por sus profesores, especialmente Louis Germain, a quien guardó total gratitud, hasta el punto de dedicarle su discurso del Premio Nobel,[3][4]​ y Jean Grenier, en el instituto, quien lo inició en la lectura de los filósofos, y especialmente le dio a conocer a Nietzsche. En esta época se interesó por las actividades deportivas, especialmente el fútbol, la natación y el boxeo. Fue portero del equipo juvenil de la Racing Universitaire d'Alger de 1928 a 1930. En este último año, sin embargo, comenzó a sufrir ataques de tuberculosis, lo cual detuvo su vida deportiva, y por un tiempo, también sus estudios.[5]

Posteriormente estudió filosofía y letras y se graduó con una tesis sobre la relación entre el pensamiento clásico griego y el cristianismo a partir de los escritos de Plotino y san Agustín.[6]​ Fue rechazado como profesor a causa de su avanzada tuberculosis, por lo que se dedicó al periodismo como corresponsal del Alger Républicain. En 1939 se presentó al ejército como voluntario, pero no le aceptaron por su delicada salud.

Comenzó a escribir a muy temprana edad: sus primeros textos fueron publicados en la revista Sud en 1932. Dos años antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial, Camus fue periodista del Alger Républicain. Ahí publicó distintos artículos que analizan la situación social de los musulmanes en la región de Cabilia. Estos artículos, publicados posteriormente en Actuelles III (1958), llamaron la atención con respecto a las muchas injusticias que posteriormente desencadenaron la Guerra de Argelia de 1954. Camus se relacionó más con corrientes humanitarias, más que político-ideológicas, y sostenía la importancia del papel de Francia en Argelia, aunque no ignoraba las injusticias coloniales.[6]

En 1934, contrae matrimonio con Simone Hié, pero el matrimonio termina rápidamente por infidelidades de ambas partes. En el año 1935, comenzó a escribir El revés y el derecho, el cual fue publicado dos años más tarde. En esta primera publicación, describe la situación de su vida en los años de su niñez, y retrata figuras importantes para él, como son su madre, su tío y su abuela.[6]​ En Argel funda el Teatro del Trabajo,[7]​ que en 1937 reemplaza por el Teatro del Equipo, el cual buscaba llevar obras de calidad a las clases trabajadoras. En 1938 publicó Nupcias, obra conformada por una serie de meditaciones líricas sobre el campo de Argelia; presenta la belleza natural como una forma de riqueza que todo ser humano, hasta el más pobre, puede disfrutar.[8]​ En esos años, Camus abandona el Partido Comunista por serias discrepancias, como el Pacto germano-soviético y su apoyo a la autonomía del PC de Argelia respecto al Partido Comunista Francés.

Entra a trabajar en el Diario del Frente Popular, creado por Pascal Pia: su investigación La miseria de la Kabylia tiene un resonante impacto. En 1940, el Gobierno General de Argelia prohíbe la publicación del diario y maniobra para que Camus no pueda encontrar trabajo. Él emigró entonces a París y trabajó como secretario de redacción en el diario Paris-Soir. Este mismo año, se casó con Francine Faure, pianista y matemática. Con ella tuvo un par de mellizos, Catherine y Jean. Al poco tiempo, mantuvo un amorío público con la actriz española María Casares que duró dieciséis años,[9]​ con una breve interrupción de dos años.[10]​ A pesar de las numerosas aventuras extramatrimoniales de Albert Camus, él y su segunda esposa (Francine Faure), siempre se amaron [Catherine Camus - L'Obs, 20 de noviembre de 2009].[11][12]​ En 1942, publicó su primera novela El extranjero. Ese mismo año, publicó El mito de sísifo, donde desarrolla sus ideas sobre el absurdo.[13]​ En 1943, trabajó como lector de textos para Gallimard, importante casa editorial parisina, y tomó la dirección de la publicación de resistencia Combat cuando Pascal Pia fue llamado a ocupar otras funciones en el movimiento contra los alemanes.

En la posguerra, tras la salida de los alemanes, siguió editando esta publicación, la cual mantuvo una postura independiente de izquierda, basada en los ideales de justicia y verdad.[6]​ En 1944 y 1945, respectivamente, escribió las obras El malentendido y Calígula, ambas consideradas como teatro del absurdo. En 1947 publicó su segunda novela, La peste.

El anarquista Andre Prudhommeaux lo introdujo en 1948 al movimiento libertario, en una reunión del Círculo de Estudiantes Anarquistas, como simpatizante que ya estaba familiarizado con el pensamiento anarquista. Camus escribió a partir de entonces para publicaciones del movimiento; fue articulista de Le Libertaire (precursor inmediato de Le Monde libertaire), Le révolution proletarienne y Solidaridad Obrera (de la CNT). En 1949 viaja a América del Sur (Brasil, Argentina y Chile). Camus, junto a los anarquistas, expresó su apoyo a la revuelta de 1953 en Alemania Oriental.

En 1951, publicó su ensayo El hombre rebelde, el cual provocó el antagonismo de críticos marxistas y otros teóricos cercanos al marxismo, como Jean-Paul Sartre.[14]

En esta época comenzó a apoyar distintos movimientos anárquicos, primero a favor del levantamiento de los trabajadores en Poznan, Polonia, y luego en la Revolución húngara. Fue miembro de la Fédération Anarchiste.

En 1956, en Argel, Camus lanzó su «Llamada a la tregua civil», pidiendo a los combatientes del movimiento independentista argelino y al ejército francés, enfrentados en una guerra sin cuartel, el respeto y la protección sin condiciones para la población civil. Mientras leía su texto, afuera, una turba heterogénea lo injuriaba y pedía su muerte a gritos. Para él, en aquella guerra, su lealtad y su amor por Francia no impedía el cabal conocimiento de la injusticia que vivía el pueblo argelino, depauperado y humillado, como tampoco podía impedir su amor por Argelia que se reconociera deudor de una lengua, una cultura y una sensibilidad política y social indisolublemente unidas a Francia.

Al margen de las corrientes filosóficas, Camus elaboró una reflexión sobre la condición humana. Rechazó la fórmula de un acto de fe en Dios, en la historia o en la razón, por lo que se opuso simultáneamente al cristianismo, al marxismo y al existencialismo. No dejó de luchar contra todas las ideologías y las abstracciones que alejan al hombre de lo humano. Lo definió como la filosofía del absurdo. Fue un convencido anarquista, y dedicó parte importante de su libro El hombre rebelde a exponer y cuestionar sus propias convicciones, y demostrar lo destructivo de toda ideología que proponga una finalidad en la historia.

En 1956 publicó La caída, y en 1957 la colección de cuentos El exilio y el reino. Este mismo año obtuvo el Premio Nobel de Literatura, a los cuarenta y cuatro años de edad.[15]​ Camus murió el 4 de enero de 1960 en un accidente de coche cerca de Le Petit-Villeblevin, sobre cuyas causas se han publicado posteriormente especulaciones no confirmadas sobre la implicación del KGB en el accidente.[16][17][18]​ El auto colisionado, un Facel Vega Facellia FV3B, era conducido por su editor y amigo Michel Gallimard, este hecho se prestó a especulaciones sobre la naturaleza accidental de su trágico fin. En el momento de su muerte, Camus había planeado viajar en tren, con su esposa e hijos, pero a última hora aceptó la propuesta de su editor para viajar con él. Entre los papeles que se le encontraron, había un manuscrito inconcluso, El primer hombre, de fuerte contenido autobiográfico. Camus fue enterrado en Lourmarin, pueblo del sur de Francia.

A través de sus escritos, Camus explora la condición humana de aislamiento dentro de un universo que llega a parecer ajeno, el extrañamiento del ser humano hacia sí mismo, el problema del mal y la fatalidad de la muerte. Se considera que su pensamiento representa la desilusión de los intelectuales en la época de la posguerra. Sin embargo, aunque entendía el nihilismo de muchos de sus contemporáneos, defendía valores como la libertad y la justicia. En sus últimos trabajos, esbozó un humanismo liberal que rechazaba los aspectos dogmáticos del cristianismo y el marxismo.[19]​El hombre siempre se encuentra en una «condición absurda», en «situaciones absurdas». Camus afirmó en 1956, en una entrevista publicada por Le Monde: «No creo en Dios, es verdad. Y, sin embargo, no soy ateo. Incluso me siento inclinado, con Benjamin Constant de Rebecque, a ver en la irreligión algo de vulgar y de..., sí, de deteriorado».[20][21]

Esta idea del absurdo presupone que el ser humano busca un significado del mundo, de la vida humana y de la historia, el cual sustente sus ideales y valores. Se desea la seguridad de que la realidad es un proceso teleológico inteligible, que contiene un orden moral objetivo. Puesto en otras palabras, se busca una certeza metafísica de que la vida es parte de un proceso inteligible direccionado a un objetivo ideal, y que detrás de los valores personales se encuentra el sustento del universo o de la realidad como totalidad.[22]

Los líderes religiosos y los creadores de sistemas y visiones del mundo metafísicos han tratado de saciar esta necesidad. Pero sus interpretaciones del mundo no se sostienen ante la crítica. El mundo se revela, para un ser humano sensible, sin ningún propósito o significado determinado. El mundo no es racional. De ahí surge el sentimiento del absurdo (le sentiment de l'absurde).[6]

Hablando estrictamente, el mundo no es absurdo por sí mismo: simplemente es. “El absurdo surge de la confrontación entre la búsqueda del ser humano y el silencio irracional del mundo”.[23]​ Lo llama “nostalgia irracional y humana”, y ocurre cuando nuestra necesidad de significado se quiebra ante la indiferencia del mundo, inamovible y absoluta. Por lo tanto, el absurdo no es un estado autónomo; no existe en el mundo, sino que surge del abismo que nos separa de él.[24]

Este sentimiento puede manifestarse de distintas maneras, como por ejemplo: la percepción de la indiferencia de la naturaleza ante los valores y los ideales del ser humano, la consciencia de la fatalidad de la muerte, o el impacto provocado por la percepción del sinsentido de la cotidianidad.[25]​ Camus exhorta a la exploración de este silencio como búsqueda de verdad, aunque en ella se vuelva más latente el silencio del mundo. “Buscar lo que es verdad no es buscar lo que se desea”.[26]

Camus trata frecuentemente el problema del suicidio. Esta acción, sin embargo, no es la acción recomendada por Camus. En su opinión, el suicidio es rendirse ante el absurdo. La dignidad humana se rebela cuando se vive en la consciencia del absurdo, y aun así uno se rebela contra él a través de un compromiso con sus propios ideales. Él deja claro que el hecho de que cada persona pueda encontrar sus propios valores, no quiere decir que se recomiende el crimen: “Si todas las experiencias son indiferentes, la experiencia del deber es tan legítima como cualquier otra. Uno puede ser virtuoso por capricho”.[27]

Camus sostenía el origen humano de todo juicio moral. Él, aunque no aceptaba para sí mismo el cristianismo, lo reconocía como una forma válida de significar al mundo; rechazaba la institución de la Iglesia, a la cual consideraba alejada de su inspiración original. Sin embargo, pensaba que la moralidad, en tanto que humana, debe separarse del pensamiento religioso: “Cuando el hombre somete a Dios a un juicio moral, lo mata en su corazón”.[28]

Estaba convencido de que el hombre no puede vivir sin valores; si uno elige vivir, por ese mismo hecho afirma un valor, el que la vida vale la pena de ser vivida o que puede hacerse digna de ser vivida.[29]

Camus tenía una fuerte preocupación por la libertad humana, la justicia social, la paz y la eliminación de la violencia. El ser humano se puede rebelar contra la explotación, la opresión, la injusticia y la violencia, y por el mismo hecho de su rebeldía afirma los valores en cuyo nombre se vuelve rebelde. Una filosofía de la revuelta, por lo tanto, tiene una base moral, y si esta base es negada, ya sea explícitamente o en nombre de cierta abstracción como el movimiento de la historia, lo que comienza como rebeldía y expresión de la libertad, se torna en tiranía y en la supresión de esta.[30]​ Para Camus, al igual que la rebeldía, toda acción política debe tener una base moral sólida.[31]

Estaba convencido de que el sentimiento del absurdo, tomado por sí mismo, puede ser usado para justificar cualquier cosa, incluido el crimen o el asesinato. “Si uno no cree en nada, y nada tiene sentido, si no podemos encontrar ningún valor, todo está permitido y nada es importante [...]. Uno es libre de atizar el fuego crematorio o dar la vida al cuidado de los leprosos”.[32]

La rebeldía presupone el compromiso hacia ciertos valores, los cuales se pueden asumir a pesar de la consciencia de que son una creación humana. A pesar de que se sepa que son una construcción, cuando uno se rebela ante la opresión o la injusticia, uno asume los valores de libertad y justicia. En otras palabras, en Camus el absurdo cósmico tiende a quedar en segundo plano; de su pensamiento surge un idealismo moral, el cual insiste en libertad y justicia para todos. Él busca crear consciencia de la opresión que se oculta en los ideales y en los sistemas de pensamiento que se dan a conocer como la verdad esencial del mundo.[33]

La rebelión es, para Camus, entonces, una de las dimensiones esenciales del hombre. «A menos que huyamos de la realidad, estamos obligados a encontrar en ella nuestros valores. ¿Se puede, lejos de lo sagrado y de sus valores absolutos, encontrar la regla de una conducta? Tal es la pregunta que plantea la rebelión».[34]​ El hombre rebelde es «el hombre situado antes o después de lo sagrado, y dedicado a reivindicar un orden humano en el que todas las respuestas sean humanas, es decir, razonablemente formuladas».[35]​ Así pues, la rebeldía es opuesta a lo sagrado en el sentido de que en este funciona a través de certeza, pero por el carácter no esencial y humano de los valores, la rebeldía se basa en la interrogación.[36]

Camus se mostraba en contra de la sociedad burguesa, pero sostenía que la rebeldía contra el orden existente puede llevar a la opresión. Pensaba que el ser humano no puede jugar el papel de espectador de la historia como totalidad, pero que ninguna empresa histórica es más que un riesgo en el que se ofrece cierto grado de justificación racional.[37]​ Así que, si el nihilismo absoluto puede ser usado para justificar cualquier cosa, el racionalismo absoluto puede ser usado para lo mismo: “No hay diferencia entre estas dos actitudes. Desde el momento en que son aceptadas, la tierra se convierte en desierto”.[38]

Por lo tanto, ninguna acción política puede usarse para justificar los excesos de una posición absolutista. Matar y oprimir en nombre del movimiento de la historia o de algún futuro ideal son injustificados. Camus buscaba alejarse de las posturas absolutas y buscar la moderación, ya que “la libertad absoluta es el derecho que usan los más fuertes para dominar y prolongar la injusticia”, así como “la justicia absoluta se alcanza a través de la supresión de toda contradicción: por lo tanto, destruye la libertad”.[6]

Entonces, es en nombre de los seres humanos vivos y no en nombre de la historia o de algún ideal de vida futura que se realiza la rebeldía contra la injusticia y la opresión: “Toda generosidad hacia el futuro reside en darlo todo al presente”.[39]

Su filosofía de la revuelta está principalmente preocupada por los valores morales y el desarrollo de una responsabilidad moral; él insiste en que, aunque el rebelde debe actuar porque cree que es lo correcto, también puede actuar reconociendo que podría estar equivocado. Pensaba que el comunismo no pensaba en esta posibilidad, y buscaba, más bien, una sociedad abierta, en que la pasión por la revuelta y el espíritu de moderación estén en tensión constante. Siempre, sin embargo, dio prioridad a la reducción de la violencia.[37]

Lo anterior vuelve problemática dicha fidelidad o compromiso hacia los ideales personales. ¿Cómo mantener el compromiso hacia ellos cuando se sabe que se puede estar equivocado? Camus pensaba que el origen de la fidelidad se encuentra en la consciencia de que un mundo sin significado lleva a la humanidad a luchar contra este vacío, y que se necesita fuerza, sacrificio y energía para llevar a cabo esta revuelta.[40]​ De esta protesta esencial surge la solidaridad y el compromiso con los valores personales, ya que «el hombre necesita exaltar la justicia para luchar contra la injusticia, y crear felicidad para rebelarse contra un universo de infelicidad».[41]​ Para Camus, sin embargo, «la fidelidad no es, por sí misma, una virtud».[6]

Como base de la rebeldía social y política, entonces, se encuentra la rebeldía metafísica, definida como «el movimiento por el cual un hombre se alza contra su condición y la creación entera».[42]​ El rebelde metafísico invoca de manera implícita un juicio de valor en nombre del cual niega su aprobación a la condición que le ha sido impuesta. Él se alza contra un mundo destrozado para reivindicar su unidad.[43]

En el desarrollo del problema del absurdo, de la moralidad y de la revuelta, Camus conjunta el compromiso y una postura de distanciamiento. Este distanciamiento lo hace mantener una actitud crítica frente a distintas formas de poder político y económico; por lo tanto, su rebeldía tenía una base moral, más que política.[44]

Camus se relaciona con Sartre en el sentido de que ambos defienden el sinsentido del mundo y de la historia humana (pues no hay un objetivo o propósito que es dado independientemente al ser humano); sin embargo, él no es el origen del pensamiento de Camus. Quien puede ser considerado como su influencia principal es Nietzsche. Camus sostenía que este filósofo representaba el advenimiento del nihilismo, y que pudo ver al ser humano como el único ser capaz de apropiarse de este nihilismo.[45]

Sin embargo, Camus no es considerado meramente nietzscheniano; por un lado, se preocupó por la injusticia en las sociedades de manera más intensa que el filósofo alemán, y por otro, aunque nunca abandonó la idea de que el mundo no tiene un significado último, cada vez se centró más en la idea de rebeldía contra la crueldad y la opresión, lucha que opacó a la revuelta contra la condición humana como tal, concebida como falta de sentido.[6]

Camus desarrolló sus ideas a través de la creación literaria y de una serie de ensayos que se alejan de las normas de escritura meramente filosófica. En esta sección, se nombran algunos de sus textos no ficcionales más sobresalientes.

Es una serie de ensayos sobre su vida en Argelia y algunos viajes que realizó en su juventud. Camus considera que esta obra de juventud es el germen del pensamiento que desarrollaría a lo largo de su vida. En este texto conjunta dos polos: el revés representa el silencio del mundo y la aparente ausencia de valor de la vida; y el derecho, la belleza y la aceptación de lo incomprensible del mundo.[46]

En esta obra Camus desarrolló ampliamente el concepto del absurdo. Discute el problema de valor de la vida, y se basa en la metáfora de Sísifo, de la mitología griega, para abordar su concepción de la vida humana: Sísifo empuja eternamente una piedra hasta la cima de una montaña, sólo para dejarla caer. De este texto es la célebre frase: «Sólo hay un problema filosófico verdaderamente serio: el problema del suicidio. Juzgar si la vida vale o no la pena de ser vivida es responder a la pregunta fundamental de la filosofía».[47]

Camus pasó de su idea inicial del absurdo a la idea de una rebeldía moral y metafísica. En este trabajo, explora la relación de esta idea con la revolución histórica-política. Este texto representó una ruptura con el marxismo y con el existencialismo, y provocó un fuerte antagonismo entre Camus y Jean-Paul Sartre.[48]

Este texto es una disertación en contra de la pena de muerte. En él se expresa claramente su preocupación por la reducción de la violencia. Considera como uno de los mayores crímenes al asesinado premeditado e institucionalizado a través de los mecanismos del estado.[49]

Cuando un filósofo busca discutir temas como la libertad humana, la autenticidad, el compromiso y las relaciones interpersonales, su tratamiento es inevitablemente abstracto y expresado en términos de conceptos generales o universales. Para Camus, la literatura es una forma de explorar estos problemas en términos de acciones, predicamentos, opciones y acciones individuales. De esta manera, distintos temas que han sido tratados de manera abstracta y general, pueden expresarse de manera concreta y se pueden materializar como expresión dramática.[50]

Camus concibe al arte como una manera de moldear el mundo más allá de su forma actual, de manera que los conflictos dentro de él puedan ser focalizados.[51]​ La importancia de resaltar la parte conflictiva de la realidad reside en que, para Camus, el arte es vehículo del pensamiento. De esta manera, se aleja de la búsqueda de representación del mundo en sí, y por lo tanto, de las estéticas de corte realista. Se le ha vinculado, por un lado, con el arte existencialista, y por otro, con el teatro del absurdo.

En la estética de Camus, la ficción no representa la realidad externa, sino que es una expresión libre e inmediata del pensamiento humano.[52]​ Él criticaba la separación entre arte y filosofía, y sostenía que la unidad de propósito del absurdo es una sola:[53]​ “No hay fronteras entre las disciplinas que el hombre se propone para comprender y amar. Se interpretan, y la misma angustia los confunde”.[54]

Sus novelas han sido interpretadas también como obras de protesta que actualizan algunos elementos generales de la tragedia griega, ya que hay una oposición entre el individuo y la sociedad que frustra o destruye sus valores. Así pues, el protagonista intenta conformar una serie de principios a partir de los cuales llevar su vida, en un mundo donde la disparidad entre el ideal —lo que el hombre busca— y lo real —lo que encuentra— es tan grande, que reduce su existencia entera a la incoherencia.[55]

Para Camus, la creación es una forma de rebeldía humana contra el absurdo. El artista pretende reformular el mundo y dotarlo, a través del estilo, de la coherencia y la unidad de las que carece. Para esto, selecciona fragmentos de la realidad y los combina libremente, lo cual crea en el arte ciertos valores que no existen de manera constante en el mundo, pero que el artista percibe e intenta rescatar del flujo de la historia.[56]

Camus sostenía que Hegel había propiciado el pensamiento nihilista al considerar la historia como una reconciliación entre lo singular y lo universal. Así, la historia dejó de ser considerada como única fuente de valores. Camus cree que esta reconciliación se da de manera más clara en el arte, dado que la exigencia de la rebelión es, en gran medida, una exigencia estética. Camus proclama que el goce absurdo por excelencia es creación, y cita a Nietzsche: “El arte y nada más que el arte. Tenemos el arte para no morir de la verdad”.[57]

Para Camus, a través de la obra de arte se mantiene la tensión frente al mundo, y por lo tanto, ésta mantiene despierta la consciencia y conforma a la rebelión como fidelidad a lo absurdo. Sin embargo, no considera al arte como un remedio espiritual, ya que, más que ser un refugio de lo absurdo, la obra de arte es un fenómeno absurdo por sí misma.[58]

Camus piensa que la obra absurda se logra a partir del triunfo de lo carnal, lo cual provoca el renunciamiento de la inteligencia a razonar sobre lo concreto:

"... la obra de arte encarna un drama de la inteligencia, pero no lo demuestra sino indirectamente. La obra absurda exige un artista consciente de estos límites y un arte en el que lo concreto sólo se describa a sí mismo. No puede ser el fin, el sentido y el consuelo de una vida. Crear o no crear no cambia nada. El creador absurdo no se atiene a su obra. Podría renunciar a ella. Le basta con una Abisinia".[59]

Con la renuncia del pensamiento a la universalidad, el sistema ya no se separa de su autor, lo cual facilita expresar las ideas filosóficas por medio de la creación novelesca.

Esta novela muestra la alienación propia del siglo XX a partir de un personaje que se ha interpretado como la imagen de lo que Camus concebía como el hombre absurdo. En esta obra, Camus explora la idea de la acción sin significado dentro de la consciencia del absurdo. El protagonista es condenado a muerte, pero, más que por matar a un hombre, la condena responde a que este nunca dice más que lo que siente y a que no se conforma con las demandas de su sociedad.[8]

En La peste, Camus trata de manera simbólica una epidemia en Oran. Los personajes se preocupan más por encontrar la dignidad y la fraternidad humana que por acabar con la epidemia misma.[60]​ Esta obra explora la pregunta de si puede o no existir un santo ateo. El hombre absurdo vive sin Dios. Pero eso no significa que no pueda entregarse al bien de los demás hombres a través del autosacrificio. Si lo hace sin esperanza de una recompensa, y consciente de que no es significativa ninguna forma específica de actuar, muestra la grandeza del ser humano precisamente en esta combinación entre el reconocimiento de la futilidad última y una vida llena de un amor que lo lleva al sacrificio. Expresa que se puede ser santo sin ilusión.[61]

La caída muestra la preocupación de Camus por el simbolismo cristiano y expone de manera irónica las formas más complacientes de la moralidad humanista secular.[6]​ Por otro lado, la obra trata el problema del mal. El protagonista, Clamence, se refiere a la “duplicidad básica del ser humano”, y expresa que el origen del mal es el humano mismo.[62]

Un aspecto que ha llamado la atención sobre la trayectoria de Camus es el fuerte conflicto con el filósofo existencialista Jean-Paul Sartre, el cual surgió a partir de la publicación de El hombre rebelde. Sartre se había vuelto cercano al comunismo y, aunque nunca fue parte del Partido Comunista, estaba comprometido con un proyecto que combinaba el existencialismo y el marxismo.[63]

Camus, aunque renegaba del nombre de existencialista, estaba convencido de que el existencialismo y el marxismo eran incompatibles y que el marxismo constituía una secularización del pensamiento cristiano, en el cual se sustituía la figura de Dios por la idea del movimiento de la historia. Esto llevaba, por lo tanto, a la muerte de la libertad, encarnada en los horrores del estalinismo. Como contraparte, decía que la democracia burguesa reemplazaba la misma figura de Dios por el principio, un tanto ambiguo, de la razón. En nombre de la libertad, la sociedad burguesa justificaba la explotación y la injusticia social.[6]

A partir de esta diferencia de visión, Camus y Sartre sostuvieron una célebre polémica en la revista Les Tempes Modernes a inicios de los años cincuenta. Los lectores de la publicación, especialmente Sartre, consideraron a Camus un idealista “iluso y romántico”, que se complacía en transponer a términos morales e individuales cualquier análisis de la realidad (en la época, la dinámica era inversa: llevar a términos colectivos e ideológicos los dilemas personales).[64]

Aunque el corte de Les Tempes Modernes era de izquierda no comunista, en esta época, su director, Sartre, se había acercado especialmente al estalinismo; el filósofo, en las páginas de esta publicación, expresa: “Todo anticomunista es un perro rabioso”. El hombre rebelde, por lo tanto, provocó una incomodidad de parte de los lectores y los directores de la revista.[6]

Varios meses después de la publicación de la obra de Camus, nadie se había dado a la tarea de hacer una reseña crítica sobre esta, por lo cual Sartre encarga a Francis Jeason, joven fuertemente influido por la filosofía sartriana, que la escriba. El texto de Jeason aparece en la edición del mes de mayo de 1954 de Les Tempes Modernes. Con él quedó abierta la polémica. La réplica de Camus, así como las contra-réplicas por parte de Jeason y Sartre, se publicarían en el número del mes de agosto.[6]

La polémica se ha publicado de manera independiente en distintas ediciones en francés y en español. Según algunos biógrafos de Camus, como son H. Lottman y O. Todd, la herida provocada por esta polémica con Sartre, al cual Camus consideraba íntimo amigo, incidió incluso en su trayectoria literaria. En este sentido, La caída ha sido interpretada como una ficción elaborada a partir del recuerdo del enfrentamiento.[6]

Sin embargo, existen corrientes de opinión que afirman que esta ruptura nunca tuvo lugar realmente. La confusión de las cartas a Sartre enviadas entre 1932 y 1954 fue el indicador de que Camus negaba su influencia, achacándola a "malentendidos intencionados".[cita requerida]

El extranjero fue llevada al cine en 1967 por Luchino Visconti aunque sin mucho éxito, tal vez por lo difícil que resulta plasmar esta obra cinematográficamente. Por su parte, La peste tuvo también su versión fílmica, dirigida en 1992 por Luis Puenzo. En 2011 se estrenó El primer hombre (t. o.: Il primo uomo), película dirigida por Gianni Amelio, basada en la novela homónima de Camus, que fue la última y que no terminó. El argumento, autobiográfico, se centra en el regreso de Jacques Cormery, alter-ego del escritor, a su país natal, donde evoca sus recuerdos de infancia, la vida en una familia pobre, con su madre viuda y su tío, y con el profesor de escuela que le sirvió de motivación para leer y dedicarse a la literatura. En 2014, David Oelhoffen dirige la película Loin des hommes (Lejos de los hombres), basada en el relato "L'Hôte" ("El invitado"), uno de los cuentos del libro L'Exil et le royaume.[cita requerida]

Presentados en francés; sin edición en español:




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